No es sólo que los humanos somos seres sociales, sino que ‘somos’ porque somos sociales.
Dicen que los pueblos del Norte hablan poco. El frío y la nieve les tapan la boca.
Dicen que en Inglaterra las conversaciones más interesantes están prohibidas. Es de mal gusto hablar de muertos, de amor, de religión. Es decir, de tres temas interesantes para el hombre.
Se hacen minutos de silencio por las víctimas, pero ni siquiera en los funerales, y mucho menos en los actos Interreligiosos o como este “aprendiz de escribidor” los define: interconviccionales, donde ni se menciona la vida después de la muerte.
El diálogo queda reducido al deporte, la política (donde precisamente no se dialoga), a la televisión y a las mascotas.
Los norteamericanos, aunque herederos en muchos aspectos de los ingleses, son menos lacónicos. Pero tampoco dialogan mucho.
Cada mañana se recibe con el periódico, la consigna de lo que deben opinar. Un año los malos serán los rusos, otro los musulmanes y en estos días –y con razón los yihadistas.
Prácticamente en todos los pueblos desarrollados, la costumbre es ahora viajar; sea en el metro, autobús, trenes u otros medios, con los avanzados móviles, tabletas, para distraernos y tan pronto tengamos libres las manos, realizar esos pequeños tuits, o WhatsApp, para tomar unos sorbitos de conexión online, que no significan un buen trago de conversación real.
La tecnología está haciendo que experimentemos una huida de la conversación cara a cara, y esto tiene consecuencias muy negativas porque la conversación es la base de la democracia y los negocios, sustenta la empatía y es básica para la amistad, el amor, el aprendizaje, la productividad y el vínculo entre las personas en todos los ambientes.
Sin la conversación perdemos aquello que nos diferencia del resto de las especies, perdemos nuestra humanidad.
En al barrio donde crecí, los vecinos, en los meses de verano sacaban las sillas al aire libre para charlar, y los niños alucinábamos al mezclarnos con los adultos y poder escuchar aquellas conversaciones, sus historias y sus humanidades.
Aún hay pueblos en la España actual donde en verano todavía lo hacen, pero estoy seguro que para muchas personas, y particularmente los jóvenes –que sí se reúnen en bares escogidos, pero que no veo que charlen de temas profundos de las grandes ciudades, la idea de coger una silla y sentarse en la acera a hablar de todo lo humano y lo divino les parecerá cutre, absurdo, o un disparate… hay que ir a tomar algo al “pub de Manolo”.
Olvidamos que no es sólo que los humanos somos seres sociales, sino que ‘somos’ porque somos sociales.
De todos los viejos libros de Religión, sólo la Biblia –que evidentemente es el superior por ser Palabra del Creador del ser humano tiene más de 27 referencias a la importancia de la conversación, una sencilla prueba es el consejo que el Senador de Tarso dijo a los ciudadanos de Colosas: “que vuestra conversación sea siempre con gracia, sazonada (como) con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada persona”.
La muerte de la conversación trae consigo la del amor, la del matrimonio, la de la amistad, la de la espiritualidad. Esa maravilla de ir descubriendo un alma, como un continente desconocido, es un placer que la falta de conversación nos está vedando.
Desde el estadillo de la Web 2.0 y, en concreto, de las redes sociales, las casi infinitas posibilidades que nos brindan nos están cambiando la vida en todas y cada una de las esferas, y lo están haciendo no de una manera episódica o superficial, sino de una forma permanente y profunda.
El mundo que se nos abre y se continuará abriendo ante nuestros ojos es fascinante. No obstante, como en todo, existen contrapartidas, aspectos menos claros, peligros evidentes.
“Desde el Corazón” veo que uno de los peligros evidentes, es la mutación que está produciéndose en la forma como nos relacionamos con los demás.
Como ya he dicho antes, no es solamente que los humanos seamos seres sociales, sino que 'somos' porque somos sociales. Mediante las tecnologías establecemos como pseudoconversaciones (sin vernos ni tocarnos, al ritmo sincopado de los 140 caracteres, con los demás y pseudorrelaciones ‘reales’ (las amistades de Facebook), sucedáneos de las conversaciones y las relaciones 'reales'.
La Humanidad, al olvidarse de hablar, dejará también de pensar, perderá todo espíritu.
Eso irá ganando el feroz Estado mundial que nos amenaza para el porvenir. La propaganda sistemática, dirigida por técnicos y psicólogos va idiotizando insensiblemente a la Humanidad. Se está socializando con la estupidez.
Pronto tendremos detectores del pensamiento. Todos los cerebros serán como de cristal transparente. El mayor delito será el del Yo. El peor crimen la personalidad.
Y esta férrea minoría dirigente gobernará tranquila y tediosamente, sobre un triste universo de los que se hicieron sordomudos por voluntaria dejadez.
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