El Domingo es, para los cristianos que aún son cristianos, la celebración magna de la fe, la Resurrección de Jesús.
Hoy voy a exponerme a que me riñan. Hace ya algún tiempo, y la sugerencia venía ya en repetición, un buen amigo, excelente profesional y buena persona, me dijo: “trata de no ser tan religioso en tus escritos… cuando dejas esta fibra, eres mucho más actual”; para los que quieren sermones ya tienen tu Iglesia y tu púlpito. En tus editoriales habla de lo actual, pero no dejes ver al “Pastor”.
Yo, “desde el Corazón” deseando no perder tal lector, pensé obedecer su sugerencia. La encontraba lógica: quienes quieran sermones, los Domingos los pueden encontrar en las Iglesias, no es forzoso que los encuentren también en los boletines dominicales. Y aunque yo amo a Dios –trato- sobre todas las cosas, también amo las otras cosas, y creo que le gustará que hable de ellas –del amor, de la vida, de los hombres, del rey que no ríe pues no es fácil revocar el Ducado de Palma a su hermana Infanta, antes incluso del veredicto judicial, de los políticos que presumen ante sentencias judiciales que no las acatarán, de los que cuando dicen “representamos al pueblo” se refieren a los de su Masía, de lo mucho que los partidos critican las corrupciones de los políticos de sus competidores, pero no hacen ni una denuncia de las corrupciones de los diosecillos del fútbol, que roban a Hacienda-, puesto que, en definitiva, esas son cosas de la vida. A veces es cierto, se me escapa un poco el Pastor que soy, aun cuando este “aprendiz de escribidor” trate de atar un poco el “Episcopio”, porque me gustaría que todos los que aman la vida, la bondad, la justicia, la denuncia desinteresada, pudieran sentirse lectores de estos textos, incluso si no tienen la bendición de creer en Jesús, como yo.
Por lo que hoy voy a exponerme a que me vuelvan a “reñir”: voy a hablar del Domingo, y hoy, aunque quisiera hablar del mar, de los peces, de cómo las modernas tecnologías insuflan en nuestra personalidad la “profecía” del genio Marshall McLUHAN: “El mensaje está en los medios” y moldean el pensamiento, no sabría. Es como cuando sales de un túnel y te ciega la luz que, aunque quieras, no logras ver nada, sino esa luz deslumbrante. Así que voy a escribir del Domingo. Y prefiero que me riñan, a escribir hoy algo que no salga “Desde el Corazón”.
El Domingo es para los cristianos que aún son cristianos, la celebración magna de la fe, la Resurrección de Jesús; la raíz de todas mis alegrías y razones. No hay una esperanza tan firme que no venga, directa o indirectamente, de ese gozo. Y si mis lectores repasaran mis artículos semanales por más de 30 años, llegarían sin vacilación a una conclusión: este muchacho de juventud acumulada cree en la Resurrección. Por eso no le teme a la muerte. Por eso cree que la hierba crece de noche. Por eso sabe que pese a las caídas y las noches de penumbras por las dudas, Dios sigue obrando en su vida. Por eso sufre por la mediocridad humana. Tengo sobradas experiencias para suponer que otras personas llegarán a estas mismas conclusiones por otras razones. Yo las baso todas en que en un lejano Domingo Alguien dejó vacío un sepulcro, se manifestó vivo en indubitables apariciones y levantó en vilo la dignidad humana.
Lo triste de la Resurrección de Jesús es que ni los cristianos la hemos tomado suficientemente en serio, y la hemos rebajado a la simple condición de milagro, o a meros e inertes encuentros, más que a un vertiginoso valor en sí.
Podría escribir también que el Domingo, para nuestra sociedad anoréxica de fe, es tiempo de fiesta, playa, deportes, descanso divertido, compras y para los cristianos celebración religiosa que no pase de hora y media, a buena hora de la mañana y lo más distraída posible. Se ha olvidado que la misma Ley de Dios, que denuncia el pecado del adulterio, ordena que hay que “recordar el Día de Reposo para santificarlo” porque seis días trabajaremos y haremos toda nuestra obra, pero el séptimo es de Dios.
Confieso “Desde el Corazón” que recordar el “Dominus Dei”, día de la Resurrección al estilo de la modernidad de hoy, no podría ser jamás como el eje de mi existencia y de mi fe. Lo que sucedió en aquel “Primer Día de la Semana”, Domingo, fue el triunfar sobre la muerte y manifestarse a la vida como el hombre-Dios, multiplicado por sí mismo, ya vencedor inmortal, conquistador para todos de una “nueva vida”.
Si entendemos todo esto habremos descubierto porqué yo -que como cristiano, me siento participante de la vida- apoyo en esa Resurrección los fundamentos de mi fe y todas mis esperanzas.
¿Hago bien descubriendo esta clave de mi vida, ese no poder aislarme de mi vocación? ¿No sería mejor seguir escribiendo de lo hermoso que es el mundo, como si yo lo viera cual un puro valor en sí? ¿Esta confesión del eje de mi visión del mundo no alejará un tanto de mis artículos a quienes no compartan conmigo esta fe?; lo sentiría. Quiero ser también “hermano” de los que no la tienen. Pero deseo ser sincero con todos, porque cuando incluso escriba simplemente sobre la cosas de la vida, y aunque abandone algo el tono pastoral, mi fe está al fondo de todas mis alegrías. No puedo, por ahora, decir mucho más.
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