Yo quiero a España, particularmente porque es una Tierra que necesita el Evangelio de Jesucristo.
Hace años, tuve el privilegio de invitar a mi Iglesia de aquellos tiempos en Barcelona, la estimada “Bona Nova”, a la cantante Donna Hightower (fallecida en Austin en 2013 a la edad de 86 años) que compartió su testimonio cristiano que a todos edificó y cantó bellos espirituales que también a todos inspiró y emocionó. Entre ellos, entonó uno en particular, que seguimos escuchando en la Radio, y cantando en algunas Iglesias, cuya resumida letra dice así: hay cosas que yo no comprendo/lugares hay donde no iré/pero esto sé y es verdad/que mi Dios es real porque lo siento en mí. Letra, que dejando claro, asumo totalmente en la expresión “mi Dios es real” me servirá como pretexto, para decir que en este mundo, hay muchas cosas que no comprendo. Desde las más tontas, como que una ‘cupera’ se afinque en Suiza, fórmula familiar y cariñosa de llamar a la Confederación Helvética, tierra limpia, discreta, neutral, libre de guerras, de grandes recursos, no en vano guarda los dineros de tantísimos ricos; y que pese a sus más de 500 años de democracia, lo único que ha inventado “el reloj de cuco” y sin plantar un solo árbol de cacao, tener el mejor chocolate, dicen, del mundo. A Suiza, además de algo de turismo, se va sobre todo a contar y guardar dinero, y no comprendo qué hace una anticapitalista en territorio tan monetario, ¿contarlo o guardarlo?
“Desde el Corazón” tampoco comprendo, que por causa del “procés” en Catalunya se diga que crece el españolismo y a los que nos arriesgamos a hablar de España, se nos tilde de “bichos raros”, como si esta Tierra fuera invento del franquismo, de los Aznar, Rajoy y pléyade de sospechosos políticos. ¿Es que no se conoce la Hispania con la que los romanos designaban la Península Ibérica? concepto el de Hispania que al no ser latino se le atribuye proviniendo del fenicio i-spn-ya documentado desde el segundo milenio antes de Cristo en inscripciones ugaríticas. No estaría mal, que se enseñara mejor en las Escuelas, que en la Biblia se menciona España (Tarsis) por curiosísimas razones: los caballos que compraba aquí Salomón, al lugar al que quería huir (¿vacaciones?) el profeta Jonás y a la Tierra que Pablo deseaba visitar (Tarraco) en su amor misionero. No comprendo la indiferencia, cuando no menosprecio, hacia esta Tierra que nos es del ayer.
Puedo pensar, y pienso “Desde el Corazón” que no ha sido por menosprecio, que en los modernos himnarios, se han excluido himnos Protestantes, que tenían España en su corazón: “hijos de los españoles que murieron por la fe/arda en vuestros corazones un amor intenso y fiel/ y el estribillo entusiasta cantaba: “Predicad el Evangelio/de la sangre de Jesús/y dejando las tinieblas marche España hacia la luz...” y tras repetir tres veces con rítmico énfasis la misma frase, se culmina la estrofa con: “y dejando las tinieblas marche España hacia la Luz” y me quedan varios en el tintero: “Fe de los fieles españoles…”; “España para Cristo muy pronto quedará/Dios con abundancia la bendecirá”. Himnos que por otra parte, hoy son casi desconocidos por las Iglesias Evangélicas, así como acomplejadas en cantarlos.
Y a mí, “Desde el Corazón” no me da rubor alguno amar España, como puedo amar Valencia, Barcelona, pero sobre todo y ante todo, el Reino de Dios. España una historia sin par, un idioma que más de 470 millones lo tienen como lengua materna y en el mundo lo hablan el 8% de los habitantes del planeta, que si nos parece poco, podemos decir que más de 570 millones de personas, sólo por detrás del Chino Mandarín. Una cultura impresionante, una potencia sanitaria, por muchos defectos que tenga nuestra Seguridad Social si se contrasta incluso por naciones más ricas. Un País, que el admirable alumno de Ortega y Gasset (que tuve como tutor en la UNED, Julián Marías definía como: el país más inteligible de Europa, añadiendo que “lo que pasa es que la gente se empeña en no entenderlo” y a muchos les pasa como a Abraham, que no se dio cuenta de lo hermosa que era su mujer Sara, hasta que cruzó la frontera de Egipto, y así, los aldeanos de estas tierras bendecidas, cuando salen fuera descubren que Deloitte, la firma de auditoria más importante del mundo, y Social Progress Imperative (SPI), designaron a España como “el mejor país del mundo para nacer”; un país patrimonio de la Humanidad con más de 45 joyas que la Unesco reconoce, desde las Cuevas de Altamira, hasta la Alhambra de Granada por mencionar sólo dos. Una Potencia Turística avalada por más de 75 millones de visitantes en el 2016 que gastaron 70.000 millones de Euros. Una Nación de las más seguras del mundo, exactamente ocupando el sexto puesto con 300 homicidios al año, mientras EEUU registra 9.000 y Venezuela 30.000: y una tasa de criminalidad 17 puntos por debajo de la media Europea, y muchos de estos gracias a unas fuerzas de seguridad nacionales y autonómicas, denostadas muchas veces en casa, pero reconocidas entre las mejores del mundo y con gran experiencia en la lucha contra el terrorismo. Y el espacio me falta para recordar nuestra inabarcable cultura española. Una historia única, con su incomparable Siglo de Oro. Un mundo deportivo de admirables campeones que representan un ejemplo de genialidad y esfuerzo. El tercer país más saludable del mundo con una esperanza de vida al nacer sólo superada por Hong Kong y Japón. Y el tiempo nos falta para resaltar descubrimientos y expediciones sin par, ingenierías de prestigio en obras en el mundo, la admiración de nuestros centros de investigación pese a los recortes, y múltiples cualidades más que hacen que debamos amar mejor la Tierra en donde hemos nacido. Y yo la quiero, particularmente porque es una Tierra que necesita el Evangelio de Jesucristo, y allá dentro del corazón, que Jesús sigue diciéndome: “Roberto… me amas… pues apacienta mis ovejas…” y a mí, me tocan las de esta Tierra y las que por aquí pasan.
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