La Biblia no aporta demostraciones filosóficas o racionales sobre la realidad Dios, sino que únicamente lo presenta como creador del cosmos y el ser humano a partir de la nada.
Hasta hace poco más de un siglo y medio, predominaba en occidente la creencia de que todos los seres del mundo habían sido creados por Dios de forma sobrenatural e incomprensible para la razón humana.
Eso es lo que se puede leer en la Biblia y lo que la Iglesia ha venido enseñando a lo largo de los siglos. Sin embargo, con el advenimiento de la teoría de la evolución a mediados del siglo XIX y su aceptación universal por parte de la ciencia, el término “creación” ha adquirido otras connotaciones diferentes, incluso en el seno de la teología cristiana.
Muchos científicos defienden hoy que la ciencia debe tener un compromiso previo con el materialismo. Como ésta sólo busca causas materiales para explicar los fenómenos de la naturaleza, parecería lógico una adherencia a priori de los investigadores a las soluciones exclusivamente materialistas o que descarten siempre las causas sobrenaturales.
Por otra parte, un buen número de hombres y mujeres de ciencia creyentes asumen también ese materialismo metodológico pero aceptando que en el origen de todo estaría la acción y planificación del Dios creador. Él podría haber formado el universo y la vida por medio de lentos procesos evolutivos.
Ahora bien, ¿cuáles son los límites de la ciencia? Los científicos investigan la naturaleza siguiendo reglas y principios fijos que les permiten describirla, gracias a la reproducción experimental de sus fenómenos.
Sin embargo, las limitaciones aparecen cuando se intenta reconstruir procesos o acontecimientos que ocurrieron en el pasado y que no se pueden reproducir en el laboratorio.
Los problemas surgen cuando se pasa de la ciencia a la historia. Por ejemplo, hoy es posible observar cómo muchos animales cambian para adaptarse al medio en que viven.
Pero, ¿demuestran estos cambios que un animal parecido al hipopótamo sea capaz de transformarse con el tiempo en una ballena? Esto sería un ejercicio de “extrapolación” que sobrepasaría el límite de lo que la ciencia puede observar, medir o comprobar.
No es que la ciencia no pueda hacer extrapolaciones. Lo que ocurre es que si las mismas están sometidas siempre a unas condiciones previas, que dicen que en la naturaleza nunca jamás puede haber influencia sobrenatural, se está aceptando un principio que no proviene de la propia ciencia sino de prejuicios ideológicos (como el materialismo, ateísmo metodológico, no intervencionismo, etc.).
Desde esta perspectiva, por ejemplo, el análisis científico de los milagros bíblicos sería problemático.
La creación, el pecado original, el diluvio, la confusión de lenguas, la conversión de agua en vino, la resucitación de un cadáver y la propia resurrección de Jesús, serían acontecimientos milagrosos imposibles de describir mediante leyes naturales. ¿Quiere esto decir que porque la ciencia no tenga acceso a ellos no ocurrieron en realidad?
El ser humano -tal como yo lo veo- al no poder llegar al conocimiento absoluto de la verdad por sus propios medios, depende de otras posibles fuentes de conocimiento. De ahí la importancia del mensaje de la Biblia, que nos dice cosas trascendentes que no podríamos saber de ninguna otra manera.
Pero la revelación exige algo diametralmente opuesto a la metodología de la ciencia. Se trata de la fe. Es menester fiarse de la Escritura para aceptar la manifestación e intervención de Dios en el mundo natural.
Y esta confianza es precisamente la línea que divide el mundo entre creyentes y escépticos. La fe es la condición sine qua non para entender cosas como el relato bíblico de la creación: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (He. 11: 3).
Por supuesto, nunca será posible demostrar la existencia de Dios. Él no es demostrable de manera concluyente. De hecho, las auténticas demostraciones sólo se pueden dar en el ámbito formal de las matemáticas.
Y aunque a Dios pueda gustarle jugar con los números, desde luego, no es posible reducirlo a ellos. La Biblia no aporta demostraciones filosóficas o racionales sobre la realidad Dios, sino que únicamente lo presenta como creador del cosmos y el ser humano a partir de la nada.
Sin embargo, ¿acaso no es la propia creación una prueba suficiente de su existencia? Tal es el argumento que presentó el apóstol Pablo: “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas...” (Ro. 1: 20).
La inteligencia divina no se evidencia solamente en la creación sino también en la historia del ser humano. El clímax de su presencia en el mundo de los mortales es Jesucristo. La verdadera imagen del Dios invisible. Un Señor que no obliga a nadie a creer en él sino que deja en libertad al ser humano para que elabore su propia filosofía de vida.
Incluso para que crea en un cosmos sin Dios que se ha hecho a sí mismo. Lo que pasa es que para creer en un mundo así, sin un Creador inteligente, también se sigue necesitando la fe en las posibilidades de la materia. Ninguna demostración científica es capaz de sustituirla.
Pero la Escritura afirma claramente que sin fe es imposible agradar a Dios (He. 11: 6). Por pura lógica, a Dios no le complace el ateísmo.
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