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No llamemos discriminación a lo que es molestia insoportable

Estamos todos dentro de esta locura que se ha impuesto en el último tiempo y no parece que tengamos muy claro cómo vamos a salir.

EL ESPEJO AUTOR 10/Lidia_Martin 08 DE FEBRERO DE 2020 23:40 h
Foto de [link]Tom Parsons [/link] en Unsplash.

Termino ya lo que se ha convertido, sin pretenderlo, en una especie de “serie” sobre reflexiones a colación de todo este asunto de la libertad sexual, la ideología de género y demás aspectos similares, que parecen ser la columna vertebral innegociable del hombre y la mujer del siglo XXI (ya no es UN tema, sino EL tema para mucha gente) y que están teniendo todo que ver en la manera en la que se están regulando nuestras vidas, leyes, gobiernos, escuelas y demás esferas de la existencia cotidiana. Vamos, que estamos todos dentro de esta locura que se ha impuesto en el último tiempo y no parece que tengamos muy claro cómo vamos a salir.



Pretendo abordar, por ser concreta, 3 asuntos principalmente, y espero hacerlo de forma breve y sin exhaustividad, evidentemente:




  • Ni los cristianos ni los no cristianos, en general, estamos afinando en la comprensión de estos temas, y mucho menos en su manejo. 

  • Si algo aplica a todos, no podemos llamarlo discriminación. En todo caso, molestia insoportable, pero no discriminación, ni homofobia. Y eso debemos recordárnoslo también los de “dentro”, los propios cristianos, porque está claro que no sabemos manejarlo como Jesús lo manejaría.

  • Cansada ya de que esto se haya convertido en un debate inacabable entre facciones de izquierda-derecha, dentro-fuera, sobre las razones, las legitimidades de lo uno o de lo otro y demás asuntos, hemos de trascender el debate y superponernos a él. Por ello haré una propuesta al respecto que, a mí particularmente, me ayuda, y espero que sea de utilidad para otros también.



Comienzo...



Creo que cristianos y no cristianos nos estamos equivocando en el manejo de este asunto complejo. Y que no cesamos de llevarnos los debates a lugares donde solo prolifera la polémica, pero no el entendimiento, ni hallamos más verdad por enredarnos. Por eso, si estos días atrás me he sentido en la necesidad de hacer un cierto “tirón de orejas” y llamar a un ejercicio de empatía hacia la izquierda y la derecha ideológica de este país, hoy creo que es mi obligación también procurar ser equilibrada -espero conseguirlo- y llamar a un ejercicio de comprensión y entendimiento tanto a los que no forman parte del cristianismo como a los que sí, a los de fuera y los de dentro, si me lo permiten, ya que yo estoy en la segunda posición.



Desde fuera del cristianismo, el mensaje bíblico se considera discriminatorio y homófobo. Sin más. No hace falta argumentar gran cosa para que esa afirmación sea aplaudida y secundada. En un mundo secularizado y laico eso no debería extrañarnos. El problema conceptual de fondo es que la Biblia no se manifiesta solo sobre la homosexualidad -lo cual sí sería discriminatorio- sino que se manifiesta contra cualquier forma de sexualidad que se salga de lo que fue la expresión del diseño original de la sexualidad para hombre y mujer dentro del matrimonio. Y ahí estamos retratados todos, heterosexuales y cristianos incluidos. 



Para quien no sea cristiano, o pueda además pertenecer a colectivos de plena diversidad sexual -en los que por cierto estaría bien incluir a los heterosexuales porque son parte de la diversidad, aunque se sea mayoritario)- entiendo que puede resultar de una molestia insoportable o del pleistoceno reducir la práctica sexual al matrimonio, pero no le pueden llamar discriminación porque es una contradicción en términos si incluye a todos. Al menos, no deberían sentirse más discriminados por el texto quienes forman parte de posturas LGTBI de lo que podemos sentirnos otros que, desde la heterosexualidad vemos regulado, por el mismo texto bíblico, nuestra conducta sexual. ¿O es que acaso eso no incluye la preservación de la virginidad hasta el matrimonio, o la decisión de posponer las relaciones sexuales al mismo, por ejemplo, o el rechazo a las relaciones extramatrimoniales? A ver si es que no estamos leyendo la misma Biblia, o estamos hablando de Biblia sin haber leído ninguna...



Así las cosas, dejemos, por favor, de llamar discriminatorio a lo que no lo es. Porque si desean llamarnos retrógrados, anticuados o imbéciles, por ninguna de esas tres cosas se nos condena en ninguna parte (al menos, no a nivel legal; el tema de las burlas hace ya muchos años que convivimos con ello y sobrevivimos, tristemente, porque nadie hace nada al respecto). Pero hoy por hoy, el ser cristiano y, por defecto, ser tildado de discriminatorio y, por extensión, de homófobo, tiene consecuencias muy graves y ahí todo el mundo se pone de pie para tirar la primera piedra, porque está de moda. Porque desde la ignorancia y el pronto se pueden hacer leyes y aplicaciones muy peligrosas, como ha hemos expuesto en consideraciones anteriores y en eso es en lo que vivimos los cristianos en este país. Ese es nuestro aquí y ahora, y ya era de valientes ser cristiano, pero ahora mucho más. 



De todas formas, no pensemos los de dentro, los cristianos, que nosotros nos libramos de caer en discriminaciones, porque la Biblia y el cristianismo bien entendidos no son discriminatorios hacia ningún colectivo en particular, sino a todos en general (“No hay justo ni aún uno, no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios, todos se desviaron...” como nos recuerda Romanos 3, entre otros textos). Y ahí es donde estamos haciendo flaco favor al Evangelio que creemos. Porque muchos cristianos están literalmente obsesionados con juzgar a otros por pecar diferente que ellos y ahí sí se produce discriminación. Ese es el problema. Porque la realidad es que todos los cristianos pecamos, pero nos cargamos de razones contra el de al lado porque peca distinto que nosotros. Y reconocer esto no es dilapidar el testimonio frente al mundo: es hablar claro de una vez y poner el foco en que, quien salva, es solo Cristo y no una religiosidad hipócrita, que es lo que desde fuera nos critican con razón. 



Resulta muy fácil para el que no vive atracción al mismo sexo cargar tintas contra las personas homosexuales, pero reconozcamos que todo el mundo lucha con aspectos de su sexualidad, de una forma o de otra, y eso se nos olvida a menudo. Y no son más graves los pecados de cintura para abajo que los de cintura para arriba, a ver si nos enteramos ya. Simplemente es que la sexualidad puede ser algo tan genial que es muy fácil pervertirla. Y las tentaciones para hacerlo son muchas. 



Dejemos de ejercer, entonces, de policía moral de nadie y empecemos a vivir la vida transformada que se supone hemos recibido al depositar nuestra confianza en Quien nos salva, que es Cristo y Su obra en la cruz, a pesar de lo que somos. El resto, no es tarea nuestra. Asegurémonos de que quienes miren hacia nosotros vean a Cristo, y no nos obsesionemos nosotros en ver a Cristo en otros. Jesús nos sigue diciendo, como en su momento lo expresó a sus propios discípulos: “¿Y a ti qué? Sígueme tú” (Juan 21:22)



Ya por último, y procurando ser muy práctica, cierro el asunto dirigiéndome a todos, sean de izquierda o derecha, sean de dentro o de fuera: para resolver un debate improductivo, castrante y del todo infértil como este, hemos de superponernos al propio debate, simplificarlo y tomar perspectiva. Aún a riesgo de ser demasiado simplista para algunos, creo que habemos dos tipos de personas: 




  • las que deciden libremente que la vivencia de su sexualidad está por encima de cualquier creencia 

  • y las que decidimos igual de libremente que nuestras creencias están por encima de nuestra sexualidad. 



Así de fácil y así de difícil a la vez. El Estado hará bien, por su parte, tenga el color que tenga, en defender que esas libertades de ambos sean plenamente respetadas y por igual, no aceptando ni promoviendo burlas, vejaciones, descalificaciones y demás lindezas en las que nos hemos instalado.



Cuando “desnudamos” el asunto a este nivel, es mucho más fácil poder ver por qué hemos de ser tratados con los mismos derechos, con la misma exquisitez, con el mismo respeto. Porque hablamos de lo mismo, de elección -o libre albedrío, como le llamamos los cristianos- pero en diferente orden. Cada persona decide cuál es el centro de su vida y cuáles son los rasgos que marcarán la esencia de su identidad: la identidad sexual para unos, su nueva identidad en Cristo para otros, dependiendo de quién se sienta en el trono de su vida, si el individuo o Dios mismo.



No pretendan los primeros imponernos su visión y, si no consiguen que la abracemos, amordazarnos bajo amenazas y acusaciones de discriminación u homofobia sin más base que el prejuicio y la ignorancia.



No pretendamos los segundos hacer la labor del Espíritu Santo, convenciendo a nadie de pecado y hablemos más bien con sabiduría, templanza, honestidad y transparencia, mirando primero nuestra propia viga en el ojo, procurando vivir como vivió Cristo y no haciendo diferencias entre formas de pecar, porque Dios no las hace. Trata a cada cual como Cristo mismo le trataría. Y recuerda de qué acusaban constantemente al Maestro: de comer con publicanos y pecadores, como lo somos cada uno de nosotros.


 

 


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