Es bueno, y hasta necesario, estar en estado de alerta, pero sin ansiedad, ante la pronta venida de Jesús, el Amado de los cielos.
Este artículo lo comencé a escribir a finales del pasado año y debido a la crisis mundial que estamos padeciendo en estos momentos nos invita a reflexionar en profundidad; todo está cambiando a marchas forzadas y, sin duda, tendremos que acostumbrarnos a vivir con sobresaltos frecuentes y una nueva configuración social en el mundo entero. Más que nostálgico, me considero inquieto por el futuro incierto de las nuevas generaciones y también, debo de confesarlo, me declaro apocalíptico, a riesgo de ser considerado un ingenuo intelectual.
Estos días comparaba la vida social de cincuenta años atrás, cuando Julio Iglesias triunfaba en Benidorm con “la vida sigue igual”, canción que le catapultó a la fama. Todo a nuestro alrededor era muy diferente a lo que hoy en día estamos viendo y viviendo, y también recordaba mis primeras lecturas de un hombre común como Paco Candel y varias de sus novelas que describían las penurias y los avatares de muchas familias en la Barcelona de la posguerra civil (Donde la ciudad cambia su nombre / Han matado a un hombre, han roto un paisaje) No solamente la fisonomía de nuestras ciudades ha cambiado desde entonces, sino que muchos de los hábitos y costumbres saludables de antaño de gran pureza humana han ido desapareciendo del imaginario colectivo, porque ahora somos más modernos, aunque nos hayamos deshumanizado considerablemente en muchos aspectos.
Es cierto que la saturación informativa y la inmediatez de noticias de todo tipo influyen en nuestros estados de ánimo y, en algunos casos, nos llegan a producir una sugestión colectiva aunque en estos tiempos de pandemia parece inevitable no poder sustraerse a lo que está sucediendo en nuestra aldea global; en particular, me estoy refiriendo al imponente avance del mal en el mundo actual. Por supuesto que la maldad humana siempre ha existido, pero la rápida propagación mundial en sus más perversas expresiones y la crueldad que estamos viendo y oyendo hoy en día no es comparable a la de otras épocas, hasta donde yo sé, y mi conocimiento de la historia universal deduce.
El caso es que, según el retrato robot que el apóstol Pablo nos ofrece por inspiración divina en el canon bíblico de la degradación humana, según todos los indicios proféticos apuntan a este tiempo en el que vivimos ahora y la descripción paulina es, “que en los postreros días, viviremos tiempos peligrosos”. No habrá seguridad en ningún lugar del planeta y la maldad humana alcanzará su clímax. Y por lo que estamos viendo ante nuestros ojos día tras día, ésta y otras muchas señales proféticas ya se están produciendo en este tiempo y todo ello preconiza la aceleración de todas las cosas para el inminente retorno de Cristo. Por supuesto que de esto podríamos hablar ampliamente, pero no es la intención de esta breve reflexión pública. Aunque ahora mismo estemos en una cierta tregua de muchas de las maquinaciones humanas debido al obligatorio confinamiento general que impide la libertad de movimientos
Los cristianos del siglo XXI tenemos algunas ventajas sobre nuestros antepasados bíblicos, especialmente gracias a la recepción plena de las Sagradas Escrituras que nos muestran una visión profética del cuadro completo, algo que los mismos autores del Nuevo Testamento no llegaron a poder disfrutar en su plenitud, aunque les invadía una fuerte sensación escatológica del regreso de Cristo en su misma generación. Y esta esperanza en Él los mantenía expectantes y fervientes en el Espíritu, sirviendo al Señor Jesús con gran gozo.
Es bueno, y hasta necesario, estar en estado de alerta, pero sin ansiedad, ante la pronta venida de Jesús, el Amado de los cielos. Mientras tanto, nos recordaremos a nosotros mismos que Él es nuestra paz y que nuestra confianza se retroalimenta por medio de la fe en las promesas de Dios, aunque la vida ya no siga igual.
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