"Trató de buscar las raíces de su fe en sus semejantes, en su pueblo, en su tierra. ¡No podía estar sólo! Y las encontré, vaya si las encontré: cinco siglos atrás", explica Juan Ramón Méndez Martos, que hoy estrena la serie 'España protestante' en nuestro magazin.
Escribo desde España, país católico (romano) por excelencia. De España se ha dicho que sus gentes son ‘más papistas que papa’. Y quizás no les falte razón. Por eso se hace necesario empezar por el principio, por el arranque del protestantismo en España.
No es raro encontrar personas que aquí no conozcan siquiera la existencia de esta rama del cristianismo. Quizás el término evangélico acerque a parte del público español a un término conocido, pero no lo usaré por convicción personal, por su carga de contenido. Hay quien tiene un protestante en su familia y ni siquiera saben como tratarlo. Han oído o le cuentan que existen. Aún hay cementerios donde los protestantes están enterrados a parte y curiosamente, sus tumbas son receptoras de la basura que se genera por allí. Y en este panorama no es menos terrible el sentimiento de culpa de gran parte del pueblo protestante en España, que consiente y acepta esa posición inferior.
Un servidor, que es de conversión tardía, trató de buscar las raíces de su fe en sus semejantes, en su pueblo, en su tierra. ¡No podía estar sólo! Y las encontré, vaya si las encontré: cinco siglos atrás. Encontré auténticos hermanos en la fe, de una pureza doctrinal exquisita. De una pasión por el Evangelio sincera, tan sincera que les llevaría a entregar sus vidas por ella, o al exilio. Un exilio donde estuvieron integrados hasta el liderazgo y la creación de comunidades protestantes. Encontré a los autores de la Biblia que estaba leyendo. Encontré un legado sobresaliente de obras literarias.
Pero también me encontré una brecha con el mundo protestante actual, el evangélico. Un desconocimiento sonrojante sobre los que fueron antes que nosotros. Un complejo por lo patrio que debe ser ya abandonado. Y para eso estoy aquí, escribiendo estas líneas. Para intentar dar luz a un pasado que los de las tinieblas se han empeñado en ocultar, en manipular, en imponer.
¿QUÉ ES UN PROTESTANTE?
Según la Real Academia de la Lengua Española, un protestante es:
1. adj. Que protesta.
2. adj. Que sigue el luteranismo o cualquiera de sus ramas. U. t. c. s.
3. adj. Perteneciente o relativo al luteranismo, a cualquiera de sus ramas o a los protestantes.
4. adj. Perteneciente o relativo a alguna de las Iglesias cristianas formadas como consecuencia de la Reforma.
Es curioso como desde esta Academia española en su segunda y tercera acepción se enlaza al protestantismo directamente con el luteranismo. Algo así como si el luteranismo fuera la madre y el resto de ramas simples extensiones. Aquí, en esa alineación protestantismo = luteranismo, podemos ver una clara herencia inquisitorial donde a todo el que fuera protestante se le procesaba por luteranismo. Ya pudiera considerarse su doctrina como calvinista (como de hecho se podía considerar la doctrina de nuestros reformadores¹), que su condena lo era bajo el adjetivo de luterano. Así lo atestiguan los numerosos procesos inquisitoriales que hoy se conservan.
Sólo en la cuarta acepción podemos empezar a vislumbrar algo de rigor descriptivo.
Conocer el protestantismo en España, es profundizar en las raíces de la historia a épocas tan remotas como estemos dispuestos a llegar. Por parar el crono, podríamos hacerlo en la contemporaneidad a la Reforma europea. Las corrientes humanistas, el imperio de la razón, el cambio social y la siempre presente corruptela de la Romana, favorecieron un caldo de cultivo del que nacieron aquí y allá inquietudes que desembocarían en el ámbito religioso en corrientes yuxtapuestas. En España, ese caldo de cultivo estuvo cocinándose a fuego lento en la Universidad Cisneriana de Alcalá de Henares. De esos fogones saldrían protestantes, místicos o fervientes católicos. La suerte que correrían sería muy diferente según el grupo en el que se encontraran: nuestros protestantes acabarían quemados o en el exilio, los alumbrados bajo la lupa inquisitorial, y los fervientes, exaltados humanamente hasta lo sumo. Les doy tres nombres propios, uno de cada bando: Constantino de la Fuente, Juan de Ávila e Ignacio de Loyola.
La maquinaria de ese recién nacido concepto de Estado, creada en concubinato con la Iglesia Romana para el control de la disidencia -en especial la religiosa-, hizo de España un erial en materia de Fe, en la que los protestantes nos llevamos una buena carga de odio y fuego.
Deberían pasar algunos siglos más, la llegada de los Bonaparte y la Constitución de Cádiz de 1812, para que la Inquisición fuera abolida, al menos formalmente.
Igual que el protestantismo nativo y originario en España fue reducido a cenizas, la Inquisición no lo fue nunca. Rescoldos protestantes continuamente sofocados que hasta bien entrado el s.XIX no volvieron a brotar con cierta entidad, avivados por los vientos de doctrina extranjera. Pero el Tribunal de los santos padres seguía ahí, borrado del papel, pero resistiéndose a través de las Juntas de Fe o del propio sentir popular, de su vocabulario, de sus callejeros, de sus tradiciones. Resistiéndose a marcharse de la memoria colectiva que cada año lo celebra en su onomástica: la Semana Santa española.
Crecen hoy las voces que nunca callaron, las que dicen que la Leyenda Negra no lo es tal. Que existe un odio inoculado del norte protestante europeo contra el sur latino y católico, el único territorio “como Dios manda”. Que es pura envidia. Pero ahí están las actas, los papeles, los documentos. Testigos mudos durante siglos que sacaremos a la luz para dar voz a aquellos hermanos amordazados camino de la hoguera.
Notas
¹ Ernst Schäfer
La conmemoración de la Reforma, las tensiones en torno a la interpretación bíblica de la sexualidad o el crecimiento de las iglesias en Asia o África son algunos de los temas de la década que analizamos.
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