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Protestante Digital

 
 

Definiendo la salud de la familia

Parejas: “Crear espacios donde no solo se traten problemas y debilidads, sino en donde se imagine la realidad anhelada y se trabaje por ella”.

MUY PERSONAL AUTOR Jacqueline Alencar 19 DE AGOSTO DE 2017 21:00 h

Concluido el reportaje sobre el contentamiento en el matrimonio, pensé en cerrar este apartado; no obstante, he estado reflexionando acerca de la importancia de que podamos desear, y quien sabe colaborar, que a otros les vaya medianamente bien, aun cuando nuestra situación no sea la mejor. Sabemos que no hay parejas perfectas sino que van camino de ello, pero aun así, es todo un aliciente para los que miramos a nuestro alrededor buscando algunas referencias que nos animen en la carrera que tenemos por delante. De eso ya nos ha hablado abundantemente el apóstol Pablo en sus epístolas. Y nosotros podemos ser las epístolas de hoy. 



Lo bueno es que todo o casi todo lo comentado en las semanas precedentes ha sido fruto de la experiencia, del día a día nuestro y de los demás, sin mucha preparación. Apuntes sencillos pero vividos. ¿A quién podría no gustarle ver cómo a pesar de los obstáculos otros van saliendo adelante con la ayuda de Dios, pues de otra manera sería 'tela marinera?



Hace unos buenos años atrás, mientras me encontraba de visita en algún punto del globo terráqueo, cuyo nombre ya ni me acuerdo, tuve la oportunidad de hablar a un grupo de amigas acerca de un libro que contenía consejos sobre la posibilidad de arreglar y mantener nuestra vida a dos, sosteniendo que no se debía tirar la toalla sin antes haber luchado, si esto era posible, claro. Algunas de las personas me dijeron que yo no debería hablar así puesto que me iba muy bien. Durante unos días me sentí mal y culpable por haber herido a esas personas que no se encontraban en la mejor situación. Sin embargo, hoy pienso que podía responder que 'el que crea estar firme mire que no caiga', ya que todo necesita de un mantenimiento para que no vaya deteriorándose; es más, de vez en siempre hay que realizar alguna campaña de prevención con las vacunas idóneas para ello. ¿Debo esperar a que me vaya mal mal para que me plantee todas estas medidas, y así pueda tener autoridad para hablar de ello?



Buscando respuestas y reflexionando sobre este asunto en estos días, pues tengo la costumbres de responder dos horas después de que alguien me diga algo, ya que me quedo paralizada, me puse a rebuscar en el fondo de mi baúl donde guardo mis tesoros de celulosa, y me encontré con dos libros que hace años adquirí. Uno de ellos titulado: "Fundamentos bíblicos-teológicos del matrimonio y la familia" (Libros Desafío, 2002, Grand Rapids, Michigan-EE.UU.), una recopilación de artículos sobre el matrimonio y la familia desde una perspectiva bíblico-teológica, que había sido realizada por el Pastor y terapeuta familiar, Jorge Maldonado, quien también fuera Presidente de EIRENE INTERNACIONAL, organización dedicada a la formación de consejeros pastorales. El libro lo compré en la librería de la iglesia en Salamanca, en el año 2008, pues se estaba utilizando para algunas clases bíblicas de mujeres que ese año unas pocas habíamos iniciado, y que al día de hoy otras llevan con excelencia. 



Al leer los artículos del mencionado libro, de autores como Jorge Atiencia, Edesio Sánchez Cetina, Dorothy Flory de Quijada, C. René Padilla, del propio Maldonado, cuyos nombres por vez primera me eran presentados, inmediatamente pensé que sería muy bueno poder publicar textos suyos sobre la temática abordada en el libro. Con ese fin intenté contactar con Jorge E. Maldonado, a quien agradezco nuevamente la gentileza con que recibió y atendió mi llamada en Estados Unidos aquel año 2008, ya que, rastreando incansablemente, conseguí su número de teléfono en la Editorial que había publicado el libro. Aceptó escribir y  al mismo tiempo me informó que él y su esposa pensaban residir en España, concretamente en Galicia, lo cual me llenó de alegría. Allí los conocimos personalmente tiempo después, en una reunión de las Asambleas de Hermanos. 



Además, me informó acerca de otro libro suyo: "Aun en las mejores familias" (Libros Desafío, 1996, Grand Rapids, Michigan-EE.UU.), donde se narran las historias de siete familias de la Biblia, entre ellas la de Jesús, la de la 'mujer virtuosa' de Proverbios; la de Lázaro, Marta y María, la de Jacob, que el autor utiliza para hacernos reflexionar sobre las relaciones familiares en el mundo contemporáneo. Inmediatamente pedí el libro a través de una librería de Madrid. Y fue así que contamos con un excelente artículo suyo  titulado 'Construyendo familias saludables. Un enfoque psico-pastoral', para el segundo número de la revista SEMBRADORAS. 



Del mencionado artículo, he extraído algunos fragmentos que me parecieron pueden agregarse a nuestra temática del matrimonio, sobre todo cuando al final del ensayo dice: "En este artículo me ha parecido apropiado ofrecer un resumen de algunos aportes recientes de investigadores y clínicos que se han preocupado por estudiar la salud antes que la enfermedad, los recursos de personas y familias antes que sus carencias, la resiliencia antes que la debilidad. He intentado conectar tales hallazgos con lo que las comunidades de fe hacen o pueden hacer...". 



Es decir, que si algo va más o menos con buenos pronósticos, ¿por qué no potenciarlo en vez de esperar que surjan los problemas? Tener cuidado de lo que poseemos, ayudarnos los unos a los otros, porque en mi caminar debajo del sol voy percibiendo que si alguien tiene algo satisfactorio más bien tendemos a preguntarnos por qué les va bien si a mí no me va tanto o si yo no lo he conseguido, en vez de intentar emular y salir adelante ayudados por esos retazos de logros que van consiguiendo los que nos rodean, incluso en medio de nubarrones que no cesan de cubrir el cielo azul. Cuidando los remanentes que van quedando en medio de tanta desazón.  



Y añade: "Al trabajar con familias –sea como terapeutas, educadores, pastores, consejeros o parte de cualquier otra profesión de ayuda-- estamos continuamente desafiados, junto con nuestros consultantes, discípulos o parroquianos, a crear espacios físicos, mentales y lingüísticos en donde sea posible soñar en situaciones de salud y bienestar, antes que sólo atender la dolencia; en donde no sólo se resuelva la queja, sino en donde se viva un pleno estado de bienestar físico, mental, social y espiritual; en donde no sólo se traten problemas, sino en donde se imagine la realidad anhelada y se trabaje por ella. Esperamos, con esto desafiar a nuestros colegas a investigar con esmero en su propio contexto lo que propende al desarrollo de personas, parejas, familias y comunidades saludables que puedan disfrutar el pleno bienestar, rebotar ante las adversidades y contribuir a un mundo más justo, más solidario y más armonioso, como Dios quiere y anhela para todos nosotros...". 



Me impactó este párrafo, ya que nos habla de que es lícito tener una 'realidad anhelada', y que no somos ingenuos por ello. Y que a esto tiene derecho todo ser humano independiente de su raza, color, religión, etc.



Solamente transcribiré algunos párrafos del artículo, que tal vez, más adelante, publique completo en este Blog, con el permiso de P+D.



(RETAZOS DEL ARTÍCULO DE JORGE MALDONADO PUBLICADO EN LA REVISTA SEMBRADORAS 2008, PÁGINAS 15-24)



CRITERIOS PARA DEFINIR LA SALUD DE UNA FAMILIA



Definir criterios que facilitan la formación de familias saludables tiene una enorme importancia para las disciplinas que trabajan por el bienestar de la familia, incluyendo el consejo y el cuidado pastoral.  Estos criterios pueden imprimir dirección a todos los esfuerzos con la familia, como una serie de puntos de referencia o metas hacia las cuales dirigir la energía y los programas con familias de la comunidad o de la iglesia.  Si el consejo pastoral, por ejemplo, es percibido sólo como la acción para resolver problemas, cuando éstos se hayan resuelto –o disuelto-- se habrá cumplido los objetivos de la ayuda, aunque no haya crecimiento ni nuevas destrezas para enfrentar los próximos desafíos de la vida.  Si la meta, en cambio, es trabajar hacia el desarrollo integral de la persona, pareja o familia, hacia el creciente manejo de los recursos internos y externos, hacia la prevención de problemas, hacia la preparación para futuros desafíos, hacia relaciones cada vez más justas, sanas y funcionales, entonces habremos ofrecido un mejor servicio, más acorde con la salud, con los propósitos revelados de Dios para las familias y con la plenitud de vida que Cristo ofrece cuando dice: “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Jn.10:10).



[...]



3.  EN LAS FAMILIAS SALUDABLES LA COMUNICACIÓN ES CLARA Y DIRECTA.  La comunicación no es sólo un intercambio de información, sino también de significados, de valoración y de maniobras de conexión. La comunicación en el seno del hogar siempre entreteje elementos de contenido (información, opiniones, sentimientos) y de relación (valoración, control, validación).  Las investigaciones sobre la comunicación en la pareja y la familia apuntan a señalar que las destrezas tanto para hablar como para escuchar las podemos aprender.  En efecto, aprendemos de nuestras familias de origen maneras funcionales o disfuncionales de comunicación. 



El Dr. John Gottman, matemático y psicólogo, estableció en Seattle, WA, en la década de 1980, lo que los periodistas llamaron “el laboratorio del amor”, un piso donde las parejas pasaban un fin de semana conversando sobre su relación.. Gottman y su esposa investigaron durante 2 décadas (1980-2000) más de 3.000 parejas en su vida cotidiana: recién casados, casados por mucho tiempo, amables, abusivos, gritones, callados, en fin, parejas de todo tipo. Utilizaron video-grabadoras, instalaron electrodos en el pecho para registrar las palpitaciones del corazón, inventaron un sistema de codificación para registrar ojos virados, cejas levantadas, puños cerrados, suspiros, etc., que denotan el lenguaje corporal en la comunicación. Por más de 20 años les siguieron la pista tanto a las parejas que permanecían juntas como a las que se habían divorciado, a las felices como a las infelices. Tradujeron sus hallazgos a números, y pudieron documentar con datos sólidos que la gran mayoría de las parejas se pelean. Que incluso las parejas más felices (“masters of marriage”) no resuelven el 69% de sus desacuerdos. Que la clave del éxito matrimonial no está en que se peleen o no, sino en cómo se pelean: con gentileza, sin enfadarse al punto de poner a latir su corazón más de 95 veces por minuto. Identificaron “los cuatro jinetes del Apocalipsis marital”: la crítica, el desprecio (contempt), la defensividad y la retirada (stonewalling) los cuales están presentes por lo general en las parejas que terminan en divorcio. En cambio, las parejas que permanecen juntas y desarrollan una relación satisfactoria han desarrollado “antídotos” para esas cuatro conductas desastrosas y suelen romper la tensión con chistes, con expresiones de cariño, y proceden a reparar el daño o la ofensa. Según algunos reportajes, los Gottman podrían predecir un divorcio con un 91% de probabilidad al analizar 7 variables en los primeros 5 minutos de desacuerdo de la pareja. 



En uno de los cuadernos de trabajo para parejas, los Gottman declaran: 'Nuestra investigación muestra que para hacer una relación matrimonial duradera, una pareja sólo tiene que lograr tres cosas: Usted y su cónyuge necesitan fortalecer su amistad. Ustedes necesitan trabajar en las maneras que manejan los conflictos de su relación. Ustedes necesitan crear formas de apoyarse mutuamente en su sueños'. 



En las familias saludables la comunicación es clara, específica y directa.  Las personas en estas familias dicen lo que quieren decir y quieren decir lo que dicen.  Hay consistencia y congruencia; es decir, no es ambigua ni contradictoria. Beavers y Hampson encontraron que en el extremo más competente de la escala que mide la 'claridad de expresión', los miembros de la familia mantienen 'una sensación de espontaneidad y aliento... (que) potencia la claridad contextual de cada uno de los miembros de la familia y de toda ella.  Además hay un grado de respeto y solicitud activa de mayor profundidad de expresión'. Por lo tanto, también hay menos monopolización de la palabra y un intercambio más activo entre los miembros de la familia. En lugar de ignorarse,  culparse, imponerse, herirse o competir, en estas familias sus miembros intentan ayudar a resolver los sentimientos ambivalentes que se dan entre ellos mediante afirmaciones y preguntas aclaratorias. 



Parte de una comunicación saludable es que las emociones no se reprimen sino son permitidas y expresadas. En una familia que se comunica saludablemente, sus miembros se reconocen mutuamente cuando hablan y escuchan. Para ello han tenido que desarrollar una serie de destrezas relacionadas con el respeto y el cuidado por los sentimientos del otro, con la capacidad de hablar por uno mismo y no por los demás, con la capacidad de abrirse y asumir responsabilidad por los propios sentimientos y acciones, y algunas otras destrezas. En los niveles más competentes –según  la escala de Beavers y Hampson— los miembros de la familia son claros y directos en la expresión abierta de sus sentimientos personales. A medida que cambian los temas que se están discutiendo también cambian los tonos emocionales de los individuos'. 



La capacidad de resolver problemas en conjunto es una característica esencial de las familias saludables, especialmente en momentos de crisis y cambios continuos. Esto requiere tolerancia para disentir abiertamente y habilidades para acordar soluciones. Cuando en la convivencia de la familia hay amor incondicional junto con la disposición a conversar sobre las pequeñas cosas diarias de la vida, la capacidad para resolver problemas se acrecienta. Por el contrario, cuando el amor no se vive ni se expresa y cuando hay dificultades para dialogar, la ira, la frustración y el desánimo pueden bloquear la capacidad de la familia para resolver los problemas diarios y los relacionados con las crisis. 



Los pasos para establecer procesos efectivos para la resolución conjunta de problemas han sido identificados por Nathan B. Epstein y sus colegas en Canadá. Ellos afirman que la habilidad de la familia para resolver problemas se refleja en el nivel de funcionamiento efectivo de la familia en tres tipos de tareas: las tareas básicas (comida, techo, dinero, transporte), las tareas de desarrollo y las tareas 'azarosas' (crisis por accidentes, enfermedades, pérdidas de trabajo, etc.).  Las familias que no pueden lidiar efectivamente con estos tres tipos de tareas están en la probabilidad de desarrollar problemas clínicos significativos en una o más áreas del funcionamiento familiar. Aunque estos investigadores encontraron que los problemas atacan por igual a las familias que funcionan más efectivamente como a las que funcionan menos efectivamente, la diferencia es clara por la manera en que las familias enfocan y enfrentan los problemas. Las familias efectivas siguen más o menos los siguientes 7 pasos: 1) identifican el problema, 2) se comunican con las personas apropiadas respecto al problema, 3) desarrollan un conjunto de posibles soluciones alternativas, 4) deciden seguir una de las alternativas, 5) ejecutan las acciones requeridas por la alternativa, 6) se aseguran que las acciones han sido llevadas a cabo, y 7) evalúan la efectividad del proceso de solucionar problemas. Además, 'la mayoría de las familias efectivas tienen pocos problemas no resueltos. Los problemas que existen son relativamente nuevos y son manejados con efectividad. Cuando una nueva situación problemática ocurre, la familia encara el problema en forma sistemática. A medida que el funcionamiento de la familia se vuelve menos efectivo, las conductas para resolver problemas familiares se vuelven menos sistemáticas y, por consecuencia, menos de los pasos señalados se llevan a efecto'. 



Aunque la expresión de afecto no se puede medir ni pesar, está muy presente en las familias saludables que dan y reciben afecto con libertad y regularidad. El afecto suele expresarse tanto en palabras como en hechos, y ambas formas de expresión son coherentes, es decir, no se contradicen sino que se refuerzan mutuamente. Nunca será demasiado decir a un hijo o a un cónyuge que se le ama y demostrárselo con caricias y detalles. En las familias saludables se da afecto en forma incondicional, sólo por el hecho de ser parte de la familia. Eso no quiere decir que no se ejerza la disciplina cuando alguien comete una falta, sino que intencionalmente se preserva el ser de las personas y la disciplina se enfoca en las conductas. En las familias donde fluye el afecto en forma regular se puede notar energía, espontaneidad, alegría y optimismo. 



4.  EN LAS FAMILIAS SALUDABLES HAY UN CLIMA PROPICIO PARA EL CRECIMIENTO. Beavers y Hampson observaron que en las familias que mejor funcionan “Se crea una atmósfera en la que las personas se gustan unas a otras y se divierten juntas'.  Por el contrario, las familias disfuncionales demostraron menos espontaneidad y menos energía, y un tono deprimido o desesperanzado parecía invadir sus interacciones y limitar el desarrollo del carácter. 



Es admirable cómo termina el relato de Lucas 2:41-52 que describe el incidente en el que Jesús, de 12 años, se pierde en Jerusalén en la fiesta de la Pascua y sus padres le encuentran después de tres días. En medio de la tensión y la angustia, el v. 52 dice que 'Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres'. Ésta, por cierto, es una familia saludable –no sin tensiones o problemas, por ser una familia plenamente humana– que en medio de un susto mayúsculo provee el ambiente para el niño Jesús siga creciendo en los cuatro aspectos que hoy propone la psicología contemporánea (físico, mental, social y espiritual). 



En las familias saludables, el humor está presente. “La seriedad con la que las familias enfrenan sus problemas puede ser la mayor causa de sus dificultades”, afirma Edwin H. Friedman, rabino, terapeuta familiar y asesor de la Casa Blanca en asunto de familia. La seriedad presenta una paradoja, nos dice.  Si los miembros de una familia no toman en serio sus responsabilidades, la familia puede volverse inestable y caótica. 'Pero la seriedad puede resultar también destructiva. La seriedad es más que una actitud: es una orientación total, una forma de pensar arraigada en la ansiedad constante y crónica. Se caracteriza por la falta de flexibilidad...'. El antídoto para la seriedad es el humor o la jocosidad, como lo llama Friedman, que no debe confundirse con hacer chistes. Tiene que ver más bien con la capacidad de los miembros de una familia de mantener distancias flexibles, de distinguir los procesos de los contenidos y de no asumir innecesaria responsabilidad emocional por otros. El humor permite que una familia rompa el círculo vicioso de la retroalimentación que contribuye a la cronicidad de un problema. 



En las familias saludables se vive el perdón. Este es otro de los aspectos que las disciplinas modernas en general –no sólo la psicoterapia– tardaron mucho tiempo en reconocer como un componente importante de la salud. Cuando la cultura occidental puso el énfasis en la autonomía individual antes que en la vida comunitaria, en la conducta antes que en el carácter, en el progreso antes en la evaluación, el perdón –en su concepción y práctica– fue marginalizado de la convivencia humana.  Al identificar el perdón como vinculado a la fe y a la religión se le proscribió de cualquier consideración profesional. Hoy la situación es diferente. Nuestro mundo afligido está redescubriendo el perdón en sus variadas dimensiones y a través de las lentes de las diversas disciplinas académicas. El Dr. Robert D. Enright y sus colegas en el Departamento de Psicología Educativa de la Universidad de Wisconsin-Madison han llamado la atención de los académicos para estudiar en forma interdisciplinaria el perdón. Su libro Exploring Forgiveness, editado con la escritora inglesa Joanna North, marcó el inicio de una reflexión sólida sobre el tema, en el cual se incluye la dimensión religiosa y pastoral. En el Prefacio, el arzobispo anglicano de Sudáfrica, Desmond Tutu, afirma que 'Sin perdón no hay futuro. Sin perdón el resentimiento crece en nuestro interior, un resentimiento que se torna en hostilidad y en rabia... El odio consume nuestro bienestar (por lo que) el perdón es un absoluto necesario para continuar la existencia humana. El mundo está al borde del desastre si no perdonamos, aceptamos el perdón y nos reconciliamos'.



[...]



La FE es un sentido de orientación global hacia la vida que nos hace entenderla como manejable y significativa porque es un don del Creador.  Es la convicción de que no estamos solos en el universo, de que el Creador es también el Sustentador y el Redentor. Es la habilidad de clarificar la naturaleza de los eventos y circunstancias con propósitos eternos y los problemas como medios que nos desafían a crecer, y por los tanto pueden ser superados con la ayuda de Dios.  Los eventos de la vida que nos causan estrés son desconcertantes cuando percibimos que no tenemos ningún control sobre ellos y amenazan nuestra seguridad y permanencia.  En un mundo cambiante todos buscamos algún nivel de permanencia.  Sólo la fe nos pone en contacto con los recursos –más allá de nuestras fuerzas– que sostienen el universo y también nuestras vidas. Esto no significa espiritualizarlo todo y descargarnos de nuestra responsabilidad. Una verdadera fe consiste en combinar sabiamente lo que nos corresponde realizar a los humanos y lo que sólo Dios puede hacer.  Beavers y Hampson describen una versión secular de la fe. Encontraron que las familias que funcionan bien reconocen que el éxito depende de muchas variables, algunas de ellas que están más allá de su control.  Sin embargo, comparten la convicción de que con metas y propósitos pueden hacer alguna diferencia en sus vidas y en las vidas de otros.  Aceptan las deficiencias humanas creyendo, al mismo tiempo, que nadie es completamente inútil y nadie es capaz de todo.  En contraste, las familias disfuncionales minimizan las fortalezas, exageran la seriedad de los errores y esperan consecuencias catastróficas. 



La FE conduce a la esperanza, que es un valor orientado hacia el futuro y esencial para “respirar” cuando el estrés y la ansiedad nos asfixian.  La esperanza es necesaria para restaurar relaciones estropeadas, para reparar daños, para re-educarnos en un optimismo vigorizador. Existe sobrada evidencia de que el pesimismo –que es la falta de esperanza anclada de una persona, pareja o familia-- va de la mano con la depresión, la debilidad del sistema inmunológico, el aislamiento, la enfermedad y la muerte.  Tanto el optimismo como el pesimismo pueden ser aprendidos y por lo tanto también alterados. Una familia saludable sabe evaluar la realidad --muchas veces difícil, cruel, devastadora-- pero se resiste a vivir bajo la sombra de la desesperanza y del pesimismo.  El optimismo –no la ingenuidad-- es una especie de vacuna psicológica frente a la adversidad...".



[...]


 

 


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