Rotundamente reivindico el derecho de las mujeres a ser ellas mismas, con igual dignidad que el hombre. No obstante, si fuera yo mujer, no me vería representada por el feminismo guerrero y envidioso.
Estoy escribiendo a las 02:12 horas del Jueves 8 de Marzo, es decir, unas cuantas horas antes de un legítimo 8-M. como si ya estuviera entrando en lo que seguramente, quedará para la Historia como “Día de la Mujer”. Cuando repasando todas las portadas de la Prensa “on line” las mujeres por iniciativa de los movimientos feministas, se han preparado para hacer una huelga reivindicando sus derechos y su dignidad. Y este “aprendiz de escribidor” piensa y cree que no está desacertado que en España vivimos 46,6 millones de personas y todos somos iguales ante la ley. Y lo somos porque poseemos una dignidad que nadie nos puede quitar porque venimos de fábrica con ella, pues el Creador hizo varón y varona con los mismos derechos, iguales en cuanto a la imagen de Dios, con características diversas, para roles especializados, pero todos enmarcados en la grandeza de ser seres humanos. No son los políticos, ni los legisladores, ni los movimientos politizados, ni la Iglesia quienes nos otorgan la equivalente dignidad, pero estos son los que deberían ocuparse de arbitrar los mecanismos necesarios para respetarla y protegerla en equidad y justicia.
Hoy, me remonto a aquellas mujeres de mi infancia. Mujeres enlutadas, las mayores con sayas hasta bastante más abajo de las rodillas, el delantal, la toquilla, las humiles zapatillas, que curiosamente la oscarizada Frances McDormand, ha mostrado en su noche de ensueño, presentándose con “cara lavada” es decir, al natural, y mostrando que eligió sus zapatillas de estar por casa, antes que la incomodidad de una noche larga de tacones altos. Y vuelvo “Desde el Corazón” a aquellas mujeres, que difícilmente tuvieron una vida tan arrastrada, que no podían pisar una peluquería, ir de vacaciones o ver el mar. Mujeres amas de casa, obligadas a realizar todas las tareas domésticas: limpiar la casa, lavar la ropa en el lavadero o en los ríos, acarrear agua de las fuentes, cuidar de los animales, encargarse de los abuelos y de los hijos, hacer la comida y no pocas cuidarse hasta las tareas del campo. Que pocas gracias se les dieron, ni recibieron subsidio alguno, ni pensión. Y no se les pasó por la cabeza hacer huelga, ni pedir el divorcio, porque todo les estaba prohibido. Pero qué poco se ha valorado la esencial aportación de aquellas mujeres al mantenimiento material y espiritual de la familia y sacar a España adelante en los difíciles años de la posguerra. Y en los pocos ratos de distracción, conversaciones con las vecinas, o sentadas en las puertas de sus casas en las tardes de fresquito, haciendo costura, bolillos o tejiendo jerséis para los días de frío. Yo, “Desde el Corazón” quiero en el día Internacional de la Mujer honrar a todas las amas de casa que sufrieron la posguerra en silencio, sin ninguna recompensa más que el amor de los suyos, en ocasiones pobremente demostrado, y la cercanía de un espíritu vecinal que hoy vagamente existe y homenajear a todas las mujeres, jóvenes o con juventud cumulada, que por necesidad o por libre elección, siguen llevando las casas, sin preocuparse cuando las niñas modernas les preguntan: mamá ¿tú de qué trabajas?; pues éstas siguen siendo depositarias también de lo que queda de esperanza, de riquísima función y de apasionante necesidad si queremos construir una sociedad de bienestar que nunca podrá hacerse al margen de la familia.
Expresando este sentir a aquellas mujeres y a las que aún noblemente existen, “Desde el Corazón” me resulta difícil secundar este 8-M feminista. Y aunque las cosas del corazón son difíciles de explicar, expresaré que una de las razones es porque algunos de los comunicados de este especial caben en un cajón de sastre y no pocos tienen el objetivo de inocular unas ideologías determinadas. Anticipo “Desde el Corazón” que rotundamente reivindico el derecho de las mujeres a ser ellas mismas, con igual dignidad que el hombre y lo he dicho por derecho divino, a estar presente en los estamentos más altos de la Sociedad, ganándolo por méritos y no por cuotas, a tener un sueldo equiparable al de los hombres en igualdad de condiciones, y a no ser reclamo sexual para vender y tampoco para atraer a los hombres. No obstante, si fuera yo mujer, no me vería representada por el feminismo guerrero y envidioso; el feminismo que quiere sexo sin hijos; que desvaloriza la maternidad, el feminismo que lo iguala todo con la ideología LGTBI. Y, desde luego, rehúyo del feminismo gritón y laicista.
También “Desde el Corazón” me hacen gracia el apoyo, por no decir la sorna, de ciertos obispos apoyando las movilizaciones del 8-M. Empezó el Cardenal Carlos Osoro y le ha seguido el obispo de la diócesis de Tarazona. Y me hacen gracia, porque siendo tan poderosos en sus cargos ¿por qué no empiezan por reconocer a las mujeres como dignas, si llamamiento del Espíritu de Dios tienen, para el ministerio de la Pastoral?. Tras siglos de poder, aún dicen que han de recorrer algunos pasos a la avenida de las mujeres a ocupar cargos de responsabilidad. ¿No resulta gracioso? Por otra parte, el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla aseguró ver al demonio dentro del movimiento feminista que lo promueve. Como siempre, una de cal y otra de arena. Y aún me produce entre pena y gracia, la declaración de otro Obispo, afirmando que la Virgen María iría a la manifestación también. Qué poco conocen y enseñan acerca del mensaje de la Virgen, léanse su impresionante Magníficat. Uno de los comunicados de los labios de María, bien revolucionario: Dios ha dispersado a todos los arrogantes con todos sus proyectos, revolución moral. Ha arrojado de sus tronos a los poderosos y ha exaltado a los humildes, revolución social. Ha saciado a los hambrientos con alimentos deliciosos, y ha despachado a los ricos con las manos vacías. Revolución económica. Esta bendita mujer es la que debería ser el modelo para mujeres y hombres, señores obispos.
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