La diferencia de criterio, el mantener la propia postura fundamentada en buenos valores y otras cosas parecidas ya no son algo bien entendido, ni por supuesto aplaudido.
Como supongo que nos viene a pasando a todos conforme van pasando los años, uno descubre que con el tiempo ha ido acumulando, sin saberlo, ciertos “enemigos” que desde el silencio han ido acumulando malestar, bilis y mucha mala idea contra uno sin que uno de primeras acierte muy bien a saber las razones. Incluso intuyéndolas o sabiéndolas, que a veces pasa, no tienen nada que ver con la mala intención o con haber hecho un mal real al otro, sino con que el encuentro, simplemente, no fue lo que ellos esperaban. Al fin y al cabo, nos toca asumir que siempre somos el malo en la historia de alguien, tenga razón o no la tenga. Y que otros lo son en la nuestra. Solo que a veces las formas de unos y otros son bien diferentes.
Cuesta aún más de entender este tipo de “fenómenos” cuando son personas que durante muchos años, incluso, parecían haber desaparecido de la escena: aparecieron de manera efímera, por unas razones u otras los caminos de ambas vidas se cruzaron con un resultado con el que dichas personas, evidentemente, no estuvieron contentos y volvieron a desaparecer, sin más. Y sin pena ni gloria. Pero solo aparentemente. Porque donde daba la impresión de que cada cual se había vuelto por donde vino y que la vida seguía tal cual, resultó ser que no. Algunas de estas personas permanecen agazapadas en la distancia esperando encontrarse con el momento en que poder volcar de vuelta en uno toda la amargura acumulada. Así somos, qué le vamos a hacer.
Ahora bien, quiero hacer mi reflexión yendo algo más allá. Porque el asunto de que otra persona pueda tener algo en contra de uno es una cuestión que debemos asumir. Al fin y al cabo, nunca llueve a gusto de todos. Y cualquier esfuerzo por mantener agradado a todo el mundo solo se traduce en un desgaste innecesario y en resultados muy, muy pobres. Lo que me parece digno de mención, si no de estudio, son muchas de las razones que estos acumuladores de odio a largo plazo argumentan en sus fueros internos y públicos para justificar sus posturas.
En muchas de esas ocasiones, lo que viven como una ofensa nunca fue tal, aunque como la ofensa se entiende como subjetiva y voluntaria, la discusión no tiene lugar. Pero cuestiones subjetivas aparte, lo que sí que sucedió es que se contravino a sus deseos, y eso para algunos es ofensa mortal.
Pues los tales -no los que se ofenden, sino los que se lanzan con la caballería cuando les pasa- debieran saber (vamos a pensar que se peca solo de ignorancia, aunque me temo que no):
La verdad es que esto que describo es solamente la punta de un gigantesco iceberg que apesta a inmadurez por todas partes. Y no va a ir a menos, créanme, porque está anclado en lo más profundo de nosotros. Cada uno contamos la feria como la vivimos y todos la vemos diferente, para bien o para mal. De manera que la diferencia de criterio, el mantener la propia postura fundamentada en buenos valores y otras cosas parecidas ya no son algo bien entendido, ni por supuesto aplaudido.
Yo me conformaría con que fuera simplemente algo respetado. Y el respeto incluye que, cuando tengamos algo en contra de alguien lo hablemos abiertamente con el tal, o al menos la reacción se tenga por los medios adecuados. Las reacciones demasiado viscerales siempre me resultan sospechosas, porque las cosas no suelen ser ni completamente blancas, ni completamente negras, sino que se mueven en los grises.
¡Claro que todos podemos pensar en personas que encontramos en algún momento de nuestras vidas y cuyas acciones nos desagradaron, nos disgustaron, o nos ofendieron! Todos ofendemos y todos somos ofendidos. Ese no es solo territorio de algunos. Pero me preocupa cuando, no solo no nos hacemos autocrítica y nos recordamos que quizá en alguna medida pudimos hacerlo mal, sino que nos cargamos de razones y de todo el armamento posible para decapitar a quien se la juramos en nuestra mente tiempo atrás.
Penoso doblemente cuando, además, resulta que nos hacemos llamar cristianos y seguidores de Jesús, pero actuamos de forma completamente opuesta a la que tuvo el Maestro, mucho más respaldado por la justicia y la verdad que todos nosotros y mucho más manso y humilde también, aunque contundente cuando correspondía, en todas sus respuestas.
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