El redimido siempre mira para ver dos perspectivas: la presente, natural, y la que corresponde a la vida eterna, esa vida que tenemos escondida en Cristo.
Les presento esta reflexión, que nadie pidió, pero quizás les sirva, terminando un trabajo, y desde la bendición del mismo, que consiste en preparar para editar dos libros de la Biblia del Oso, que llevará a cabo, d. v., la Editora Regional de Extremadura; los dos libros son Jeremías con Lamentaciones y Romanos.
Si te pones a leer Jeremías (y la lectura de la traducción de Casiodoro es todo un gozo), no hace falta que fabriques un modelo para hablar de dos miradas ante un acontecimiento, pues siempre es así. El redimido siempre mira para ver dos perspectivas: la presente, natural, y la que corresponde a la vida eterna, esa vida que tenemos escondida en Cristo (como se dice en Colosenses; por cierto, algún día podemos pensar un poco en el desastre que ha supuesto convertir en nombre propio “Cristo”, lo que es sólo apelativo “el Cristo”).
Si lees sobre la ruina de Judá y la rotura de Jerusalén, seguro que ves muchos elementos actuales. Vale que el anuncio de ser visitados con cuchillo, hambre y pestilencia, puede sonar exagerado para comparar nuestra situación aquí ahora. Aunque si vives en Siria o lugares de guerras y persecución semejantes, las palabras no son tan extrañas.
Que Dios es Dios y controla y ordena todas las cosas, pues eso es así. Y Jesús el Cristo forma parte de su ordenación de todas las cosas; y en él la historia tiene sentido, y un final. Si tengo delante la situación, durante años, del ministerio de Jeremías, pues hoy igual, en muchos aspectos. A ver los listos esos que hablan de “permitir” a Dios, si pueden parar sus designios.
[destacate]¿Acaso se puede anunciar la cruz de Cristo sin la ira de Dios?[/destacate]¿Puede Dios visitarnos en su ira? ¿O eso es del Dios del Antiguo Testamento, que, por cierto, nada tendría que ver con el Mesías, el Cristo? ¿Se puede anunciar la cruz de Cristo sin la ira de Dios? ¿De qué nos ha salvado Jesús? Cuando venga en su segunda vez, con su gloria, ¿vendrá sin juicio ni condenación, sin fuego, sin trompeta, sin su gloria? (Por supuesto no creo que venga para estar aquí mil años, eso es fábula judaica; cuando venga ya es el fin, no hay más).
¿Qué destruyó el Señor cuando destruye Jerusalén y el templo? Pues en la lectura que hago de Jeremías, lo que, con una palabra transportada, puede llamarse la cultura de los valores judeocristianos. No se trata de que Dios hoy pueda estar enfadado porque Occidente ha rechazado los valores judeocristianos, si acaso, porque no los ha dejado, porque siguen siendo su corazón. Hagan una lista de esos valores, y verán que todos caben en la agenda de los profetas falsos que animan la vida de Jerusalén y del templo. Y traigan la lista a la época de nuestro Redentor, y verán que todos caben en el templo, donde está la ley, la santidad, la educación, la familia, en fin, todo lo que el bueno de Pablo nos dirá que tuvo cuando pensaba que vivía; y luego vayan a la cruz del monte, y vean al desechado por esos valores. Esa cruz es la destrucción del templo y sus valores, es la condenación de la justicia y santidad humanas.
Ya en la época del ministerio de Jeremías se anticipó este tiempo. Los (y las) que ofrecían sahumerios a la reina del cielo, y derraban derramaduras (así lo pone Casiodoro), ¿no lo justificaban todo con la santidad de la ley? ¿Alguien, excepto Jeremías, y algún otro, pensaba que eso era pervertir la palabra del Señor? Pero cuando todo fue en ruinas, y quedó en el estiércol la santidad ofrecida, el Señor reservó, como hoy, un resto escogido por él, el resto que es del Mesías. Los que hoy defienden los valores judeocristianos, incluso a voz en grito en las calles, quedarán, como entonces, en el estiércol (el colmo de la falta de santidad) de su propia palabra; que ya lo dijo nuestro profeta. Estamos viendo desde arriba, desde la cruz. (Otra cosa es defensas políticas, que para la tierra valen, pero no tienen nada que ver con la cruz.)
Y ahora a la tierra. Nadie que vive en Cristo puede olvidarse del prójimo. De hecho, la ética “protestante” no es otra que considerar cada cual lo que tiene como algo de los demás, que debe administrar con toda eficiencia.
Ya que estoy con libros de la Biblia del Oso, el propio Casiodoro es ejemplo de esa doble mirada. Y para su vida en el presente, lo material, la naturaleza, es modelo de consagración al bien de sus vecinos. Por eso está en ámbitos de notable actividad social y política. No tendrá reparos, por ejemplo, en mostrar su apoyo a la causa de Guillermo de Orange contra Felipe II (lo mismo que su amigo y cuidador Marcos Pérez). Estas gentes eran creyentes firmes en la absoluta soberanía de su Señor, que era predestinador absoluto de todas las cosas, y por eso, eran tolerantes y prestos al bien común en el espacio de la naturaleza. (La predestinación en este primer momento de la Reforma no fue, como sí luego por teólogos y pastores insensatos, motivo de especulación racional, sino de confianza y fuerza para trabajar por el bien común.)
Un caso que muestra esto, que lo recuerdo de unas discusiones en la universidad, justo unos días antes de cerrar. Jean-Paul Rabaut Saint-Étienne pertenecía a la iglesia hugonota, calvinista, perseguida en Francia; su padre era pastor, igual que luego él y uno de sus hermanos. No había libertad religiosa (¿cuándo se verá que el papado siempre ha sido contrario a ese derecho?), y eso colocó a los hugonotes en el “desierto”. Nuestro Rabaut trabajó con constancia en favor de ese derecho ¡para todos! Lo vemos en las discusiones políticas en el marco de lo que será la Revolución. Por abreviar, de su empeño, y el de algún otro, se consigue el Edicto de Tolerancia (noviembre de 1787), pero su trabajo y nombre queda unido al artículo 10 de la Declaración de derechos del hombre y del ciudadano (agosto de 1789), ese que dice: “Nadie debe ser estorbado por sus opiniones, aunque sean religiosas, siempre que su manifestación no perturbe el orden público establecido por la ley”. De manera que ese artículo extraordinario y seminal, es obra de un pastor calvinista. Circunstancias de la vida: murió guillotinado como traidor. En unos años, sin embargo, su memoria fue restaurada, en cuyo acto solemne su hermano fue el encargado de hacer el discurso. Este hermano, Jacques Antoine Rabaut-Pommier, también pastor calvinista, fundó en Montpellier un hospital, y es el padre (ahora se sabe más) de la adecuada investigación sobre la viruela, y su apuesta por la vacunación.
[destacate]Nadie que vive en Cristo debe olvidarse del prójimo.[/destacate]Si quieren mirar otro ejemplo, ahora que tienen tiempo, vean en internet algo sobre Nicolaes Tulp, es el personaje central, si quitamos al cadáver, del cuadro de Rembrandt “Lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp”. Además de todo lo excelente de sus trabajos, no olviden que era, aunque no “aparece”, un pilar reconocido de la iglesia calvinista, y un responsable político de primer orden en Ámsterdam.
Pues estos ejemplos, y se pueden pensar otros muchos, nos ponen en el camino de servir en la actual pandemia. Cada uno dando lo mejor para el bien del vecino. Nada que ver con esos miserablones que se frotan las manos porque estos son “señales”, los de “cuanto peor, mejor”. Y esto con las autoridades que tenemos, no hay otras.
Y ya puestos, pues reconociendo el bien de la sanidad pública. Nada que ver con esos miserablones que proponen, incluso como evangélicos, que cada uno tenga lo que se pueda pagar. Eso nada tiene que ver con la Reforma. Y lo mismo con la enseñanza pública. Que nuestros hijos son nuestros, claro que sí, pero la enseñanza pública es una bendición, que en muchos lugares no pueden disfrutar.
Y el trabajo por el bien público no puede quitar, aunque estemos en lo presente, en lo temporal, que se acepten todos los discursos. Oír a nuestro presidente decir que todo se hace por salvar vidas, pues quizás haya que recordarle las cien mil que cada año se eliminan; ahí parece que un virus no está en los no nacidos, sino en los otros. De esos, un porcentaje sería mujer, incluso, ya que presumen, lgtbi o como se diga. Esa sangre derramada, dicho desde lo natural, como ciudadano libre, no puede ser germen de prosperidad y bienestar para una sociedad.
Termino. Mi pensamiento para esos niños, que son de sus padres, vale, pero que no tienen qué comer, con todo el dolor de sus padres; los que no tienen una casa ordenada donde quedarse, porque sus padres andan en conflictos. Para los enfermos aislados. Para los negritos de los semáforos, ¿cómo lo estarán pasando?, (no se en otros sitios, pero en Sevilla forman parte de ese espacio, casi siempre con una sonrisa). Por poner algo, pongan aquí cien otros casos. Sobre todo, la gente de la sanidad. Vale, tiene el punto negro de los abortos, pero una cosa no quita la otra, nuestra sanidad pública es una bendición, para este tiempo presente. Cada uno con lo mejor para el bien de todos.
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