La disposición de acogida en el espíritu del Evangelio se está viendo menoscabada en Estados Unidos.
Este jueves 28 de noviembre, la familia estadounidense se reunió para celebrar con una cena llena de simbolismo –y de pavo--, su Thanksgiving Day o Día de Acción de Gracias.
Estados Unidos es una nación agradecida. Su Día de Acción de Gracias se inspira en el consejo mismo de las Sagradas Escrituras que los peregrinos impusieron con su fe y con su gratitud. Dios es un Dios Dador y quienes recibimos de Él, deberíamos ser permanentemente agradecidos por lo que nos da generosamente, día tras día. Y dar, porque “Dios bendice al que da… con alegría” (2 Cor. 9.7).
En ese espíritu de dar, los bendecidos Estados Unidos tradicionalmente han acogido a individuos y a familias nacidos en otras latitudes que han querido hacer de ella su nueva patria; sin tener que renunciar a la original. Precisamente en este punto nace la celebración que ya lleva recorridos casi cuatrocientos años y que, lejos de debilitarse, se hace cada vez más fuerte.
Los primeros colonos llegaron a las costas del noreste por allá por mil seiscientos con la firme decisión de hacer de estas tierras su nuevo hogar. No vinieron en plan de conquista ni con el propósito de arrebatar a los nativos sus riquezas, sus creencias o sus identidades e irse. Vinieron a quedarse. Trabajaron duro para hacerse un espacio. Lo lograron, y se quedaron.
La celebración tiene un profundo sentido espiritual. Quienes hemos participado en la cena en distintas ciudades de los Estados Unidos, hemos visto cómo, desde diferentes puntos del país, llegan los miembros de la familia para sentarse a la mesa con el pavo como “personaje central” (cada año se faenan para este día unos 50 millones de estas aves). Antes de empezar a comer, el jefe de familia hace una oración a Dios con miembros y visitantes tomados de las manos y da gracias por los bienes recibidos, que pueden ser muchos o pocos según el caso.
Tristemente, esa disposición de acogida en el espíritu del Evangelio se está viendo menoscabada por el actual presidente quien se ha empeñado en apagar la antorcha de la Estatua de la Libertad que se yergue en la bahía de Nueva York construyendo un muro en la frontera con México. Que más que impedir la entrada de foráneos, está destruyendo la tradición cristiana que los Estados Unidos han mantenido a lo largo de los años. Y bloqueando aquella promesa de Dios de bendecir al que da. Si el que tiene no da, corre el riesgo de no solo perder la bendición, sino todo o mucho de lo que tiene.
Construida en Francia y regalada a los Estados Unidos en 1876 con motivo del primer centenario de su independencia, la Estatua de la Libertad dio la bienvenida a miles de inmigrantes llegados de Europa por barco, muchos de ellos trayendo como equipaje solo lo que habían podido meter en una maleta.
Aunque hoy día la estatua sigue en el lugar donde fue instalada originalmente, la construcción del muro en la frontera con México pareciera estar amenazando de muerte lo que hasta hace poco fue un símbolo de acogida y hospitalidad. La antorcha que la dama sostiene en su mano derecha se está apagando; ya no ilumina –metafóricamente— como lo hizo antes. Ahora, pareciera haber sido reemplazada por un semáforo vial cuyos comandos se sitúan en la Casa Blanca. Luz verde automática para quienes llegan con mucho dinero sin importar si es blanco, rojo o negro (el dinero). El dinero da poder y abre puertas. Luz amarilla para detener el proceso por el tiempo que sea necesario y estudiar el patrimonio del solicitante, que se puede convertir en roja si sus haberes no son suficientes; o verde, si después de un estudio se autoriza la entrada, dependiendo de quién sea.
Todos los gobiernos anteriores se manejaron con mayor o menor tolerancia en la recepción de los que procuraban entrar al país por la frontera con México. Siempre reconocieron que no obstante venir sin recursos, los inmigrantes constituían mano de obra necesaria. Muchos de ellos se integraron a trabajos “menores” como cosechar tomates o lechugas, albañilería o mozos de restaurantes. Sus descendientes, sin embargo, aprendieron el idioma, llegaron a la universidad y, no pocos destacaron como profesionales, políticos del más alto nivel, profesores universitarios, inventores, músicos, escritores y hasta candidatos a la Presidencia. Hoy todo eso tiende a eliminarse con la construcción del muro. Habrá que ver, sin embargo, hasta dónde este impedimento llega a ser lo que se propuso su impulsor porque la creatividad de nuestra gente va más allá que un simple muro, por más sofisticado que este sea.
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