Las Estrellas Orientales llevaba cincuenta años que no se coronaba campeón. En febrero del 2018, los creyentes de la ciudad desarrollaron en el mismo estadio actividades para celebrar los cien años de la llegada de la misión y le pidieron a Dios el triunfo del equipo local.
San Pedro de Macorís es ciudad de la República Dominicana situada al sureste que dista unos 80 kilómetros de Santo Domingo. A principio del siglo XX se destacaba por su pujanza económica apoyada por una prospera industria azucarera que atrajo inmigrantes de varias colonias del área del Caribe. En febrero de 1918, llegó a esta ciudad, desde Puerto Rico, Salomón Feliciano, un misionero pentecostal que rápidamente plantó una iglesia que marcó el inició de esta confesión en el país.
El deporte de mayor tradición entre los dominicanos es el béisbol, actividad que siguen con ardiente pasión y entusiasmo. El equipo de la ciudad de San Pedro, Las Estrellas Orientales, llevaba cincuenta años que no se coronaba campeón. En febrero del 2018, los creyentes de la ciudad de San Pedro de Macorís, desarrollaron, en el mismo estadio donde juegan las Estrellas Orientales, una serie de actividades masivas para celebrar los cien años de la llegada de la misión pentecostal al lugar. Estos hermanos, que son muchos, aprovecharon la ocasión para pedirle al Señor el triunfo de su equipo para el torneo de esa temporada.
Algunos predicadores manifestaron con vehemente convicción que este era el Año de Las Estrellas. El manager del equipo, Fernando Tatis, junto a su hijo, jugador estelar de la escuadra, son fervorosos creyentes, lo mismo que otros jugadores del equipo. Durante todo el torneo, tanto en la serie regular como en las eliminatorias, así como en los juegos finales y decisivos, el equipo de San Pedro de Macorís se mantuvo dando la pelea con permanencia consistente en las primeras posiciones.
Para que logros de este tipo se materialicen es necesario la convergencia efectiva de una serie de factores entre lo que están: buena gerencia, estructuración de un equipo competitivo, buen mercadeo, entusiasmo y sinergia de grupo, deseo de ganar y una evidente calidad y dominio del juego, y en el caso particular de este triunfo, el favor de Dios que fue reclamado con oraciones y clamores por parte de una fanaticada de una notoria influencia evangélico-protestante.
Crédito, además, para el profesante entusiasmo de los jugadores que vivieron su fe cristiana con desbordante fervor en cada una de las jugadas que ejecutaron en el terreno. Estos peloteros dieron testimonio de su fe con sus oraciones insistentes y con sus clamores y alabanzas al Señor, antes y después de cada partido. Todo el júbilo que resonaba después de la victoria, estuvo acompañado de la expresión: ¡La gloria es de Dios!
Independientemente de lo que se pueda pensar de todo esto, la realidad tangible e innegable está ahí: Las Estrellas Orientales, después de medio siglo sin ver un campeonato, ganaron el torneo de béisbol profesional de la República Dominicana correspondiente al período 2018-2019. La oración colectiva de un pueblo abatido, frustrado, disminuido y afectivamente apocado por una aplastante sucesión de 50 cincuenta derrotas durante cincuenta años, ha sido contestada, y ha resurgido una vibrante alegría entre los petromacorisanos. Se trata de una victoria que ha dejado contentos a todos los fanáticos, incluso, a quienes no son simpatizantes de Las Estrellas.
La pregunta que se impone, entonces, es: ¿Qué tiene Dios que ver con algo tan intrascendente, desde cierto punto de vista, como un juego de béisbol o de futbol? Muy poco, podría ser una respuesta aceptable. Pero no hay dudas que Dios tiene su pedagogía para todo y, es probable que Él quiera mostrarnos, más allá del ámbito religioso, una dimensión más de su amor y soberana potestad, desde cualquier área de la vida, incluyendo el deporte.
Dios se revela en la Biblia, además de soberano y perfecto, como un Dios que se relaciona con nosotros desde una perspectiva integral, de manera que Él tiene que ver con la economía, la política, el orden natural; con nuestras alegrías y tristezas, angustias y todas nuestras dudas o afirmaciones.
Dios tiene que ver con nuestras depresiones, nuestros aburrimientos y con la forma como nos divertimos y celebramos la vida. Sin nunca perder de vista su carácter santo y supremo, a Dios no sólo debemos entenderlo desde el punto de vista religioso –Él es más que eso–; a Dios, debemos de entenderlo también desde nuestro diario vivir y desde la forma con que asumimos y celebramos las distintas facetas de nuestras vidas.
La alegría de jugar y divertirnos sanamente es parte de la vida plena que Dios quiere para todos nosotros. El Señor nuestro Dios, a través del profeta Zacarías, nos dejó una promesa, en este sentido, cuando dijo: “Y las calles de la ciudad estarán llenas de muchachos y muchachas que jugarán en ellas” (Zac 8:5). El deporte, el juego sano y la diversión sin malicia forman parte de la vida plena que el Señor quiere que disfrutemos.
El deporte, es simulación de la vida y sus luchas, es la manera más sana y entretenida de medir y probar habilidades y destrezas físicas y mentales dentro de un ejercicio competitivo, limitado y normado por reglas a las son sometidos los participantes con la apreciación y seguimiento que aplica un árbitro, o varios, entre los bandos enfrentados.
El deporte es algo así como encapsular la vida en un momento y espacio para dramatizarla con toda intensidad y realismo y reproducir sus posibles resultados con sus tensiones, victorias, derrotas; emociones, alegrías y fracasos. Sin dudas que, con esta victoria de las Estrellas Orientales, todos, y más que nadie los creyentes, tenemos lecciones que aprender. Dios quiere que dependamos de Él en todas las áreas de nuestras vidas.
En Primera de Corintios 9:24-25 podernos leer: ¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero sólo uno obtiene el premio? Corred de tal modo que ganéis. Y todo el que compite en los juegos se abstiene de todo. Ellos lo hacen para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.
En algún momento el apóstol Pablo observó todo esto y lo reprodujo para ilustrar la intensidad, la fuerza y el impulso supremo con se vive la vida cristiana en la búsqueda e interés de alcanzar la victoria, no sobre enemigos simulados y circunstanciales, sino contra enemigos supremos y definitivos como son el pecado, Satanás y la muerte.
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