Pero el amor lo cubre todo, todo lo soporta. Y es el elemento esencial para viajar sin sentir el cansancio de los días y las noches; de las noches y los días, por los siglos de los siglos que dura el viaje.
Me cuentan que Borges decía que para viajar no es necesario moverse del lugar donde estás.
En mis sueños, ha sido una delicia formar parte de la caravana de Marco Polo en la travesía por la ruta de la seda, llegando incluso a palpar finísimos tejidos hilados con primor... o aspirar aromas de ensueño, a sabor de canela, de clavo de olor, o de los dátiles más hermosos del último oasis que me dio descanso, allá en Meriba. Así como el poeta Gastón Baquero, desde Madrid, hizo pasear a Marcel Proust por la Bahía de Corinto, yo sentí que era destinataria de aquella carta en la que Pablo de Tarso daba su parecer, a los de la iglesia de allí, con palabras de seda y acero, siempre como una nodriza que amamanta a sus polluelos. Sobre todo, no me olvido de aquellas palabras de reconciliación que mencionaba esa epístola, como nutriente para el viaje de regreso a Hispania, lo cual haría más leves las tribulaciones de mi aventura, ya que me auguraban un eterno peso de gloria para más adelante. Y era como una luz al final que me hacía seguir y seguir.
Y es que leyendo o soñando he sentido que cruzaba el mar Rojo después de salir de Egipto junto con Moisés y el pueblo de Israel. Luego de que se aboliese su esclavitud. Caminaba por el desierto guiada por una nube durante el día y una columna de fuego por la noche, como si fuera Moisés o uno más del pueblo durante un tiempo de esos cuarenta años que ellos deambularon por allí. Y allí probé las aguas amargas y dulces de Mara. Y pude gozar del descanso en Elim. Qué delicia acampar alrededor de las fuentes de aguas, rodeados por las setenta palmeras que daban sombra, saboreando los deliciosos dátiles. Bebí de la Peña de Horeb que brotaba en medio del sol abrasador...
Hace unos días soñé que participaba en 'La travesía del Winnipeg', timoneado por Neruda, llevando a hombres, mujeres y niños que huían de la sinrazón en 1939. Éramos tantos cruzando el charco. No olvidé antes de salir, aspirar el perfume que habían dejado las flores del almendro de la última primavera. Y en mi zurrón me dio tiempo de coger un poquito del chorizo de la matanza de la temporada. Un poquito de vino casero de las uvas tempranas. Ese año la cosecha había sido buena. Otro pedacito de farinato; de la jeta que tanto me apasiona. Y en una lata de leche condensada, regalo por mi cumpleaños, cogí al vuelo lo que quedaba de las patatas meneás, para que no se me olvidara su sabor. Ay, en el bolsillo cabían unas almendras y dos perronillas. Qué lindo fue la cálida bienvenida. El descanso después de tantos días de travesía. Empezaba un nuevo día. No hay mal que por bien no venga, dije, he podido descubrir nuevas tierras y creado nuevas formas de vida. En otros viajes similares, pude degustar sabores de los platos vascos en locales de Caracas. O paladear las lágrimas del vino de Rioja allá por Santiago de Chile.
Ay, qué privilegio grande aquel de poder caminar con Rut, la moabita de la Biblia, que, en un ir de Moab hasta Belén, y solo por fe, se convirtió en la tatarabuela de Jesús. Los pies heridos, ya gastadas las suelas de las sandalias. Sol, frío, hambre, espejismos de ríos de aguas cristalinas... Pero alentadas por las buenas noticias de pan, aceite y miel en la tierra prometida. Con ella fui refugiada que cruza fronteras a la intemperie, ciudadana de segunda por las condiciones de siempre. Pero el amor lo cubre todo, todo lo soporta. Y es el elemento esencial para viajar sin sentir el cansancio de los días y las noches; de las noches y los días, por los siglos de los siglos que dura el viaje. Para que sea un viaje de ensoñación, porque de otra forma no lo podrías soportar, por tu condición humana. ¿Se habrá acordado Borges del amor?
Y en uno de estos viajes, hace un tiempo recalé en Roma visitando a Pablo de Tarso, en compañía de Onesíforo, uno de los pocos que se atrevían a hablar con él, acosado por las injusticias que no pierden vigencia ni caducan. Sentí en mi piel sus gratitudes y emoción por la visita. Quizá al ver que cumplíamos con aquel mandato reciente de Jesús que decía: "estuve en la cárcel y fuisteis a verme...". Allá donde nos había puesto siguiendo su plan y no el nuestro. Olvidándome que su ciudadanía no era la mía, escuché que decía que, aunque pareciera abatido, estaba contentado. Lo había conocido en otro de mis viajes, a Éfeso concretamente. Qué lindo había sido compartir en la casa de unos hermanos.
Viajando, aun siento el valioso perfume derramado por una mujer durante una cena para pocos en la que logré colarme. ¡Ay, qué sorpresa inaudita cuando Jesús dijo que no la molestaran y que ella había hecho una buena obra! Fue un momento importante del viaje pues me informé que hay que hacer obras también. Y que debía juntarlas, de la mano con la fe. Podía discernir... A partir de ahí el viaje se tornó más llevadero pues parte de mis alforjas las dejé para contribuir con esa misión que entendí me consideraba también. Y seguí caminando.
Habrá más sueños y más viajes... Tejares, 2016
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