La falta de un mensaje contundente en contra del racismo es un indicador de un problema teológico grave.
Estas semanas hemos visto protestas multitudinarias alrededor del mundo contra el racismo y pidiendo justicia para George Floyd (un hombre negro asesinado por un policía en EEUU). Para los cristianos ha sido una oportunidad histórica para unirse a aquellos que claman por justicia y denuncian el pecado de racismo personal e institucional. Sin embargo, en España los líderes y pastores evangélicos en su vasta mayoría han guardado silencio en sus púlpitos y plataformas públicas. Algunos incluso han intentado dar explicaciones públicas de porqué no levantan su voz contra el racismo.
Quiero sugerir que este silencio es más grave que una oportunidad perdida. Es posible que señale el preludio al proceso de vender nuestra alma teológica, nuestra fe, e intercambiarla por otra cosa. El razonamiento es histórico: en muchas ocasiones, cuando los líderes de la iglesia han decidido guardar silencio ante el pecado particular de racismo, ha presagiado una conversión la iglesia institucional a otra religión, generalmente de carácter nacionalista-moralista.
El caso más notable de la historia reciente lo encontramos en la Alemania nacionalsocialista. En el año 1933 la iglesia evangélica alemana propuso incluir el “párrafo ario” en sus estatutos, que prohibía la participación en cultos de iglesias “arias” de personas “no arias” (principalmente judíos, también incluye a gitanos y otros colectivos). La gran mayoría de pastores y líderes aceptó la inclusión del párrafo racista. El opositor más notable, el pastor y teólogo Dietrich Bonhoeffer, afirmó que esta concesión al nacismo firmaba la conversión de la iglesia alemana a otra religión. Un tiempo después del debate, se vio obligado a marcharse y fundar una comunidad alternativa, la “iglesia confesional”, de forma clandestina. La historia dio la razón a Bonhoeffer, al que tenemos por héroe y mártir de la fe verdadera, y condenó a los otros líderes. El daño a la reputación de la iglesia y el cristianismo en Alemania sigue sintiéndose hoy en día.
“Hay momentos donde el silencio se convierte en traición.” Estas palabras las pronunció el reverendo Martin Luther King Jr., quien exhortaba directamente a los líderes y pastores evangélicos blancos “moderados” que negaron levantar la voz ante una injusticia tan obvia como el racismo estructural contra la población negra en Estados Unidos. Él entendió que se enfrentaban a una prueba histórica, cuando la iglesia debe decidir si hablar y actuar a favor de la justicia de Dios, o perder su testimonio y su fe. Desgraciadamente, en ese momento gran parte de la iglesia blanca en Estados Unidos no alzó la voz y perdió su testimonio. No fue por sumarse activamente a los racistas declarados, sino por guardar silencio ante una injusticia obvia.
En el 2013 en Estados Unidos, surgió el lema #blacklivesmatter (las vidas negras importan) en protestas masivas alrededor del país contra la violencia policial. La iglesia evangélica blanca, en su gran mayoría, no solo volvió a guardar silencio ante el dolor de sus hermanos negros, sino que muchos incluso criticaron las protestas y negaron la existencia del racismo estructural. En las siguientes elecciones nacionales, los evangélicos blancos votaron en masa a un candidato abiertamente racista. Muchos analistas atribuyen este voto a un miedo por parte de las estructuras de poder evangélicas blancas de perder su influencia en Washington, algo que Trump aseguró que evitaría. En palabras del pastor Charlie Dates de Chicago, en un sermón titulado “I can’t breathe” a propósito del asesinato de George Floyd, estos pastores “vendieron su alma teológica a cambio de una ventaja política”. Ahora, este presidente está usando lenguaje racista codificado y mostrando una deriva alarmante hacia el autoritarismo como respuesta a manifestaciones generalmente pacíficas. La mayoría de evangélicos blancos siguen apoyándole. Es evidente que muchos han intercambiado una fe evangélica de gracia y justicia por una religión nacionalista y superficialmente moralista.
En España tenemos una asignatura pendiente relacionada con el racismo, sobre todo los cristianos. Por un lado, la Iglesia Católica Romana en España ha participado activamente en racismo estructural, justificando el expolio de las Américas y el asesinato y la esclavitud de millones de nativos, ignorando voces proféticas en su seno como Bartolomé de las Casas. También usó la religión como espada para echar a musulmanes y judíos de España, y como fundamento al redactar la Real Pragmática contra los gitanos en 1499, la primera de centenares de leyes antigitanas promulgadas a lo largo de nuestra historia que culminaron en un intento de genocidio, ignorado por todos los currículos escolares.
Los evangélicos en España también tenemos mucho de lo que arrepentirnos y asuntos que arreglar. A modo de ejemplo, podemos mencionar la segregación casi absoluta entre iglesias gitanas y payas, y cómo los payos achacamos la culpa a los gitanos cuando la responsabilidad de la segregación siempre es del grupo mayoritario y privilegiado socialmente. También podríamos analizar la falta de representación de liderazgo gitano y de personas racializadas en estructuras de gobierno evangélico compartidas, a pesar de ser mayoría en cuanto a feligreses. Quizás esto último explique en parte el silencio de los líderes evangélicos: los que reciben racismo en su día a día no tienen el altavoz más grande, a menudo ni siquiera tienen relación con los que nos representan públicamente.
Visto así, nuestro silencio ante el racismo es muy grave. Puede señalar una ceguera espiritual tan enquistado, que nos está llevando a intercambiar nuestra fe por otra cosa. En momentos así, no hablar es, efectivamente, una traición. Es una traición no sólo a nuestra teología, que se fundamenta en la reconciliación con Dios y con las personas (2 Cor 5), también es una traición a nuestros hermanos y hermanas racializados que nos piden solidaridad a gritos. Es hora de empezar a hablar del racismo, a señalar pecado propio y externo, arrepentirnos, y buscar la justicia de Dios.
Hay mucho que está en juego. No desperdiciemos la oportunidad de hacer el bien mientras podamos (Gal 6:10).
Kenny Clewett es director Ashoka Hello Europe. Posee una Maestría en Teología de la Trinity Evangelical University (Chicago, EEUU)
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