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Todos somos el malo en la historia de alguien

La diferencia de criterio, el mantener la propia postura fundamentada en buenos valores y otras cosas parecidas ya no son algo bien entendido, ni por supuesto aplaudido. 

EL ESPEJO AUTOR Lidia Martín 15 DE SEPTIEMBRE DE 2019 19:00 h

Como supongo que nos viene a pasando a todos conforme van pasando los años, uno descubre que con el tiempo ha ido acumulando, sin saberlo, ciertos “enemigos” que desde el silencio han ido acumulando malestar, bilis y mucha mala idea contra uno sin que uno de primeras acierte muy bien a saber las razones. Incluso intuyéndolas o sabiéndolas, que a veces pasa, no tienen nada que ver con la mala intención o con haber hecho un mal real al otro, sino con que el encuentro, simplemente, no fue lo que ellos esperaban. Al fin y al cabo, nos toca asumir que siempre somos el malo en la historia de alguien, tenga razón o no la tenga. Y que otros lo son en la nuestra. Solo que a veces las formas de unos y otros son bien diferentes.



Cuesta aún más de entender este tipo de “fenómenos” cuando son personas que durante muchos años, incluso, parecían haber desaparecido de la escena: aparecieron de manera efímera, por unas razones u otras los caminos de ambas vidas se cruzaron con un resultado con el que dichas personas, evidentemente, no estuvieron contentos y volvieron a desaparecer, sin más. Y sin pena ni gloria. Pero solo aparentemente. Porque donde daba la impresión de que cada cual se había vuelto por donde vino y que la vida seguía tal cual, resultó ser que no. Algunas de estas personas permanecen agazapadas en la distancia esperando encontrarse con el momento en que poder volcar de vuelta en uno toda la amargura acumulada. Así somos, qué le vamos a hacer. 



Ahora bien, quiero hacer mi reflexión yendo algo más allá. Porque el asunto de que otra persona pueda tener algo en contra de uno es una cuestión que debemos asumir. Al fin y al cabo, nunca llueve a gusto de todos. Y cualquier esfuerzo por mantener agradado a todo el mundo solo se traduce en un desgaste innecesario y en resultados muy, muy pobres. Lo que me parece digno de mención, si no de estudio, son muchas de las razones que estos acumuladores de odio a largo plazo argumentan en sus fueros internos y públicos para justificar sus posturas. 



En muchas de esas ocasiones, lo que viven como una ofensa nunca fue tal, aunque como la ofensa se entiende como subjetiva y voluntaria, la discusión no tiene lugar. Pero cuestiones subjetivas aparte, lo que sí que sucedió es que se contravino a sus deseos, y eso para algunos es ofensa mortal. 



Pues los tales -no los que se ofenden, sino los que se lanzan con la caballería cuando les pasa- debieran saber (vamos a pensar que se peca solo de ignorancia, aunque me temo que no): 




  • Que simplemente lo que sucedió pudo ser parte de la libertad de la otra persona para actuar en conciencia, para no hacerse cómplice de cosas que no compartía de manera honesta y en las cuales no quiere, ni puede participar.

  • Oponerse al deseo del otro se entiende demasiadas veces como un intento alevoso por aguar la fiesta – y como si fuéramos niños pequeños que nos expresamos por pataleta, la reacción es exactamente esa-. Este es uno de los mayores delitos en el tiempo que vivimos: el que no me dejen hacer lo que quiero o se me apoye en ello.

  • En otros momentos, siendo que no se quiso llamar a lo malo bueno, ni a lo bueno malo, se les dijo que NO -una de las palabras, por cierto, peor toleradas por parte de los nuevos tolerantes y pro-diálogo- y se creó con ello una enemistad muchas veces de por vida, porque estas personas no son revisionistas para nada, principalmente porque no les conviene.

  • No es infrecuente que el conflicto surgiera por defender la justicia, lo que era legítimo, pero codiciado a la vez por quien quiso arrebatarlo de forma antirreglamentaria. Da igual que defiendas tu puesto de trabajo, tu matrimonio, o tu integridad personal. El NO no está contemplado como posible respuesta a recibir, aunque por supuesto ellos la emitirán sin contemplaciones siempre que lo vean oportuno para sus fines. 

  • En algunas ocasiones, se malentendió la lealtad -o se usó con fines puramente egoístas y de conveniencia- y se confundió con un pacto vitalicio para plegarse a todo: “Si eres mi amigo, tienes que apoyarme en esto”. Esta es la manipulación más vieja del mundo, porque viene con la letra pequeña que dice “Así que si no me apoyas, no solo no eres mi amigo, sino mi enemigo”. Y así es como la lealtad se convierte en sus cabezas en algo podrido que termina oliendo en cuanto abren la boca. En ese momento, o bien se te enfrentarán con uñas y dientes, o te pondrán de vuelta y media ante quien les quiera prestar oído -ojalá sean los menos- o seguirán presionándote y chantajeándote emocionalmente hasta que cedas.

  • Olvidados quedan en esos momentos de acritud, por supuesto, los principios a los que cada cual nos debemos, sobre todo cuando no solo tienen que ver con nuestro propio criterio o inclinación, que ya de por sí debería ser respetado, sino que tiene que ver con la realidad de que respondemos en nuestros actos y alianzas ante alguien por encima de nosotros. No solo a un jefe o a un superior, que también, sino yendo mucho más allá, ante Dios mismo, aunque a algunos esto les pueda parecer del milenio pasado. Efectivamente, algunos decimos sí o no a ciertas cosas pensando en agradar a Dios antes que a los hombres. Por eso precisamente, en otros foros menos obsesionados por salirse con la suya, se nos respeta, se nos da confianza, y nuestra palabra tiene un valor.



La verdad es que esto que describo es solamente la punta de un gigantesco iceberg que apesta a inmadurez por todas partes. Y no va a ir a menos, créanme, porque está anclado en lo más profundo de nosotros. Cada uno contamos la feria como la vivimos y todos la vemos diferente, para bien o para mal. De manera que la diferencia de criterio, el mantener la propia postura fundamentada en buenos valores y otras cosas parecidas ya no son algo bien entendido, ni por supuesto aplaudido. 



Yo me conformaría con que fuera simplemente algo respetado. Y el respeto incluye que, cuando tengamos algo en contra de alguien lo hablemos abiertamente con el tal, o al menos la reacción se tenga por los medios adecuados. Las reacciones demasiado viscerales siempre me resultan sospechosas, porque las cosas no suelen ser ni completamente blancas, ni completamente negras, sino que se mueven en los grises. 



¡Claro que todos podemos pensar en personas que encontramos en algún momento de nuestras vidas y cuyas acciones nos desagradaron, nos disgustaron, o nos ofendieron! Todos ofendemos y todos somos ofendidos. Ese no es solo territorio de algunos. Pero me preocupa cuando, no solo no nos hacemos autocrítica y nos recordamos que quizá en alguna medida pudimos hacerlo mal, sino que nos cargamos de razones y de todo el armamento posible para decapitar a quien se la juramos en nuestra mente tiempo atrás. 



Penoso doblemente cuando, además, resulta que nos hacemos llamar cristianos y seguidores de Jesús, pero actuamos de forma completamente opuesta a la que tuvo el Maestro, mucho más respaldado por la justicia y la verdad que todos nosotros y mucho más manso y humilde también, aunque contundente cuando correspondía, en todas sus respuestas. 


 

 


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COMENTARIOS

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Earendil
30/09/2019
17:17 h
2
 
El problema es alcanzar esa contundencia espiritual sin entrar en la carne...es realmente raro encontrar personas así entre el rebaño del Señor. De hecho Jesús tuvo contundencia en muchos momentos...pero en el momento CLAVE de toda su vida, en su apresamiento, azotamiento, juicio y muerte en la Cruz...no fue en absoluto contundente...más bien se comportó con una mansedumbre "imperdonable"...la mayoría de nosotros diríamos que fue un tonto que se dejó abusar por otros...
 
Respondiendo a Earendil

Esteban
17/09/2019
13:32 h
1
 
Levítico 19:17-18 No aborrecerás a tu hermano en tu corazón; razonarás con tu prójimo, para que no participes de su pecado. No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová.
 



 
 
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