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Protestante Digital

 
 

Cuando los pordioseros lucen lujosos vestidos

Un estudio novelado de 2 Reyes 7 :1-20.

AHONDAR Y DISCERNIR AUTOR Roberto Estévez 12 DE MARZO DE 2017 08:20 h
Cerca de una de las puertas de la ciudad había cuatro leprosos./FreeBibleimages.org.

La ciudad de Samaria estaba rodeada por el ejército sirio. El enemigo había dispuesto sus fuerzas en forma tal que era absolutamente imposible salir o entrar.



La milicia siria estaba bien entrenada. Sus escuadrones estaban estratégicamente colocados. El cerco era inexpugnable. La vida para los sitiadores era un poco monótona.



Acostumbrados a caminar grandes distancias y a combatir frecuentemente, este asedio de la ciudad les daba merecidas vacaciones. La buena comida que recibían como donativos de los pueblos cercanos, les hacía la vida realmente fácil.



En un contraste tremendo, la vida adentro de la ciudad sitiada era muy difícil. Faltaba todo. El agua era muy escasa. Los depósitos de comida estaban agotados. El pueblo trataba de comer cualquier cosa que fuera digerible.



Sabían que sus días estaban contados y que a menos que un ejército poderoso los rescatase estarían perdidos. ¿Pero quien iba a socorrerlos? El reino de Judá estaba muy ocupado con sus preparativos de defensa.



Era hasta difícil enterrar los muertos que se sumaban cada día por la hambruna.



Esa mañana los ancianos de la ciudad se reúnen en la plaza.



-¿Qué podemos hacer? - pregunta uno de ellos.



- No hay salida posible – responde otro - estamos rodeados; no tenemos un ejército para defendernos contra este enemigo. No tenemos promesa de ayuda.



A extramuros, cerca de una de las puertas de la ciudad había cuatro hombres. Tenían en común que estaban enfermos de una de las enfermedades más temidas de la raza humana. Eran leprosos.



Cada uno de ellos podía contar su historia con ciertas variantes y muchas cosas en común. Vivían afuera de la ciudad porque la ley de Moisés así lo establecía. Antes, cada uno de ellos habitó en su propio hogar.



Algunos hasta tenían hijos. Ahora, en las tardes, mientras se sentaban al caer el sol, hablaban entre ellos y parecería que se consolaban al recordar los viejos tiempos. Nos imaginamos que procedían de distintos grupos sociales.



Uno, quizás era de una familia muy rica y educada. Otro, acaso era un artesano que tenía un vivir adecuado. Los otros dos, más jóvenes, podría ser que eran de familias muy pobres.



Pero allí, en esa pequeña comunidad de leprosos esas gentes vivían en su propio microcosmo. No había diferencias entre el muy rico y el muy pobre. Se llevaban bastante bien a pesar de las discusiones que a veces se acaloraban.



En la ciudad estaba el profeta Eliseo. Este era bien conocido por los milagros que había hecho. Resucitó al hijo de una sunamita. Hizo un milagro increíble en una ocasión en la que un guisado estaba envenenado.



Sanó al famoso comandante en jefe de las fuerzas sirias el General Naamán. Eliseo era un hombre de oración como lo fue su mentor el profeta Elías.



Durante este tiempo de crisis ha estado en oración intercediendo por el pueblo de Israel. Dios le dio un mensaje y lo comunica:



- “Oíd la palabra del SENOR: Así ha dicho el SEÑOR: “Mañana a estas horas, en la puerta de Samaria, se venderá una medida de harina refinada por un siclo y dos medidas de cebada por un siclo”.



La profecía es muy inusual. Sencillamente se dice que el precio de la harina y de la cebada sería asequible, aunque entonces en la ciudad de Samaria no había casi nada de comida.



La mínima cantidad se vendía a precios exorbitantes. Cuando Eliseo da esta profecía está presente el Comandante. Es un hombre muy respetado, uno de los consejeros del monarca. Las Escrituras lo describen como aquel “en cuyo brazo se apoyaba el rey”.



Él sabe exactamente cuantas provisiones hay en la ciudad. El rey ha hecho un inventario obligatorio de todos los alimentos en la ciudad y él no ignora que están “rascando el fondo del barril”. ¡Una medida de harina refinada por un siclo! No tenemos una medida en toda la ciudad. ¡Esto es absolutamente ridículo! El comandante no se puede contener y dice:



- He aquí , aun cuando el SEÑOR hiciese ventanas en los cielos, ¿sería esto posible?



- Señor profeta, no hay manera que esto pueda ser posible. Ud. se está burlando de nosotros. Mire, en esta ciudad hay muchos miles de personas. Para alimentarlos, los ángeles de Dios van a tener que descargar harina y cebada por las ventanas del Cielo, pues no bastaría de arrojarlas por la puerta. Dicho sea de paso, nunca Dios hizo algo así en la historia de la humanidad.



Una sonrisa burlona se posa en los labios del militar. Muchos de los presentes asienten con sus cabezas lo que acaba de decir el Comandante. Pero lo que este hombre no se ha dado cuenta es que al decir estas palabras está insultando a Dios.



Cuando Eliseo ha profetizado, lo que expresa no es su propio sentir, sino que es el mensaje específico que el SEÑOR le ha dado para esa ocasión.



- El profeta Eliseo se para y repite con voz firme y fuerte:



- “Mañana a esta hora se venderá una medida de harina refinada por un siclo y dos medidas de cebada por un siclo”.



Algunos de los presentes dicen:



- ¡Dios lo oiga!



- ¡Es imposible! – dicen otros.



- Parece que esta vez el profeta Eliseo se ha pasado de optimista – opinan otros.



Eliseo responde al Comandante:



- ¡He aquí tú lo verás con tus ojos, pero no comerás de ello!



Un silencio profundo se hace en la sala y el militar hace un gesto como diciendo:



- ¿Y a mí que me importa?



Volvamos fuera de los muros de la ciudad. Los cuatro leprosos no sabían lo que había dicho Eliseo.



Se dan cuenta que su situación es desesperante. Durante tiempos normales algunas personas caritativas les dejaban algún que otro alimento. Pero ahora con la crisis y el temor del enemigo estaban desesperados. Toman una resolución en forma casi simultánea. “Se dijeron unos a otros:



- ¿Para qué nos quedamos aquí hasta morir? Si decimos “Entraremos en la ciudad” el hambre está en la ciudad, y moriremos allí; y si nos quedamos aquí, también moriremos. Ahora pues, vayamos y pasemos al campamento de los sirios. Si nos conceden la vida, viviremos y si nos matan moriremos” (v.4).



La solución que estos hombres tomaron acarreaba otro peligro. En una ciudad sitiada, los que intentaban pasarse a filas enemigas, de ser descubiertos eran ejecutados de inmediato. Resolvieron que lo mejor sería escapar en la noche esperando que ni de una y otra parte se enteraran.



Quizás alguno pensaría que estos hombres leprosos, desechados de la sociedad, con una existencia muy precaria, con sufrimiento físico, con severas deformaciones del rostro y de los manos, estarían mejor muertos que vivos.



Sin embargo el ser humano tiene ese espíritu de lucha por la vida que es admirable. Si, es cierto que las vidas de estos hombres eran muy penosas. Es verdad que no podían estar con los suyos y que no les era permitido siquiera tocarlos.



Tenían una existencia llena de limitaciones y dificultades; sin embargo deseaban batallar por sus vidas hasta el último momento. Así somos nosotros los seres humanos.



Retornando al campamento sirio. el sol se estaba poniendo y los soldados se disponían a cenar. Cientos de hogueras se han prendido y alrededor de ella los guerreros conversan y cuentan sus historias predilectas de las batallas que han peleado.



Es interesante que parecería que todos han luchado con soldados que eran muy grandes, muy fuertes y valerosos, pero que indefectiblemente cayeron ante el coraje y habilidad de cada uno de ellos. Muchas veces las acciones de guerra se siguen contando hasta altas horas de la noche.



- Bueno, - dice uno de ellos - si me permiten me gustaría contarles las historia cuando yo sólo vencí a siete soldados enemigos.



- ¡Basta! – interrumpe unos de sus amigos - Ya la hemos escuchado muchas veces. ¡Y cada vez que la cuentas le agregas un enemigo más!



De pronto uno de ellos dice:



- ¿Qué es eso?



Se escucha algo así como un zumbido de un enjambre de abejas que va creciendo. El zumbido sigue creciendo cada vez más y más. Los centinelas hacen sonar las trompetas de alarma.



- ¡Nos ataca el enemigo! - gritan los centinelas.



Los caballos relinchan y espantados algunos se escapan y trotan fuera de control por el campamento. Los hombres de armas corren de un lado al otro tratando de buscar sus escudos y armas.



Cada segundo que pasa el sonido se hace más y más intenso. Ahora parece el ruido de miles de caballos y carros de guerra. En el cuartel general el comandante es informado de lo que está sucediendo.



- ¡Estamos rodeados por todas partes! - informa un asistente - ¡Nos tienen acorralados!



Me imagino la escena. De súbito, comienza a oírse el estruendo lejano de una gran caballería aproximándose. Parecería que procede del norte. Seguidamente se oye el ruido metálico de los ejes de los carros de guerra.



El chirrido es tan intenso que resulta insoportable, “rompe los oídos”. Luego el sonido cambia y aparenta venir del sur. Y desde allí se escucha el pisar inconfundible de los soldados marchando.



Después se hace mayor el estrépito que procede del este, para luego oírse como el fragor de una estampida que se acerca desde el oeste. De pronto, estalla el generalizado clamoreo de la embestida final.



- ¡Toquen a retirada! - ordena el comandante en jefe.



Presa del pánico, los soldados corren hacia un lado. Cuando el mayor ruido procede del sur, corren hacia el norte. Cuando el estampido viene del este huyen hacia el oeste. Corren como si un torbellino de viento los empujara.



En el otoño me gusta barrer las miles hoja caídas de los árboles con un aparato que en algunos lados se llama un “soplador”. Este emite un chorro de aire con mucha fuerza. Es como una “aspiradora a la inversa” es decir en vez de aspirar propulsa el aire. Se le puede comparar a una “hidrolavadora” pero emite aire en vez de agua.



A veces tengo una gran cantidad de hojas y las muevo de un lado a otro cambiando la dirección del “chorro de aire”. Creo que algo parecido pasó ese atardecer allí. Los hombres fueron como barridos, empujados, por ese sonido que actuaba como un “soplador gigante”.



De nuevo a la puerta de la ciudad de Samaria. Los cuatro leprosos se deciden a arriesgar sus vidas y pasar al campo enemigo. ¡Qué lección estos hombres nos están dando! A veces estamos en una situación sin salida. Nos quedamos como petrificados. No queremos tomar el riesgo de hacer algo por el temor de fracasar y si esto sucede ¡qué es lo que podrán decir nuestros amigos!



Sigilosamente se acercan al campamento sirio. Al aproximarse les llama la atención que no se escucha ningún ruido. No ven los centinelas. Con mucho cuidado se allegan a una tienda.



- Buenas noches, señores sirios – saluda uno de ellos.



- Perdonen la molestia, ¿hay alguien aquí? - No hay contestación.



- ¿Se puede pasar? - El silencio es la respuesta. Por último, uno del grupo dice al más audaz:



- ¿Por qué no miras por esa abertura, entre los tejidos de la tienda y ves si adentro hay alguien? Con mucho sigilo éste avanza, abre la costura descosida y observa. La noche ha caído y es difícil ver. Apenas un lámpara de aceite, tiritando de miedo por el viento nocturno, muestra la soledad.



- ¡No hay nadie! ¡Entremos!



“Cuando estos leprosos llegaron al extremo del campamento, entraron en una tienda, comieron y bebieron y tomaron de allí plata, oro y ropa; y fueron y lo escondieron”. Esos rostros cubiertos con las cicatrices de la triste enfermedad manifestaban una alegría que hacia muchos años que no habían mostrado.



En la ciudad, mientras tanto, había un hambre brutal. En esa tienda se estaban dando un festín. Había alimentos y riquezas en abundancia. Sin duda era la carpa de un militar de rango.



Van a otra tienda y la escena se reitera. Está repleta de hermosas ropas, oro y plata. Uno de ellos se pone sobre sus harapos una túnica hermosamente bordada.



- ¿Cómo me queda? - pregunta.



- Pareces un príncipe en la corte del rey David - le contesta otro.



Cada uno de los leprosos prueba varios de esos vestidos hermosos y costosos sobre sus andrajos. La escena tiene un matiz cómico. Allí están esos pobres enfermos con sus rostros mutilados luciendo estas ropas lujosas.



Los cuatro hombres entran en un proceso frenético de juntar riquezas y vestidos y esconderlos algunos entre piedras y otros sepultados bajo tierra. Corren de una carpa a otra y acumulan más y más tesoros. Ya están exhaustos de tanto correr y esconder cosas. ¡Es que hay tanta abundancia! De pronto uno de ellos se detiene y le dice a sus compañeros:



- “No estamos haciendo bien. Hoy es día de buenas nuevas y nosotros estamos callados. Si esperamos hasta la luz de la mañana , nos alcanzará la maldad. Ahora pues, vayamos , entremos y demos la noticia a la casa del rey.”(v.9)



Podrían haber argumentado buenas razones para no dar la noticia. Después de todo, la gente de Samaria no se les mostró muy amigable. Muchas veces los habían echado porque “no querían verlos ni de lejos”. Ahora ellos no tenían ninguna obligación con esa sociedad que los había excluido.



Sin embargo, se dieron cuenta que esa era la gran oportunidad de ser de ayuda y había un riesgo que corrían por no compartir las buenas noticias.



Por supuesto que muchas veces nos vamos a encontrar como estos hombres. La duda, la interrogante de por qué razón hacemos esto o si habrá una intención ulterior.



Quizás muchos de nosotros alguna vez nos hemos sentido como estos leprosos: excluidos y rechazados por nuestra sociedad. Como ellos, sentimos que no podemos “acercarnos a la ciudad ” y que no nos quieren ver ni cerca. Pero para mí lo interesante de esta situación es que estos hombres no mostraron resentimiento o rencor.



“Si esperamos hasta la luz de la mañana nos alcanzará la maldad” (v.9)



Corren a la ciudad y llaman a los porteros.



- ¿Quién va? - preguntan desde adentro



- ¡Somos nosotros los leprosos! ¡Traemos muy buenas noticias!



- “Fuimos al campamento de los sirios, y he aquí que no había nadie, ni la voz de nadie, sino sólo caballos y asnos atados, y las tiendas estaban intactas”.



Los guardianes anuncian al monarca la noticia:



– ¡No lo puedo creer! - dice el rey - ¡Es una de las tretas de los sirios!



¡Cuánto le cuesta al ser humano creer! Eliseo les había prometido el día anterior que la carencia iba a concluir.



Finalmente el rey es convencido que vale la pena intentar. El general Naamán también fue aconsejado a seguir el consejo del profeta y por su obediencia fue sanado. (2ª. Rey.5:13)



Sale la incursión al campamento sirio y encuentran que el informe de los leprosos es verídico. “Todo el camino estaba lleno de prendas de vestir y equipo que los sirios habían arrojado en su apresuramiento.”



La partida exploradora regresa y le dicen al rey:



- Majestad, lo que los cuatro leprosos nos han dicho es verdad. Los sirios han huido y han dejado en su apresuramiento todo lo que tienen.



- ¡No es posible! - dice el Rey - Un ejército no huye sin razón.



- Mi Rey - dice uno de los enviados - hemos visto que hay comida para todo el mundo. Hay fardos repletos de alimentos. A estos sirios les gusta comer bien.



Entra el comandante en cuyo brazo se apoyaba el rey. Su cara está enrojecida de vergüenza y dice al soberano:



- Excelencia, tenemos que organizar que todos estos alimentos vengan a las despensas reales y que no haya desorden. Después podemos distribuirlos apropiadamente cobrando una “pequeña cantidad”.



- ¡De acuerdo! - ordena el monarca - Ud. estará encargado de cuidar para que todo sea hecho en forma organizada.



El comandante con sus ayudantes se acerca a la puerta principal. Está muy cerca del lugar donde antes estaban los leprosos. La noticia de la huída de los sirios se ha corrido como un reguero de pólvora por la ciudad. Las gentes salen como enloquecidas.



Corren en tropel por las tortuosas callejuelas de la ciudad. Saben que los primeros que lleguen van a tener más que los últimos. Han escuchado que los sirios han dejado muchas cosas de valor. Los ayudantes del comandante en vano gritan que se formen en fila.



De pronto aparecen miles de personas que corren hacia la puerta. Los soldados tratan de controlar la multitud pero son empujados como si fueran de papel. El comandante extiende su mano y grita:



- ¡En nombre del Rey: Prohibido pasar!



La multitud enardecida se parece a la hinchada de fanáticos tratando de salir de un partido muy concurrido de fútbol. Es una gigantesca ola humana. El comandante insiste en imponerse:



- ¡Paren, paren! En nombre del Rey está prohibi....- La multitud lo empuja y tira al suelo. Miles pasan sobre él y lo pisotean. En los pocos minutos de vida que le quedan al ser aplastado por esa masa humana, le resuenan las palabras de Eliseo: “Tú lo verás con tus ojos pero no comerás de ello”.



Al caer la tarde esa ciudad está de fiesta. En todas las casas hay abundancia de comida. Las jóvenes danzan en la calles al son de los panderos , címbalos y flauta. Los ancianos alzan sus manos alabando al SEÑOR por su misericordia.



La ciudad de Samaria reconoce que Dios por su gracia y misericordia los ha salvado.



Notas.



Hay tres distintos hechos sobrenaturales en esta historia:



a) El sonido del estruendo de carros, caballos y un gran ejército.



b) El cumplimiento al pie de la letra que el trigo y la cebada iba a ser vendido a un precio muy razonable.



c) La muerte del comandante incrédulo que se burló de la promesa de Eliseo.



Suponemos que Eliseo estaba en la ciudad.



Ignoramos si la profecía de Eliseo fue resultado de alguna “oración especial” .



Creemos que las tropas sirias estaban relativamente cerca. Quizás pocos kilómetros de la ciudad sitiada. El hecho que el rumor no se escuchó en la ciudad de Samaria puede explicarse por un hecho milagroso que el Señor operó en forma tal que el estruendo solamente fue oído en el campo enemigo y no se sintió nada en la ciudad.



Los leprosos al parecer tampoco lo oyeron. La otra posibilidad sería una tarde muy tormentosa; elemento que no se menciona en el texto. Alguien ha mencionado la posibilidad que el Señor “amplificó” enormemente el ruido de las pisadas de los cuatro leprosos. Esto no explicaría el ruido de los carros y caballos.



Se ha aludido la posibilidad que uno de los leprosos fuera Guejazi el codicioso siervo de Eliseo (cap.5:27). Sin duda que había muchos leprosos en Israel. Matthew Henry plantea la posibilidad que el ruido sólo fue oído por los sirios.



De alguna manera el SEÑOR les hace escuchar esos sonidos aterrorizantes. Esta sería la razón por la cual los de la ciudad de Samaria no lo escucharon. Sin embargo, el hecho que las tropas huyen en cierto rumbo y no para todos lados, sugeriría que tras el desconcierto general, finalmente los sirios percibieron el ruido del ejército viniendo de cierta dirección y por lo tanto huyeron en una trayectoria contraria.



Eso sería muy difícil de explicar si el sonido lo escucharan directamente en sus oídos en cuyo caso no tendrían un sentido espacial de su procedencia.



El pecado del comandante está en su incredulidad de Dios y su omnipotencia. El no cree que Dios pueda obrar en forma maravillosa. El concepto de ventanas en el cielo se expresa en Mal. 3:10 y también en el culto de Baal. El no se da cuenta que Dios no necesita nuestras sugerencias para lograr sus propósitos



Su castigo está en que él va a ver el cumplimiento de la profecía pero no a disfrutar de su beneficio..



Notemos que en este caso hay misericordia hacia los sirios dado que Dios podría haber hecho descender fuego del cielo o algo similar. En su clemencia no lo hizo. El SEÑOR en su gracia salva los pobladores de la ciudad que espiritualmente se ha dado a la idolatría y que no le ha sido fiel.



El principio que aparece es que Dios puede obrar maravillas aún cuando todo parece absolutamente perdido y hemos abandonado todas las esperanzas.



“A Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (Efe.3:20)



Pensamos en la manifestaciones de Dios como un fenómeno principalmente visual. Sin embargo el SEÑOR también usa elementos auditivos distintos que la palabra inteligible.



La manifestación de la presencia de Dios a Elías está en “el silbo apacible y delicado” (I Rey.19:12)



El suave sonido de las balsameras que se movían. (2 Samuel 5 : 23,24). En este caso Dios utiliza “el sonido de una marcha en la copa de los árboles” para indicarle a David el momento exacto para atacar a los filisteos.



La venida del Espíritu Santo es acompañada de “un estruendo del cielo como si soplara un viento violento” (Hech. 2:2)



Luego que Moisés bajó de la montaña de Sinaí la presencia del Señor fue acompañada por “una densa nube sobre el monte, y un fuerte sonido de trompeta. Y todo el pueblo que estaba en el campamento se estremeció” (Éxo.19:16)



Esta historia se ha prestado para presentar al evangelio dada la riqueza que hay en el tipo de comparaciones:



Los leprosos:



Su condición deplorable.



Hicieron una decisión.



Tomaron un “riesgo”.



De rechazados se transformaron en salvadores de la ciudad, héroes nacionales.



De harapos a ropas de buena calidad.



De hambre a comida en abundancia.



De pobreza a abundantes riquezas.



De mendigos a compartir “ tesoros”.



De dependientes de la caridad fueron bendecidos y de bendición.



El creyente:



Estabais muertos en delitos y pecados



Venid a Mí todos los que estáis



No hay riesgo Jesucristo es el mismo



“Como pobres, mas enriqueciendo a muchos”



El ropaje espiritual



Comida espiritual.



Riquezas espirituales .



“Como no teniendo nada pero poseyéndolo todo” (2 Cor.6:10)



Proveedores de bendición.



Temas para considerar en estudio:



- La importancia de buscar otras posibilidades.



- La gravedad de la incredulidad y del mofarse de las cosas espirituales..



- Compartiendo un tesoro.



- Cuando Dios habla o actúa en forma auditiva.



- De destituidos a héroes nacionales.



Bibliografía:



Mathew Henry vol.2 pag.580 Hendrickson Publishers 1994



Tomado del libro CUANDO DIOS HACE MARAVILLAS Autor: Dr. Roberto Estévez Editorial Mundo Hispano Casa Bautista de Publicaciones


 

 


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