No basta con que un libro tenga buen contenido, es importante también que tenga una buena presentación.
No basta con que un libro tenga buen contenido, es importante también que tenga una buena presentación. Los libros se escriben, en definitiva, para un lector en concreto. Estamos hablando de una persona que va adquirir el libro y, en determinado momento, se va a sentar para iniciar su lectura.
Al acercarnos a un libro nos preguntamos qué nos puede agregar, qué tanto nos interesa para sentarnos por varias horas a digerir su contenido. Adquirimos el libro y vamos a su lectura. Todo esto tiene algo de ritual. Se trata de un suspiro solemne, dentro de una pausa especial que ha esperado su oportunidad. Antes de sumergirnos en lectura, ya hemos examinado el libro, le hemos echado un vistazo a la portada y hemos ojeado algunas páginas con algún interés.
Previo a todo esto, la presentación y diseño del libro ha jugado un papel determinante. Quizás, cuando tomamos el libro en nuestras manos por primera vez, nos llamó la atención, además del tema, el cuidado grafico, el diseño, la diagramación, la tipografía y los colores que aparecen en su portada. Es en este punto en que evaluamos la posibilidad de adquirir un libro al que le dedicaremos horas, y que quizás se convierta en una fuente de consulta que nos acompañe para toda la vida.
Dicen los expertos en diseño editorial que esas páginas en blanco que aparecen al inicio de los libros, esas portadillas, esas explicaciones introductorias, todo ese protocolo previo al contenido, se concibe pensando en el respeto que merece ese lector que, por su iniciativa y placer, va a dedicar tiempo para acercarse, en un juego de intimidad y expectación, al autor del libro.
Todo viene definido por una seducción estética que a través de la historia han cultivado los grafistas y diseñadores. En definitiva, la composición del libro es una sutil provocación a que lo exploremos, a que nos adentremos en sus páginas y emprendamos una búsqueda que envuelve todo los que nosotros somos.
Una diagramación inadecuada, una tipografía incongruente sobre colores que no están a tono con la composición integral del libro, entre otras impropiedades, pueden estropear todo el formato editorial de una publicación.
Un libro, cualquiera que sea su contenido, es un proyecto que requiere un análisis sosegado entre el autor y el equipo de trabajo que se va a encargar del proceso de publicación. La finalidad de este esfuerzo es que el lector se sienta atraído y envuelto en una aventura capaz de afectarlo hasta la posibilidad de cambiar el rumbo de su vida.
Cuando se publica un libro, de alguna manera les estamos sugiriendo a un lector concreto que nos preste atención, que nos dedique parte de su tiempo y que comparta con nosotros algo que consideramos puede ser de su interés.
EL PROLOGO
Si bien es cierto que la escritura es una actividad que en la mayoría de las veces se hace en soledad, la edición de un libro, su confección como destino y producto de consumo, es una actividad más participativa y abierta a la colaboración de otros.
Regularmente el prólogo del libro lo escribe otra persona. Una de las decisiones difíciles a las que se enfrenta un autor después de escribir su libro es la firma del prólogo. El prólogo es la presentación del libro. Su puerta de entrada.
Es normal que toda publicación aspire a cierta aurea de credibilidad y prestigio, por esa razón, regularmente buscamos alguien con cierta prominencia y nombradía para que presente nuestro libro. Pero puede darse que esa persona sea poco conocedora del tema, o que, aunque lo conozca y domine, carezca de la destreza necesaria para redactar y provocar interés con lo que escribe, entonces, en este caso, y en toda la escritura a publicarse, la corrección de estilo puede ser de mucha ayuda.
Ofrezco algunas recomendaciones para seleccionar el prologuista de un libro:
El prólogo debe ser mesurado y proporcional, nunca debe ser extremadamente laudatorio y exaltador. También puede informar de algunas limitaciones, pero siempre justificar por qué la publicación vale la pena que sea leída. Si la persona que usted escogió para escribir su prólogo declina a hacerlo, no insista, busque otra.
No deje esa parte de su libro para última hora, no convierta esa parte tan importante en una emergencia. Comparta los primeros borradores con su prologuista, converse con él, métalo en su tema, entusiásmelo. El prólogo puede resultar más adecuado cuando quien lo escribe conoce las motivaciones del autor.
Si el autor y el prologuista no agotaron un tiempo de acercamiento, el lector no tiene que ser muy listo para darse cuenta. El prólogo tiene que tener ese sello de interés, esa marcada pasión y ese deseo de que el libro cumpla su cometido.
No le entregue su prólogo a cualquiera, y cualquiera puede ser una persona de cierto nivel de importancia en un área, pero que no está compenetrada con su libro, con el tema ni su propósito. Un buen prólogo puede ayudar a un libro no tan bueno, pero un mal prólogo puede matar un buen libro.
Por tanto, piense bien a quien usted le da el prólogo de su próximo libro.
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