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Protestante Digital

 
El poder transformador de la palabra LXXV
 

Los niños soldado, esclavos del Siglo XXI

Cientos de miles de niños y niñas son utilizados en más de 30 conflictos

MUY PERSONAL AUTOR Jacqueline Alencar 06 DE MAYO DE 2017 22:50 h
Marilyn y Margret Amony, ex niña soldado.

¿Está abolida la esclavitud en el mundo actual? Oficialmente la respuesta sería afirmativa. Y podríamos citar los nombres de William Wilberforce, de Julio Vizcarrondo Coronado, dos políticos protestantes, inglés y español respectivamente, que sudaron sangre para cambiar la mentalidad de la sociedad de su época...



Lamentablemente, nadie medianamente informado puede negar que es consciente de que la lacra de la esclavitud, que tanto costó abolir en el siglo XIX, continúa estando vigente en nuestras sociedades avanzadas; las del Internet, las de los viajes de la tierra a la luna, las de la defensa de la vida, etc.



Solo han cambiado las formas, pero seguimos siendo testigos de la explotación y vejación del ser humano, de su despojamiento de toda dignidad. Ahí tenemos a las mujeres víctimas de la explotación sexual, de los niños trabajadores, de los niños soldados, entre otras muchas formas de esclavitud.



¿Podemos ser los Wilberforces de hoy? ¿Utilizando nuestra influencia sea cual sea para salvaguardar la dignidad del ser humano? He aquí la respuesta en Job 31.15: "El mismo Dios que me formó en el vientre fue el que los formó también a ellos; nos dio forma en el seno materno".



Menciono el tema de la esclavitud porque hoy, un día cualquiera, se celebra el Día contra el uso de Niños Soldado, con el fin de recordar la dramática situación que viven cientos de miles de niños y niñas en más de treinta conflictos en el mundo, según UNICEF.



Estos niños son secuestrados o se adhieren a grupos armados ante la desesperación de salir de una situación de pobreza extrema o por el daño infligido a ellos y a sus familias. Estos niños son golpeados, utilizados como escudos humanos, obligados a cocinar para los combatientes, a portar armas, realizar actividades peligrosas.



 



Revista Sembradoras.



En el caso de las niñas, acaban siendo violadas y madres prematuras, acarreando además con el estigma y los daños sicológicos que les ocasiona esta situación. Todo ello nos lleva a preguntarnos: ¿Dónde quedan sus derechos?



Tiempo atrás, durante un retiro de mujeres Aglow, en Madrid, conocí a Marilyn Skinner, quien junto a su esposo, ambos misioneros, vivían en Gulu, Uganda.



Después de escuchar su impactante testimonio sobre la labor con los niños y niñas que habían sido víctimas de la guerra en ese país, le pedí que escribiera un artículo sobre el tema, que sería publicado en la revista Sembradoras del 2014, cuyo tema central en ese año era el de La Esclavitud en el Siglo XXI. Cito el texto del mismo, que generosa y amablemente me envió:



"Marilyn Skinner: Transformando vidas en Uganda*



El centro Esperanza Viva de Gulu se encuentra situado junto a un bullicioso mercado y al otro lado de un campo vacío donde los niños juegan tras salir de la escuela. Los vendedores asan maíz, carne y plátano macho, y copan los lados de la carretera en el centro de la ciudad.



El tráfico se ha incrementado en esta pequeña ciudad. Edificios vacíos en el área comercial han vuelto a pintarse con colores brillantes y se han vuelto a abrir. Las mujeres van en bicicleta con sus bebés sujetos a la espalda; sus pequeños ojos se asoman a través de la cáscara de calabaza que les da sombra.



Niños pequeños caminan hacia la escuela de la mano de sus hermanos. Hoy en día es un lugar seguro, en crecimiento, lleno de vida. El aire fresco sopla a través de las hileras de árboles mvule que bordean las calles, y hay una abrumadora sensación de esperanza y de nuevos comienzos, como si estuvieras contemplando un brote de vida surgiendo de un tocón roto.



Gulu no siempre fue así. Hace unos 20 años, Gulu era una ciudad fantasma. Una comunidad conocida por celebrar la vida a través de la música y el baile, que había sido silenciada durante años de violencia sin sentido en una guerra civil entre un grupo rebelde llamado “El ejército de resistencia del Señor” (Lord’s Resistance Army, LRA) y el gobierno de Uganda.



Más de 25000 niños fueron forzados a convertirse en niños-soldado o esclavos sexuales del LRA. Sus manos fueron obligadas a mancharse de sangre, y con el miedo les manipularon para creer que la lucha era su única opción. Estos niños se vieron obligados a ponerse en contra de sus familias y a aterrorizar a su propio pueblo.



Cuando fui por primera vez al norte de Uganda en 2008, la gente había abandonado las armas y la paz y la seguridad habían vuelto, pero Gulu estaba en ruinas. Las familias estaban rotas y todos estaban traumatizados.



Las mujeres que habían sido secuestradas siendo niñas retornaban como madres de niños nacidos a una vida de violencia. Estas mujeres no tuvieron oportunidad de recibir una educación, no tenían habilidades, no tenían los medios para que sus hijos pudieran subsistir.



Muchas volvieron como seropositivas, algunas tenían hijos que no deseaban, todas se habían visto despojadas de su inocencia. Aquellos que habían sufrido a manos de los soldados del LRA y cuyas casas habían sido saqueadas y quemadas, ahora debían encontrarse cara a cara con los perpetradores, quienes regresaban tras su cautividad.



Los niños forzados a convertirse en soldados volvieron a una comunidad que ahora los rechazaba. No tenían hogar ni oportunidades. Cuando regresaron estaban traumatizados, aislados, eran incapaces de salir adelante.



Pude percibir un profundo vacío en la gente. Vagaban por las calles arrastrando los pies. Tenían la mirada sombría y su voz era monótona. Podías sentir el dolor y la culpa en el aire, densos como una capa de polvo rojo que el viento llevaba a través de la ciudad rota.



 





En 1983 había seguido a mi marido a una Uganda dividida por la guerra, con tres niños pequeños, así que no era un paisaje que me fuera desconocido. Sabía por experiencia propia que sólo Jesús podía transformar las vidas que habían sido destruidas.



Nada es imposible para nuestro Dios y donde nosotros, con nuestra limitada visión, vemos problemas, Él ve oportunidades. Dios puede trasformar cualquier lugar desprovisto de dignidad y esperanza, y Él puede insuflar nueva vida en él.



Sin embargo, ese día en el norte de Uganda, mientras estábamos sentados con los líderes de la comunidad y escuchábamos sus necesidades más acuciantes, comencé a desarrollar un plan seguro. Iba a llevar a esos huérfanos, a esos antiguos niños soldados, y a esas mujeres heridas a nuestros poblados Watoto en Kampala para restaurar sus vidas.



Dios desbarató mis planes de inmediato y en vez de eso me pidió que una vez más me arremangara y me preparara para hacer la dura labor de transformar el paisaje. Él quería que fuéramos los instrumentos que volvieran a traer la vida que había sido robada a esta comunidad que una vez había sido tan vibrante, como ya habíamos hecho en Kampala hacía 24 años. Dios no quería que sacáramos a la gente de sus hogares. Quería que fuéramos a Gulu y lo hiciéramos habitable de nuevo.



Así que en 2008 inauguramos la iglesia Watoto en Gulu. Poco después abrimos el precioso centro de Esperanza Viva (Living Hope), ahora un santuario para mujeres vulnerables.



No muy lejos de Gulu, en un lugar llamado Laminadera, un campo de batalla durante la guerra, construimos casas, una iglesia y una escuela para niños que regresaban tras su cautiverio y que no tenían familias para recibirles.



Hoy en día, a través de Watoto y Esperanza Viva, hemos dado fuerza a más de 2.500 mujeres y rescatado a más de 600 niños en el norte de Uganda.



Dios nos ha ayudado a ver el potencial de cada vida. Nos ha ayudado a ver más allá de su pasado, su dolor y sus experiencias. Los vimos como los “árboles de justicia”, llamados por Dios para reconstruir las antiguas ruinas y restaurar los lugares devastados hace tiempo (Isaías 61: 3-4).



Así que alimentamos a estas mujeres y a estos niños como si fueran semillas. Plantamos en sus corazones como en tierra fértil, arraigada en el amor de Dios. Lentamente, a medida que comenzaban a entender su valor, florecieron y crecieron.



Hoy saben que Jesús puede restaurar cualquier vida. Ya podemos verles fructificar, al traer gozo a una comunidad que estuvo desolada.



 



Margret Amony es una de las muchas mujeres cuyas vidas están transformando el paisaje del norte de Uganda. Margret tenía sólo doce años cuando los rebeldes irrumpieron en su cabaña en mitad de la noche y la arrebataron de los brazos de su abuela.



Cuando intentó escapar, la golpearon hasta que quedó inconsciente. Al despertar, había amanecido y estaba rodeada por diez soldados. La obligaron a cargar un enorme haz de provisiones sobre su cabeza durante horas hasta que llegaron al campamento rebelde. Allí la entregaron a un capitán de la LRA, quien la convirtió en su segunda esposa.



Margret era todavía una niña cuando dio a luz durante una batalla. 'Parí a mi hijo, cogí mi arma, y seguí avanzando. Así funciona allí fuera', explica. Margret vivió prisionera durante ocho años.



Logró escapar cuando sus líderes fueron abatidos en una emboscada de fuerzas del gobierno. Margret y un grupo de mujeres aprovecharon la oportunidad y corrieron durante tres días hasta que encontraron ayuda.



Margret fue llevada a un hospital para recuperase de sus heridas. Había recibido un impacto directo en la espalda, y había evitado por los pelos una bala que rozó su cara. Cuando obtuvo el alta, Margret descubrió que la vida en Gulu no era fácil.



La marginaban y no tenía forma de mantener a su hijo. Cuando se encontraba con sus antiguos compañeros de primaria y veía cuán diferentes eran sus vidas, sentía amargura. Las posibilidades de la vida que hubiera podido tener si no hubiera sido secuestrada la llenaban de dolor.



Sin embargo, hoy en día Margret no permite que el pasado la defina. Se unió a Esperanza Viva en 2008 y ahora trabaja como profesora en el departamento de sastrería que Esperanza Viva tiene en Gulu. 'Antes de Esperanza Viva estaba llena de resentimiento y rabia. Me odiaba a mí misma y me culpaba por mi situación. Aquí aprendí a amarme a mí misma'.



El camino hacia la restauración fue largo y difícil. Los vecinos solían señalarla y recordarle quién había sido. 'Antigua niña soldado', la llamaban. 'Secuestrada', le decían. Estas palabras resonaban en su cabeza, pero Margret aprendió a liberarse. Margret aprendió a perdonar a aquellos que le habían hecho daño.



Ahora Margret es una líder en Esperanza Viva, así como una granjera y una patrona en su comunidad. Hace unos cinco años comenzó a cultivar su huerta. Hoy cultiva yuca y judías y contrata a 20 personas para que la ayuden en el campo.



Margret también ha comenzado un grupo de oración con otras mujeres en la iglesia local para animarse unas a otras. Los demás ya no la ven como una víctima o como 'mercancía dañada' porque Margret está sembrando semillas de esperanza y de oportunidad en las vidas de aquellos que la rodean.



En mis viajes compartiendo las historias de mujeres como Margret soy testigo de cómo Dios está creando una hermandad de mujeres alrededor del mundo, mujeres que responden al sufrimiento de niños y mujeres. Lo que hacemos, incluso si parece sencillo, impacta de manera significativa en las vidas de gente como Margret.



Para saber más sobre el trabajo de Watoto y sobre cómo puedes colaborar, visita: www.watoto.com



 



*Marilyn Skinner vive en Kampala con su marido Gary. Juntos son líderes de la iglesia de Watoto, una iglesia basada en células y llena de vida, que fundaron en 1984.



Diez años después fundaron Watoto Child Care Ministries para dar respuesta al sufrimiento de millones de niños africanos, huérfanos como consecuencia del VIH/SIDA. Actualmente Watoto se ocupa de casi 3.000 niños ugandeses. Su visión es que estos niños crezcan para convertirse en futuros líderes de Uganda y de África.



Además de defender la causa de los huérfanos, Marilyn está comprometida con el objetivo de devolver la dignidad a las mujeres vulnerables. En 2008 fundó Living Hope para dar recursos a mujeres y que así puedan cuidar a sus hijos y convertirse en pilares de influencia en sus comunidades. Living Hope ha mejorado la vida de casi 3.000 mujeres. Sus hijos, más de 15.000 niños y niñas, tienen ahora más esperanza de tener un futuro".



Estos son apenas retazos de los miles de casos que se suceden en el mapa del mundo. Esperamos que no nos quedemos solo con celebraciones de un día y, cada uno, según sus dones, colabore en construir un mundo mejor.


 

 


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