Las necesidades de ayer son las mismas de hoy, los procesos de las pruebas, también. Sólo debemos decir: Yo creo.
Si al apóstol Pablo le tuviéramos delante y le habláramos de crisis y demás problemas que suceden en nuestra vida, o en la de otros, problemas como el paro, divorcios, recortes en sanidad y educación, el no llegar a final de mes, la corrupción, el hambre en los países del Tercer Mundo y a veces a nuestro lado, las drogas, la enfermedad, etc., seguro que diría: ¿Están en crisis? Yo más. Y diría más, como podemos leer en 2ª Corintios 11: 24-28: “… De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar…; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones…, peligros de los de mi nación…, peligros entre falsos hermanos…, en hambre y en sed…, y además… la preocupación por todas las iglesias”.
Porque aun cuando atravesaba su propio valle de sombra de muerte pudo decir: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven…”. ¿Pero cómo podía decir leve, levísima, tribulación? Hace poco escuché un mensaje sobre este pasaje, y fue como si por primera vez lo leyera. Y es que olvidamos que la Palabra funciona. Nos olvidamos de la gloria venidera.
Nos olvidamos que sólo un poquito más y le veremos en todo Su esplendor. Que todo lo vivido en este tiempo presente forma parte de un proceso con propósito de alcanzar ese excelente peso de gloria. Jesús, antes de que el Padre le exaltara hasta lo sumo y le diera un nombre, que es sobre todo nombre, tuvo que pasar por la agonía de la cruz, porque así estaba cumpliendo la voluntad del Padre.
Aun Él, el autor y consumador de la fe, tuvo que pasar por una prueba, como dice Hebreos 12:1: “el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. Y más abajo, para reforzar: “Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar” (Hebreos 12:2-3). ¿Qué mayor ejemplo tenemos? Por eso Pablo decía: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”.
Entonces, ¿por qué tanto temor? ¿Tan poco vale tanto sacrificio para que pudiéramos reconciliarnos con Dios, para alcanzar la paz? ¿No tenemos la fe de esa mujer cananea de la que habla Mateo? Ella destaca por su valentía e insistencia para llamar la atención de Jesús, a pesar de su aparente indiferencia y de la actitud de los discípulos actuando según sus intereses. Ella consigue que Él alabe su fe, su coraje, su humildad… porque para que Él entrara en su vida había superado muchas barreras.
Si creemos, veremos Su gloria. Debemos creer en las promesas. Acercarnos y pedir, para luego oír: “Tu fe te ha sanado”. O también: “Tu hija vive”. Ella seguro pensaba: Si tan solo cogiera un poco de ese pan que cae de la mesa…
Decimos que la tribulación produce paciencia, pero ¿lo creemos? Las necesidades de ayer son las mismas de hoy, los procesos de las pruebas, también. Sus fines, también. Sólo debemos decir: Yo creo. Para Jesús no hay perrillos, hay igualdad. No hay mayores. Ni menores.
Que nuestro Dios nos dé esa fe como un grano de mostaza para que podamos mover montañas. Sólo así podremos estar preparados, transformados, para ser agentes de cambio allá donde estemos. Podremos llevar consolación, pan, Palabra, perdón, un abrazo, a otros.
No estamos solos. Como dice ese antiguo himno: No tengo temor,/ no tengo temor./ Jesús me ha prometido: siempre contigo estaré.
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