He de hablar de una de las cosas que amo: la Iglesia de Cristo. Y la amo, por cuanto ¿cómo no amar aquello por lo que Jesús dio su vida?
Alguien que me aprecia y respeto mucho, por la lectura de mi anterior escrito: “Confieso, soy un delincuente” vino en confianza y me dijo: “Roberto, escribiendo como lo has hecho, vas camino de ser delincuente a “ser un rufián” y como sé que es un hombre culto, puedo imaginar e imagino, que ha querido significar que cierta radicalidad de mis aseveraciones, se han asemejado a las que un joven, nacido siete años después del Caudillo Dictador, por lo que su existencia ha sido en democracia, pudo soltar tales insultos, algunas infamias y no pocas demagogias ancladas en el pasado. Además de otras más fuertes en su red de twitter, que si bien algunas son ciertas, el odio y rencor con las que son dichas y ojos parlamentarios complacientes las ratificaron. No son maneras, que además no aportan soluciones y tampoco alternativas, y sin embargo sí muestran la inquina y la tirria con las que nuevas políticas inoculan a los imberbes políticos. Y si por decir estas cosas, voy camino de pasar de delincuente a “ser un rufián” tendré que reflexionar a dónde voy como aprendiz de escribidor.
Si por sonreír para mis adentros, cuando alguien ha dicho que “España es una Nación de naciones”, y me suena como si se dijera “es una Pastelería de pasteles”, como cuando “poderes políticos dicen que no obedecerán las leyes” y yo me pongo a pensar qué leyes de impuestos voy a desobedecer y, cuando leo que en Internet al igual que las noticias reales, las noticias falsas también ya son negocio, y cuando una Feria en Madrid acoge“Bebés & Mamás”, y entre las muchas buenísimas informaciones de salud, estrategias de mejor vida, productos inmobiliarios, y variadísimos utensilios, se hace de todos modos muy tangible que España cuenta con una tasa de natalidad de las más bajas de Europa, porque muchos renuncian a dar vida por razones económicas. Y mencionar todo esto hace que de delincuente pase a “ser un rufián”, tendré que reflexionar a dónde voy como aprendiz de escribidor.
Si no tengo ninguna admiración hacia los que por ser “creyentes progresivos” en el ambiente religioso, gritan “Cristo Sí, Iglesia No” y critican su organización, estructuras, normas y tratan de desvirtuarla, y me son equivocados y por esto paso de delincuente a ser un rufián, tendré que reflexionar a dónde voy como aprendiz de escribidor.
Lo cierto es que de lo que me gusta escribir es de lo que amo, y en este sentido he de hablar de una de las cosas que amo: la Iglesia de Cristo y la amo, por cuanto ¿cómo no amar aquello por lo que Jesús dio su vida?; ¿cómo podría amar a Cristo y no amar a la Iglesia?; sería como esos políticos que aman el poder, pero no al pueblo, que son eficaces registradores de propiedades pero no estadistas que deberían ser bendición de la Nación. La Iglesia –buena, mala, mediocre, santa o pecadora, o todo junto- fue y sigue siendo la Esposa de Cristo, ¿podría yo amar al Esposo despreciándola?; sólo los rufianes la desprecian, la envilecen, la quisieran ver desaparecer, porque con todo, ella les recuerda sus pecados, su falta de pureza, su deseo de “fuera Dios”, como los necios y, si por pensar así, voy de delincuente a rufián, tendré que reflexionar a dónde voy como aprendiz de escribidor.
La amo también porque ella expande las enseñanzas de Cristo y todo lo que sale de Él. A través de una cadena de creyentes –quizás muchos imperfectos- nos ha llegado el mensaje de Cristo. Y los aprendices de Teología sabemos que Cristo es el fin y la Iglesia el medio. Pero si Cristo es el vino, la Iglesia es el vaso. ¿Cómo podría yo beber el vino si no tuviera el vaso?; el canal no es el agua que transmite, pero ¡qué importante es el botijo que me la trae! y aunque los rufianes recalquen una y otra vez que en la Historia de la Iglesia hay sangre derramada, intolerancias por ignorancia impuestas, maridajes con los poderes de este mundo, jerarcas mediocres y simoniacos… y bastante de esto sea tristemente cierto, esos mismos rufianes no protestan ¡claro, no son Protestantes! y a cuya historia no les pueden aplicar tales denuncias, enmudecen ante los Lenin, Stalin, caciques beduinos o venezolanos. Las páginas tristes de la Historia de ciertas Iglesias son reales. Pero también está llena de santos. Y esta es otra de las razones por las que amo la Iglesia. Los santos de andar por casa, los nacidos de nuevo son los que justifican su existencia, son los que apoyan nuestra confianza en ella. Sé que la historia de la Iglesia no ha sido un idilio, pero a la hora de medir la Iglesia pesan más los ejemplos, las bondades, su ética, que sus equivocadas cruzadas. Pesan más los santos que los Estados pontificios… y si por pensar así, así como la futilidad de encuentros ecuménicos entre Luteranos y Francisco, de lo que escribiré en otro momento, se me considera yendo de delincuente a rufián tendré que reflexionar a dónde voy como aprendiz de escribidor; pero esto será otro día.
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