El hecho de que en el Génesis no aparezcan referencias a otros planetas similares no debería frenarnos a pensar que cabe la posibilidad de que existan.
Hace pocos días se ha otorgado el premio Nobel de física 2019 a los científicos Michel Mayor y Didier Queloz por el descubrimiento del primer exoplaneta en 1994. Aunque a día de hoy se han descubierto otros muchos exoplanetas, encontrar el primero fue un hito: se trataba de encontrar planetas en otros sistemas solares, entre los cuales podía haber algunos con características similares a las de la Tierra, pudiendo por tanto ser teóricamente habitables por seres humanos. Y digo teóricamente porque estos planetas se encuentran a muchos años luz de distancia con respecto a nuestro hogar terrícola, por lo que en principio sería imposible llegar hasta allí.
Poco después de ser premiado con el Nobel, Michel Mayor dio una entrevista al diario El País cuyo titular reza “No hay sitio para Dios en el universo”. De toda la entrevista, solamente una pregunta está dedicada a esta cuestión, táctica utilizada habitualmente en los medios de comunicación para obtener un titular fácil y llamativo. La versión digital de la noticia contaba con cientos de comentarios de todo tipo pocos minutos después de que apareciese la noticia: misión cumplida.
En su respuesta a la pregunta “¿cuál es el sitio de Dios en el universo?”, Michel Mayor señala que según la visión religiosa Dios decidió que hubiese vida tan sólo en la Tierra, que hay que seguir investigando para comprobar si hay vida en otros lugares, y que para él no hay lugar para Dios en este universo que él se ha dedicado a investigar. Puesto que estas declaraciones las realiza tras recibir el Nobel por el descubrimiento de aquel primer exoplaneta, parece afirmar implícitamente, por tanto, primeramente que los exoplanetas supondrían un reto para la cosmovisión cristiana del mundo, y por otro lado que la existencia de vida o de seres racionales en el universo (ya no hablamos de mera vida sino de vida inteligente) supondría un reto mucho mayor, pues que todo ello mostraría que la Biblia está equivocada.
Quizá Mayor y otros colegas de diferentes ámbitos científicos ignoren que estas cuestiones ya fueron tratadas por científicos cristianos hace varios cientos de años. Ese es el caso, por ejemplo, del astrónomo, ingeniero y físico Christiaan Huygens (1629-1695), famoso por haber descubierto el anillo de Saturno tras años dedicado junto con su hermano a pulir lentes en su Holanda natal, o por haber construido el primer reloj de péndulo. Esos avances ya le valdría un lugar en la historia, pero si uno desbroza cada una de sus aportaciones al ámbito científico, se percata de que la relevancia de su figura es enorme: entre otros, jugó un importante papel al dirigir a su pupilo G.W. Leibniz en el camino correcto para la invención del cálculo infinitesimal cuando éste último todavía era un jurista y comenzaba a introducirse en las matemáticas; asimismo, fue el primer director de la academia de las ciencias de París, lugar de excelencia investigadora en el momento, en contraposición a las por aquel entonces anticuadas universidades.
Si bien Huygens es conocido por esas aportaciones a la astronomía, ingeniería y matemáticas, no son tan conocidos sus textos que tratan cuestiones teológicas. El más importante de ellos es el Cosmotheoros (1698, publicado póstumamente), una obra hoy prácticamente olvidada pero que en el momento de su publicación contó con un enorme éxito editorial: originalmente escrita en latín, fue rápidamente traducida a varios idiomas, como el francés, inglés u holandés. El tema principal merecía este éxito de público: ¿existen en el universo planetas similares a la Tierra? De ser la respuesta positiva, ¿tendrían estos planetas habitantes similares a nosotros? Hay que recordar que cuestionarse sobre la vida extraterrestre y sobre otros mundos lejanos fue un tema recurrente en el siglo XVII: pocos años atrás Galileo, Kepler y Copérnico habían eliminado a la Tierra de todo estatus especial en el universo con respecto al resto de cuerpos celestes, y desde hace poco tiempo se entendía que la Tierra era un planeta similar a aquellos otros que se podían observar con telescopios simples. El misterio del contenido del universo llevó a Kepler a escribir su Somnium (1634), una novela con tintes autobiográficos en la que el protagonista viaja a la luna mediante un hechizo; y al monje Francis Godwin a publicar Man on the Mooone (1638), novela en la que un español llamado Domingo González se lanzaba al espacio a buscar nuevos mundos, una clara muestra de la visión del español colonizador de la época. Lo novedoso del Cosmotheoros con respecto a estos otros textos, sin embargo, era el tratamiento del tema. Huygens no ofrece historias noveladas, sino un ensayo que navega entre la física y diferentes especulaciones teológicas y filosóficas.
En resumidas cuentas, Huygens utiliza series de analogías para intentar conocer esos mundos que todavía hoy nos resultan inalcanzables. Señala que todos los planetas son iguales, incluyendo la Tierra, por lo que si ésta tiene ríos, árboles y animales, ¿por qué esos otros planetas no iban a tenerlos también? Esta forma de pensar es causa de, por un lado, la idea de que la Tierra no es el centro del universo y por lo tanto no tiene nada de especial entre el resto de cuerpos celestes; y por otro lado, del método inductivo (de casos particulares se infieren o hipotetizan leyes generales), habitual en la física.
Para comprender la forma de razonar de Huygens, él mismo propone un llamativo ejemplo. Para conocer la anatomía de un perro, no necesitamos abrir en canal a todos los perros existentes: tan sólo valdrá con conocer la anatomía de varios canes para inferir la anatomía del resto. Del mismo modo, al conocer la Tierra, se podrían hacer “excelentes conjeturas” sobre cómo deben ser el resto de planetas. Aunque Huygens peca de optimista al pensar que muchos planetas cercanos podrían albergar vida inteligente, no se equivocó al señalar que el resto de planetas pueden tener vida orgánica, ríos, montañas y otros accidentes, siendo por lo tanto muy similares a la Tierra. Pero lo interesante está en comprobar cómo su forma de razonar es mucho más apropiada para responder a de qué modo la existencia de exoplanetas y de posibles seres racionales en el universo podrían retar o no al relato cristiano.
Como protestante devoto, Huygens no deja de lado las cuestiones más espinosas que se infieren de estas especulaciones. Si hubiese seres en estos exoplanetas, ¿qué sería de ellos respecto al relato del Génesis? ¿Serían seres creados por Dios? ¿Qué sería de ellos respecto al pecado y la gracia? En su opinión, el Génesis no pretende ser un tratado científico, sino un relato veraz que enseña y explica cómo Dios creó el mundo. Por ello, el hecho de que en el Génesis no aparezcan referencias a otros planetas similares no debería frenarnos a pensar que cabe la posibilidad de que existan. Por otro lado, si éstos contienen seres racionales, iguales que nosotros, y Dios los ha creado a ellos del mismo modo que ha creado el universo y todo lo que hay en él, ¿por qué no iban a entrar en el plan de redención a través de Jesucristo?
Mi intención no es exponer de qué modo son las cosas, puesto que personalmente soy escéptico ante el hecho de que existan otros seres racionales en el universo. Lo interesante es saber, por un lado, que estas cuestiones que algunos científicos creen proponer como un reto difícilmente superable para el cristianismo pueden efectivamente ser respondidas de diversas maneras; y por otro lado, que de hecho ha habido científicos cristianos que lo han hecho en el pasado, algo que parecen desconocer.
Creo que no es difícil comprender por qué la existencia de exoplanetas en el universo no anula de ninguna manera la veracidad del relato del Génesis. Como dice Huygens, este relato no pretende ser un tratado científico ni un manual de astronomía. Dios no nos ha dado todas las respuestas en el Génesis sobre nuestro mundo, pero sí que ha dado las claves para comprender que Él fue el creador del universo y todo lo que hay en él. Es por ello que, más que un reto para el cristianismo, el encontrar seres racionales en otros planetas supondría un reto antropológico, pues entonces deberíamos especular sobre la posibilidad de que estos seres racionales sean considerados humanos o no.
Aunque hay honrosas excepciones, como Schrödinger (recordemos su ¿Qué es la vida?), Penrose o Severo Ochoa, figuras que en mayor o menor medida han sabido dar pie a diferentes tipos de especulaciones no científicas al enfrentarse a los misterios del universo, si algo ha marcado la praxis científica de los siglos XX y XXI es su separación casi total con las humanidades. Este es el motivo, en mi opinión, de que eminentes científicos como Mayor traten cuestiones tan complejas como el lugar de Dios en el universo de un modo tan sorprendentemente superficial. Científicos como Huygens tenían formación en ciencias, filosofía, lenguas clásicas y teología, por lo que eran capaces de reconocer cuándo hay cuestiones que navegan entre varias disciplinas (lo que hoy llamamos interdisciplinares) y cuándo hay otras que se enmarcan en un solo campo. No quiero pecar de nostálgico al exaltar otras épocas, sino tan sólo resaltar lo que le falta a la nuestra. Esto ayudaría a Mayor a comprender la complejidad del asunto: quizá, si no ha encontrado a Dios en el universo, es que no ha buscado demasiado bien.
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