El ADN del refugiado, del extranjero, lo llevamos con nosotros. ¿Cómo no, si como extranjero y como refugiado se encarnó el propio Dios en este mundo en forma de hombre?
Después de escuchar una magnífica y entrañable charla sobre Casiodoro de Reina y su traducción de la Biblia del Oso al castellano, ofrecida en Salamanca por Luis Fajardo, director de la Sociedad Bíblica de España, durante un evento organizado por la Facultad de Filología (USAL) y la Asociación Cultural Evangélica Jorge Borrow, en octubre pasado, ya en la tranquilidad de la noche me puse a meditar sobre eso de identificarnos tanto con ciertas personas y circunstancias. Y más aún cuando en su vida no ha faltado la persecución, el exilio, destierro, migración, la cárcel, la censura… Pero han seguido adelante, pues tenían una meta y un fin en el que creían. Así oí de Reina, que el suyo era traducir las Escrituras de modo que llegara a muchas personas y la vida de estas fuese transformada, y a su vez ellas transformaran su entorno y el mundo que les rodeaba, cumpliendo aquel gran mandato del discipulado.
Y he ahí que recordé tantos objetivos, como el de aquellos que salen de sus países con la meta de salvar la vida de sus hijos para que no mueran de hambre, por persecución política o religiosa, o de raza, lengua o nación. Por fe en lo que creen. Así como por fe salió Rut de Moab, acompañando a Noemí. Cuando tenía unos doce años y deambulaba en algún lugar, lejos de mi ciudad natal, leía y releía esta historia que me apasionaba y me hacía sentir como si fuese ella misma, y esto me traía tranquilidad. Como si desde muy allá estuviera emparentada con ella en eso de ser extranjera y peregrina con una ciudadanía que no viene de abajo. Aunque no soy nadie para compararme, hay uno que me da su beneplácito.
Y es que el ADN del refugiado, del extranjero, lo llevamos con nosotros. ¿Cómo no, si como extranjero y como refugiado se encarnó el propio Dios en este mundo en forma de hombre? Ese cordón dejado por Cristo nos hace andantes y a algunos fundantes también. Nos ha dejado esa inquietud de no estar en un mismo sitio, sino inquietamente estar por las calles, caminos, aldeas, ciudades, o fuera de las fronteras en una siembra que no termina nunca… Y siguiendo la trayectoria de ese cordón me encuentro con Abraham, otro forastero errante, pero con un propósito, aquel a quien se le dijo que en él serían benditas todas las naciones. Y nosotros nos sentimos parte de esas naciones, de alguna de ellas, y receptores de esa bendición y de esa promesa.
Y es ese ADN que me hace sentir de la misma familia que Casiodoro de Reina o Juan de la Cruz, guardando las distancias; me hace acercarme y fascinarme con la vida de Servet, María de Bohórquez, Teresa de Ávila, Francisco de Encinas, Pérez de Pineda, Antonio del Corro, Usoz y Río, y tantos otros de ayer y de hoy. Conmoverme y sentir en mi piel los procesos contra Pedro de Osma, el apóstol Pablo en Cesarea, Nabot de Jezreel, o en la cárcel con Dietrich Bonhoeffer, Fray Luis, Juan Bunyán, y tantos otros que seguían escribiendo y buscando reformas y más reformas, a pesar de que las hogueras y cárceles y torturas no eran de mentira, sino una dramática y trágica y deplorable realidad. Y todavía nos hacen derramar lágrimas. Y de la cárcel salieron las mejores y edificantes epístolas o los más bellos cánticos espirituales, o se empezó a escribir sobre el progreso del peregrino. O resonó aquel: ‘Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡regocijaos!’, del apóstol Pablo desde la cárcel.
Es Dios quien ha dejado tatuado en nuestro corazón, escrito en nuestra frente con tinta indeleble la palabra certera para que no se nos olvide, incluso nos la ha atado al cuello para que vaya tintineando y sea como un recordatorio perenne, inmarcesible. Palabra que muchas veces pugna por salir para cumplir su cometido, es la palabra transformadora que va moldeando vidas para traer más vida, y más nueva humanidad.
¿Respondería eso a que los que leyeron estas palabras, comprendieran e hicieran suyo su sentido más profundo, se arriesgaran a tal punto de morir por su divulgación y bien para todos, no solo para ellos? ¿Si no, para qué?
A principios de 1900, algunos de mis ancestros llegaron desde el nordeste de Brasil, Portugal y Colombia, hasta Bolivia, en la frontera con Brasil, y empezaron a plantar su tienda y extenderse por la zona. Son parte de los que contribuyeron con su granito de arena al desarrollo de la región, junto con muchos otros. Muy trabajadores y sacrificados. Pero las travesías de mi familia del nordeste brasileño no habían empezado ahí. Habían empezado en el distrito de Viana do Castelo en el norte de Portugal, cerca de la frontera con España, cuando de allí, en el siglo XVII, junto con un gran contingente de inmigrantes salieron cuatro hermanos de una familia Alenquer, atraídos por los aires de expansión y explotación en el nordeste de Brasil, los cuales se establecieron en las laderas de la Chapada do Araripe, ya como familia Alencar y diseminándose por todo el Brasil, donde todos los Alencar somos parientes, sean quienes sean. Siguiendo esta estela, mucho más tarde, otros seguirían hasta Bolivia en la frontera con el Estado del Acre (Brasil), en la época que bullía el caucho. Esto me lleva a pensar que este ADN es real en nuestra vida. Quizá a algunos el Señor se lo pone más cerca. Inician su periplo de forma más intensa porque ya han nacido en el seno mismo de la migración. En su epicentro. Los lanza a la aventura, tanto que les parece normal. Y escuchamos las historias una y otra vez para empezar a prepararnos. Nos engancha a los viajes de Rut, José, Moisés, Jesús, mucho antes para que nos vayamos acostumbrando. Y no nos lo presenta como un viaje tipo Disneylandia. Claro que hay momentos lindos, pero hay mucho sacrificio, y para algunos no hay finales felices. Pero les da el temple para soportar. Y para decir: que esto no es el fin, sino el comienzo de una nueva vida.
Ese ADN inyectado por Dios, a algunos le da la facilidad de ver a todos como de su familia. Y como humanos no lo entendemos, pero es posible. Como humanos pensamos que hay algún interés, ya sea económico, de poder o de sexo, sin embargo, existen personas que buscan esa parentela mundial. Se han acostumbrado a vivir así. Por eso lo tienen fácil a la hora de hacer determinadas cosas, y llegan a adaptarse a otros lugares y personas como algo normal. Pero como humanos no lo entendemos y no hay cómo explicarlo. Que es así, no somos nosotros mismos los que ponemos este sentimiento porque no somos nada… Algunos tienen esa facilidad para moverse aun cuando puede no ser grato coger los bártulos y dejarlo todo si es necesario. No los juzguemos. ¡Hay que irse a Belén, sin llevarse nada porque el viaje es duro, y no sabemos qué nos depara el futuro! ¡Allá se van!… ¡Ahora tu pariente será Noemí, aunque no llevas su sangre! Y sonríen…. Y lo aceptan contentados... No los miremos asombrados. A cada uno Dios les da un cometido. Unos tienen que amar su tierra y no cambiarla por nada en el mundo. Otros tienen que cambiarla por otra o por otras. Solo al final sabremos el porqué de las cosas.
Así que escuela tenemos y nadie se extrañe cuando vea a alguno que lleva tatuado en la frente las palabras: ‘Forastero y peregrino de por vida’. Y también revestido con una armadura para no amilanarse fácilmente, porque la lucha no es solo contra sangre y carne...
Al oír hablar de Casiodoro de Reina, una gran tristeza me embargó, como si fuera carne de mi carne, sangre de mi sangre.
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