"He tenido ganas de irme de mi país, pero cuando llegan esos momentos mi mujer y yo recordamos que estamos aquí para servir a Jesús", dice Adel, pastor clandestino en Uzbekistán.
Si supieras que tu fe te costaría tu familia, ¿seguirías creyendo? Si la policía irrumpiera en tu casa, ¿seguirías abriéndola para reuniones de culto ilegales? Si tu país no te quisiera, ¿te quedarías ahí para servir a Jesús? Estos son algunos de los dilemas a los que se enfrenta diariamente Adel*, pastor clandestino en Uzbekistán. Un compañero de Puertas Abiertas estuvo con él para realizarle una entrevista y para que hoy puedas conocer un poco más la realidad de los cristianos en el país de Asia Central en el que sufren mayor persecución.
Hemos quedado en un lugar público para hacer la entrevista. Cada vez que un transeúnte se acerca, se interrumpe la conversación. Uzbekistán, antigua república soviética de población mayoritariamente musulmana, está gobernado por un sistema comunista donde los creyentes como Adel sufren persecución por parte del Gobierno, las autoridades locales y la comunidad musulmana. Y la policía está siempre alerta.
Pregunta: ¿Me puedes hablar de tu infancia?
Respuesta: Yo era el mayor de cuatro hermanos y crecí en un pueblo grande. Mis padres tenían profesiones médicas y al principio nos iba bien, pero cuando mi padre perdió el trabajo, quedamos sumidos en la pobreza. Éramos musulmanes, pero no muy devotos.
P: ¿Cómo te hiciste cristiano?
R: Tuve un amigo judío cuya tía era cristiana y solía visitar nuestro pueblo con un grupo de cristianos. Me invitaron a una de sus reuniones de oración y me gustó. Después me dieron una Biblia y un vídeo de Jesús que me conmovió, aunque no fue en ese momento cuando me convertí. Mi padre estaba en contra del cristianismo y en mi país lo normal es seguir la religión de tus padres.
P: ¿Por qué se oponía tu padre al cristianismo?
R: Mi padre tampoco confiaba en el islam porque sus oraciones no surtían efecto. Por ello, para sobrevivir se dedicó a vender droga, pero con eso solo consiguió endeudarse con los que le proporcionaban la droga. Muchas veces no teníamos ni para comer, y yo le odiaba por llevar a su familia a esa situación.
P: ¿Qué hiciste?
R: Un día decidí que mis padres debían saber de Jesús y puse la Biblia y la película de Jesús sobre el televisor. Al verlo, mi padre me preguntó, y le expliqué que era un regalo del grupo de cristianos de las reuniones. Mi padre se enfadó y, como quiso golpearme, salí corriendo.
P: ¿Volviste?
R: Sí. Estaba acostumbrado a sus golpes y sabía que se calmaría. Al cabo de unos días propuso ver la película, la vimos juntos, y le conmovió tanto que expresó su deseo de encontrarse con los cristianos. Pregunté a mi amigo, y precisamente esa noche, después de seis meses sin venir, los cristianos visitaron el pueblo, y mi padre y yo estuvimos reunidos con ellos hasta las 2 de la mañana y él aceptó a Cristo. Y tras él, y al cabo de unos días, toda mi familia hizo lo mismo.
P: ¿De verdad? ¿Tan rápido?
R: Mi padre cambió inmediatamente y de forma evidente: antes, todos los meses tenía una cita con sus amigos de la que siempre volvía tarde, bebido y violento. Pero al día siguiente de su conversión acudió a una de estas citas, pero llegó a casa antes de la cena, sin beber y sin violencia.
Durante esa primera semana mi padre leyó todo el Nuevo Testamento, y el grupo de cristianos nos invitó a su pueblo para escuchar más de Jesús. Poco después mi padre consiguió trabajo, pagó sus deudas y pudo de nuevo proveer las necesidades de la familia.
P: ¿Hubo alguna oposición en el pueblo?
R: El hecho de nuestra conversión se difundió con rapidez y el mulá de la mezquita anunció públicamente que no estaba permitido tener trato con nosotros. Fue muy duro, pero a pesar de ello, mis padres decidieron quedarse para que todos pudieran ver quién era Jesús, y hoy siguen viviendo ahí para ser testigos de Cristo.
P: Ha debido ser duro.
R: De los 17 años con el Señor como familia, durante diez fuimos ignorados por todo el pueblo, pero Dios nos dio una protección especial. El mulá que había prohibido el trato con nosotros fue descubierto en una relación adúltera y un agente de seguridad que había amenazado con encarcelarnos fue apresado por corrupción. La gente del pueblo pudo comparar entonces nuestra vida con la vida del mulá y vieron la diferencia. Siempre que vuelvo a mi pueblo, la gente se pelea por mis visitas ¿No es maravilloso?
P: Desde luego que lo es. ¿Puedes hablarnos de tu ministerio actual?
R: Al terminar la universidad me uní a un ministerio especializado en la evangelización que tiene también grupos de oración en diferentes lugares a los que, en ocasiones, invita a personas no creyentes. Pero recientemente hemos cambiado de rumbo: simplemente oramos para que Dios nos dé oportunidades.
Hace poco estuve con mi mujer en el supermercado cuando de repente la perdí de vista, y es porque había acompañado a una mujer enferma de una pierna al exterior para orar por ella. Aunque al principio la mujer no quería y solo repetía que lo único que necesitaba era una operación para curarse, acabó cediendo ante la insistencia de mi mujer por orar por su pierna. Y la mujer sanó. Así es como Dios actúa para conducir a las personas hacia él.
P: ¿También lideras una iglesia clandestina?
R: Sí. Mi mujer y yo empezamos a hacer reuniones y en solo dos años logramos ser 30 personas. Pero al cabo de un tiempo la mayoría de ellos se fueron para buscar trabajo en Rusia u otras partes de Uzbekistán y solo quedamos cinco. Así que decidimos cambiar de estrategia: pedimos a nuestros miembros que cada uno buscara a alguien con quien compartir lo que aprendemos en nuestras reuniones, y ahora somos ya 70 personas; y como somos demasiados para reunirnos clandestinamente, nos reunimos en grupos más pequeños y en casas.
P: ¿Y qué pasa con la policía? ¿Te sigue vigilando?
R: Sí, nos vigilan muy de cerca y han registrado mi casa muchas veces confiscando nuestros ordenadores, DVDs, CDs y libros. Se llevan de todo. Nos hemos tenido que mudar de casa muchas veces y no guardamos libros cristianos donde vivimos.
Hace tres años, dos policías registraron mi casa, estando uno de ellos borracho. Mi mujer estaba sola con mi bebé y, aunque afortunadamente no pasó nada, fue una situación peligrosa.
Al día siguiente fui a la comisaría para saber por qué habían registrado mi casa y me trataron como a un criminal, tomando incluso mis huellas dactilares.
P: Eso tuvo que haber sido muy inquietante.
R: Cada vez que la persecución nos amenaza, me pregunto a mí mismo: “¿por qué sigo aquí?” He tenido ganas de irme de mi país, pero cuando llegan esos momentos mi mujer y yo recordamos que estamos aquí para servir a Jesús. Cada vez que viene la policía tengo que retomar de manera consciente la decisión de quedarme y ser testigo.
*Nombre cambiado por razones de seguridad
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