La palabra ha desaparecido, se ha ido casi por completo, tanto la palabra como lo que evoca.
La vida moderna nos presenta innumerables problemas de toda índole. El problema económico es uno de ellos. Cada día se hace más difícil sostener a la familia; a más frío, más alto el precio de la luz, más fuertes los impuestos, más cara la vida. El tema de las buenas relaciones familiares es otro problema grave. ¿Cómo es posible llevar una vida familiar sin rencillas, sin discordias, sin enojos, sin resentimientos?. ¿Cómo es posible construir una comunidad no sólo próspera y estable, sino también unida y feliz?. El problema de encontrar trabajo o realizar el oficio y profesión que se necesita o nos gustaría seguir, es otro problema agudo. Mucha gente hay en el mundo que está disconforme con su vocación, con el trabajo que hace, con el destino que le ha tocado. Y los problemas diarios de transporte para desplazarnos a nuestros trabajos, la competitividad con compañeros del trabajo, los recelos de los encargados trepas, la competencia de jefes y asesores colocados por afiliación política, amiguismos o familiaridad, sumados a los eternos problemas de la salud, desencantos de políticos y religiosos, falsas amistades, promesas incumplidas, todo eso hace que la vida moderna tenga demasiados sinsabores en contraste con las genuinas alegrías. La palabra “moderno” que en muchas cosas tiene una connotación agradable y buena, falla cuando se aplica a la vida que hoy llevamos.
Pero “Desde el Corazón” hay un problema cumbre para el ciudadano, y es el problema de su pecado personal. El problema de esa contaminación interna, de esa inconformidad interior, de esa irregularidad e imperfección que todos más o menos acusamos. ¡Vamos, “aprendiz de escribidor” modernízate!. La palabra pecado ha desaparecido de nuestro vocabulario, fue un término grave, siniestro, arcaico y de fanatismo religioso. Pero la palabra ha desaparecido, se ha ido casi por completo, tanto la palabra como lo que evoca. Y ¿por qué?, ¿será porque ya nadie peca? ¿o será que ya nadie cree en el pecado?.
Reconozco que no me he leído el texto del discurso del recién instalado Presidente de los Estados Unidos, Donald TRUMP; pero he leído que la última vez que en EEUU se mencionó la palabra “pecado” fue en un discurso presidencial del “Día Nacional de Oración” del Presidente EISENHOWER, y eso porque sus palabras fueron una cita textual que hiciera Abraham LINCOLN ¡en 1863! que es como decir que la nación ya ha dejado de “pecar” hace más de 64 años. Y nuestros políticos ¿han mencionado alguna vez que pecan o pecamos?
En la España del siglo XXI, el obstáculo mayor que encuentro es el total desconocimiento que se tiene acerca del pecado, que generalmente la gente no tiene ni la más mínima idea de lo que significa. Estudiantes desde el Instituto hasta en la Universidad no tienen idea de lo que es el pecado. “Saben muy bien cómo cometerlo, pero no entienden lo que significa” y es más, en no pocos textos de Ética, escritos por Profesores como Fernando SAVATER, que los usan como texto, como en su libro: “Ética para Amador” que ya en 1991 llevaba más de 44 ediciones y, que no recomiendo, se pueden leer comentarios como: “¿Tiene que hablarse de ética en la enseñanza media? desde luego, me parece nefasto que haya una asignatura así denominada que se presente como alternativa a la hora del adoctrinamiento religioso. La pobre ética no ha venido al mundo para dedicarse a apuntalar ni sustituir catecismos… ni debiera hacerlo a estas alturas del siglo XX”… Al lector pensar. Y otra curiosa perla -evidentemente la palabra pecado no aparece en toda la obra- “¿Sabes cuál es la única obligación que tenemos en esta vida? pues no ser imbéciles”. La visión de nuestra sociedad presente, a la vista de los buenos observadores, es clara. El pecado y todo lo que representa, literalmente ha desaparecido de nuestra cultura. Y, lamentablemente, la idea del pecado también ha desaparecido de muchas iglesias. Por una parte, el temor de los predicadores de denunciarlo o mencionarlo amortiguando el impacto sobre los oyentes usando una gran variedad de recursos retóricos bien suaves. Por otra parte, fijando una división entre los creyentes y los increyentes, que son el blanco del pecado, pues son estos últimos los que pecan.
De hecho, hemos dejado de usar en nuestro vocabulario las palabras bíblicas fuertes acerca del pecado. La gente ya no comete adulterio, ahora se tiene una aventura. Los ejecutivos de las Compañías y Cajas no roban, cometen fraudes.
¿De modo que también en las Iglesias ha desaparecido por completo la idea del pecado?; no, no se ha esfumado, pero en muchos casos se aplica sólo a aquellos que se encuentran fuera del círculo normal, como los que se comenten de forma tan flagrante como el aborto, el obsesivo sexo, el homicidio, o los crímenes escandalosos y genocidios de los malvados sistemas. Es muy fácil condenar a quienes comenten esos pecados tan obvios y al mismo tiempo olvidar nuestros propios pecados de chisme, orgullo, envidia, amargura, lujuria, o incluso nuestra omisión de practicar las cualidades de la más genuina ética que el lenguaje bíblico define como fruto del Espíritu.
En la cultura griega, la palabra pecado significaba originalmente “errar el blanco”, es decir, no atinar al centro del blanco. Falta de cálculo o de lograr algo, y esto es así en nuestra actualidad, se yerra ante lo justo, lo correcto, lo ideal, se transgrede la ley y así nos va… pero hay bienaventuranza para el pecador, y de esto hablaremos otro día.
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