En la iglesia del Señor hay un elemento trascendente, sobrenatural, pero al mismo tiempo muy personal.
Hay personas que tradicionalmente han mantenido una abierta oposición a visitar una iglesia y no hay quien le hable siquiera de acercarse a sus puertas.
Algunos dicen que la única vez que asistieron a la iglesia fue cuando lo llevaron para ser bautizados y probablemente vuelvan cuando se mueran. Otros han realizado visitas esporádicas y aisladas, no siempre por iniciativa y motivo propio. Lo cierto es que hay personas que muestran poco interés por asistir a la iglesia.
Hay quienes no visitan la iglesia por temor a la insistencia proselitista, no quieren que los hostiguen o señalen. Quizás hayan sentido algún interés por visitar la iglesia, pero no le gustaría que lo señalen públicamente, o que se haga desde el pulpito alguna referencia a su presencia. Quisieran estar durante su visita en un banco de manera anónima e imperturbable.
Quizás han visto interpelaciones imprudentes y no muy gratas de propagandistas de la fe y temen exponerse a este tipo de situaciones. Son muchos los prejuicios, barreras y falta de motivación e interés que pueden tener las personas para no asistir a la iglesia. Además, muchos se auto justifican y dicen, “iglesia no salva”.
Con todo, muchas personas se sobreponen a estos bloqueos y se deciden a visitar la iglesia. Asisten, con frecuencia en medio de un verdadero conflicto interior. Asisten motivados por una profunda necesidad, una necesidad a veces muy íntima y personal. Andan buscando algo que le llene, que le resuelva interiormente.
Cada día suceden casos extraños de renegados que se acercan a la iglesia. Lo maravilloso de todo esto es que en la iglesia del Señor hay un elemento trascendente, sobrenatural, pero al mismo tiempo muy personal y muy interesado en las personas que con sus necesidades van de visita a una iglesia cristiana. Me refiero al Espíritu Santo.
La Biblia dice que el Espíritu Santo se ocupa de controlar, orientar, conducir y consolar y que actúa como un agente de convencimiento que trabaja interiormente en las necesidades de las personas, creando el cuadro emocional adecuado para que estas procedan al arrepentimiento, o por lo menos, para hacerle entender a las personas que la iglesia es mas que personas religiosas convocadas en un punto a una hora determinada.
Por lo regular, el Espíritu Santo usa a las personas que ministran en la iglesia, esto es a predicadores, personas que cantan o ejercen funciones, a través de las cuales llega el mensaje a los necesitados. Y no es la persuasión, ni la insistencia del predicador lo que produce el convencimiento, es el mismo Espíritu Santo que opera para que se produzcan cosas maravillosas que hasta a las personas que tenemos tiempos en la fe nos resultan sorprendentes.
Hay personas que se resisten asistir a la iglesia porque temen ser convencidas. Conocen de la vida y el testimonio de otras personas, que, como ellos, renegaban la fe y se oponían a visitar la iglesia, y un día fueron y se quedaron.
Si el evangelio se limitara simplemente a lo que puede hacer el hombre, ya el evangelio no existiera, pero como dice Pablo, el evangelio es la dinamita, el poder de Dios obrando para bien y salvación de todo aquel que cree.
El evangelio tiene la capacidad de ser relevante y valido en cualquier cultura y para cualquier persona, porque el evangelio es el poder de Dios. Por eso no es extraño que una persona que haya renegado por años del evangelio, y por años se haya jactado de no visitar una iglesia, un día cualquiera hace una visita casual y se queda para siempre en ella, muchas no como simples miembros, sino como columnas de la fe que dan testimonio de una nueva vida y un arrepentimiento sincero. Una sentada en una iglesia donde se predique el evangelio puede cambiar la vida de la persona más incrédula y terca.
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