Tenemos que mirar el futuro sin cosas copiadas o traídas del pasado, somos del día, vemos, avanzamos.
Dejamos la cuestión en la dificultad que supone el lenguaje, cuando se propone, por ejemplo, que la Iglesia es el organismo más poderoso de la tierra, o que el Estado tiene que cumplir los mandamientos de Dios. Mencioné antes que este discurso es el que ha mantenido siempre el papado, y puse los referentes de Donoso Cortés y de Carl Schmitt. De ahí sale otra cuestión, que la Reforma en sus inicios rechazó, y es ésta: si las leyes del Estado son fruto de su obediencia a Dios (excepto algunas para cosas indiferentes), entonces son de carácter moral, y requieren obediencia moral, no simplemente externa.
Cualquiera que estudie un poco de filosofía política tiene que leer algo de Schmitt, aunque su modelo católico de política no sea el único. Reconocido pensador del derecho, su posición es que la Iglesia Romana es la madre del derecho occidental, en casamiento sacro con su padre, el derecho romano (¿les suena eso de que Europa está fundada en los valores judeocristianos?), pero que su devenir se vio trastocado por la irrupción de la Reforma, pues ésta abandonó la casa materna, y ya se sabe que fuera de ahí todo es oscuridad. Todos los frutos de esa Reforma son bastardos, nada sacros, ¡seculares!, y la muestra evidente es la Ilustración y esas teorías políticas satánicas de Estado de derecho, democracia, propuestas por grupos diferentes en una misma nación, ¡protestantismo!, en resumen, la división. Si alguien quiere unidad (¿les suena eso de unidad, que no admite sectores con interés propio en sus territorios dentro de un Estado?, tiene que reconocer la primacía del pensamiento papal. El ejemplo supremo de poder: el Estado, tiene que depender de algo trascendente, de Dios. (Aplausos.) ¿Y dónde se materializa eso trascendente? Pues en la Iglesia Romana, en el catolicismo, ese organismo cristiano superior en la tierra. Si el Estado depende de arriba, ¿cómo admitir esas divisiones de partidos, grupos políticos, iglesias particulares, democracias, etc.? Su “encarnación” no puede ser un parlamento o asamblea que “represente” a un pueblo de ahí abajo; tiene que ser de arriba, jerárquica: un rey absoluto, o un dictador. ¿Cómo se van a cumplir los mandamientos de Dios por medio de votaciones y acuerdos entre políticos? ¿Acaso Dios en el Sinaí consultó a los ancianos? Sólo un Jesús protestante o judío puede rechazar al Gran Inquisidor (¿Aplausos? Pues esto es el corolario de su discurso, y no lo pongo como metáfora, son sus propuestas.)
Ya me dirán qué sensación tienes cuando oyes el discurso protestante con las mismas ideas, sólo cambiando la Iglesia Romana por otra; pues un desastre.
Te queda el consuelo de saber que la Reforma en sus inicios no fue así. Luego se estropeó y copió el modelo católico. Un ejemplo clásico es la Iglesia de Escocia, que incluso reclamó, con argumentos teológicos, que el Estado eliminase por la fuerza cualquier otra expresión religiosa que no fuese la presbiteriana.
Tenemos que mirar el futuro sin cosas copiadas o traídas del pasado, somos del día, vemos, avanzamos. Las obras de Dios en sus siervos en el pasado, pues recordadas y apreciadas, pero nosotros tenemos nuestra propia circunstancia, y el futuro es nuevo, fresco. Y yo soy de los que creen que el Evangelio triunfa, siempre, y que para el futuro se contempla un triunfo extenso, sobre toda la tierra, pero como dice la Escritura, no con las doctrinas papales rebautizadas por los evangélicos. Creo, porque creo la Escritura tal cual, que el Evangelio triunfa, y que nos viene ese triunfo, pero cómo sea y qué método se necesita, pues no sé nada. Desde luego sí conozco que no será con las medidas del pasado; ¿ni la “época” de los puritanos? Pues claro que no, ninguna. Incluso la que reconozco más fructífera, la del primer momento narrado en el Nuevo Testamento, no puedo pensar que ahí hubiera modelo para hoy, excepto en la obra libre del Espíritu. Pero ese Espíritu ahora nos trae su obra en otra situación. No se puede copiar, para eso ya está el diablo y los suyos. Otra para mí excepcional es el inicio de lo que conocemos como Reforma Protestante, pero tampoco se puede copiar, excepto, lo mismo que al principio, la obra libre del Espíritu.
Les dejo con algunas muestras de cómo se trató la cuestión del gobierno en los primeros momentos de la Reforma, aunque este texto, de la Institución de Calvino (el capítulo final), tenga el previo de ya algunas jornadas vividas.
Sobre la vocación o trabajo del gobernante o “político”, dice que “es un cargo sagrado” (IV, xx, 6). Luego, sobre la mejor forma de gobierno, con gran sentido práctico, afirma: “Y por eso, el vicio y el defecto de los hombres son la razón de que la forma de gobierno más pasable y segura sea aquella en que gobiernan muchos, ayudándose los unos a los otros, y avisándose de su deber; y si alguno se levanta más de lo conveniente, que los otros le sirvan de censores y amos (…) Y como de hecho la mejor forma de gobierno es aquella en que hay una libertad bien regulada y de larga duración, yo también confieso que quienes pueden vivir en tal condición son dichosos; y afirmo que cumplen con su deber, cuando hacen todo lo posible por mantener tal situación. Los mismos gobernantes de un pueblo libre deben poner todo su afán y diligencia en que la libertad del pueblo del que son protectores no sufra en sus manos el menor detrimento. Y si ellos son negligentes en conservarla, o permiten que vaya decayendo, son desleales en el cumplimiento de su deber y traidores a su patria.” (Id. 9)
“Vemos, pues, que los gobernantes son constituidos como protectores y conservadores de la tranquilidad, honestidad, inocencia y modestia públicas (Romanos 13:3), y que deben ocuparse de mantener la salud y paz común (…) No disimular ni consentir ninguna iniquidad de ninguna clase, detestar a los impíos calumniadores y soberbios, y buscar buenos y leales consejeros en todas partes. Y como no se puede cumplir esto si no es defendiendo a los buenos contra las injurias de los malos, y asistiendo y socorriendo a los oprimidos, por esta causa son armados de poder, para reprimir y castigar rigurosamente a los malhechores, con cuya maldad se turba la paz pública (…) Justicia es acoger a los inocentes bajo su amparo, protegerlos, defenderlos, sostenerlos y librarlos. Juicio es resistir el atrevimiento de los malvados; reprimir sus violencias y castigar sus delitos”. (Id.)
“Después de los gobernantes vienen las leyes, que son los verdaderos nervios, o, como dice Cicerón, después de Platón, el alma de todos los estados, sin las cuales los gobernantes no pueden en manera alguna subsistir; como, por el contrario, ellas son conservadas y mantenidas por aquéllos, porque sin ellos no tendrían fuerza alguna. Por eso no se puede decir cosa más cierta que llamar a la ley un magistrado mudo, y el magistrado una ley viva (Cicerón)”. (Id. 14)
Sobre qué leyes deben regir un Estado resulta una “disputa interminable”, incluso Calvino no quiere meterse en el laberinto, “preferiría no tratarlo”, dice, pero se ve en la obligación de aportar algo. Debe sustentarse en dos principios esenciales: que se pueda honrar a Dios de manera simple con “pura fe y piedad”, y “que con verdadero amor y caridad amemos a los hombres”. (Id. 15) Respecto a la ley judicial de Moisés, dice: “Por tanto, así como las ceremonias han sido abolidas quedando en pie íntegramente la verdadera piedad y religión, así todas las referidas leyes judiciales pueden ser mudadas y abrogadas sin violar en manera alguna la ley de la caridad. Y si esto es verdad -como sin duda lo es- se ha dejado a todos los pueblos y naciones la libertad para hacer las leyes que les parecieren necesarias; las cuales, in embargo, están de acuerdo con la ley eterna de la caridad” (Id.) (Calvino no reconoce como tales a “bárbaras e inhumanas disposiciones”.)
“Mas como de ordinario acontece…” los príncipes ponen en venta las propias leyes y las usan para robar y dominar y saquear al pueblo. Ahí aparecen los magistrados fieles intermedios que deben poner remedio a la tiranía, el derecho de resistencia, que no tratamos aquí.
Teniendo en cuenta la historia, las situaciones en que viven no pocos pueblos hoy mismo, y de dónde venimos, pues lo que tenemos creo que es para estar agradecidos a nuestro Señor. Sería el colmo culpar al “Estado” de la inoperancia de la Iglesia “evangélica” (porque la otra opera como siempre). Durante el franquismo, sin libertades, tal vez el discurso de culpar a otro puede valer; pero ahora no. Un solo ejemplo: ¿tiene culpa el Estado, que ha proporcionado durante un montón de años la posibilidad de salir en televisión cada domingo a los evangélicos, que eso sea irrelevante? (Si alguien piensa que es excelente, que siga, no cambien nada.) Me parece que tenemos más que suficiente, abundantes bendiciones de nuestro Dios al darnos la presente circunstancia social y política, con tantas libertades. Si somos inútiles, lo somos nosotros. Pero hay esperanza. Yo la tengo; desde la inutilidad, porque serán los frutos de la cruz los que vengan sobre toda la tierra, también sobre España. De momento, por ahora, todo cortito, poco a poco. Pastores haciendo lo mejor que pueden, poco a poco. Mucha falsificación, mucho creer la mentira, pero seguimos. Cuando el Señor abra su Palabra fresca en el tiempo que ya está aquí, veremos y tendremos sus frutos abundantes, y veremos nuestra inutilidad e insensatez, echaremos de nosotros nuestras teologías, o falta de ellas, como trapos inmundos. Nos alegraremos en el Señor.
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