Para el pastor Leo, la mano y protección de Dios sobre su familia fue evidente todo el tiempo durante el estado de sitio.
En el centro de Marawi solía haber bullicio y ajetreo, pero hoy la ‘gema’ del islam en la isla filipina de Mindanao es solo una ciudad fantasma cubierta de escombros y cenizas, en su mayor parte acordonada e inaccesible al público, en espera de ser reconstruida. Puede que algunas casas y comercios de las afueras de la zona cero hayan sobrevivido, pero aun así muestran las cicatrices de la guerra en sus puertas y paredes atravesadas por agujeros de balas y marcadas por pintadas de guerra.
Fue el 23 de mayo de 2017 cuando el grupo Maute, yihadistas afiliados a ISIS, sitiaron Marawi y, con el objetivo de expandirse y formar un nuevo califato en el Sureste Asiático, entraron en casas, vandalizaron iglesias y hostigaron a los habitantes del lugar. “El primer día del estado de sitio, los cristianos eran el blanco”, dice Ayesha, coordinadora de Puertas Abiertas en la zona. “Muchos cristianos fueron asesinados. A algunos se les pidió recitar la Al-Fatiha y la Shahada. Cuando se negaron, fueron acribillados a balazos y se les colgó el cartel de ‘traidores’”. Según algunos medios de comunicación, en el punto más crítico del conflicto, el 98% de la población (600.000 personas) fue desplazada, de los cuales 50.000 siguen estando aún en refugios provisionales.
“Las bombas no cesaban ni un segundo, eran continuas, 24 horas al día, y cada día”, dice Leo, un pastor que ha vivido la mayoría de su vida en Marawi y que vio su vida y la de su familia en peligro. Su hija, enfermera, quedó atrapada como rehén del ISIS filipino en el hospital donde trabajaba.
“Eran las tres de la tarde cuando los atacantes entraron, mi hija se estaba preparando para volver a casa”, recuerda Leo. “Yo iba de camino a recogerla y antes de llegar, me llamó diciéndome que Maute e ISIS habían atacado el hospital y lo tenían bajo control. Y que ya había muchos muertos, con policías y guardias de seguridad incluidos”. Leo quiso quedarse cerca todo el día, pero su hija insistió en que regresara a casa porque había mucha gente muerta, y así hizo finalmente: “Solo había una carretera por la que podia pasar, porque el resto estaban controladas por ISIS. Y cuando logré llegar a casa ya era muy tarde”. Leo pidió ayuda a Dios: “Dije ‘Señor, Tú prometiste que me protegerías a mí y a mi familia’. Estaba clamando, suplicando a Dios que me ayudara porque estaba lleno de temor por mi hija. Le pedí que protegiera a mi hija, que nadie la tocara ni la dañara”.
Y efectivamente, el Señor no solo protegió a la hija de Leo, que fue capaz de regresar a casa sana y salva, sino que Leo también fue librado cuando se encontró en una ocasión con ellos cara a cara: “Me dijeron que me decapitarían, pero yo les dije que Dios era el dueño de mi vida y, sin importar lo que me hicieran, Él era mi protector y liberador”. Para el pastor, la mano y protección de Dios sobre su familia fue evidente todo el tiempo durante el estado de sitio, como él mismo reconoce: “Salvó nuestras vidas y nos liberó, a mi familia y a mis hijos de las manos de los enemigos”.
Las tres R: restaurar, reconstruir y reconciliar
Desde Puertas Abiertas nos implicamos desde las primeras semanas del conflicto en la asistencia a los creyentes desplazados, especialmente los cristianos de trasfondo musulmán, ofreciéndoles ayuda de emergencia y facilitando reuniones de oración y adoración.
El pastor Leo fue usado por Dios para ayudar al equipo de Puertas Abiertas en la zona a distribuir alimento y paquetes de ayuda en medio del conflicto. Leo coordinó la distribución con los creyentes de la zona escondidos en refugios temporales. "Para distribuir los paquetes de ayuda usé mi moto. Los vehículos de cuatro ruedas no pueden subir montañas. Llevamos arroz y otras cosas, y se lo dimos a la gente. No pudimos pasar por algunas de las carreteras, y lo hicimos por otros medios", explica. Sarosa*, uno de los muchos creyentes que recibió ayuda, dice: "Jesús es real, porque su ayuda es real para nosotros, para mí y para mi familia. Nunca olvidaré eso".
Ahora, más de un año después, seguimos apoyando a los cristianos de Marawi. "Marawi es todavía hoy muy inestable. Aunque el Gobierno ya está construyendo casas, el desafío es cómo nuestros contactos podrán acceder a ellas", comenta Ayesha. Los expertos cuentan más de 3.000 edificios destruidos en Marawi y, aunque el Gobierno filipino ha prometido reconstruir la ciudad, nuestra coordinadora está convencida de que el trabajo de Puertas Abiertas va más allá de los edificios: "Tenemos que ayudarlos a reconstruir sus vidas de nuevo", dice.
La hoja de ruta actual del equipo de Puertas Abiertas coordinado por Ayesha en Marawi se basa en tres R: restauración (de los medios de subsistencia), reconstrucción (de los hogares) y reconciliación (entre la comunidad musulmana y la cristiana). Ayesha se quiere centrar especialmente en la reconciliación, es la fase más desafiante para ella. "Para mí esa es realmente la parte más dolorosa: alcanzar a aquellos que han causado la muerte y la destrucción de sus seres amados y destruyeron su vida normal… El Señor nos ha mandado amar a nuestros enemigos. ¿Cómo podemos hacer eso? Solo Dios lo puede hacer. Nosotros sólo somos sus instrumentos".
Y en cuanto al pastor Leo, sigue siendo un soldado en medio de la batalla, pero consciente de que no está solo: "A todo aquel que nos ayudó, quien quiera que seas: muchas gracias por tu amabilidad y generosidad. Gracias por tu vida", nos dice.
“Y los tuyos edificarán las ruinas antiguas; los cimientos de generación y generación levantarás, y serás llamado reparador de portillos, restaurador de calzadas para habitar” -Isaías 58:12
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