Líneas rojas

Estoy preocupado y no me gusta lo que veo: el rojo no está de moda, y corregir se ha vuelto una tarea relativa, anárquica y utópica que no señala errores, ni siquiera los garrafales.

Prohibido las amarillas y mucho menos las rojas, porque las líneas rojas se están evaporando en nuestra sociedad líquida. Enfermos que dictan al médico la receta, estudiantes que no estudian, pero exigen notas imposibles, futbolistas que realizan faltas clamorosas, pero levantan los brazos en señal de inocencia, de “no he hecho nada”, de “árbitro, consulta el var”. Y es que la mentira, más antigua que el hilo negro, sigue vivita y coleando, ganándole la partida al centinela de turno: humano en extinción arrojado a las cloacas, como el sentido común.

¿Cómo es posible que más de 80.000 menores entre 4 y 12 años hayan seguido el programa de “La isla de las tentaciones”? ¿Cómo es posible que este programa tenga más de tres millones de telespectadores y rompa los récords de audiencia? Necesitamos límites, por eso tenemos puertas en casa, paredes que separan unos espacios de otros, y aunque unamos el salón con la cocina, no dejamos el baño al descubierto. Cada cosa en su lugar. Cerremos la puerta. La mente no es un vertedero, qué empeño en llenarla de basura.

¿Qué pasaría si los árbitros nunca pitaran las faltas, la policía no pusiera multas, los docentes no sancionaran el menosprecio, el insulto gratuito, o el abuso? ¿Qué pasaría si los progenitores solo fueran eso, progenitores, pero no padres ni madres que cierran la puerta a la telebasura, al uso incontrolado del móvil, a las horas indefinidas de Play? Esto sería un caos, ¿sería o es? No estoy seguro, yo solo sé que estoy preocupado y no me gusta lo que veo.