De tanto usar la palabra y de forma tan desacertada, el concepto de libertad se está quedando en algo ambiguo y discutible.
La libertad, de tanto usar la palabra y de forma tan desacertada, está quedándose en un concepto Ambiguo y discutible. Es casi un inefable. Son demasiadas las preguntas que suscita e insuficiente en cuanto se reflexiona sobre ella. No es algo que se nos concede gratis, ni tampoco que pueda ejercitarse en soledad. Porque ¿en qué consiste?; ¿es una entidad positiva que se posee y se goza?; ¿es, más bien, una ausencia de exigencias que, al cesar, nos permite movernos con soltura? y tales exigencias ¿serán siempre exteriores o procederán de nuestro interior?, es decir, ¿será la libertad el resultado de una batalla que el hombre riñe con su entorno, o una batalla en la que cada hombre es el campo y su propio enemigo?
Miguel de CERVANTES, pone en boca del Ingenioso Hidalgo de la Mancha una sencilla pero sabía definición: “la libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. Y libre fue creado el ser humano, una libertad que podía elegir, pero también hacerse responsable de haber elegido. Y eligiendo el hombre la transgresión de la ley del Creador, su ser interior quedó discapacitado para actuar con libertad. Ya no se le otorgó a la libertad externa más que en la medida exacta de que supiera en momentos determinados desarrollar la libertad interna que la luz y la verdad aportan.
Y veo “Desde el Corazón”, que uno de los problemas modernos, en un mundo donde se reclama la libertad, se habla de libertad, se aduce a la libertad para justificar el insulto, se proclama como libertad el desastre de la moralidad y la educación, las falsas promesas, al estilo del viejo Voltaire: “proclamo en voz alta la libertad de pensamiento y muera el que no piense como yo”; veo que con todo, abunda la servidumbre. La servidumbre a algo o a alguien que parece caracterizar la vida del hombre moderno.
¿Qué es, en realidad, ser libre?; un hombre sin genuina familia por 1a que trabajar, sin patria en la que hundir sus raíces, sin fe que le conforme, sin deberes que le obliguen, sin norma moral que le sujete, sin una verdad objetiva a la que atenerse, sin un amor al que entregarse, sin esperanza por la que luchar, sin Dios a quien amar, un hombre así, tan suelto de todo, ¿sería un hombre libre?, “Desde el Corazón” pienso que no. No lo sería. No sería ni siquiera un verdadero hombre. Sería apenas una especie de cosa sin ninguna humanidad y, desde luego, si hubiera algún hombre en tales condiciones, su vida sería un verdadero infierno, un vacío tan espantoso que sólo un estado de inconsciencia podría hacer apenas soportable. Un hombre así sería lo más parecido a un animal, obligado por su misma vaciedad a asirse a las cosas más elementales para tener algún contacto con la realidad, evitando a todo trance adquirir conciencia de una vida sin contenido, sin finalidad y sin sentido. Y cuando en ese ser interior no existe la verdad que produce la responsabilidad, se hunde en la esclavitud. Porque esta servidumbre existe y no nos referimos a la norma de los países totalitarios, o a regiones muy apartadas e incivilizadas de la tierra. El hombre que se supone libre; el hombre que cada mañana sale para su oficina, su taller, su fábrica, su despacho, su bufete, su clínica, su cátedra, su negocio o aun su púlpito, puede estar viviendo sujeto a alguna servidumbre.
La servidumbre al alcohol es una de las más populares; la esclavitud a las drogas, a los placeres mórbidos, a la pasión por el dinero, a la política, a las redes sociales, al maltrato, al chisme, también aprisionan el alma y la voluntad del individuo. Los remordimientos de conciencia, las fobias y complejos, los temores y ansiedades, muchas veces infundados, también nos roban de una manera u otra la libertad del hombre.
Pero la servidumbre general, la servidumbre universal, cósmica, es la del pecado, la de la transgresión de la Ley, la omisión del que sabe lo que es bueno y no lo hace. De una manera u otra, en forma grave o en forma leve, sea cosa de todos los días, o de una vez al mes, sea esporádica o permanente esta servidumbre aqueja a todos los seres humanos.
Nos estamos envejeciendo minuto a minuto, nos estamos agotando mental y físicamente, nos estamos deteriorando en un lento proceso irreversible que fatalmente nos conduce a la tumba. Nos estamos idiotizando con pensamientos políticos que nos provocan a huir de la verdad, a menospreciar el Evangelio a pensar que cada uno puede hacer lo que la parezca, cuando le parezca y se le antoje, y eso no es libertad, es esclavitud al libertinaje.
Jesús, el Divino Maestro, dijo estas palabras: “de cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado es esclavo del pecado…” estas autoritativas palabras nos dan el diagnóstico y sentencia al mismo tiempo: “el que hace pecado, es esclavo del pecado”.
Pero hay un libertador de toda servidumbre: Cristo, el que con poder declaró y prometió: “si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Basta darle a Él el corazón y la vida.
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