Un estudio novelado de Mateo 17:14-21; Marcos 9:14-29; Lucas 9:37-43.
Este milagro acontece inmediatamente después de que el Señor Jesús está con sus tres discípulos en el monte de la transfiguración.
Allí han visto al Señor Jesús hablando con Moisés y Elías. Han visto sus vestidos blancos y resplandecientes. Han admirado su rostro que resplandece como el sol. Han escuchado la voz de Dios. Pedro ha dicho:
“Señor, bueno es que nosotros estemos aquí” (Mat. 17:4). Quizás a los discípulos les hubiera gustado quedarse allí en el monte alejados de los problemas terrenales; pero Dios tenía otro propósito para ellos.
En Mateo 17:14-16 leemos: “Cuando llegaron a la multitud, vino a él un hombre y se arrodilló delante de él, diciendo: ‘¡Señor, ten misericordia de mi hijo, que es lunático y padece gravemente! Pues muchas veces cae en el fuego, y muchas veces en el agua. Lo traje a tus discípulos, y no le pudieron sanar’”.
En pocas palabras se nos explica la situación. Yo llamo a esta porción de la Biblia “El hombre con un hijo con serios problemas”. Por así decirlo, la vida de este hombre estaba signada por la de su hijo, desde que éste enfermó.
Al igual que nosotros, tenía puestas muchas esperanzas en su hijo. Quizás éste podría haber seguido el mismo oficio de su padre y haberlo ayudado en el trabajo. Pero no, la gravedad de su trastorno absorbe la vida del padre.
El padre le dice al Señor Jesús que su hijo es lunático. Esta palabra se utiliza solamente dos veces en el Nuevo Testamento (la otra referencia es Mat. 4:24 donde dice: “…y le trajeron todos los que tenían males: los que padecían diversas enfermedades y dolores, los endemoniados, los lunáticos y los paralíticos. Y él los sanó”.
El término “lunáticos” es la traducción del griego seleeniazomai que tiene por raíz seleenee, es decir, la Luna. La idea es de ser afectado por la Luna. Observemos que esto es lo que el padre creía y no necesariamente el problema del joven.
Al parecer en la antigüedad había personas que creían que los síntomas de epilepsia se debían a un insulto o agravio hecho a la Luna.
Lucas nos da más detalles en 9:38-40: “Y he aquí, un hombre de la multitud clamó diciendo: ‘Maestro, te ruego que veas a mi hijo, que es el único que tengo. He aquí un espíritu le toma, y de repente grita y le convulsiona con espumarajos; le hace pedazos y difícilmente se aparta de él.
Yo rogué a tus discípulos que le echasen fuera, pero no pudieron’”. Por supuesto que se refiere a los nueve discípulos que quedaron abajo cuando el Señor Jesús subió al monte de la transfiguración.
Yo me imagino a los nueve cuando el padre les trajo a su hijo para ser sanado. Uno de ellos le pregunta al otro: “¿Te animas a hacer este mila-gro? Mira que éste es un caso muy difícil”. “Yo no me animo”, responde; y otro dice: “Lo voy a intentar, pero no tengo mucha confianza”.
Y él hace lo mejor que puede, utiliza su voz autoritaria pero sin embargo fracasa. Quizás otros trataron con el mismo resultado. Pero el hombre ahora va directamente a aquel que él sabe que tiene reputación de haber hecho cosas maravillosas y dice: “Señor, tus discípulos no pudieron”.
¡Cuánta amargura hay en estas palabras! ¡Cuántas veces nosotros no podemos proveer espiritualmente lo que las personas a nuestro alrededor están necesitando! Marcos 9:17, 18 nos da más información: “Le res-pondió uno de la multitud: ‘Maestro, traje a ti mi hijo porque tiene un espíritu mudo, y dondequiera que se apodera de él, lo derriba. Echa espumarajos y cruje los dientes, y se va desgastando. Dije a tus discípulos que lo echasen fuera, pero no pudieron’”.
Ahora, cada detalle en el relato bíblico es muy importante. Uno puede suponer que este hombre ha visto a muchos médicos antes y está acostumbrado al tipo de preguntas sobre los síntomas; así que se anticipa y de inmediato declara todo lo que le pasa a su hijo.
Destaquemos lo impredecible de los ataques. No se podían esperar o evitar; aparecían súbitamente con sus muy peligrosas consecuencias.
Analicemos los síntomas (Mar. 9:17): “lo derriba”. Seguramente lo maltrataba al punto de tirarlo al suelo. Parecería que le iba a sacar una parte del cuerpo sin anestesia y el dolor era tan intenso como si una bestia salvaje lo estuviera desgarrando.
“Echa espumarajos”. Sin duda esto de la espuma en la boca representa la dificultad respiratoria de alguien que ha perdido el conocimiento. De esa boca creada para que salgan himnos de alabanza ahora sale espuma expresando la gravedad de la situación.
Dice también: “y cruje los dientes”. Aquí esto se refiere a algo similar a una convulsión. Queremos destacar que la palabra de Dios dice que este joven tenía un demonio y creemos que lo que la Escritura dice es así.
Sin embargo, si un médico hubiera estado allí presente, hubiera hecho el diagnóstico de una convulsión de tipo epiléptico de una variedad de “el gran mal”, porque esto es a lo que más se parecería. La idea de crujir los dientes nos presenta el sufrimiento de este joven y también quizás en forma figurada un elemento de rebelión.
Pero observemos otra característica más que nos dice Marcos: “y se va secando” (RVR-1960). Todos hemos visto un árbol que se empieza a secar y finalmente muere.
Primero las hojas aparecen de un color enfermizo, luego se secan, caen, se quiebran y se desprenden las ramas, luego queda el tronco solo y se va secando hasta que el mismo viento lo tira al suelo y se pudre.
Es esa idea de progresión inexorable del daño en la persona la que nos evoca esta expresión “se va secando”. El padre recordaba cuando su hijo estaba sano y robusto. Ahora por el contrario la enfermedad lo había debilitado, los músculos los había perdido, estaba consumido como alguien que tiene una enfermedad crónica y seria.
Notemos la tristeza y desilusión de sus palabras: “Dije a tus discípulos que lo echasen fuera, pero no pudieron”. El padre no tenía duda de que la sanidad no se había producido.
Se dio cuenta del fracaso de los discípulos que, aunque tenían buenas intenciones, no tenían poder. ¡Cómo esto también nos habla de nuestra situación espiritual! Tenemos las buenas intenciones pero nos falta el poder de lo alto.
Estudiemos la inesperada respuesta del Señor Jesús “¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os soportaré? Traédmelo acá” (Mat. 17:17). ¿A quiénes se refiere el Señor Jesús cuando dice: “generación incrédula y perversa”?
Sin duda no se refiere a los discípulos. Él se gozaba de estar con ellos, los llamaba amigos, sus ovejas. Yo creo que esta dura expresión se dirige a la multitud de curiosos que están mirando la escena y que son incrédulos y burladores, y que tras el fracaso de los discípulos están ahora expectantes por lo que pase con su Maestro.
Y por supuesto, aquí la generación adúltera y pecadora se refiere a los incrédulos. En los versículos 11, 12 de Marcos 8 leemos: “Salieron los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole una señal del cielo, para probarle.
Él suspiró profundamente en su espíritu y dijo: ‘¿Por qué pide esta generación una señal? De cierto os digo que a esta generación no se le dará ninguna señal’”.
Es obvio que en este caso se refiere a los fariseos. “¿Hasta cuando os soportaré?” (Mar. 9:19). Por supuesto que el Señor está entristecido también por la falta de fe de sus discípulos a quienes les había dado potestad de sanar enfermos.
El dolor intenso del padre desesperado y la situación del hijo tocan las fibras más íntimas del corazón del Señor. Esto es algo muy importante que debemos remarcar.
Cuando el Señor Jesucristo estaba aquí en este mundo, él sufrió nuestras penurias. Lo hizo no desde un punto de vista teórico e imaginario sino real. Él no era un superhombre o un héroe de la mitología nórdica, o un dios griego que andaba por este mundo despreocupado e indiferente a la desgracia y al sufrimiento de los seres humanos.
Por eso el profeta Isaías en el capítulo 53:4 nos dice: “Cierta-mente él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores. Nosotros le tuvimos por azotado, como herido por Dios, y afligido”.
Ahora nos preguntamos de qué manera el Señor Jesús sufrió nuestros dolores. Como médico, al cortar con el bisturí la piel yo le diría al paciente: “Sé que esto le va a doler”.
Aunque le hubiera aplicado anestesia local, sabría que iba a haber algún grado de sufrimiento. Sin embargo yo no sentiría nada. Tengo el conocimiento de las experiencias previas y de lo que he estudiado en cuanto al dolor que provoca el procedimiento que estoy efectuando, y de cuánta anestesia local la mayoría de las personas van a necesitar. Pero no fue así con el Señor Jesús.
“Ciertamente él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros do-lores…”. Esto está muy por encima de nuestra comprensión. Pero aquel que es Dios manifestado en carne, sufrió en su vida mucho más de lo que nosotros entendemos.
¿Cómo creen que él se sintió cada vez que vio un ultraje; al grande golpeando al pequeño, al poderoso ridiculizando y rebajando al indigente, o al percibir el abuso sobre la viuda o el huérfano? ¡Qué maravilloso saber y pensar que él sufrió nuestros dolores!
“¿Hasta cuándo estaré con vosotros?”. Es como él dijera: “¿Hasta cuándo tengo que estar en medio de un pueblo que es incrédulo y que tiene un corazón frío para las cosas de Dios?”.
Pero gracias a Dios que este no es el fin de la conversación, sino que él dice: “…¡Traédmelo acá!” (Mat. 17:17). Y se lo traen. ¡Qué bueno es cuando traemos a los pies del Señor Jesucristo a una persona que está nece-sitada! Jesús de Nazaret nunca rechazó a nadie que fuera a él o que le fuera llevado.
Algunos fueron al Señor Jesús por sus propios medios, como el leproso. Otros estaban allí, como el paralítico de Betesda. Otro fue bajado por el techo y puesto frente a Jesús.
En nuestro presente caso, Marcos nos dice: “Se lo trajeron…” (Mar. 9:20). Parece que aquella persona no fue voluntaria e independientemente sino que lo llevaron a Jesús. Y cuando lo hacen, el versículo 20 nos dice: “…el espíritu le vio, de inmediato sacudió al muchacho, quien cayó en tierra y se revolcaba, echando espumarajos”. ¡Qué espectáculo tan horripilante!
Allí está el cuerpo de un joven con-sumido. Quizás se puedan ver los huesos sobresaliendo debajo de esa piel donde los tejidos han desaparecido, como todos ustedes han visto en al-guien que padeciera de alguna consunción.
Pero este cuerpo enflaquecido, pálido, lleno de cicatrices por múltiples heridas, ahora reacciona con inusi-tada violencia al tener lo que nosotros llamaríamos una “convulsión”.
El muchacho comienza con una actividad brutal y desorganizada. El espíritu inmundo reacciona de una manera especial al darse cuenta de la presencia del Señor Jesús. Noten una vez más las cuatro cosas que Marcos nos señala:
1. “El espíritu sacudió al muchacho”. Los expertos en el idioma griego nos dicen que este término se usaba del zapateo de los bailarines gol-peando el piso o al repiquetear de los tambores. La idea aquí parecería ser de algo que es golpeado a repetición. De algo que se rompe, que es lacerado, que se agita.
2. “Cayó en tierra”. Sin duda de forma inesperada y sin tener tiempo para proteger su cuerpo. Un golpe más, más cicatrices en ese cuerpo que ha sido herido decenas y decenas de veces.
3. “Echando espumarajos”. La espuma salía por su boca. El es-pectáculo era sin duda una escena de horror. El padre está desesperado porque otro ataque ha ocurrido. La multitud fue aterrorizada al ver esta escena con el temor que en cualquier momento el joven podía morir. Y en esta situación de emergencia, el Señor Jesús, que siempre está en per-fecto control de la situación, actúa en forma calmada y tranquila. Como médico, he aprendido que en las peores emergencias es muy importante conservar la calma.
4. “Le echaba en el fuego o en el agua”. Como los ataques eran inesperados, había un peligro muy grande cuando el joven estaba cerca del fuego por las quemaduras que le había provocado, y lo mismo en el agua por el peligro de ahogarse. Sin duda este demonio quería de alguna manera destruir completamente a este joven. Estos episodios no habían pasado unas pocas veces sino que el padre dice: “Muchas veces le echa en el fuego o en el agua para matarlo…”. El padre está desesperado. Ve que su hijo se está debilitando, enflaqueciendo y está consumido. El cuerpo cubierto de terribles cicatrices por los golpes y las quemaduras. Sin duda que los episodios eran más frecuentes que en el pasado, porque no pode-mos imaginar que hubiera sobrevivido tanto tiempo en tal condición.
Yo me imagino el rostro lleno de compasión y amor del Señor Jesús. Mira al hijo y mira luego al padre. Allí está ese joven que en el propósito eterno de Dios fue creado para la gloria de Dios.
En vez de estar jugando con sus amigos y demostrando la salud y la energía de alguien propio de su edad, allí está ese espectáculo conmovedor y terrible.
Ahora, Jesús de Nazaret hace la pregunta: “¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto?” (v. 21). ¿Sabía el Señor Jesús la respuesta? ¡Por supuesto que él todo lo sabe! Pero lo pregunta por varias razones.
En primer lugar, para enseñarles a los discípulos que eso no era algo que había aparecido el día anterior. Era un problema serio y de mucho tiempo. Para los médicos es muy importante saber cuándo empezaron los síntomas y por cuánto tiempo han estado. De esa manera se pueden sospechar ciertos diagnósticos y excluir otros.
Hay otro aspecto que yo creo que es importantísimo. Cuando el padre dijo que eso le había ocurrido desde niño, estaba diciendo lo que sucede en esos casos desde el punto de vista social. Es decir, toda la vida de la familia había estado centrada y giraba en relación con la condición de este niño.
Por supuesto que no lo podían dejar solo porque la crisis podía suceder en cualquier momento con consecuencias muy negativas. El hogar de este hombre había cambiado desde que los síntomas de la enfermedad habían comenzado.
La Palabra de Dios nos dice claramente y en forma terminante que este joven tenía un demonio. Nos podemos preguntar muchas cosas cuya respuesta no es fácil. ¿Cómo hizo un demonio para penetrar en la vida de este joven?
Nosotros creemos que los demonios no pueden morar en los creyentes en el Señor Jesucristo porque cada persona que le pertenece a él tiene el Espíritu Santo.
Queremos remarcar que no todas las enfermedades se deben a la actividad demoníaca. Aun en los tiempos del Señor Jesucristo no fue así. Él curó al leproso y no le dijo que tenía un demonio, lo mismo con el paralítico de Betesda o el ciego de Juan 9.
Y cuando Lázaro se enferma y muere como se relata en Juan 11, no hay mención de actividad demoníaca. Cuando Timoteo está enfermo el apóstol Pablo no le dice que tiene un demonio sino que le aconseja un tratamiento médico.
Sin embargo, en el Nuevo Testamento hay casos que corresponden a la acción de demonios (ver Hech. 19:13-17).
En esta escena de crisis, de dolor, de violencia, de demostración del poder maligno de las fuerzas satánicas, el Señor Jesús con toda calma domina la situación con su pregunta sencilla y profunda.
Me hace pensar cuando en una orquesta todos los instrumentos están sonando al máximo de su intensidad y de pronto todos los instrumentos musicales callan y sólo la música suave y maravillosa de una flauta se escucha. Es que con esta pregunta Jesús de Nazaret se sumerge en el conflicto y la angustia de esa familia.
El padre dice: “…si puedes hacer algo, ¡ten misericordia de nosotros y ayúdanos!”. Él quería que se hiciera algo. Aunque fuera una pequeña mejoría. Cualquier cosa que se pudiera hacer para ayudar en esa situación.
Pero Jesús de Nazaret estaba dispuesto a hacer mucho más que una pequeña mejoría parcial. ¡Cuántas veces nosotros en nuestras vidas le pedimos a Dios que haga algo!
Que haga un poquito cuando lo que necesitamos es realmente una obra completa y esto es lo que Jesús de Nazaret va a hacer. “¡Ten misericordia de nosotros y ayúdanos!”.
Y por supuesto el Señor Jesús tiene misericordia de nosotros cuando en nuestro dolor, peligro y angustia vamos a él. ¡Qué bueno es saber que nuestro Señor nos quiere ayudar!
Por eso en Hebreos 2:18 leemos: “Porque en cuanto él mismo pa-deció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”. Es interesante la respuesta del Señor Jesús.
Él podría haberlo sanado y echado al demonio de inmediato pero no fue así. Ahora le responde: “¡Al que cree todo le es posible!” (v. 23). ¡Qué palabras tan preciosas! No hay límite. No hay dificultad que sea demasiado grande. No hay condición de salud que el Señor considere demasiado severa para él.
Miremos una vez más la respuesta del Señor Jesús. “Si puedes creer, al que cree todo le es posible” (RVR-1960). ¡Qué palabras profundas y benditas! No hay problema que sea tan grande; no hay montaña que sea tan alta, no hay abismo que sea tan profundo, que sea un obstáculo invencible para nuestro bendito Dios.
Por eso el apóstol Pablo puede decir en las palabras de Romanos 8:28: “Y sabemos que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que le aman, esto es, a los que son llamados conforme a su propósito”.
Pero, ¿cómo podemos tener esa fe que mueve montañas cuando sabemos que desde el punto de vista hu-mano es imposible?
Miremos la respuesta del padre en el v. 24. Para mí esto es admirable. El padre sin duda con lágrimas en sus ojos, con ese rostro desesperado por el dolor mira a Jesús de Nazaret y exclama en alta voz: “¡Creo!, ¡ayuda mi incredulidad!”.
Es decir, él dice algo así como: “Yo quiero creer pero me cuesta. Yo quiero creer pero tengo algo en mí que me hace dudar. Yo creo porque veo que tú eres distinto. Yo percibo que hay algo en tus palabras, en tu presencia, que siente mi corazón de una manera que nunca sintió delante de otro ser humano. Yo creo que tú eres el que dices que eres: el Hijo de Dios, el Mesías”.
Este hombre era honesto; él no tuvo reparo en declarar su incredulidad y cuánto le costaba creer.
Muchas veces nos hemos encontrado con personas que nos dicen: “A mí me gustaría creer, pero me cuesta tanto creer”. En Romanos 10:17 tenemos la respuesta: “…la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Cristo”.
Hay algo maravilloso que nosotros no podemos explicar que sucede cuando leemos las páginas sagradas. La fe empieza a crecer. Y luego entendemos que “sin fe es imposible agradar a Dios…” (Heb. 11:6).
Marcos 9:25 nos dice: “Pero cuando Jesús vio que la multitud se agolpaba, reprendió al espíritu inmundo diciéndole: ‘Espíritu mudo y sordo, yo te mando, ¡sal de él y nunca más entres en él!’”. Notemos los detalles.
Le manda al espíritu al cual se dirige específicamente con el nombre de “mudo y sordo”. Creemos que estos también eran síntomas que este joven experimentaba si no todo el tiempo sin ninguna duda durante los episodios de los ataques.
Observemos que el Señor Jesús reprendió al espíritu inmundo. No le dio una sugerencia sino que lo reprendió, lo censuró. ¿Con qué autoridad puede Jesús de Nazaret hacer esto? Los discípulos se preguntaron durante la tormenta en el mar: “¿quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?” (Mar. 4:41).
¿Con qué autoridad hace esto? El apóstol Pablo nos da la respuesta en Filipenses 2:9-11: “Por lo cual también Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese para gloria de Dios Padre que Jesucristo es Señor”.
Las fuerzas satánicas no se quieren dar por vencidas rápidamente. Dado que el demonio ha sido echado, va a cumplir la orden, pero antes va a demostrar una vez más su poder maléfico.
Observemos una vez más las palabras del Señor Jesús: “¡sal de él y nunca más entres en él!”. No es una curación transitoria y momentánea, y en pocos días las cosas van a estar de nuevo como antes.
Cuando el Señor Jesucristo entra en la vida de una persona, el cambio es profundo, sustancial y permanente. En Juan 3, hablando con Nicodemo, el Señor Jesús compara ese cambio de vida con un nuevo nacimiento.
El apóstol Pablo nos dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17). Ahora parece que la cámara deja el enfoque del Señor Jesús y del padre y se concentra en el hijo.
“Entonces, clamando y desgarrándole con violencia, el espíritu salió; y el muchacho quedó como muerto, de modo que muchos decían: ‘¡Está muerto!’ (Mar. 9:26)”. El espíritu satánico sale de este joven clamando su protesta y sin duda el sonido es aterrador.
Creo que esta sería la única evidencia para los que estaban allí de que el espíritu inmundo había salido. Cuando esto sucede otra crisis más se produce y el joven comienza a ser sacudido con una violencia extrema.
Cuando el temblor termina, el cuerpo del joven queda en el suelo totalmente inmóvil. No hay ningún movimiento espontáneo, no responde a las palabras de su padre, no abre los ojos, aun parecería que no respira y la gente dice: “¡Está muerto!”. Los curiosos que se han acercado para ver todos los detalles de lo que está pasando ahora se dicen en sus corazones: “¡Qué fracaso de milagro! El joven está muerto”. Pero gracias a Dios que la historia no termina aquí.
Vienen a nuestro corazón las palabras de los Hechos 10:38: “Me refiero a Jesús de Nazaret, y a cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder. Él anduvo haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”.
Este joven estaba oprimido por el diablo como si estuviera siendo aplastado con una piedra enorme y el Señor Jesús lo libertó. Las palabras de 1 Juan 3:8 se han cumplido: “El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio. Para esto fue manifestado el Hijo de Dios: para deshacer las obras del diablo”.
El versículo 27 de Marcos 9 agrega que “…Jesús le tomó de la mano y le enderezó, y él se levantó”. En la narración de Lucas 9:42 aparecen las hermosas palabras: “…y se lo entregó a su padre”.
Lo devolvió al lugar que le pertenecía en la familia. Y este sigue siendo el mensaje del evan-gelio de Jesucristo en el día de hoy. El Señor Jesús cuando resucitó al hijo de la viuda de Naín se lo dio a su madre (Luc. 7:15).
¡Qué importante es recalcar a los jóvenes en el día de hoy que ellos pertenecen a la familia y no al grupo de amigos de los alrededores!
Observen en el milagro las tres etapas claramente mencionadas. En primer lugar le tomó de la mano. Muchos de los que estaban allí no se atrevían a tocarlo por miedo a desencadenar una crisis violenta.
El Señor le enderezó. Lo puso derecho. Y noten las palabras finales: “se levantó” (Mar. 9:27). La Escritura no nos dice qué fue lo que dijo como tampoco nos dice en muchos otros casos porque lo importante es lo que se hizo no lo que se dijo. Tampoco habló la hija de Jairo, ni el hijo de la viuda de Naín.
El versículo 28 sigue: “Cuando él entró en casa, sus discípulos le pre-guntaron en privado: ‘¿Por qué no pudimos echarlo fuera nosotros?’”. Observemos un detalle importante: reconocían que habían fracasado y ahora querían aprender cuál había sido la razón de la falta de éxito. ¡Qué importante es para nosotros hacer lo mismo!
Aprender de nuestras derrotas y fallas. Remarcamos que ellos no le hicieron la pregunta delante de toda la multitud. Esto era muy vergonzoso. Pero ahora a solas se animan: “¿Por qué no pudimos echarlo fuera nosotros?”.
Bueno, en un sentido, parecería que esta pregunta está fuera de lugar. Por supuesto que aquel que es Dios manifestado en carne puede hacer muchas cosas que nosotros no podemos hacer.
Pero él con paciencia les responde: “Este género con nada puede salir, sino con oración”. Pero ellos podrían haber dicho: “Es que nosotros oramos antes de tratar de hacer el milagro”.
¡Qué benditas las palabras de Juan 15:7!: “Si permanecéis en mí, y mis palabras perma-necen en vosotros, pedid lo que queráis, y os será hecho”. El mismo pensamiento aparece en el 16:23, 24: “En aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo que todo cuanto pidáis al Padre en mi nombre, él os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo”.
Esto por supuesto nos trae al corazón el tema del fracaso en las cosas espirituales. Trataron de hacer algo y allí delante de toda la gente sintieron la ver-güenza del fracaso.
Santiago 4:3, 4 nos dice: “Pedís, y no recibís; porque pedís mal, para gastarlo en vuestros placeres. ¡Gente adúltera! ¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Por tanto, cual-quiera que quiere ser amigo del mundo se constituye enemigo de Dios”.
Ahora debemos ir a Mateo 17 para tener más información sobre las causas del fracaso. Los versículos 20, 21 nos dicen: “Jesús les dijo: ‘Por causa de vuestra poca fe. Porque de cierto os digo que si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: ‘Pásate de aquí, allá’; y se pa-sará. Nada os será imposible. Pero este género de demonio sale sólo con oración’”.
Falta de fe, y por consiguiente de oración, se menciona aquí como el elemento que explica la falta de éxito. Pero en un sentido simbólico, cada uno de nosotros estábamos un día como este joven.
Cada uno de nosotros puede decir: “Yo era como el joven ende-moniado. Yo era el que sufría intensamente sin poder evitarlo ni dismi-nuirlo. Yo, como ese joven, me desgarraba de dolor hasta que encontré al Salvador. Yo era el que me caía en el fuego peligroso de la vida y me quemaba. Y todo esto sucedió hasta que Jesús de Nazaret tocó mi vida por su gracia”.
No tenemos noticia de que este joven solicitara el milagro. Pero el milagro fue hecho. ¡Qué bueno es para nosotros saber que el Señor Jesús se compadece de aquellos que son traídos a él, a veces por familiares, vecinos o amigos!
Al terminar este milagro nos imaginamos tres grupos de personas: Los curiosos, preguntándose y discutiendo entre ellos quién es este Jesús de Nazaret y con qué poder hace estos milagros.
Vemos también el grupo de los discípulos que se preguntan el porqué de su fracaso. Y por último, vemos a un padre que se va caminando abrazando a su querido hijo de quien Jesús de Nazaret echó el demonio.
La pregunta: ¿cuánto tiempo hace que le sucede esto? (Mar. 9:21) origina una respuesta que trae dificultades de interpretación desde el punto de vista teológico y desde el punto de vista médico.
Si esto le sucede desde niño, entonces nos preguntamos si este joven tenía una posesión demoníaca desde entonces, o si sobre un estado de enfermedad orgánica habría pasado a actuar la influencia satánica.
Creemos que sería difícil explicar lo de la posesión demoníaca desde la niñez a causa de normas morales que este niño hubiera infringido. Las palabras de Juan 9:3 en relación con el ciego de nacimiento nos ilustran este pensamiento: “Respondió Jesús: ‘No es que éste pecó, ni tampoco sus padres. Al contrario, fue para que las obras de Dios se manifestaran en él’”.
En cuanto a la posesión demoníaca tenemos pocas referencias en el Antiguo Testamento: La de Saúl y su alivio con la música del arpa (1 Sam. 16:23) y la pitonisa de Endor (1 Sam. 28:7).
Creemos que la posesión demoníaca puede ser el resultado de un acto deliberado del individuo en ese sentido. Por otro lado, los creyentes pueden estar bajo su influencia pero no están habitados por demonios porque tienen el Espíritu Santo en ellos como lo enseña claramente Romanos 8:9: “Sin embargo, vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”.
Desde el punto de vista médico, parecería muy improbable que este joven hubiera tenido estos ataques tan severos y frecuentes por tantos años. Sí tendría sentido que esos ataques que venían ocurriendo desde niño hubieran aumentado en intensidad y frecuencia debido a una acción demoníaca.
Algunos han planteado la posibilidad de que el Señor Jesús haya usado el término “endemoniado” para hablar al nivel cultural de estas personas. Sin embargo, esto está en desacuerdo con el mandato del Señor Jesús a sus discípulos: “echad fuera demonios” (Mat. 10:8).
El hecho de que Jesús le dijo al demonio: “¡sal de él y nunca más entres en él!” (Mar. 9:25), sugeriría por otra parte que cuando el milagro se produjo el demonio estaba de alguna manera en el joven.
Mi impresión actual es que este joven había empezado su vida desarrollando algo muy similar a lo que nosotros llamamos “el gran mal” (epilepsia) y que sobre este substrato el demonio actúa intensificando la frecuencia y la intensidad de las crisis.
Si la actuación demoníaca es desde la niñez o después no lo sabemos. Como lo referimos antes, sería improbable que este joven hubiera arrastrado durante toda su vida estos ataques y todavía sobreviviera.
En las Escrituras hay información para nosotros, pero Dios en su soberanía no se obliga a satisfacer nuestra curiosidad intelectual.
Las palabras de Mateo 9:29: “Este género con nada puede salir, sino con oración”, nos indican que en las fuerzas satánicas hay elementos de distinta agresividad y fuerza.
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Tomado del libro: Un Médico Examina los Milagros de Jesús Autor: Dr. Roberto Estévez Publicado por la Casa Bautista de Publicaciones Editorial Mundo Hispano
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