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Cantos de consolación

Acompañémonos, aun a la distancia y cada uno en su casa, los unos a los otros en este caminar donde no falta la Esperanza.

MUY PERSONAL AUTOR 8/Jacqueline_Alencar 22 DE MARZO DE 2020 12:00 h
Una calle de Venecia. / Jacqueline Alencar

“Teniendo presente sin cesar delante de nuestro Dios y Padre vuestra obra de fe, vuestro trabajo de amor y la firmeza de vuestra esperanza en nuestro Señor Jesucristo…; pues nuestro evangelio no vino a vosotros solamente en palabras, sino también en poder y en el Espíritu Santo y con plena convicción; como sabéis qué clase de personas demostramos ser entre vosotros por amor a vosotros… Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y el Señor…, de manera que llegasteis a ser un ejemplo para todos los creyentes en Macedonia y en Acaya”.



Este fragmento de la primera carta dirigida a la iglesia de los Tesalonicenses por el apóstol Pablo fue escrita, a mi modesto entender, con una gran carga de sentir pastoral. Se percibe una gran preocupación del apóstol por aquellos a los que había ayudado a iniciar su caminar como seguidores de Cristo, allí en Tesalónica, capital de la provincia romana de Macedonia, ubicada al Norte de Grecia, ciudad a la que había llegado con Silas y Timoteo. Es decir, parece ser que en aquellos tiempos también era necesario lo que llamamos el discipulado, acompañar en ese seguimiento a Jesús. Él sabía que su salida con prisas de Tesalónica, debido al acoso por parte de algunos, dejaba un trabajo no terminado. Y con esa preocupación, que seguro ocupaba parte de sus días, envía a otro, Timoteo, para afirmar la tarea empezada. Y cuando este regresa con buenas noticias de ellos, aun cuando existían todavía lagunas que debían ser rellenadas, les lanza palabras de ánimo. Son estas que cito y que van como preámbulo a esa primera carta.



Su carta transmite palabras de ánimo, de consolación, de instrucción, y reafirma verdades acerca de cómo debían andar en esa nueva vida que iniciaban.



Solo quiero mencionar este detalle, pues pareciera que nos la dirige hoy. Es esa la que nos gustaría recibir, a pesar de nuestras lagunas. Él sabía que ellos habían perseverado en medio de grandes dificultades. Pero habían hecho rendir lo poco que habían recibido como ese siervo fiel que ya conocemos. Antes les dice que da gracias por ellos y que los tienen en cuenta en sus oraciones, lo que les hacía pensar en que así lo sentían pues habían recibido gran fortaleza para superar los obstáculos, esa fortaleza que no es una fortaleza cualquiera que proviene según el día me parezca bien o no. Porque ellos así lo habían sentido, ya que no habían claudicado ni tan siquiera cuando se quedaron sin la dirección de Pablo. Habían puesto su voluntad, disciplina, su compromiso y un espíritu de sacrificio. Seguro que como hoy, no era grato el día a día en medio de la aflicción, la controversia, la discriminación y el temor. 



Y enlazaba esto con lo que estamos experimentando a causa de un virus, pues se nos pide disciplina, espíritu de sacrificio, responsabilidad individual y comunitaria para poder salvar a otros. Y se nos pide algo con ciertas incomodidades, pero nada que implique un riesgo, solo quedarte en casa. Sé que hay muchas personas que viven en la calle aun en invierno, pero la gran mayoría tiene un techo, medicamentos, atención sanitaria, más o menos garantizada si no se colapsa, por lo tanto, no se nos pide un esfuerzo sobrehumano, más aún sabiendo que la vida de muchos depende de nuestra actuación y viceversa. Sé que la espera se hace larga y que luego las consecuencias de esta pandemia serán severas social y económicamente; y políticamente si no se actúa con sabiduría. Se verán alteradas nuestras familias. Quizás muchas pasarán por grandes dificultades. Así que un aplauso para aquellos que han decidido ocupar el lugar desde el que pueden luchar para ganar esta batalla en la que estamos inmersos todos.



Y vuelvo a repetir que hemos redescubierto que no tenemos el control en todo, de casi nada. Pero si resulta algo alentador, puedo decir que hay esperanza todavía, pues hay un Dios que a lo largo de la historia y a pesar de lo que hacemos nos ama y derrama su misericordia sobre el hombre. Muchas veces ya el mundo ha quedado destrozado no solo por estas situaciones que no han sido generadas por los seres humanos, sino por nuestra propia mano, como las guerras, la degradación del medioambiente, etc. Y hemos conseguido resurgir y reconstruir. Y esto no de nosotros; reconocemos humildemente que hay algo sobrenatural que nos vuelve a la vida y hace retoñarlo todo. Pero nuestro actuar individual y colectivo es importante.



Sí, sé que es difícil esta espera, mas ante la dramática situación que vemos, ¿quién podrá permanecer impasible? Redescubrí que mi situación de espera es mucho mejor que la de los que se encuentran en los campos de refugiados, o son perseguidos por sus ideas políticas, religiosas o de otro tipo. Y no estoy minimizando nuestra situación, pues también me preocupa mucho, mucho. Así que quedémonos en casa, ese es nuestro puesto en esta guerra, donde todos somos imprescindibles. Nuestra obediencia salva vidas, descongestiona nuestros hospitales que ya no dan abasto. Da un respiro a los médicos que ya no pueden más.



Pero confieso, aclarando que solo es una experiencia personal y no es que quiera demostrar que todo lo puedo como una súper heroína, pero en mis peores momentos hubiera desmayado y hundido si no creyese que hay alguien que me sustenta. Y esa palabra del Libro de los Libros me ayuda y consuela. Porque es la misma que en los primeros siglos de nuestra era sustentaba a los que eran perseguidos y acosados, y hostigados todo el tiempo. Y no todo les iba bien. Me imagino lo difícil que sería conseguir los alimentos, la vestimenta, el comunicarse sin los medios y artilugios que tenemos actualmente. Quizá en una cueva con la muerte pisándoles los talones. O en la boca de los leones. Y soy consciente de que me puede tocar pasar por lo que otros están pasando. Ese es mi día a día también, puesto que hay momentos en que tiemblo y pienso en las personas enfermas, en los que trabajan en situaciones que entrañan riesgo para sus vidas, en los que se van quedando sin trabajo, y me consume la pena. Y yo estoy cómodamente esperando a que pase todo. No, no estoy restándole importancia. Solo quiero decir que esto es una tarea de todos. Y que aun si no creyera que hay un Dios, siento que es tan consolador que alguien diga: ‘Oro por ti’. ‘Me preocupo por ti’. ‘Cuídate mucho’. O a otros nos gusta más bien decirlo a los demás, que es una forma de consolarse también. Por ello me llenaron de ánimo las palabras de Pablo diciéndole a los corintios en su segunda carta: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en toda tribulación nuestra, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios”. En esas líneas quiere que sientan lo que él había experimentado en sus abundantes aflicciones por parte de su Dios, el que en todo momento le había consolado y obrado de tal manera que había sentido los efectos de esa bondad, a tal punto que con sus hechos les estaba dando ejemplo de que quería compartir con otros ese gran regalo de la consolación, consolándolos a ellos y a todo el que lo necesitara. Para que se sintieran animados a hacerlo con los demás.



Vuelvo a decir que esta experiencia personal muchas veces me empuja a hacer cosas por el bien común, por encima de mis situaciones personales. Y no es fácil, no siempre cumplo, pero esa ayuda de la que hablo me ayuda, valga la repetición.



Vivimos en este mundo que se nos dio para administrarlo y usufructuarlo con sabiduría y sensatez. Si todos seguimos las pautas para que sea llevadero nuestro paso por él, tendríamos que hacerlo trabajando por el bien común. Hoy he visto que somos interdependientes totalmente. Los que estamos en casa dependemos de los que nos proveen de alimento, y eso implica una larguísima cadena. Del agricultor hacia arriba. Y antes de él otros. Dependemos de los medios y su información veraz. Del gobierno de la nación con sus decisiones más acertadas y pensando en todos; de unos políticos que deben reflejar paz para su pueblo y no caos. Dependemos de la valiosa labor del personal sanitario para que no se desborde el número de afectados. Dependemos de las farmacias. Del personal de la limpieza. De las pequeñas carnicerías y quioscos como los de mi barrio de Tejares, que incluso te esperan hasta fin de mes en esos días, gracias a Dios que son escasos para algunos, en que un imprevisto se te cruza en el camino. 



Un aplauso y palabras de ánimo para ellos. Oramos.



Y ante este panorama vemos como un gran despertar. Ver cómo nos estamos ayudando los unos a los otros. Los médicos desesperados por atender, por hacer milagros con los medios escasos, como si sus pacientes fueran de su propia familia. He visto su desespero a través de los medios. Del trabajo incansable de los camioneros. De los policías, porque a veces reconozco que somos testarudos. Ahora los miramos con cariño, y así debería ser todo el año. Lo mismo que lavarse las manos y toser y estornudar sobre un pañuelo o el codo. Qué maravilla ver la amabilidad de las trabajadoras de los supermercados a pesar del cansancio. Los dones de unos y otros puestos en práctica para animar, alegrar los días de niebla, ya sea cantando, escribiendo cartas, preparando platos para los que no tienen un hogar. 



Un aplauso para ellos. Oramos.



Y vuelvo a esa carta dirigida a los Tesalonicenses donde el apóstol alaba las obras de la fe, una fe que salva, pero que también es una fe que actúa, como dice en Santiago 2. 14: “¿De qué sirve, hermanos míos, si alguno dice que tienen fe, pero no tiene obras? ¿Acaso puede esa fe salvarle?”. La fe que obra por amor. Les alaba su amor, ese que lo soporta todo y que no es fácil, pues tenían que trabajar en medio de situaciones nada gratas. ¡Llegando a ser ejemplo para otros! Su comportamiento hablaba tan alto, arrasaba, que los demás les seguían. Les alaba la paciencia de su esperanza, demostrada en su fortaleza, aguante; manteniendo la mirada en Aquel que lo había dado todo. No estoy minimizando nuestra actual situación, pues hay muchos que están perdiendo a sus seres queridos. Y como humanos sentimos, y nos rebelamos, preguntamos… Y es ahí donde entre todos podemos infundir aliento, solamente con entender. Pues aun siendo seguidor de Cristo puede que en un momento de dolor no te consuele ni calme oír hablar de él. He ahí donde podemos demostrar el amor que en otras épocas nosotros experimentamos. Tener paciencia y aguante, con lo difícil que es al enfrentarnos con algunas situaciones y palabras. Nadie puede considerarse firme en todo.



Y es en ese sentir sintiendo con los otros, en un mismo espíritu, queriendo asemejarnos a Jesús, reconocemos nuestra interdependencia. Existimos en base a otros existires como el nuestro. Por eso no estamos solos. Ya desde el inicio de los tiempos una voz dijo: “No es bueno que el hombre esté solo”. 



Así que, acompañémonos, aun a la distancia y cada uno en su casa, los unos a los otros en este caminar donde no falta la Esperanza.



Gracias a todos por sus palabras de consolación expresadas tanto de forma verbal, escrita, con los pinceles o los gestos. Un fraternal abrazo virtual. Y un aplauso.


 

 


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