Numerosas son las recomendaciones de Dios acerca de atender a los excluidos y menesterosos de nuestro entorno, es decir, a los menos privilegiados.
El pasado 12 de junio, nuevamente se celebró el "Día mundial contra el trabajo infantil", fecha que, en 2002, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estableció para concienciar acerca de la gravedad de esta problemática, y, de forma conjunta, con otras organizaciones, tomar las medidas necesarias para su erradicación. Este año, además, se celebra el 20 aniversario del Convenio sobre las peores formas de trabajo infantil de la OIT, 1999 (núm. 182), convenio que todavía no ha sido revalidado por algunos países. Por ello, desde esta organización piden “la plena ratificación y aplicación del mismo y del Convenio de la OIT sobre la edad mínima, 1973 (núm. 138); así como la del Protocolo de 2014 del Convenio sobre el trabajo forzoso, que protege tanto a los adultos como a los niños”.
Destacable es que la OIT se interese por la Meta 7 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), aquellos que pasaron a sustituir a los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODS) en 2015, con el compromiso de los gobiernos implicados, los cuales también están comprometidos con la tarea de erradicar el trabajo infantil en todas sus formas. Recordamos que, el 25 de septiembre de ese año 2015, los líderes de los países se comprometieron a adoptar los ODS, los cuales están conformados por 17 objetivos y 169 metas, y que pretenden atacar los problemas económicos, sociales y medioambientales que constituyen una lacra para gran parte de la humanidad. Como es de todos conocido, con estos nuevos objetivos se pretende erradicar totalmente la extrema pobreza, reducir a la mitad la pobreza, garantizar el acceso a una educación de calidad con igualdad de oportunidades, el acceso al agua potable y a la energía moderna, asequible y sostenible; acabar con la discriminación y la violencia contra las mujeres, etc., durante el período 2015-2030. Dicha Meta 7 tiene como fin: “asegurar la prohibición y eliminación de las peores formas de trabajo infantil, incluidos el reclutamiento y la utilización de niños soldados, y, a más tardar, en 2025, poner fin al trabajo infantil en todas sus formas”.
Los niños deberían vivir como niños, jugando, formándose, siendo amados, cuidados, protegidos, mas no es así, pues aún hoy, en este siglo XXI, 152 millones de niños, entre 5 y 17 años, todavía se encuentran en situación de trabajo infantil, además la mitad de ellos llevan a cabo su trabajo en condiciones extremadamente peligrosas.
No podemos olvidar que millones de niños y niñas son alcanzados por las peores formas de trabajo infantil. Miles y miles trabajan en los basureros de Nicaragua, Colombia, México, El Salvador, Perú, Camboya, Egipto… recolectando hierro, cartón, vidrio, plástico, etc. Los niños se ven obligados a trabajar unas 12 horas al día a cambio de un dólar, y en condiciones insalubres que los hacen vulnerables a las enfermedades infecciosas. Familias enteras que llevan esta forma de vida durante varias generaciones, sin vislumbrar otra alternativa que no sea la de vivir en el vertedero, compitiendo con las aves de rapiña. Dramática también es la situación de los menores que trabajan en las minas como las de Bolivia o de la República Democrática del Congo, por poner un ejemplo. Según datos de Unicef, en el 2014 alrededor de 40.000 niños trabajaban en las minas del sur del Congo, dedicados principalmente a la extracción del cobalto. Este país africano tiene una enorme riqueza en cuanto a minerales y piedras preciosas, produce la mitad del cobalto del mundo, pero su población vive en la miseria; los niños trabajan sin ningún tipo de seguridad, y en riesgo de perder la vida solo por 1 o 2 dólares diarios.
Trabajar en situaciones que entrañan peligro para la vida atenta contra los derechos más elementales de los niños, lo dice el artículo 3 de la Convención de los Derechos del Niño. El artículo 3 del convenio Nº 182 de la OIT menciona como una de las peores formas de trabajo infantil “el trabajo que, por su naturaleza o por las condiciones en que se lleva a cabo, es probable que dañe la salud, la seguridad o la moralidad de los niños”; por lo tanto, podemos considerar el trabajo en las minas o en los vertederos como altamente nocivos para la salud y que entraña riesgo de muerte para los menores, solo por citar alguna de estas peores formas de trabajo. No menos importante es la actividad que realizan los niños que trabajan en la calle limpiando coches, lustrando zapatos, vendiendo golosinas u otros productos a altas horas de la madrugada, los cuales sufren violencia, abusos y son susceptibles de caer en la drogadicción, prostitución o la delincuencia. Otras de estas peores formas de trabajo infantil contenidas en este artículo 3, son “Todas las formas de esclavitud, o las prácticas análogas a la esclavitud, como la venta y el tráfico de niños, la servidumbre por deudas y la condición de siervo, y el trabajo forzoso u obligatorio, incluido el reclutamiento forzoso u obligatorio de niños para utilizarlos en conflictos armados”. Prácticas que se ejercen en su totalidad, recordemos a los niños que, en la India, trabajan sin descanso, como esclavos del siglo XXI.
Gran porcentaje de estos niños no estudian; en tal sentido, no podrán acceder al mercado de trabajo en un futuro ni alcanzar un ingreso digno, ni una vida digna a la que todo ser humano tiene derecho. Alimentarán la pobreza secular que no se podrá paliar, por lo menos, si no tomamos conciencia de que su problema es el nuestro.
Hoy, aprovecho la oportunidad para hablar de una obra que conocí de primera mano el año 2011, cuando, acompañando al equipo de Alianza Solidaria y pagando mi billete, visité la Asociación Turmanyé, que lleva a cabo sus actividades en Huaraz, en el Departamento Ancash de Perú, en favor de la infancia en situación de pobreza. En ese momento, las estadísticas reflejaban que en ese país andino más del 36% de la población eran menores de 17 años, y de estos, alrededor del 60% estaba en situación de pobreza. Más de tres millones de niños trabajaban. En cuanto al Departamento de Ancash, los datos no eran menos preocupantes: aproximadamente el 30% de este colectivo estaba en situación de extrema pobreza; el 33% de los menores de 5 años tenían desnutrición crónica y más del 50%, anemia. Un 40% de niños entre 6 y 11 años realizaba trabajos que no eran los adecuados para su edad. También sorprendían los datos que informaban de que en Perú solo el 33% de los adolescentes terminaban sus estudios secundarios, porcentaje que se elevaba si nos referíamos a los que tenían como lengua materna el quechua, como era el caso de Ancash. Quizá podríamos hablar de unos 400 niños que deambulaban por las calles de Huaraz, cifra que en unos años después se elevó a 500. Impactaba oír que el abandono era el común denominador que se encontraba en todas las situaciones sufridas por los niños: tanto para los niños pobres que no tenían para alimentarse o no podían asistir a la escuela, así como para los que trabajaban en las calles, como empleados de hogar, en los basureros, como cargadores, lustrando zapatos, etc. Todos, sin excepción, estaban en condición de abandono. Y en esta situación de abandono se encontraban los niños que habían sido ‘regalados’ a terceros por sus propias familias (por no poder alimentarlos o por otras causas) y que terminaban utilizados en el servicio doméstico, o explotados sexualmente. Y podían considerarse abandonados incluso aquellos que, aun conviviendo con sus propias familias, sufrían violencia.
En cuanto al gobierno de la región, éste no se responsabilizaba ni involucraba en ofrecer alternativas de protección para los niños que se encontraban en situación de abandono y desamparo, ni tampoco creaban infraestructuras organizadas de servicios sociales para atender a las familias.
¿Han variado en gran medida todos estos datos? Es evidente que no, aunque hayan disminuido algunos de forma mínima. Y algo que resalta en medio de estas cifras es que la pobreza es la causa central de todas las lacras mencionadas, entre ellas las peores formas de trabajo infantil.
Por ello, ver cómo en medio de las dificultades que entrañaba este tipo de labor, resultó admirable y conmovedor para mí ver de cerca los distintos programas a través de los cuales se mejoraba la vida de los menores en situación de pobreza y riesgo de exclusión social, y también de sus familias. Todo ello lo reflejé en artículos publicados en P+D. Y loable también considero el apoyo que, desde España, se llevaba y se lleva a cabo por Alianza Solidaria, brazo social de la Alianza Evangélica Española, estimulándonos a colaborar con los distintos programas de Turmanyé, sea la Casa-hogar, el Taller de artesanía textil, las actividades en las comunidades quechuas, etc.
Pero hoy hablamos de los niños trabajadores. Ese año de mi primera visita con el equipo de AS, pues en el año 2014 volví por segunda vez a Huaraz, junto a mi familia, fue emotivo de gran satisfacción para mí, al ver que todos los esfuerzos realizados desde aquí se reflejaban allá. Y más porque en Salamanca, desde el año 2008, las mujeres de la iglesia del Paseo de la Estación en Salamanca habían iniciado un mercadillo solidario justamente para beneficiar el programa dedicado a los ‘chicos trabajadores de la calle de Huaraz’, iniciativa que, ojalá, continúen llevando a cabo con la bendición del Señor, por muchos más años más, pues los que se benefician de ese esfuerzo son los niños, los mimados de Jesús, como se puede comprobar en el Evangelio de Lucas, cuando dijo: “Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis, porque el reino de Dios es para los que son como ellos…”. Puso como ejemplo a los más pequeños, otorgándoles una valía sin precedentes.
Me pareció extraordinario poder ver todo en vivo y en directo para después contarlo y así animar a otros. Contar que no hablamos de grandes proyectos, y que no faltan los problemas, porque estas labores no atraen grandes titulares ni grandes donaciones, pero se tornan grandes cuando se puede percibir en las vidas transformadas de muchos de esos niños que llegan sin esperanzas de ningún tipo, y de pronto se ven reflejando esa dignidad dada por Dios a todas sus criaturas.
Pude ver y hablar con alguno de los chicos que trabajaban en las calles de Huaraz mientras disfrutaban de momentos de esparcimiento en medio de su trabajo diario lustrando zapatos, en la construcción o en otras actividades. Niños y adolescentes que eran blanco de peligros como la drogadicción, la delincuencia o la prostitución. Ese día veían una película y escuchaban una charla impartida por alguien que había trabajado en la calle como ellos. Pude ver la entrega de las personas que se dedicaban a esta no menos compleja labor, como Eli Stunt (ahora directora de Turmanyé), Sarita, Mayte Lanero. Y pude encontrarme con adolescentes que habían aprendido un oficio en el ‘Taller de panadería y pastelería Turmanyé’, abandonando las calles. No eran multitudes, pero nuestro modelo por excelencia, Jesús, dejó sentado que vale la pena dedicar tiempo y recursos para marcar la diferencia en la vida de solo una persona, como aquella de Sicar, que ante los ojos humanos no valía gran cosa, pero para Él sí, pues llevaba estampada su viva imagen. Y cambió el plan inicial por un solo ser. Que luego generó otros muchos con su vida transformada. Quizá por todo Jerusalén, por Samaria, Judea y por todos los confines del mundo…
En esos días pude charlar un momento con Isaac, un niño de diez años que trabajaba en las calles de Huaraz. Vuelvo a publicar esa pequeña entrevista y la fotografía que grabó esos instantes.
¿Desde cuándo trabajas? - Desde los cuatro años.
¿Por qué lo haces? - Para ayudar en la casa.
¿Qué peligros hay en la calle? - Drogas, robos, mentiras.
¿Cuánto ganas al día? - 15 o 20 soles (4 o 5,4 Euros)
¿Tus padres trabajan? - Vendiendo jugo de naranja en la calle
¿Qué quieres estudiar cuando seas mayor? - Agronomía.
¿Cómo conociste al equipo de Turmanyé? - Vinieron a la calle y me hablaron de Cristo. Que es bueno y murió por mis pecados. También jugaron conmigo.
Hoy, a raíz de la celebración del Día Mundial contra el Trabajo Infantil, solo quiero recordar para no olvidar una obra en favor de los más necesitados. Seguro que muchas cosas han cambiado, pero las necesidades continúan vigentes, lamentablemente, y esta tarea no es fácil, pues escasean los recursos humanos y materiales. No obstante, vale la pena continuar apoyando, ya sea escribiendo, animando, orando, donando, creando iniciativas solidarias, todo aquello que Dios ponga en nuestro corazón, para apoyar obras como ésta u otras que atienden las necesidades materiales y espirituales de las personas. Y hacer nuestras esas palabras de Jesús en Mateo 25.35: “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me recibisteis”.
A los que nos consideramos cristianos conviene recordar que, en nuestro ‘Manual de instrucciones’, la Biblia, numerosas son las recomendaciones de Dios acerca de atender a los excluidos y menesterosos de nuestro entorno, es decir, a los menos privilegiados. La justicia social está presente en ella, de tal manera que no pase desapercibida. Y admirable es que nada más empezar su ministerio público, el propio Jesús presentó los lineamientos básicos de su misión, diciendo:
“El espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado
para llevar a los pobres
la buena noticia de la salvación;
me ha enviado a anunciar
la libertad a los presos
y a dar vista a los ciegos:
a liberar a los oprimidos
y a proclamar un año en el que
el Señor concederá su gracia” (Mateo 4.18-19)
Hoy es un día muy importante para pergeñar un futuro cargado de esperanza para los niños de todo el mundo, garantizándoles la niñez a la que tienen derecho. Parece imposible, pero todos juntos podemos marcar la diferencia en la vida de millones de niños. Gracias a todas las organizaciones y personas que se han embarcado desinteresadamente en esta lucha.
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