Un interesante artículo, escrito por Febe Jordà, sobre las 'Escuelas de Padres', como parte del especial dedicado a la Educación Cristiana en el sexto número de la revista Sembradoras.
LAS ESCUELAS DE PADRES Febe Jordà*
La demanda de escuelas de padres ha crecido en los últimos años en nuestro ámbito, aunque quizá no siempre con este nombre.
Cuando el entorno se vuelve cada vez más individualista, cuando la percepción de que en lo moderno, en lo nuevo y en la tecnología se halla el saber útil, cuando nuestra sociedad ha renunciado a toda una serie de valores sin cuestionarse si era inteligente hacerlo ni cuáles venían a ocupar ahora su lugar, el tema de la educación de los hijos pasaba a ser algo más complicado de lo habitual.
Algunos progenitores se acercan a las escuelas de padres por su sentido de responsabilidad hacia sus hijos: cuanto más preparados estemos, mejor; cuanta más información tengamos y más prevenidos nos encontremos, más beneficioso será para ellos. Les aman y quieren demostrar su cariño proveyendo el mejor hogar que sean capaces, fomentando actitudes positivas, estilos de relación sanos, evitando errores.
Otros padres se acercan cuando surgen los problemas, típicamente en la adolescencia de los hijos, que es cuando la educación tiende a complicarse.
Son varias las entidades que organizan escuelas de padres, generalmente todas relacionadas con alguno de los ámbitos de la formación de los niños: los propios centros escolares; los que educan en el tiempo libre infantil y que también ofrecen apoyo a las familias; los centros religiosos, que valoran la educación integral y personalizada como parte fundamental de su estilo de vida; algunas entidades que trabajan en el ámbito de la psicopedagogía, debido a que gran parte de los problemas que atienden son ocasionados por disfunciones que se dan en el seno de las familias.
La necesidad de educar
Podía haber titulado este apartado como la idea o el concepto de educar, pero frente a muchas de las opiniones infundadas que circulan sobre la crianza de los hijos he preferido hablar de necesidad.
Es cierto que cada niña, que cada niño, llega a este mundo con unas características únicas y unas potencialidades que los padres deben ayudar a desarrollar, y este aspecto implica que hay que estar a la expectativa de lo que el niño muestra.
Pero también es cierto que los seres humanos somos los mamíferos que nacemos con menos instintos, y que hay que enseñar más cosas a las crías (si se me permite decirlo así). Por ejemplo, nuestros niños son seres sociales, aunque en las últimas décadas se nos esté olvidando; no están solos en el universo, y hay toda una serie de valores relacionados con esta cuestión que deben ser instruidos, como por ejemplo el respeto hacia los demás.
O que, en principio, para obtener las cosas se requiere un esfuerzo: esto también hay que enseñarlo, para que no crezcan equivocados. Creo que se entiende: los niños no van a adivinar las cosas, las van a aprender, de una u otra manera, según cómo se les forme.
Está demostrado que es una ingenuidad pensar que no intervenir, que no señalar un camino, que no marcar unas fronteras de conducta, que no educar, en definitiva, pensando que cuando el niño sea mayor ya decidirá, puede ser algo beneficioso para la criatura.
Porque, lo que no hagan los padres o tutores, lo están haciendo otras personas o medios, mucho más si cabe hoy en día, donde todo a nuestro alrededor está pensado para influir sobre las voluntades.
No hay nada inocuo: desde el programa escolar (con su currículum manifiesto y el oculto), pasando por los dibujos animados, los libros, las series de televisión, las canciones, las películas, hasta la publicidad en sí misma en todos sus medios, llegando hasta internet y su mundo particular.
Lo que los padres no educan, lo educan otros, y esos otros lo hacen en la dirección que les conviene, muchas veces contraria a las pocas nociones claras que los progenitores puedan tener.
Educar es también una necesidad porque el niño, para su desarrollo sano, requiere una referencia, aunque luego decida hacer de más y de menos con ella, y se comporte saltándose los límites señalados.
Dos ideas claras y básicas sobre educar
La primera noción tiene que ver con que la familia debe proveer la protección y los recursos necesarios para el desarrollo del niño. Esto implica el cariño y el estímulo para progresar en cada fase de su vida, todo lo relacionado con una alimentación sana y equilibrada, las horas de descanso oportunas, las herramientas y destrezas para desenvolverse y para superar los problemas que se vayan presentando, un espíritu crítico para no dejarse arrastrar…
Se trata más de una equipación emocional que le permita ser fuerte y sentirse seguro porque es querido y actitudinal frente a la vida, que no de las actividades o cursos y carreras que unos padres puedan costear a sus hijos.
La segunda idea tiene que ver con que a los hijos se les educa para que sean autónomos, independientes, adultos. Y esto comienza desde que tienen un año o dos con la autonomía personal, las tareas domésticas, los encargos fuera del domicilio, la preparación extraescolar e integral en las cuestiones necesarias para vivir por sí solos.
Si a los 18 años, en la mayoría de países, ya pueden votar y decidir los destinos de su nación y asumir frente a la ley la responsabilidad penal de sus actos, deberían también ser capaces de llevar sus vidas de manera elemental: una casa, un trabajo, el dominio de sus emociones y sentimientos, lo que haga falta. Aunque eso no quiere decir que, ya que somos seres sociales, no puedan dejarse orientar, si así lo desean.
Desde las escuelas de padres
Desde las escuelas de padres se abordan estas cuestiones y se ayuda a reflexionar a las familias sobre cuáles son los valores que van a priorizar en su hogar.
¿Son más importantes las posesiones o las personas? ¿Lo que cuenta es lo que tú quieres, tesoro mío, por encima de todo lo demás, o miramos un poco más allá, lo que te interesa a largo plazo, aunque ahora te molestes conmigo? ¿Tengo que salirme yo con la mía como madre, como padre, a toda costa, anulando la expresión de cualquier discrepancia?
¿Si no quieres comer las lentejas, prefieres que te haga patatas fritas y carne rebozada, cariño? ¿Aunque ahora no iba a planchar, por no escucharte gritar más, ya me pongo con tu blusa? ¿No te dije que llegaras a casa a las once como muy tarde, y son las dos de la madrugada? ¿Vamos a priorizar la competitividad sobre todas las cosas en los estudios, los deportes, allí donde estés, para que siempre seas el mejor, un digno hijo de tu padre? ¿Las cuestiones de ahorro energético y de recursos del planeta van a constituir un motivo de bronca familiar si no se respetan en la casa?
Las escuelas de padres exponen acerca de los estilos de comunicación con los hijos, por ejemplo, y cómo ello determina el ambiente de un hogar y las técnicas de resolución de los conflictos cuando éstos se presentan, porque los problemas se presentan.
La agresividad o pasividad de los padres, o la asertividad como manera habitual de actuar, son factores que entorpecen o ayudan en el momento en que los puentes deben estar tendidos.
También se suele trabajar el tema de los límites, premios y castigos. Los límites entendidos como el marco tanto de protección para el niño como de convivencia para la familia. Los límites físicos, para su seguridad; los valores, para salvaguarda emocional y psicológica, como guía de conducta, como referencia en ausencia de los padres, como parte de los rasgos que pasarán a formar parte de la personalidad del nuevo adulto.
Cuando se trabaja el tema de la disciplina, se propone siempre la educación en base a los premios, a la alabanza, el estímulo, que hace que el niño crezca sabiendo que tiene la aprobación de sus padres, y se fortalece su autoestima.
El castigo siempre debe ser la última opción, y tiene que ajustarse a ciertos criterios como son la proporcionalidad con la falta cometida, la inmediatez si el niño es pequeño y, si puede ser, que la sanción sea una consecuencia natural o lógica de lo que ha hecho.
Se anima a pensar si las estrategias que se suelen usar son eficaces para conseguir el comportamiento deseado en el hijo, si están siendo útiles para corregir el que es nocivo…
Otras funciones de las escuelas de padres
Las escuelas de padres son un punto de encuentro para las familias y sirven como terapia grupal por su propia naturaleza: otros padres están viviendo los mismos problemas que uno, y eso ayuda a desdramatizar y tomar perspectiva, a la vez que aportan pistas sobre posibles actuaciones educativas, y ayudan a no perder la esperanza ni el ánimo, mientras se permiten sonreír.
Por otra parte, los profesionales que llevan las escuelas de familia pueden valorar que algún problema va más allá del ámbito educativo y familiar, y aconsejan la evaluación de un especialista concreto como el pediatra, el psicólogo, el psiquiatra.
Para finalizar
El trabajo de apoyo a las familias es necesario por todo lo que hemos apuntado someramente un poco más arriba, y por muchas más razones. Sin embargo, desde una perspectiva cristiana, los padres, además, tienen el mandamiento expreso de instruir a los niños, que son definidos en la Biblia como herencia de Dios.
De este modo, el encargo de la educación nada tiene que ver con la filosofía educativa imperante en la sociedad en la que a uno le toque vivir, ni tampoco con que los padres o tutores tengan ganas o tiempo para educar: deben hacerlo, y con las especificaciones de enseñar con amor, con sabiduría, sin exasperar a los hijos, mirando cada día al Señor que es a quien darán cuentas…
Y con alegría: porque educar es sembrar para el futuro, que puede ser hermoso según lo hermosa que sea la semilla que se plante y se riegue con paciencia.
*Nació en Barcelona. Es pedagoga y directora de actividades de tiempo libre infantil y juvenil en cuanto a formación. Desde hace casi treinta años está trabajando con niños y adolescentes en primera línea.
Además, forma parte de un equipo ocupado de la formación de personal titulado oficialmente para la educación de menores de edad en el tiempo libre. Y en escuelas de padres. Da conferencias y talleres de escritura. Es escritora y ha publicado dos libros.
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