Hemos de manifestar en quién creemos y en quien esperamos, y que es poderoso para salvar.
Y yo digo: ¿Hay algo que nos impida a los evangélicos convocar un día de arrepentimiento y ayuno por nuestro país y por el mundo? Porque este mundo ya ha desplegado todo el poder con que cuenta en contra del coronavirus. El ejército ya está en la calle, los sanitarios están movilizados como en tiempo de guerra, y a los ciudadanos se nos pide un heroísmo como el que pidió Churchill al pueblo británico contra el enemigo nazi.
Pero nosotros, al parecer, dormimos como Jonás mientras la nave naufraga en la tormenta. Hemos acudido fielmente al llamamiento hecho por nuestras autoridades para poner todo nuestro esfuerzo al servicio de la prevención contra el coronavirus a fin de frenarlo y revertirlo, pero dicho esfuerzo, aunque digno de encomio, no es toda la contribución, ni la más eficaz, que podemos hacer como cristianos evangélicos.
[destacate]Nuestra mayor contribución es demostrar que creemos y esperamos en Dios[/destacate]Se nos ha dicho que al acatar las medidas impuestas por nuestro Gobierno estamos dando un buen testimonio como cristianos y demostrando ser buenos ciudadanos. Pero eso ya lo sabían todos -menos aquellos que no quieren reconocerlo-, y no deja de ser una pequeña aportación al esfuerzo humano general. Nuestra mayor contribución es, precisamente, demostrar que creemos y esperamos en Dios y que “vana es la ayuda del hombre” (Salmo 60:11): que, sin el poder y la misericordia del Señor, los quince días iniciales de aislamiento que se nos proponían, como ya se está reconociendo, se van a convertir en treinta (que luego serán más, puesto que al parecer los que ya no tengan los síntomas seguirán pudiendo contagiar el virus a otras personas durante los quince días siguientes); que seguiremos perdiendo más libertad, más disfrute de la vida, más trato con nuestros amigos y familiares; que nuestros mayores seguirán solos por más tiempo, sin el cariño, el apoyo y las visitas de los suyos; que nuestra economía, que ya se está resintiendo se irá a pique en una profunda recesión mundial, por lo menos, tan larga como la del 2008, si es que se recupera; que nuestros niños van a seguir sin poder ir al colegio -¡ni público ni privado ni concertado!-, sin jugar en los parques, sin interactuar con sus amiguitos a menos que sea cibernéticamente; que continuaremos sin ir a la iglesia, al fútbol, a los museos, a los cines o los teatros; sin tener nuestras fiestas locales, salir del país o recibir visitantes de fuera. Podemos ser compañeros de fatigas de nuestros compatriotas, pero ese testimonio de solidaridad con ellos no es todo lo que les podemos aportar. Hemos de manifestarles en quién creemos y en quién esperamos, y que es poderoso para salvar.
¿Dormiremos plácidamente en el barco como Jonás mientras huimos del llamamiento de Dios? ¿Necesitaremos que quienes van con nosotros en una nave que se hunde y están poniendo toda la carne en el asador nos digan: “¿Qué tienes, dormilón? Levántate, y clama a tu Dios; quizá él tendrá compasión de nosotros, y no pereceremos”? Si no respondemos a su clamor, no veremos la gloria y el poder salvador de nuestro Dios ni el arrepentimiento de los habitantes de esta Nínive nuestra, que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda” (Jonás 4:11), y cuya salvación, al contrario que Jonás, decimos desear tanto.
La Ferede, que ha conseguido reunirnos a los evangélicos como una piña en la obediencia a nuestras autoridades -como, por otra parte, era su deber hacer-, ¿no nos convocará a un día o un periodo de arrepentimiento, ayuno y oración, juntamente con toda persona temerosa de Dios, para que el Señor tenga misericordia de España y del mundo en esta crisis? ¿Seguiremos durmiendo como Jonás?
“Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14).
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