El dolor nos obliga a ver más allá de nuestras circunstancias inmediatas.
Para dirigirnos
Muchas veces, cuando una persona se aleja de Dios le echa la culpa al sufrimiento. Pero por extraño que parezca, también es el sufrimiento lo que da una nueva dirección a otras personas, las ayuda a ver la vida más claramente, y hace que su relación con Dios sea más estrecha. ¿Cómo pueden circunstancias similares tener efectos tan radicalmente diferentes.
Las razones se hallan profundamente arraigadas en las personas, no en los acontecimientos.
Un líder muy conocido y franco de los medios de comunicación dijo públicamente que el cristianismo era “una religión para perdedores”. Pero no siempre pensó así. De joven estudió la Biblia y asistió a un colegio cristiano. Hablando en tono jocoso del fuerte adoctrinamiento que recibió dijo: “Creo que fui salvo unas siete u ocho veces”. Pero entonces, una dolorosa experiencia cambió su perspectiva de la vida y de Dios. Su hermana menor enfermó gravemente. Él oró para que se sanara, pero después de cinco años de sufrimiento, murió. Se desilusionó de un Dios que permitió que aquello pasara. Declaró: “Comencé a perder mi fe, y mientras más la perdía, mejor me sentía”.
¿Cuál es la diferencia entre una persona como Él y una como Joni Eareckson Tada? En su libro ¿Dónde está Dios cuando se sufre?, Philip Yancey describe la transformación gradual que se produjo en la actitud de Joni en los años posteriores a la parálisis que le produjo una zambullida en un lago poco profundo. “Al principio, para Joni era imposible reconciliar su condición con su creencia en un Dios de amor […]. Su retorno a Dios fue un proceso muy gradual. Después de más de tres años de llanto y duro cuestionamiento, su actitud fue cambiando poco a poco de amargura a confianza” (pp. 133-134).
Una noche que fue a verla Cindy, una amiga cercana, se produjo un momento crucial cuando le dijo: “Joni, no eres la única. Jesús sabe cómo te sientes, pues Él también estuvo paralizado”. Cindy describió cómo Jesús estuvo clavado en la cruz, paralizado por los clavos.
Yancey observa: “El pensamiento intrigó a Joni, y, por un momento, dejó de pensar en su propio dolor. Nunca se le había ocurrido que Dios pudiese experimentar las mismas sensaciones desgarradoras que agobiaban su cuerpo en aquel momento. Darse cuenta de ello la consoló profundamente” (p. 134).
En lugar de seguir buscando la razón por la que sucedió aquel accidente devastador, Joni se ha visto obligada a depender más del Señor y a mirar la vida desde una perspectiva a largo plazo.
El autor Yancey dice además de Joni: “Luchó con Dios, sí, pero no se alejó de Él […] Joni ahora se refiere a su accidente como un ‘glorioso intruso’, y afirma que fue lo mejor que le pudo suceder. Dios lo usó para llamar su atención y dirigir sus pensamientos hacia Él” (pp. 137-138).
Este principio de que el sufrimiento puede producir una dependencia saludable de Dios lo enseñó el apóstol Pablo en una de sus cartas a la iglesia de Corinto. Escribió:
Porque hermanos, no queremos que ignoréis acerca de nuestra tribulación que nos sobrevino en Asia; pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida. Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos. (2 Corintios 1:8-9).
Encontramos una idea similar en los comentarios de Pablo acerca de sus problemas físicos. El Señor le dijo: “…Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad…” (2 Corintios 12:9). Luego Pablo agregó: “Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (v. 10).
El sufrimiento muestra lo débiles que son realmente nuestros recursos. Nos obliga a pensar de nuevo en nuestras prioridades, valores, metas, sueños, placeres, la fuente de nuestra verdadera fortaleza y nuestras relaciones con la gente y con Dios. También lleva nuestra atención a las realidades espirituales, si es que no nos alejamos de Dios.
El sufrimiento nos obliga a evaluar la dirección de nuestra vida. Podemos optar por desesperarnos centrándonos en nuestros problemas presentes, o podemos optar por la esperanza, reconociendo el plan a largo plazo de Dios para nosotros (Romanos 5:5; 8:18, 28; Hechos 11).
De todos los pasajes bíblicos, Hebreos 11 es el que más nos asegura que, aunque la vida sea magnífica u horrorosa, mi respuesta debe estar llena de fe en la sabiduría, el poder y el control de Dios. Independientemente de lo que suceda, tengo buenas razones para confiar en el Señor, de la misma forma en que los grandes hombres y mujeres de antaño esperaron en Él.
Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. —Hebreos 11:1
Por ejemplo, Hebreos 11 nos recuerda a Noé, quien esperó 120 años para que Dios cumpliese su promesa de producir un diluvio devastador (Génesis 6:3). Abraham esperó muchos años agonizantes antes de que naciese el hijo que Dios le había prometido. José fue vendido como esclavo y encarcelado erróneamente, pero al final vio cómo Dios usó todo el mal que aparentemente había en su vida para un buen propósito (Génesis 50:20). Moisés esperó hasta los 80 años a que Dios lo usara para liberar a los judíos de los egipcios. Y, aun entonces, conducir a aquel pueblo de poca fe fue una batalla (léase Éxodo).
Hebreos 11 menciona personas como Gedeón, Sansón, David y Samuel que fueron testigos de grandes victorias al vivir para el Señor. Sin embargo, en medio del versículo 35, el tono cambia. De repente nos encontramos con personas que tuvieron que pasar por un sufrimiento increíble, que murieron sin saber por qué Dios permitió esas tragedias en sus vidas. Esas personas fueron torturadas, escarnecidas, azotadas, lapidadas, aserradas, muertas a espada, maltratadas y obligadas a vivir como parias (vv. 35-38). Dios había planeado que fuese en la eternidad donde se recompensara la fidelidad de ellos en medio de aquellas dificultades (vv. 39-40).
El dolor nos obliga a ver más allá de nuestras circunstancias inmediatas. El sufrimiento nos lleva a hacer grandes preguntas como: “¿Por qué estoy aquí?” y “¿cuál es el propósito de mi vida?” Al hacer esas preguntas y hallar las respuestas en el Dios de la Biblia, encontraremos la estabilidad que necesitamos para sobrellevar hasta lo peor que la vida pueda darnos, porque sabemos que esta vida presente no es todo. Si sabemos que un Dios soberano supervisa toda la historia humana y la teje para formar un hermoso tapiz que a la larga le glorificará, entonces podemos ver las cosas desde una perspectiva mejor.
En Romanos 8:18, el apóstol Pablo escribió: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”. Pablo no estaba tratando nuestros problemas con ligereza, sino diciendo a los creyentes que viesen sus problemas presentes a la luz de la eternidad. Nuestros problemas pueden ser verdaderamente graves, incluso abrumadores. Pero Pablo dice que, cuando los comparamos con las glorias increíbles que esperan a los que aman a Dios, hasta las circunstancias más negras y gravosas de la vida se desvanecen.
Tenemos que detenernos a mirar un ejemplo más, tal vez el más significativo que se pueda considerar. El día que Cristo pendió de la cruz se conoce hoy como Viernes Santo. En aquel tiempo, fue cualquier cosa menos un día “santo” ni bueno. Fue un día de intenso sufrimiento, angustia, tiniebla y desaliento.
Fue un día en que Jesús se sintió solo. Fue un día en que Dios pareció estar ausente, silente, cuando el mal pareció triunfar, y las esperanzas se desvanecieron. Pero después vino el domingo. Jesús resucitó de la tumba. Aquel impresionante acontecimiento colocó al viernes bajo una luz diferente. La resurrección dio un significado nuevo a lo que sucedió en la cruz. En lugar de ser un momento de derrota, se convirtió en un día de triunfo.
Nosotros también podemos mirar al futuro y soportar nuestros tenebrosos “viernes” y verlos como “santos” porque servimos al Dios del domingo.
Por tanto, cuando lleguen los problemas —y llegarán—, recuerda: Dios los usa para dirigirnos a Él y a una perspectiva más amplia de la vida. Nos llama a confiar, a tener esperanza, a esperar.
(Continuaremos en próximos artículos.)
(Artículos extraídos y adaptados del librito Why Would a Good God Allow Suffering, escrito por Kurt de Haan y publicado por Ministerios Nuestro Pan Diario en su serie Tiempo de Buscar. Puedes encontrar este y otros libritos sobre diferentes temas en: http://nuestropandiario.org/2009/09/serie-tiempo-de-buscar/
El link para la descarga de este librito en concreto es: http://d254u7jd4zosxo.cloudfront.net/files/2011/01/SS106_Sufrimiento.pdf?7489a8
Si deseas más información, puedes escribirnos a [email protected].
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