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Un Cuerpo bien sazonado

Todo debe girar en torno a Él, a quien debemos mirar fijamente porque es el autor y consumador de nuestra fe.

MUY PERSONAL AUTOR 8/Jacqueline_Alencar 31 DE MAYO DE 2020 13:20 h

Aunque apenas soy una aficionada a las artes culinarias, y quizá no tengo ‘una buena mano’ para ello, no le pongo mala cara a la hora de entrar en la cocina para preparar platos prácticos y según lo que haya en stock; lo que sí le pongo es muchas ganas y empeño, pensando en los que lo van a degustar.



Es así que un día cualquiera de estos que vivimos este mes de mayo, mientras preparaba un guisito de pollo, el protagonista de nuestros platos de antes y de hoy y lo será mañana, pensaba en lo importante que es la sazón para este tipo de carne cuyos sabores se han ido desgastando con el paso del tiempo y de nuevos descubrimientos para engordarlos.



Y mientras elegía con qué sazonarlo, recitaba un listado que hasta parece la letra de una canción: tomillo, perejil y ajo, orégano, romero, / pimienta de lejanas tierras, / cúrcuma Taj Mahal, / curry trin tran, jengibre, hinojo, pimentón dulce, / laurel, cilantro, canela, eneldo y estragón, / soja…



Y así podríamos deleitarnos poniéndole una pizca de cada uno a nuestros sencillos platos para que se tornen un manjar apetecible que atraiga a los comensales que esperan en derredor, expectantes, ansiosos, con hambre, preguntando.



Y mientras meditaba en qué ingredientes serían los mejores para hoy, recordé que había leído que cuando el apóstol Pablo habla a los Efesios sobre su crecimiento individual y comunitario, como Cuerpo, les va recomendando unos cuantos condimentos especiales y bien definidos; o sea, los adecuados para que ellos pudieran emitir ese olor fragante que agrade a Dios y a su entorno, pues él había sido llamado a “designar a todos, cual sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas...”.



Si bien al inicio de la carta les comunica acerca del propósito de Dios de reunir en Cristo todas las cosas, y de romper las barreras de separación entre judíos y gentiles, y todas las diferencias, también, cuando pasamos al inicio del capítulo 4 de esta carta, les comenta acerca de lo que ellos tendrían que responder; cómo debían andar, “como era digno de la vocación con la que habían sido llamados”.



Los exhorta, es decir, les ruega, suplica, insiste de manera preocupada, acerca de su andar cristiano. Y tratándose de una carta y no de un ‘tú a tú cara a cara’, pensé que hay que saber cómo tratar y llegar al oyente.



Y desde esa perspectiva, imagino les va enseñando acerca de esos ingredientes que él ya utilizaba, como se puede observar. Y él quería que también ellos los utilizaran en su actuar día a día, para preservar y mantener esa unidad propiciada por la obra reconciliadora de Cristo.



Y he aquí que les va soltando esos sazonadores exquisitos que ayudarán a mantener esa unidad en medio de la diversidad, como esos que harán de tu pollo una delicia, sabroso, tierno, en su punto.



“Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor...”. Les va citando esos ingredientes imprescindibles, de dos en dos como la humildad y la mansedumbre; el no estimarse más que los otros, darle la dignidad que tiene cada uno como hecho a imagen de Dios, estimarlo como si fuese él mismo; y acompañándolo de la mansedumbre.



Tratar con amabilidad, una dulzura, gentileza; teniendo como ejemplo a aquel que era “Manso y humilde de corazón”; y luego soportar, aguantar, combinándolo con aquello que es la paciencia, otro ingrediente mencionado.



Pero de todos ellos, el principal es el amor. El amor es ese hábitat agradable, armonioso, de suave brisa, fraternal; es el vínculo principal que facilita que todos los ingredientes penetren hasta en los tuétanos y coyunturas de ese pollo que me imagino es el Cuerpo.



Y si preparas ese pollo con amor, que es la base de todo, el sustento de todos, no sé cómo, pero los otros ingredientes lo van a bordar. Y esta sazón fomentará la unidad de sabores en ese Cuerpo, o en ese cuerpo de pollo.



Toda la carne estará bien condimentada, sin que queden recovecos sosos, sobre todo la pechuga. Y otra vez el amor que es Dios, cumpliendo su cometido de nutrir ese cuerpo.



Pero ese cuerpo compuesto de alas, muslos, contramuslos, pechuga, cuello, patas (para quien le guste), cachuela, hígado, corazón… tiene que poner de su parte siendo receptivo a esa sazón, juntándose para uniformizar esos ingredientes, al unísono, como siendo una sola cosa, juntando más las coyunturas a través del empuje en “guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Lo cual redundará en la unidad en Cristo y también procurará protegerla, o preservarla.



“... A fin de que arraigados y cimentados en amor seáis capaces de comprender con todos los santos cual sea la anchura, la longitud, la profundidad, la altura, y de conocer el amor de Cristo para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”, les había dicho antes.



Cuando pienso en ese amor de Dios, ingrediente principal, que es tan diferente de otro amor finito, porque surge de una relación personal con Cristo, y aquí se nos insta a estar arraigados en él, que es la base de todo para llegar a conocer ese amor de Cristo y comprender lo que implica dicho amor, para así poder ver con más claridad cuál nuestro lugar en los planes de Dios.



Así lo entiendo, modestamente. Y percibo esa pasión de Dios en este Plan suyo. Y mientras pensaba así, también se la ponía a mi pollo (digo ‘mi’ porque eso me hace quererlo y poner todo de mi parte para que quede en todo el esplendor del sabor; no es que quiera apoderarme de él para mí solita, si lo agradable y perfecto es compartirlo y quedarme con la parte menor).



Esmerándome, no como agobiada por la perfección y la fecha de entrega (que hay que cumplir más o menos para no dejar que nadie se quede con hambre, esperando hasta el día siguiente), sino pensando en los otros que esperan ansiosos para saber cómo es ese plato que otros ya han probado y se ven tan diferentes después de haberlo probado.



Es más, Pablo les pide que anden como es digno de la respuesta que habían dado cuando fueron llamados por Jesús. Cuando estuvieron dispuestos a seguirlo. Debían ser conscientes de quién era el que había llamado. Y ese debía ser su modelo. Pues eso es lo que verían en ellos.



Y viendo que el pollo tenía una cabeza, pues sin la cabeza no habría cuerpo, pensé que hay algo importante que les recuerda y nos lo recuerda a los receptores de esa carta hoy, y es “… que, siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es Cristo”, porque él es nuestra diana, meta, galardón.



Todo debe girar en torno a Él, a quien debemos mirar fijamente porque es el autor y consumador de nuestra fe. Es decir, debemos mirarlo para ir copiándonos de cómo es Él y ser así.



Releer su Palabra, porque Él es la Palabra. Debemos de crecer, madurar de acuerdo a como es la cabeza que es Cristo. Pero no podría ser si no nos nutrimos de Él, como los pámpanos de la vid. Eso es un aprendizaje. Cada pequeño gesto, actuar, hablar, planificar debe depender de Él.



Ese ir creciendo es muy complicado, evidentemente, por eso Pablo hace memoria de ellos en sus oraciones, pidiendo para que Dios les dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos del entendimiento de ellos para que sepan cuál es la esperanza a la cual los ha llamado…”.



Además, pide para que estén “cimentados y arraigados en amor…”, como ya he señalado. Es evidente que todo esto es un proceso que dura toda la vida, y repito que es un aprendizaje, y que la verdad debe ser bien enseñada e ir de la mano del amor, ese ingrediente que va en todo.



Enseñar acerca de la verdad, hablar de ella no es cualquier cosa; ese enseñar a ese Jesús que se paseó por este mundo, enseñando con su vida y obra. Ese aprendizaje es muy valioso, pues cambia toda la vida, de vieja a nueva; cambiará las mentes, se entrará en un proceso de transformación que nos llevará a la meta que es Cristo.



Entraremos en ese proceso de despojarnos de cada prenda de nuestra vida sin Él; y poniéndonos las nuevas de nuestra nueva vida ya con Él, que implica andar como Él anduvo, hablando como Él, mirando como Él, amando como Él, perdonando como Él… con ese estilo adecuado a su Misión para la cual había sido enviado, una misión integral que abarca todas las facetas del hombre: materiales, espirituales, sociales, emocionales, de techo, de pan…



Pues ese Padre nuestro está en los cielos y en la tierra también. No se desentiende de nuestro mundo y quiere que hagamos lo mismo.



¿Quién no querría comer de ese pollo exquisito, bien sazonado, bien presentado, sin estar carbonizado, o crudo o soso? Todos correrán a sentarse a la mesa global.



Comprobé lo que decía Teresa de Jesús en su tiempo: “Que hasta en los pucheros está Dios”. Y así es, nunca separando lo sagrado de lo secular, pues ejemplo tenemos del método encarnacional de Jesús, Dios bajando a este mundo nuestro a través de su Hijo amado, quien no aferrándose a lo que era, se dignó a bajar para pasearse con lo más débil, vulnerable, marginal, es decir, con los que lo necesitaban.



Qué preciosa es la teoría, pero la práctica no es fácil, como digo siempre. Necesitamos andar en sintonía con ese huésped y compañero que nos dejó Jesús mientras se ausentaba por un tiempo, que nos guía, dirige, rearguye, consuela, estimula… mientras nos vamos preparando para la selectividad, y aprobar al final. Laureados.



Qué Él nos ayude y nosotros pongamos también de nuestra parte. Y otra vez digo, no es fácil pensar en todo lo amable, lo honesto, lo bueno, lo que edifica, lo que agrada, lo que ayuda, lo que sacia, lo que no hace daño, lo que es verdadero…



Estas son apenas unas sencillas líneas; para mayor información los remito a la fuente que es la Carta a los Efesios contenida en la Biblia. Y solo ofrezco un breve pensamiento para recordarme, y recordar a quien lo sienta así, que hay unos ingredientes básicos para contribuir a que ese Cuerpo local o universal genere aroma agradable y atrayente en cualquier lugar del orbe, en cualquier aldea, pueblo, ciudad, país, continente, como es digno de su llamamiento.



Gracia y paz a todos. Un abrazo fraternal.


 

 


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