Yo quiero al Jesús de Nazaret, el galileo, el que pedía que dejaran que los niños se acercaran a Él, el que comía con publicanos, el que habló con la mujer samaritana.
He aquí mi siervo, a quien yo sostengo,
mi escogido, en quien mi alma se complace.
He puesto mi espíritu sobre Él;
Él traerá justicia a las naciones.
No clamará ni alzará su voz,
ni hará oír su voz en la calle.
No quebrará la caña cascada,
ni apagará el pabilo mortecino;
con fidelidad traerá justicia.
No se desanimará ni desfallecerá
hasta que haya establecido en la tierra
la justicia,
y su ley esperarán las costas.
Así dice Dios el Señor,
que crea los cielos y los extiende...
que da aliento al pueblo... y espíritu...
Yo soy el Señor, en justicia te he llamado;
te sostendré por la mano y por ti velaré,
y te pondré como pacto para el pueblo,
como luz para las naciones,
para que abras los ojos a los ciegos,
para que saques de la cárcel a los presos,
y de prisión a los que moran en tinieblas...
(...)
Isaías 42.1-9
Es retador cuando se habla de Jesús como siervo. Conocedor de quien le había otorgado todo lo que tenía, y, por lo tanto, está dispuesto a concederle lealtad, y está dispuesto a servirle fielmente, obedecerle y hacer su voluntad, a tal punto de entregar su propia vida para que otros la tengan en abundancia.
Es una dulce entrega por amor, ese que trasciende las fronteras terrenales y ni las muchas aguas lo pueden apagar. Jesús es el siervo amado a quien Dios reconoce como suyo. Lo ama, ¡este es mi Hijo amado! Confía totalmente. ¡Puso su espíritu sobre Él! Lo preparó para la misión encomendada: dar a conocer su gran Plan salvador para el mundo. Le dio la potestad de ser luz para las naciones, abrir los ojos a los ciegos, liberar de las cadenas de todo tipo...
Y Él hizo su trabajo con mansedumbre, con misericordia. Ayudó a lo débil, no los rechazó. Se contextualizó. Fue el misionero por excelencia, el líder-siervo que necesitaban. Para que pudieran disfrutar de las bendiciones de un nuevo Pacto.
Así como fue enviado, envió, preparó a un equipo fuerte para que proclamaran las Buenas Nuevas hasta en lo último de la tierra. Y pudo decir: "He acabado la obra que me diste que hiciese".
Y vino en forma de siervo, como un indefenso bebé. No nació en noble cuna, se igualó a tantos que carecen de seguridad social o un seguro privado, compartiendo hostal con algunos animales, casi indocumentado pues tocaba censarse. Tuvo que tocar puertas, hacer cola, como cualquiera. Pues así, manso, contentado, que no resignado, cumplía su cometido.
Me llama la atención esta buena relación entre Él y su Padre. Porque no hay imposiciones sino buena voluntad; andan en sintonía, en un feedback constante, buscando la gloria del otro. Sabía que su Padre no le abandonaría, con él estaría en las pruebas.
Por eso el Siervo no se desanima, ni se dobla. Tenía alguien que le animaba en la carrera, el paso por esos 40 días y 40 noches de prueba. Superar la agonía antes de beber la copa. Armarse de toda la paciencia necesaria para soportar a los perfectos de su época. Lo sostuvo por la mano y veló por él. Le ha dado un lugar privilegiado, un nombre que es sobre todo nombre, arriba y abajo.
Un Siervo al que en vez de verlo pequeñito lo veo grande, influyendo con sus palabras, con su vida, el modelo perfecto. Y me asusto cuando me hablan del Jesús de traje y con un maletín cargado de estrategias frías, calculadoras como una máquina que saca rentabilidad con sólo mirarla. Pues éste, el del maletín no me llega; lo siento lejano, irreconocible, demasiado poderoso para acercarme, me asusta.
Yo quiero al Jesús de Nazaret, el galileo, el que pedía que dejaran que los niños se acercaran a Él, el que comía con publicanos, el que habló con la mujer samaritana. Al que sanó a los ciegos, a los leprosos; al que lloró por Lázaro, su amigo, y permitió que María, hermana de éste, se sentara a sus pies para escucharlo pues tenía sed de aprender.
Quiero al Jesús que sanó en un día de reposo, el que perdonó a los que no sabían lo que hacían, a sus enemigos. Al que no fulminó, siendo Dios, a los que le vituperaron después de aclamarle en la entrada triunfal a Jerusalén.
Quiero al Jesús criticado por sus hermanos, incomprendido por sus discípulos, perseguido por los Maestros de la Ley, pero que aun así no perdió la compostura, la benignidad... El que desechó la ira y el enojo. Quiero al que me lava los pies. El que no tenía casa propia. Al que no le importaban las jerarquías... y eso lo hacía más grande.
Quiero que sea mi modelo a seguir. Que me alimente con peces y Palabra. Que me ayude a amar y a perdonar a mis enemigos. A compartir mi pan con el hambriento y cobijar al que no tiene techo. A clamar a voz en cuello por los que no la tienen; que se me parta el corazón por los niños que sufren violencia, explotación y abusos... A que no imponga sino sea ejemplo. A que trate igual a todos, sin distinción. Y que con ternura aborde las debilidades de los demás.
Quiero utilizar el lenguaje del corazón, que pida con humildad y ruego. Que sea competente no competitiva. Que lo que me mueva a trabajar en la Obra no sea para destruir u opacar a otros, sino para la gloria del Señor.
Que promueva la solidaridad y la misericordia para todos los que de ellas necesiten. Que ponga el amor en acción.
Que llore con los que lloran, que sepa consolar, que sepa callar... Que ame hasta perder el aliento; que ponga pasión en todo lo que hago para él.Que se me note la vida, vida en abundancia. Que refleje su luz. Su carácter. Su bondad. Su firmeza. Su dominio propio. Su paciencia. Su gozo. Su paz. Su amor.
Que no me olvide de su sufrimiento en la cruz por mí, por ti... Todo por Amor. Eso quiero sentir al punto de entregarlo todo por Él. Y es que si no hay amor mi clamor sonará a sus oídos como címbalo que retiñe...
Quiero ser conforme a Su corazón...
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