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El poder transformador de la palabra L
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Más que un maestro

Nos estamos olvidando que para que sean futuro los niños antes deben ser presente, y su integración en la comunidad, su amor por esa comunidad, debe empezar ahora.
 

MUY PERSONAL AUTOR Jacqueline Alencar 09 DE OCTUBRE DE 2016 06:40 h
niños escuela Foto: Jacqueline Alencar.

Vivimos momentos de crisis en la educación de nuestro país. Si hacemos balance, después de tantas políticas y estrategias educativas aplicadas con miras a alcanzar una educación dentro de los parámetros de la excelencia, llegamos a la conclusión de que no hemos logrado los objetivos iniciales. Noticias e informes son alarmantes ante la falta de interés o rendimiento por parte de los estudiantes, minando la esperanza de alcanzar una vida digna en todos los aspectos. ¿Pero en qué hemos contribuido todos para llegar a estos extremos? Y si pensamos en una educación decantada por los valores y principios cristianos, nos damos cuenta que éste es un rubro que no garantiza puntos a favor en los centros educativos. Hace unos días hojeaba el libro Corazón, de Edmundo de Amicis, y pensaba que cualquier joven e incluso algunos profesores de este mundo posmoderno se reirían al leer algunas páginas ante tantas pautas para mantener una buena convivencia entre las personas, ante tanta cordialidad, sentimientos y consideración por el prójimo. Se escandalizarían ante las lágrimas de Enrique al ver a su profesor enfermo o al conmoverse ante la vida humilde de un chico trabajador como su amigo Garrone.  



Hoy escucho solo quejas. Profesores que se sienten impotentes para enfrentarse a sus alumnos o en otros casos optan por el desprecio; alumnos que insultan y se ríen de los maestros. ¿Será que nos hemos quedado desfasados?, nos preguntamos.  O equivocados por pensar de manera diferente. Por anhelar otra realidad que parece casi inalcanzable.



 Hace un tiempo pude visitar proyectos a través de los cuales una ONG cristiana colaboraba con colegios y centros cristianos en un país en vías de desarrollo, de modo que niños de zonas marginales pudieran acceder a una educación formal, y también a una basada en valores cristianos.



Los colegios visitados no se caracterizaban por poseer grandes infraestructuras ni los mejores maestros del país, pero había algo diferente en ellos. El decantarse por insertar en sus planes de estudio los principios bíblicos, desde una cosmovisión cristiana. En los mismos, se impartían clases como en cualquier buen colegio, no se dejaba al margen las matemáticas ni el inglés, ni la geografía.  Y es ahí donde me aventuro a pensar que puede haber otras formas de forjar hombres y mujeres conforme al corazón de Dios. Primero pararnos y reconocer nuestros errores en cuanto a cómo lo hemos venido haciendo en esto de educar a nuestros niños y adolescentes.  Pasearnos por las cuatro paredes de nuestros hogares, de nuestras escuelas dominicales, por los pasillos de los colegios donde se aplica la ERE, etc. Preguntarles a ellos por sus necesidades, sus opiniones, sobre cómo ven la realidad en la que están inmersos. Que la capacitación de los profesores sea una prioridad, de modo que puedan ver los resultados de sus esfuerzos, y que implique el compromiso en ser un instrumento de Dios al servicio de su prójimo más cercano, que en este caso son sus alumnos.  



 





En los mencionados barrios marginales, escaseaba de todo; quién sabe la necesidad  hace actuar de otra manera, valorar de otra manera todo lo que nos rodea. El ser humano adquiere una valía inmensa. Allí pude observar las luces y sombras de un maestro de escuela. Eran más las luces, porque empezaban por ver su labor no como un trabajo, sino como un ministerio dedicado al servicio de los niños para glorificar con ello a Dios. Su lema era “Más que profesores, más que alumnos”. Estos últimos vienen a ser como discípulos de ese maestro que mira por un desarrollo integral de los niños. No solamente se ocupa de enseñarles las asignaturas propias de cada ciclo, sino que vela por su formación en valores cristianos y para ello, en este caso, su trabajo se extiende hasta la familia  y el entorno del niño. Los maestros habían entendido el mensaje dado en Proverbios 22.6: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo se acordará de él”. 



Sabemos que la educación de los niños es una parte importante del Plan de Dios, y que gran responsabilidad de ésta recae en el hogar, la primera escuela, como lo constatamos en Deuteronomio 6:6-9 y en 2 Timoteo 1:5. Sin embargo, una buena porción del día a día de los niños y adolescentes transcurre en las escuelas e institutos y, en este sentido,  bastante responsabilidad recae en los profesores. El panorama que se les presenta no es nada alentador, pero digo que un profesor cristiano tiene algo que lo diferencia de cualquier otro profesor secular. Él ve algo más que el “dos más dos son cuatro”. Él sabe de su responsabilidad como agente de cambio en un mundo alejado de Dios. Sabe que no está ahí por casualidad, que es un instrumento en las manos del Padre para transformar las vidas de esos pequeños de modo que siga la cadena y ellos sean impulsores de un cambio en sus hogares, en su entorno.  



En aquella oportunidad, oí decir a los profesores, que a pesar de sus exiguos salarios compensaba saber que Dios estaba al mando, que la gratitud y el abrazo de los niños los animaba a seguir adelante. Y es que al hacer su labor por amor, logran que éstos cambien. Contaban cómo niños que habían llegado con problemas, los iban superando con afecto, tiempo, sacrificio. Pregunto: ¿está un profesor dispuesto a tanta entrega?  Teniendo en cuenta que arrastra cargas familiares y de otra índole. Como esos otros que muchas veces son mujeres cabeza de familia, que tienen que desplazarse desde lejos para ir a barrios donde hay pandillas, narcotráfico y demás. Con salarios que a veces no llegan a los 200 euros. Sin el coche cómodo, sin la casa acogedora, sin, sin… Hay que estar con los ojos puestos en Jesús  para poder.



Con estas sencillas líneas, no pretendo emitir una crítica, sino expresar una preocupación como cristiana y decantada por servir a mi prójimo. No por ello exenta de reconocer mis errores en cuanto haber permanecido tan solo como espectadora de lo que sucede a mi alrededor. Mis errores como madre, tía, amiga… Cumplir con el mandato de la Gran Comisión implica velar por el rubro que menciona a los niños, a los preadolescentes, a los adolescentes, a los jóvenes de esta generación y de la que ya viene. 



Perdido estaba yo y Él me halló… me parece que dice una canción… O sea, que he sido blanco de misericordias, de amor infinito, de paciencia, de sublime gracia… Si realmente soy consciente de todo ese pack recibido para ser lo que soy, y si lo soy no tengo excusa para no ser lo que debo ser con el otro, el que muchas veces considero un caso perdido, que no merece una segunda oportunidad. Me olvido de dónde vengo y a dónde pretendo ir. Menos mal que tengo un aguijón que no me deja ni de noche ni de día y me hace tomar consciencia de lo que soy. Y vuelvo a la realidad, ésa que a veces no me gusta por lo mucho que me pide. Y escribo estas líneas para no olvidarme que dentro de la Misión de Dios tengo una labor que no es opcional. Y a la que debo dedicar tiempo, vida y hacienda. 



 “Los niños son el futuro de...”. Es verdad que lo pensamos así, y estamos convencidos de ello, pero sin quererlo nos estamos olvidando que para que sean futuro antes deben ser presente, y su integración en la comunidad, su amor por esa comunidad, debe empezar ahora. 


 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

EZEQUIEL JOB
10/10/2016
02:40 h
1
 
La enseñanza de un padre o madre sobre un hijo, es profundamente poderosa e influyente, mucho mas que cuando viene de un maestro. La imagen de un padre o madre que disciplina es mas que concluyente y definitiva para moldear a la persona para toda la vida. Esto lo he visto incluso en personas no cristianas: "Pro22:6 Instruye al niño en su camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.","Pro 6:20 Guarda, hijo mío, el mandamiento de tu padre, Y no dejes la enseñanza de tu madre;" Pr6:21-23
 



 
 
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