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Yo dormía pero mi corazón velaba

Surge la primavera y la esposa se transforma en una paloma. 

COHELET AUTOR J. M. González Campa 07 DE ABRIL DE 2018 12:00 h
mujer dormida Foto: Sarah Diniz Outeiro / Unsplash

¡La voz de mi amado! He aquí él viene. Saltando sobre los montes, Brincando sobre los collados. Mi amado es semejante al corzo (gacela, según Orígenes), O al cervatillo. Helo aquí, está tras nuestra pared, Mirando por las ventanas, Atisbando por las celosías. Mi amado me habló, y me dijo: Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven. Porque he aquí ha pasado el invierno, Se ha mudado, la lluvia se fue; Se han mostrado las flores en la tierra, El tiempo de la canción ha venido, Y en nuestro país se ha oído la voz de la tórtola. La higuera ha echado sus higos, Y las vides en cierne dieron olor; Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven. Paloma mía, que estás en los agujeros de la peña, en lo escondido de escarpados parajes, Muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz; Porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto. Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas; Porque nuestras viñas están en cierne (Cantares 2:8-15)



A partir del versículo 8 de este capítulo 2, se van sucediendo las escenas con sus connotaciones anímico-emocionales; surge la primavera y la esposa se transforma en una paloma. Es decir, se produce la metamorfosis alegórica del ser; por consiguiente, el esposo se transmuta –necesariamente– en un palomo. Es conveniente señalar que la etología nos enseña –en el mundo de las aves– que la relación amorosa entre la paloma hembra y la paloma macho es indestructible, indisoluble y permanente, hasta que uno de los dos desaparece con la muerte.



La primavera es anunciada de una manera bellísima como queda constatado en la perícopa anteriormente reseñada. La ausencia de la lluvia, el brote de las flores en los campos, el renacer de los higos en la higuera, el olor de las vides en cierne... Todas son manifestaciones de la misma realidad que se abre al renacer de la vida y sensibiliza las entrañas de toda la creación.



En este templo incomparable de la vida, la esposa duerme, y en sus vivencias oníricas advierte un peligro: sus propias resistencias a rendirse plenamente al amor que aflora a su YO onírico cuando toma consciencia de que el esposo viene y la está llamando. El esposo clama impulsado por el deseo vehemente de un amor que quiere, ardorosamente, realizarse en el encuentro con su amada. Conoce la morada donde ella se oculta y clama:



“Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven. Paloma mía, que estás en los agujeros de la peña (en su nido, según Fray Luis de León), en lo escondido de escarpados parajes, Muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz, porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto”  



Pero aparecen las dificultades para que el amor obtenga la respuesta tan deseada:



“Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas que echan a perder las viñas, porque nuestras viñas están en cierne”



Estos versos son una parábola alegórica que habla de una realidad que sufrían los cultivos de vides en Palestina. Las vides de esta tierra tenían unas características especiales: su fruto desprendía un olor embriagante y su sabor era exquisito. Desde el punto de vista organoléptico satisfacían las demandas más exigentes.



Los racimos de estas vides no eran grandes ni espectaculares, pero cuando el fruto estaba a punto de madurar, era cuando hacían su aparición estas zorras, pequeñas y astutas, que se infiltraban por debajo del manto que formaban los racimos maduros, y en su avidez lujuriosa, las devoraban. Cuando el viñador iba a recoger el fruto, descubría la acción fagocitaria de estos depredadores, que habían actuado impunemente, sin que nadie se diese cuenta. La cosecha de la viña estaba perdida irremediablemente.



Podemos establecer una analogía entre esta realidad y la que se ha devenido, a lo largo de la Historia, entre Cristo y la Iglesia. El Pueblo de Dios es comparado a una viña y Dios es el labrador. ¡Cuántas zorras pequeñas echan a perder la Viña del Señor! En su sueño, la esposa aparece como una espectadora de su propia actividad inconsciente: toma conciencia de que está soñando con realidades trascendentes que se mueven en el fondo de su ser. El contenido de nuestra actividad onírica puede darnos la clave para encontrar las causas de nuestras resistencias a que el amor con nuestro Amado se consuma en nuestro devenir existencial.



Veamos lo que desvela la Revelación que encontramos en el capítulo 5 de esta magistral obra:



“Yo dormía, pero mi corazón velaba. Es la voz de mi amado (la traducción griega de los LXX, dice: a delfidou- hermano) que llama:  Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, perfecta mía, Porque mi cabeza está llena de rocío, Mis cabellos (en hebreo-rizos) de las gotas (hebreo- escarcha) de la noche.”



La descripción en el plano poético, es la de una pastora que está dentro de su cabaña, acostada y dormida; sueña con un pastor que viene de lejos, que desciende de las montañas del Líbano y que en una noche tenebrosa y oscura llega a su puerta, exhausto y empapado por el rocío.



Llama y pide que le abran. Viene porque está encendido de amor por su amada; cuando llega, ella oye sus pisadas, sus movimientos, su voz y aunque ha estado oníricamente anhelando su regreso, le responde disculpándose:



“Me he desnudado de mi ropa; ¿cómo me he de vestir? He lavado mis pies; ¿cómo los he de ensuciar?”



A pesar de los esfuerzos de él para conseguir que le abra (“Mi amado metió su mano por la ventanilla”), no lo consigue. Él se va triste y con una sensación de frustración que empaña su alma. Pero el amor moviliza en la pastora los contenidos afectivos más profundos de su ser y se produce un despertar emocional que la lleva a exclamar:



“Y mi corazón se conmovió dentro de mí. Yo me levanté para abrir a mi amado, Y mis manos gotearon mirra, Y mis dedos mirra, que corría sobre la manecilla del cerrojo. Abrí yo a mi amado; Pero mi amado se había ido, había ya pasado;”



Esta situación nos invita a reflexionar sobre la relación de nuestra alma con Cristo y de la Iglesia con su esposo y Señor (interpretación alegórica). Las pequeñas zorras que echan a perder las viñas no podemos verlas porque se agazapan debajo del fruto maduro, pero podemos percibir su olor. Siempre hay signos que pueden darnos a entender dónde están escondidas comiendo, impunemente, el fruto maduro o que está en proceso de maduración.



En este libro, donde se plasma un cántico de amor sublime y trascendente, se habla del olor del esposo (Cant. 1:3). No se explicita el olor de las zorras, pero lo tenían. Considero que lo que simbolizan las zorras y sus acciones tiene una relación con las disculpas de la Esposa para no abrir la puerta de su cabaña a su Amado:



“Me he desnudado de mi ropa; ¿cómo me he de vestir? He lavado mis pies; ¿cómo los he de ensuciar?”



En la respuesta que elabora para justificar su inacción, hay una referencia paradigmática a la realización egocéntrica de su YO. A pesar de los avisos que desde la esfera subliminal se envían a su CONCIENCIA, predomina la represión que sobre los mismos ejerce SU EGOISMO. Si hay alguna realidad que nos impide amar al Señor de manera más entrañable es el amor que nos tenemos a nosotros mismos y a nuestra realidad entornante; como diría Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”



Mis circunstancias constituyen lo que denominamos el “sistema” en el que vivimos inmersos, y que engloba todas aquellas realidades que son opuestas y contrarias a la voluntad de Dios. Aunque la esposa o la Iglesia estén dormidas, esa realización del Y0 impide que suba a nuestra consciencia el deseo de una verdadera realización trascendente y eterna.



Si tenemos presente que en este mundo estamos de paso, no tendríamos que tener más meta o finalidad que una: el encuentro metafísico y eterno con el Amado en el mismo corazón de Dios.


 

 





 
 
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