Los reformadores en la fórmula “solus Christus” enfatizan que sólo hay un camino que conduce a Dios, y es la persona de Jesucristo.
La declaración capital de la Reforma reza: “Solus Christus”. Justo es decir que la fórmula “solus Christus” no tenía en el primer Lutero la significación crítico eclesial que adquirió a raíz de la inflexión reformadora. Es a partir de esta circunstancia histórica que el “solo Cristo” adquiere su significación diferenciadora de la doctrina católica de la gracia propia del catolicismo del medievo tardío. También contribuye a esto su relación directa con la “sola fe” y su asociación con la “sola gracia” y la “sola Escritura”.
En los Hechos de los Apóstoles encontramos una declaración contundente que suena muy escandalosa a los oídos de hoy, educados en un tiempo de tolerancia religiosa y pluralidad, así como de indiferencia hacia lo religioso. Los apóstoles Pedro y Juan son detenidos y llevados como acusados ante el tribunal supremo. En su discurso de defensa dice Pedro sobre Cristo: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (4:12). De esta atrevida declaración se hace eco el apóstol Pablo en Filipenses 2: 9-11 y Romanos 10:9.
Martín Lutero y los demás reformadores sintetizaron esta declaración en la fórmula “solus Christus”. Esta fórmula enfatiza que solo hay un camino que conduce a Dios, y éste es la persona de Jesucristo. Ni la virgen María, ni los santos, ni ningún otro camino, fuera de Cristo, son caminos que conducen a Dios.
Y tampoco en el caso de las religiones no cristianas se encuentra un camino que conduzca al Dios misericordioso. Los dioses de las religiones no son idénticos al Dios de la Biblia. El camino hacia la salvación pasa “solo por Jesús”.
La Reforma entendía bajo Solus Christus al Jesucristo de la Biblia quien, venido el cumplimiento del tiempo, nació en Belén, vivió y creció en Nazaret, fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato y al tercer día resucitó de la muerte, apareció redivivo a sus discípulos, ascendió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre.
Sus palabras, promesas y obras fueron escritas por sus discípulos bajo la inspiración del Espíritu Santo, y desde entonces es que podemos saber quién es Dios y cómo es Dios.
¿Constituye hoy el ecumenismo una amenaza para el Solus Christus? El ecumenismo, inicialmente un movimiento por la unidad nacido de entre las Iglesias Protestantes y para la unión de éstas, ha experimentado una deriva preocupante. Al principio aparecía Jesucristo como la persona divina que unía a las diferentes confesiones protestantes. Se veía también a Jesús como el único camino que conducía paso a paso a Dios.
Pero el lugar de Cristo lo está tomando un Humanismo que conduce al cristianismo a un ideal de unidad aglutinadora. En la actualidad se busca la unión con la Iglesia Católica, aunque en ésta se continúa contemplando a María y los santos como caminos junto a Cristo.
Pero todavía resulta más preocupante para el “Solus Christus” el hecho de que las grandes iglesias históricas protestantes propaguen abiertamente un ecumenismo de todas las religiones mundiales. De manera que, según su concepción, hay también un camino no cristiano que conduce a la salvación.
Martín Lutero resaltó de nuevo lo que el apóstol Pablo y otros testigos del evangelio habían predicado y enseñado. Y es que, la salvación no se alcanza por el esfuerzo del hombre en ascender hacia Dios. No son nuestros esfuerzos intelectuales, ni morales, los que nos abren el camino hacia Dios, sino todo lo contrario. Es Dios quien desciende a nosotros. Es él quien viene a nuestro mundo como palabra encarnada; viene para dar su vida en rescate por nosotros. De esta manera anula y destruye por completo cualquier esfuerzo por nuestra parte.
Todo intento arbitrario de querer comprender a Dios fracasa ante lo que Dios mismo ha hecho para todo el mundo por medio de Jesucristo en la cruz. El hombre no se salva a sí mismo. El hombre no logra ni se hace a sí mismo digno del amor divino. Lo cierto es que: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). Él es el único camino. Solo él obra y nosotros recibimos. Lutero está hablando de la teología de la cruz. Y esto significa para él que el Jesucristo resucitado es el mismo que anteriormente había dado su vida en la cruz para la salvación de todos los hombres del mundo. Es a la cruz a donde debemos mirar. Es en el hombre de la cruz en quien debemos colocar nuestra mirada.
Sin duda, esta visión tan radical y exclusiva de la salvación por “solo Cristo” resulta inaceptable e irreconciliable con las demandas de tolerancia de nuestros días. Sobre todo, en el diálogo interreligioso.
¿Tienen, pues, vigencia actual estas declaraciones bíblicas? ¿O es necesario debilitarlas o ignorarlas en aras de una teología de la religión?
Una cosa es hablar de religión o espiritualidad y otra hablar de Dios. Hoy el problema dentro de la Iglesia, tanto evangélica, como católica, no es el de la falta de una cierta espiritualidad, sino la dificultad de expresión de la fe, que ha conducido a una preocupante banalización de los contenidos de la misma, con la consecuente auto secularización de la Iglesia.
Tenemos que diferenciar entre religión y Dios. También es conveniente distinguir entre Dios y el sentido de la vida. Y es que, no todo el que inquiere por el sentido de la vida está preguntando por Dios. Desde el punto de vista bíblico, el que hoy habla de Dios no tiene porqué partir del supuesto de que se pregunta por él. La idea de Dios no es necesariamente natural ni inevitable para el hombre. De ahí que la posibilidad de hablar de Dios no dependa de que el hombre pregunte por él, sino de la consideración de las huellas del testimonio bíblico acerca de la revelación divina.
Hoy la ocupación con la idea de Dios solo es posible gracias a que anteriormente otros hombres han hablado y testificado de su acción. Los escritos del Nuevo Testamento lo hacen hablándonos de Jesucristo. Y, a su vez, de Jesús solo se puede hablar con propiedad cuando, hablando de su persona y de su vida, se habla, a la vez, de Dios; de manera que el sentido de su vida se revela en el horizonte de Dios, como, al contrario, la palabra “Dios” adquiere su significación última en relación con la vida de Jesús.
La suerte de Jesús revela que la esencia de Dios es amor. Y en qué consiste este amor que es Dios solo se puede captar en la contemplación de la vida y obra de Jesús, con su culminación en la cruz. Así, la palabra “Dios” adquiere su significado cristiano al hablarse en relación directa e indisoluble de Dios y Jesús. Pero de Dios y de Jesús de Nazaret solo podemos hablar de esa manera cuando hablamos del Dios de Israel, revelado en el Antiguo Testamento, como del Padre, de Jesús como del Hijo, y del Espíritu Santo; con otras palabras: cuando hablamos de Dios en sentido trinitario.
De lo expuesto concluimos que hoy, como ayer durante la Reforma, es conveniente enfatizar el perfil de lo cristiano, resaltando el sentido exclusivo del “solo Cristo”. La fe cristiana se diferencia de todas las demás formas de religión por la confesión de fe en Jesús como el único Salvador. Solo hay salvación en Cristo (Hechos 4:12). Por eso sus discípulos nos llamamos cristianos. Esta confesión de fe implica, a su vez, la fe en el Dios anunciado por Jesús, que no es otro que el Dios de Israel. Lo esencial distintivo del cristianismo es su firme confesión de fe en Cristo, y no una vaga e imprecisa idea de Dios que se puede adaptar y acomodar a placer a cada tiempo y circunstancia. Es desde Cristo de quien se determina la identidad de la fe y la Iglesia (Juan 1:18; 2 Corintios 4:6).
La exclusividad del solus Christus no significa desprecio hacia el que cree diferente. Significa fidelidad a la revelación divina que culmina en Cristo y testimonio comprometido al mundo, realizado desde el amor más generoso, el respeto más delicado y el servicio más humilde.
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