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Villacañas y el neoliberalismo como teología política

Pretendo indicar lo valioso del trabajo, y lo provechoso de trabajar en las perspectivas que se establecen.

REFORMA2 AUTOR 7/Emilio_Monjo 27 DE JUNIO DE 2020 22:00 h
José Luis Villacañas, recibiendo el Premio Unamuno amigo de los protestantes, en enero de 2020. / Fundación RZ

Neoliberalismo como teología política. Habermas, Foucault, Dardot, Laval y la historia del capitalismo contemporáneo. José Luis Villacañas, Ned Ediciones, 288 páginas, 2020.



La editorial presentó la obra online ante 200 personas, con la intervención de Jorge Alemán, Clara Ramas y Rodrigo Castro. Otra presentación en la Universidad de Valencia, con un encuentro online moderado por Antonio Ariño y la participación de Luis Alegre y Nuria Sánchez (“La pandemia del neoliberalismo y Europa”). Con estos previos, que se encuentran con facilidad en internet, aquí sólo pretendo indicar lo valioso del trabajo, y lo provechoso de trabajar en las perspectivas que se establecen. Requiere tiempo, pero será un tiempo redimido. Ya avisé sobre la necesaria ocupación de tiempo para otra obra del autor: Imperio, Reforma y Modernidad (vol. I. “La revolución intelectual de Lutero”); un libro de 622 páginas, nada adecuado a la manera de pensar de algunos responsables evangélicos, que no sobrepasan un par de tweets. Sin embargo, si se atreve a la lectura algún profesor de seminario, le podría valer cualquier capítulo para elaborar un buen semestre de estudios. Por supuesto, para todos los interesados en la verdad, el tiempo ocupado en su investigación nunca será vano.



Del autor baste recordar la recepción en este mismo medio de una obra reciente escrita contra las insidias y fobias antiprotestantes destiladas en cierto libro. Se destacó lo adecuado de esa actuación. Ahora el libro que les presento supone otro tanto, respecto al modelo neoliberal. Cada uno en su espacio, pero ambos representan el compromiso del profesor José Luis Villacañas con el espacio y el tiempo donde vive. Es de agradecer.



En la crisis de producción y estancamiento, estudiada con los datos de 1970, nos colocamos ante una nueva escena, que todavía tiene sus consecuencias. Con los autores con los que se dialoga, se recorren las propuestas de explicación de la situación previa, la crisis propia de ese tiempo, y el desarrollo posterior, hasta nuestros días, del capitalismo en manos de lo que es central en el libro: el neoliberalismo. Como la pandemia llegó antes que el texto a imprenta, se incluye al final un capítulo específico sobre la situación del modelo capitalista regido por la ideología neoliberal durante y después de la misma. Sólo quiero indicarles lo fructífero de la lectura del libro; por eso les dejo con algunas muestras de su contenido.  



“Al dejar de concentrarse en el capitalismo productivo, para enrolarse en el tratamiento especulativo del dinero como nueva fórmula de acumulación, y en la industria de la virtualidad y la comunicación, Occidente pudo identificar los nuevos objetos que podían responder a las exigencias tanto de una economía sin límites, como del principio motivacional unitario e invasivo del psiquismo (…) Esta decisión central, por lo demás propia de una evolución civilizatoria que presionaba en favor de la virtualidad y la abstracción, de la motivación elemental individual y de la superación de la economía política dirigida por el Estado, ofreció al neoliberalismo la base sólida de su apuesta por el capitalismo financiero y la economía de crédito. El abandono del patrón oro en 1971 por parte de Nixon, tras del déficit de la guerra de Vietnam, y la adopción del dólar como moneda mundial, contribuyeron a ello”. (p. 41)



“Las consecuencias fueron ingentes. Desde el punto de vista de la integración social, se pudieron abandonar todas las formas tradicionales de socialización al vincular el Homo economicus singular a las reglas naturales del dinero y hacer del mercado la vía alternativa de socialización”. (Id.)



“[El Estado] De ser un agente redistribuidor basado sobre las prestaciones del sistema productivo (mediante pleno empleo, el alza de impuestos progresivos propio del sistema fordista, el sistema educativo abierto y los sistemas públicos de seguridad social), pasó a ser un agente redistribuidor basado en el crédito, algo que tuvo efectos decisivos sobre la motivación y, ante todo, alteró la idea de una justicia distributiva intergeneracional. Este movimiento a favor del crédito ofreció al capitalismo financiero su centralidad y permitió destruir el capitalismo regulado por el Estado que, con el endeudamiento internacional que inevitablemente seguiría al final del fordismo, vio cómo perdía su soberanía frente a las grandes corporaciones acreedoras. La fragilidad misma de una economía a crédito, junto con esta retirada de la centralidad del Estado, dotó de relevancia a las grandes decisiones de gobernanza mundial, y educó a los singulares en la necesidad de atenderlas, acercándolas a las intimidades motivacionales de la ciudadanía”. (p. 43)



Se ha instalado en el modo de pensar que las crisis del capitalismo no son más que sucesos naturales, “como una catástrofe, un huracán o un terremoto. Los singulares no sólo debían pensar que la crisis era una secuencia natural de su libre manejo de leyes necesarias de la actividad económica, sino que era el resultado de una limitada y siempre imperfecta adaptación darwinista según las reglas del mercado. Respecto de la crisis no había un sujeto soberano que pudiera o debiera intervenir desde alguna instancia trascendental al mero devenir natural. En la medida en que el Estado era cortocircuitado, el singular encontraba un motivo más para retirar sus aportes de motivación a la interacción social y la democracia. Inmunizado respecto a la política, ahora debía atender otras instancias”. (p. 44)



“El poder capitalista ha erigido su propia verdad, que está más allá del imaginario democrático igualitario. Lo que hace el neoliberalismo es considerar que la política no dispone ya de una aleturgia, no dice verdad ni ofrece un espacio adecuado para que ésta se revele. De este modo el imaginario del neoliberalismo no es el del igualitarismo y la democracia; es sólo el de la libertad individual, pero no el de la libertad política. Deja de haber esfera de la política, porque en ese ámbito no hay verdad más allá de su traducción a mercado y a opciones de consumo del individuo. En realidad, la política no es un campo propia y estrictamente del individuo. La despolitización que implica el neoliberalismo es así trascendental, porque retira sus condiciones de posibilidad a la política. El individuo no quiere ser igualitario y democrático. Quiere ser individuo. Podemos expresar esto en términos de la diferencia entre democracia social y política. El individualismo puede guardar un punto de democracia social como igual derecho a ser individuo, pero no de democracia política. Ésta es colectiva e igualitaria y requiere en algún sentido comunidad y solidaridad para lograrlo. El neoliberalismo rompe con este planteamiento. De este modo, el horizonte de la democracia ya no está esencialmente vinculado a la época neoliberal”. (p. 105)



“Lo específico del neoliberalismo en el tratamiento de las catástrofes del capitalismo es la administración en medio del clima de terror, esto es, la producción de un miedo sin otra esperanza que el plus-de-goce, un miedo compacto, macizo, desesperado, para el que la vida que resta es inercia. Esa vida que se instala en un puro resto inercial es la vida precaria. La humanidad entera está en esta condición.



Terror es la manera en que el ser humano se enfrenta a la situación desesperada. Lo que hace desesperada una situación es su presencia directa, sin mediaciones culturales de distancia ni dispositivos de interposición, ante el absolutismo de la realidad. Lo propio del absolutismo de la realidad no es el contenido material de esa realidad, sino su condición de absoluta. Por eso en el siglo XIV, el terror era inspirado por la específica forma en que la teología presentó el absolutismo divino al que sólo propuso el alivio del fideísmo más irracional. La específica forma de la evolución de la modernidad reside en la acelerada transformación de los diferentes candidatos a reocupar el espacio del absolutismo religioso de la realidad. Así inspiró terror el absolutismo religioso en las guerras religiosas (la religión que tenía que consolar, mataba); luego el absolutismo de la nación (la comunidad que tenía que unir, mataba); luego el de la clase (la clase universal que tenía que extender la fraternidad, mataba); y el último, el de la raza (una sola raza humana escindida en asesinos superiores y víctimas inferiores). La noche de San Bartolomé, el Terror de Robespierre, la lucha nihilista de clases o la solución final del Holocausto, generaron situaciones desesperadas en las que la única reacción disponible no era la deliberación, sino la reducción de lo humano a víctima pura y a verdugo. La elevación a esfera absoluta de la esfera económica entendida como mercado, competencia, consumo libre, genera el absolutismo de la realidad frente a la cual la desesperación produce un terror cuya falta de horizonte alternativo nos induce a replegarnos en el goce de lo que nos ofrece a mano. Consiste ese terror básico en la abismal distancia entre lo humano como vida y el Homo economicus. La vida humana nunca es nuda vida. Nunca es zoé, vida animal. La vida precaria es la comprobación aterrorizada de que el bios, sea cual sea su forma de vida, no vale nada frente a su traducción terrorífica en el Homo economicus. Esta experiencia de un bios, en tanto que vida ajena a todo valor frente al absolutismo del valor económico es la desesperación que aterroriza y es cercana a la reducción a zoé, vida arcaica, vida como resto que se expone a la catástrofe. Sobre esta experiencia no se produce modalidad, deliberación, sino sencillamente exposición a una efectividad aplastante.



Debemos matizar: sólo desde el carácter absoluto de la esfera económica se deriva la nulidad de valor de la vida que resta. Aplastada por esa facticidad, la vida de lo humano seguirá en el anonimato de la continuidad natural, sin modalidad temporal y por tanto sin expectativa ni esperanza. El valor absoluto de la esfera económica, que elimina la dimensión pública y que se erige en dominio sin autoridad ni rostro, dejará al terror vital en el anonimato privado, un terror al que no escapan los que desde sus sociedades anónimas participan de esa dominación como singulares y aparatos psíquicos. De este modo, sale a la luz el supuesto que estaba implícito en el tratamiento de Aristóteles. Se trata de la dimensión pública de deliberación que produce el miedo, contra el estatuto privado de desesperación que produce el terror. Ahí se alza la relevancia de la estructura de la despolitización que genera el neoliberalismo y que procede de la condición privada a la que condena a quien no puede presentarse como Homo economicus, como consecuencia de la absolutización de esta esfera (…)



Aunque el capitalismo no es una ideología, el neoliberalismo sí lo es, en tanto que impone una representación de ese capitalismo como inevitable, más allá de cualquier modalidad (…)



Ahora pagamos las décadas en que usamos los estudios de las humanidades y ciencias sociales para destruir las herramientas teóricas que podían someter el capitalismo a una modalidad de la vida humana, no considerarlo su naturaleza. Cuando estas herramientas están anuladas, el neoliberalismo no tiene sino que darle la puntilla final y dejar a todos lo singulares frente a frente a una realidad para la que ya no se tienen conceptos ni herramientas de producción de distancias. Fuera cual fuera la aspiración singular de los pensadores que se embarcaron en este programa, apenas cabe duda de que deslegitimaron todas las estructuras culturales con las que poder salir al encuentro del absolutismo de la realidad que nos presiona a permanecer en un mundo de la vida capitalista, en el que sin embargo no podemos sentirnos protegidos. Estar en un sitio del que no se puede salir y en el que sientes miedo es la condición del terror. (pp. 194-197)



Sólo les puse una muestra. En el libro encontrarán muchas ventanas por donde mirar nuestro tiempo.


 

 


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