Cuando se citan entre nosotros las mujeres más sobresalientes de la Biblia, María queda en el olvido.
“A María” es una canción que interpreta el cantante venezolano y residente en la República Dominicana, Ricardo Montaner, que ha motivado a algunos comentaristas de las redes sociales a cuestionar el expresado sentir protestante de este artista.
Se trata de una bella y tierna composición que exalta, en términos bíblicos y teológicamente correctos, el privilegio que tuvo María de llevar a Jesús en su vientre y ser el canal biológico que hizo posible que el Hijo de Dios viniese al mundo a salvarnos.
Es una canción que hace mención y reconoce la fe y los méritos humanos de esta extraordinaria y singular mujer.
Entre los evangélicos de América Latina no suenan extrañas las canciones y coros que cantan de David, de Moisés, de Pablo; pero, la canción que interpreta Montaner, por algunas reacciones que observo en las redes, ha hecho ronchas sobre algunas sensibilidades evangélicas que ven en el nombre de María la antípoda católica que escandaliza y asusta, de la cual es mejor desentenderse y dejarla en el olvido.
Así nos sentimos más cómodos y ajenos a los prejuicios y a esas traumáticas sospechas que nos han dejado las controversias religiosas surgidas tras los gravísimos errores teológicos que el catolicismo ha tejido en torno a la mujer que Dios escogió para traer a su Hijo Jesús al mundo.
Cuando se citan entre nosotros las mujeres más sobresalientes de la Biblia, María queda en el olvido.
María es casi innombrable en las iglesias evangélicas en las que reconocemos las Dorcas, las Déboras, las Noemis, las Rebecas y otras; incluso, mujeres de presencia incidental y hasta anónima.
Sin embargo, hay muchas reservas para reconocer y hasta nombrar a María, una mujer de tal virtud que su vientre fue asiento del Espíritu Santo para concebir a Jesucristo.
Ningún otro personaje de las Escrituras vivió una experiencia más grandiosa y relevante. María fue una madre que soñó, esperó y que se desveló, que vivió y celebró la maternidad con todas sus emociones, que tuvo sus sobresaltos, sus expectativas y sus miedos.
En un ambiente familiar junto a su pariente Elisabet, María proclamó la simiente salvadora de Dios que llevaba en su vientre y profetizó bajo la unción del Espíritu Santo que esa escogencia le daría reconocimiento: “Pues he aquí me dirán bienaventurada todas las generaciones” (Lc 1:48).
Este momento glorioso que vive María la lleva a proclamar: “Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lc 1:47). Es lo que se conoce como el Magníficat. Las frases que componen este canto excelso y bellísimo están revestidas de un matiz radical, subversivo y profético.
Es la llegada de Jesús y las fuerzas liberadoras de Dios que están actuando en la historia a través de vidas humildes y sencillas para colmar a los hambrientos y de bienes y enviar vacío a los ricos (Lc 1:53).
En la inauguración de la acción salvífica de Dios a través de su hijo Jesucristo se hace notorio un gran despliegue de gloria y alabanzas. Es sobre esa partitura que María canta y celebra.
No podemos olvidar que alrededor del nacimiento de Jesús no solo cantaron y adoraron los hombres, sino que también lo hicieron los ángeles.
Toda la exaltación en su esencia está dirigida a Jesús, indudablemente el centro de esta gran celebración en la que María es una pieza especial.
“Los ángeles –dice Spurgeon– habían presenciado muchos acontecimientos gloriosos y tomado parte en muchos coros de gran solemnidad alabando a su Creador todopoderoso”, pero el canto de los ángeles alcanzó su notas más elevadas y sublimes cuando vieron a Dios hacerse hombre en la criatura del niño que fue alumbrado por esta virgen llamada María.
Una canción a la madre de Jesús que hable bien de ella en términos bíblicos y teológicamente correctos no esta supuesta a devenir en escándalos y descalificaciones.
María fue escogida de Dios y honrada con este privilegio por sus virtudes y no es justo que la ignoremos por prejuicios religiosos, no importa lo mal interpretada que haya sido su figura por el catolicismo romano.
No entiendo por qué con nuestras canciones no podemos reconocer a María como reconocemos a muchos otros personajes bíblicos. Escuché la canción “A María” de Montaner y la considero, por lo que expresan sus letras, una composición bíblicamente correcta.
María debe ser rescatada por los protestantes como una mujer de extrema virtud para ejemplo de las mujeres de hoy. Habló de un rescate bien ponderado, valorativo y justo, no de una fiebre irreflexiva, arrastrada por modas y extravagancias que se preste a mayores y más desafortunadas desviaciones sobre la ya muy maltratada figura de María.
Es lo mismo que la Santa Comunión o Santa Cena, los evangélicos no podemos dejar de tomarla ni reconocerla como un sacramento instituido por el Señor, porque otras religiones mal interpreten y hagan uso incorrecto de esta bendición que trae sustancialmente a la memoria del creyente el sacrifico de Cristo con el que suscribió el nuevo pacto en su sangre.
Al contrario, nosotros estamos llamados a enriquecer este sacramento que ha pasado a ser una rutina carente de significado en muchas de nuestras iglesias evangélicas.
A los evangelicos nos despierta sospecha y hasta perdemos la comunión espiritual con la sola mención de María, mención que cuando escasamente se hace, casi siempre va seguida de una coletilla aclaratoria para despejar cualquier sospecha.
Por la preponderancia y la fuerza icónica que ha manejado el catolicismo, el nombre de María lo hemos asociado a las imágenes y a la idolatría. Eso es comprensible, pero ya es hora de que la teología evangélica rescate a María.
Tenemos que construir una teología histórica que saque a María de este destierro, de este anonimato en la que ha estado metida por siglos entre los evangélicos.
La predicación, la liturgia, la educación y la teología evangélica tienen como centro a Jesucristo, pero toda su pedagogía, todo su conocimiento viene dado en un relato humano, histórico y comprensible dentro de una realidad donde participan personas que recordamos de acuerdo al rol que desempeñaron en el plan de Dios para rescatar al mundo.
De manera que si por tradición, prejuicios y hasta por prudencia, no nos hayamos en la mejor disposición de cantar con Montaner un tema que exalta el nacimiento del Señor Jesucristo, reconociendo a María como la pieza humana de la que se sirvió Dios para traer a su Hijo al mundo, por lo menos dejemos a este hombre cantar y celebrar su fe, y nosotros abandonemos las críticas, especialmente cuando no están sostenidas por argumentaciones bíblicas contundentes, y acerquémonos al relato bíblico con atención y detenimiento, y terminaremos gozosos alabando al Señor por lo que hizo a través de María.
Los protestantes hemos alcanzado el grado necesario de madurez histórica y teológica, como para sin irnos a extremos, rescatar de este destierro inmerecido a María y darle la notoriedad que tiene.
De esa manera, podremos de verla como un paradigma de obediencia, esperanza y fe en medio de un santo alborozo de alegrías y cantos como fue su singular experiencia maternal.
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