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El salmo viajero

No recuerdo muy bien cuándo, siendo ya adolescente, elegí un salmo que me reconfortara durante esos viajes. Elegí el Salmo 121.

MUY PERSONAL AUTOR 8/Jacqueline_Alencar 05 DE ABRIL DE 2020 14:30 h
Foto de Jacqueline Alencar.

Mientras miraba a los pájaros que revolotean mientras los observamos a través de los cristales de nuestras ventanas, recordaba yo otros vuelos. Pues sucede que desde tiempos remotos volar en avión no era para mí un placer; hoy los acepto. La primera vez que subí a un medio de transporte aéreo fue a los siete años, cuando tuve que viajar con mi abuelita para visitar a una tía. Fue un viaje de corta duración, pero que auguraba los muchos que tendría que hacer, pues la localidad donde residía, en mi país de origen, no contaba con salidas por vías terrestres, las cuales siempre formaban parte de los   proyectos que nunca tenían visos de ponerse en marcha, por diversos motivos. Poco tiempo después, al residir en varias regiones del país, siempre tenía que regresar en avión para pasar los meses de vacaciones; la meta de disfrutar de esos días mitigaba mi no deseo de volver a subir a un avión. No recuerdo muy bien cuándo, siendo ya adolescente, elegí un salmo que me reconfortara durante esos viajes. Elegí el Salmo 121. Ese y otros como el 23, 16, 36, 91, 41 y 27, en esa época eran mis favoritos. Nadie me había informado que era el salmo de los peregrinos. Fue así que, desde ahí, en cada viaje, en mi bolso de mano yo tenía que llevar una Biblia de pequeño tamaño, a la que la llamé la ‘Biblia de los viajes’.  Y llegaron las épocas de viajes más largos, pues tuve que ir a otro país, Brasil, para poder ampliar mis estudios. Yo estaba encantada con esa nueva experiencia, pues sabía que era para mi bien, pero siempre pensaba en el tiempo de vuelo necesario para recorrer dos mil kilómetros que había desde la frontera entre Brasil y Bolivia y el Estado de Mato Grosso donde estaba ubicada la ciudad que me acogió por varios años. Y el Salmo 121 no faltaba, tanto en tierra como por aire, iba como parte de mi equipaje, es decir, era imprescindible. Dice así:



Jehová es tu guardador



Alzaré mis ojos a los montes;



¿de dónde vendrá mi socorro?



Mi socorro viene de jehová,



que hizo los cielos y la tierra.



No dará tu pie al resbaladero,



ni se dormirá el que te guarda.



He aquí, no se adormecerá ni 



dormirá



el que guarda a Israel.



Jehová es tu guardador;



Jehová es tu sombra a tu mano



derecha.



El sol no te fatigará de día,



ni la luna de noche.



Jehová te guardará de todo mal;



Él guardará tu alma.



Jehová guardará tu salida y tu



entrada



desde ahora y para siempre”.



 Ya me lo sabía de memoria, así que, aunque siempre llevara la Biblia en el bolso de mano, lo repetía antes que la aeronave empezara a levantar vuelo. Iba tranquila, pero no me interesaba hacer nada más, salvo esperar sin moverme hasta el momento del aterrizaje. No obstante, con el pasar de los años, aprendí a reposar, pero más confiadamente. Poniendo toda mi ansiedad sobre Él, pues estando allí en el aire, a la intemperie, muchas veces sin nadie que me cogiera de la mano, reconocía que estaba totalmente en Sus manos y bajo sus alas protectoras, pues era el que sustentaba todos mis planes, pues los suyos eran mayores y más certeros. O sea, estaba a Su merced, en buena hora. Aprendí a saber de dónde venía mi socorro para mis días de caminante, peregrino, migrante. Alzaba mis ojos a las alturas y ahí estaba mi guardador, y me imaginaba que el avión iba sostenido por Él. Tanto es así que ahora charlo con los que están a mi lado, si lo permiten; leo, escribo, pienso, comparto. No es que me encante, pero he aprendido… a contentarme cualquiera sea mi situación. Y no es que crea estar firme, pues a veces, por un momento, la inquietud planea sobre mí. Y otra vez digo que cada persona tiene su forma de afrontar las cosas y lo respeto. 



Yo sé que mi Dios vive y que no se duerme, aunque yo me duerma muchas veces y me olvide de Él. Él es mi confianza, mi seguridad y mi reposo. Es mi defensor en forma de sombra que me libra de los rayos solares abrasadores, o de los efectos de la luna, día y noche me protege, nos protege. Día y noche, sea en forma de columna de nube o columna de fuego, alumbrando todos nuestros instantes. Aunque se levante una gran tribulación y nos azoten los vientos huracanados, nuestro sustento es el Creador de lo que está arriba y de lo que está abajo. No hay otro más todopoderoso; no lo hay.



En estos días que vamos como peregrinos por esta senda que hemos llamado ‘cuarentena’, la Palabra nos reconforta a medida que recorremos nuevamente estas líneas dirigidas a nosotros, peregrinos de hoy, como los de ayer, sustentados por el mismo cordón umbilical que nos ofrece sustento para no desfallecer hasta el día en que ‘nazca nuestra luz como el alba’ y ‘volvamos a restaurar las calzadas’. Dios aún habla hoy a través de su Palabra, colocada en todos los caminos y veredas; palabra que declara la misericordia de Dios y su consolación, su restauración: “He visto sus caminos; pero le sanaré, y le pastorearé, y le daré consuelo a él y a sus enlutados; produciré frutos de labios: Paz, paz al que está lejos y al cercano, dijo Jehová, y lo sanaré...” (Isaías 57.18-19).



Hoy también Dios nos habla, insta y guía con su Palabra para hacer todo lo que Él ha mandado, como cuando a través de Isaías habla del ayuno que Él quiere. Haciendo estas cosas veremos que de las tinieblas brotará la luz. Nos pide hacer el bien al que lo necesita; no hacer violencia ni oprimir, más bien ser compasivos; quiere que rompamos las cadenas tanto espirituales como físicas. Así en estos días clamamos a Él para que no se aleje de nosotros el bien y la misericordia, la justicia y la rectitud. Para que no se aleje la amistad, el hacerlo todo inspirados por lo bueno que mana del corazón, por el amor que todo lo soporta. Que salgan palabras inspiradas en el que es el Verbo, Verbo que se hizo carne para ser abrazo, sostén, ayuda. Verbo que reparte panes y peces, y deja caer una gavilla para los que vienen detrás porque llegaron tarde a la justa distribución de los bienes. Verbo que trae salvación y nueva vida en Él. Verbo que es amigo y nos hace amigos en tiempo de angustia; Verbo que nos hace pensar en “todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre”, como señala Pablo en su carta a los Filipenses; y esta palabra dice más: “si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”. Palabra que es un llamado a la acción.



Verbo que se hizo visible para traer más consolación, amor, misericordia, orden, renovación. Verbo que murió, pero que ahora vive, si no vana sería nuestra fe; la cruz vacía está. Su presencia continúa viva por su Espíritu en nosotros. Nos dejó un compañero que alivia la soledad de los días hasta que Él vuelva. Verbo que inyecta fortaleza cargada de seguridad y guía nuestros pasos. Lo llevamos con nosotros como llama incandescente que alumbra nuestros pies al caminar, ya que Él es el camino, el único y verdadero que conduce a la Esperanza, esa que con paciencia aguardamos. 



Enderecemos nuestros pasos hacia Él.



Dios aún habla a través de su creación, creación que en estos días aciagos reposa y a la vez une sus gemidos con los del hombre, gimen uno y otro con gemidos de gran dolor, como aquellos de otrora: “Oh Jehová, ten misericordia de nosotros, a ti hemos esperado; tú, brazo de ellos en la mañana, sé también nuestra salvación en tiempo de tribulación” (Isaías 33.2). Anhelando se hagan efectivas aquellas otras: “Y la tierra asolada será labrada, en lugar de haber permanecido asolada a ojos de todos los que pasaron. Y dirán: ‘Esta tierra que era asolada ha venido a ser como huerto del Edén; y estas ciudades que eran desiertas y asoladas y arruinadas, están fortificadas y habitadas…” (Ezequiel 36.34-35). 



Sí, Señor, grande y Todopoderoso, en ti esperamos nosotros; esperamos con Esperanza bien fundamentada, sabiendo que una fortaleza de roca será nuestro refugio. 



A ti clamamos por ello. Y tú lo oirás.



Nuestra alma te bendice. Sí; y no se olvida de agradecer todas tus bendiciones.



Un abrazo fraternal para todos, deseando que Él os acompañe todos los días…


 

 


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