He venido siguiendo con verdadero estupor los acontecimientos que tienen lugar en España.
He venido siguiendo con verdadero estupor los acontecimientos que tienen lugar en España.
Y no sé por qué, al observar la forma en que Madrid ha estado manejando la situación, se me vienen a la memoria los sucesos de España bajo Franco; y de Chile, bajo… este otro dictadorzuelo, de cuyo nombre…
A la misma vez, he visto con qué hidalguía, con qué civismo, con qué autoridad moral la gente de Cataluña ha hecho frente a la aplanadora avasalladora de la Moncloa. Se los ha venido tratando no como hermanos hijos de la misma madre, sino como agentes de un poder extranjero o -como se permitió decir Mariano Rajoy- como gente que ha buscado destruir España. ¿Destruir España? ¡Válgame Papá!
En materia futbolística, siempre fui un madridista; y aunque no se puede culpar a los extranjeros que militan allí, quienes están para jugar al fútbol, me parece estar entendiendo por qué percibo tanto odio a través de la prensa contra el Real Madrid. Y como que estoy llegando a la conclusión que no es contra los jugadores o los entrenadores, sino contra el espíritu dictatorial y prepotente que fluye desde esa empresa deportiva. ¿Será que el Real Madrid representa todo lo que los españoles, consciente o inconscientemente, quieren olvidar y que les produjo tanto dolor en el pasado?
Madrid en esta encrucijada pareciera confirmarlo.
Cuando en mi caso llegó el momento de independizarme de mi casa paterna, fui a mi padre y le dije que me quería independizar. No se enfureció, no me echó su autoridad encima ni me amenazó con llamar a los carabineros sino que dio inicio a un diálogo en que él me preguntaba y yo le respondía: “¿Tienes con qué?” “Sí”. “Eres mayor de edad ¿no es cierto?” “Tengo veintitrés”. “¿Piensas seguir usando nuestro apellido?” “¡Por supuesto!” “No pensarás pasarte al enemigo ¿verdad?” “¿A quiénes, a los argentinos? No papá. Ellos no son nuestros enemigos. Son nuestros hermanos”. “No me refería a ellos”. “¡Oh, entonces estaba pensando en los peruanos o en los bolivianos! Ellos tampoco son enemigos nuestros. También son nuestros hermanos. ¡Viera usted con qué cariño me han tratado cuando he andado por allá!”
Mi padre, un poco en broma y un poco en serio, pensaba que una vez independizado, me iba a cambiar el apellido. Ya no seguiría siendo Orellana olvidándome de aquel valiente aventurero que trajo el apellido a estas tierras, Francisco de Orellana, sino que me pondría Stolanowzki, Johnson o Antonioni. “No”, le dije, “seguiré siendo Orellana. Y es más, mi independización nos va a favorecer a todos. Le aseguro que dentro de poco usted se va a sentir feliz con mi decisión. No piense que voy a destruir la familia; al contrario, voy a ayudar a construirla, y a hacerla mejor de lo que usted ha logrado hasta ahora. La vida es así, papá. Cuando llega el momento de la independencia, no pensemos que se nos viene encima la bancarrota; no dude que, independiente, su hijo va a contribuir mejor a la riqueza de la familia”. “Es que mi temor era que al independizarte tú íbamos nosotros a dejar de recibir lo que has venido aportando. Como siempre, todo es cuestión de dinero. Tú sabes ¿eh?” “Al contrario, viejo. Con mi independencia podré ampliar mi negocio y usted y la casa van a estar recibiendo mucho más de lo que han recibido hasta ahora”.
En el caso de España, para poder entender mejor el complicado panorama tuve que balancear el flujo informativo con El Nacional, que me dice más objetivamente lo que El País subjetiviza hasta los extremos.
El Nacional, sin denostar contra Madrid, me muestra a un Carles Puigdemont, a un Oriol Junqueras, a un Jordi Turull, a un Josep Rull, a un Raül Romeva, a un Joaquim Forn, a un Carles Mundó, a una Dolors Bassa, a una Meritxell Borràs y a todo un pueblo catalán como personas maduras, responsables, seguras de la validez de la lucha que han venido librando y dispuestos a enfrentar la represión con la misma serenidad con que han actuado hasta ahora.
Dos cosas antes de terminar: No soy y soy español. No tengo y tengo derecho de expresar mi opinión. Y aunque mis orígenes ancestrales habría que buscarlos lejos de Cataluña, me siento catalán en esta lucha. ¿Y la otra? Le he prometido a una amiga entrañable y hermana de fe insustituible, orar por Cataluña. Y es lo que estoy haciendo. Ahora más que nunca, cuando veo que hombres y mujeres dignos son echados a los calabozos como vulgares delincuentes. Dios. El Dios de toda justicia, no solo los protegerá sino que en su momento, los reivindicará.
(*) Estrofa de una poesía que aprendí allá por mediados del siglo XX y que curiosamente, se ha mantenido intacta en mi memoria. Y que sigue diciendo: “… sin acordarse de Dios”. Aquí ha habido matanzas, no de cuerpos sino de ideas; no ha corrido sangre, sino hiel.
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