Muchos creen que en la salvación el ‘poder’ pertenece a Dios y el ‘querer’ al hombre. Spurgeon reitera la enseñanza bíblica: ningún pecador quiere ni puede salvarse por decisión propia.
La gente va en grandes multitudes a eventos que más atraen a sus ojos y oídos. Por ello, solo expertos pueden organizar los grandes espectáculos musicales. Por ser este un negocio que mueve fortunas, requiere individuos con probada experiencia y gran capacidad. Y no hay muchos.
Los predicadores de ‘éxito’ copian al pie de la letra esas recetas para no ser rechazados y, desde el púlpito, obtener mucha pasta a cambio.
En contraste, nadie va donde sabe que no va a sentirse a gusto o que hasta puede pasarlo mal.
Es por esa natural actitud humana, entre otras causas, que el Evangelio - predicado y practicado en su íntegra pureza - produce rechazo de parte de las mayorías.
Concluimos con este artículo la miniserie basada en el sermón de Charles Spurgeon que marcó su clara posición frente a la naturaleza divina de la salvación.
Fue predicado en la capilla que la iglesia bautista reformada construyó en 1833, en el barrio londinense de Southwark, del lado sur del Támesis, una vez que el Parlamento levantara la prohibición de predicar el evangelio fuera de la iglesia oficial (anglicana). El edificio fue ensanchado por Spurgeon en 1854 debido a la creciente asistencia dominical (croquis derecha).
Volvamos, entonces, a la prédica que nos ocupa. Decía el predicador:
El cuarto punto es: por naturaleza ningún hombre vendrá a Cristo, pues el texto dice:
"Y no queréis venir a mí para que tengáis vida." (1)
Con base en la autoridad de la Escritura por medio de este texto, yo afirmo: no quieren venir a Cristo para que puedan tener vida. Les digo, podría predicarles por toda la eternidad, podría pedir prestada la elocuencia de Demóstenes o de Cicerón (2), pero ustedes no querrían venir a Cristo. Podría pedirles de rodillas, con lágrimas en mis ojos, y mostrarles los horrores del infierno y los gozos del cielo, la suficiencia de Cristo, y su propia condición perdida, pero ninguno de ustedes querría venir a Cristo por ustedes mismos a menos que el Espíritu que reposó en Cristo los traiga. Es una verdad universal que los hombres en su condición natural no quieren venir a Cristo.
Pero me parece que escucho a uno de estos charlatanes que hace esta pregunta:
"Pero, ¿no podrían venir si quisieran?" Amigo mío, te voy a responder en otra ocasión. Ese no es el tema que estamos analizando hoy. Estoy hablando de si quieren, no acerca de si pueden. Ustedes se darán cuenta, siempre que hablan acerca del libre albedrío, que el pobre arminiano en dos segundos comienza a hablar acerca del poder, mezclando dos conceptos que deben mantenerse separados. Nosotros no vamos a tratar esos dos temas conjuntamente; rehusamos tener que pelear con dos a la vez, si me lo permiten.
En otra ocasión predicaré sobre: "Ninguno puede venir a mí si el Padre no le trajere." (3)
Pero hoy sólo estamos hablando acerca del querer; y es un hecho que los hombres no quieren venir a Cristo, para que puedan tener vida.
Podríamos demostrar esto por medio de muchos textos de la Escritura, pero sólo vamos a tomar una parábola.
Ustedes recuerdan la parábola en la que un cierto hombre rico preparó una fiesta, e invitó a un gran número de personas para que vinieran; los bueyes y los animales engordados fueron preparados y envió a sus mensajeros para invitaran a muchos a la cena. (4) ¿Fueron a la fiesta los invitados? Ah, no; sino que todos ellos, como si se hubieran puesto de acuerdo, comenzaron a poner pretextos. Uno dijo que se había casado, y por lo tanto no podría asistir, aunque muy bien pudo haber traído a su esposa con él. Otro había comprado una yunta de bueyes y quería ver cómo trabajaban; pero la fiesta era en la noche, y no podía probar a sus bueyes en la oscuridad. Otro había comprado un pedazo de terreno, y quería verlo; pero es difícil pensar que fuese a verlo con una linterna.
Así que todos pusieron pretextos y no quisieron asistir. Pero el hombre estaba decidido a tener la fiesta; por eso dijo:
"Ve por los caminos y por los vallados" e invítalos; ¡alto! no invítalos; “y fuérzalos a entrar;" (5) pues ni aun los mendigos harapientos en los vallados habrían querido venir si no hubieran sido forzados.
Tomemos otra parábola: Un cierto hombre tenía una viña; y en el momento oportuno envió a uno de sus siervos para cobrar su renta. (6) ¿Qué le hicieron? Golpearon al siervo. Entonces envió a otro siervo; y lo apedrearon. Todavía envió a otro y lo mataron. Y, finalmente, "Les envió su hijo, diciendo: Tendrán respeto a mi hijo." (7)
Pero ¿qué hicieron? Dijeron:
"Éste es el heredero; venid, matémosle, y apoderémonos de su heredad." (8)
Y así lo hicieron. Lo mismo sucede con todos los hombres por naturaleza. Vino el Hijo de Dios, y sin embargo los hombres lo rechazaron. "Y no queréis venir a mí para que tengáis vida." (9)
Nos tomaría mucho tiempo mencionar más pruebas de la Escritura. Sin embargo, nos vamos a referir ahora a la gran doctrina de la caída.
Cualquiera que crea que la voluntad del hombre es enteramente libre, y que puede ser salvo por medio de esa voluntad, no cree en la caída. Como se los he repetido a menudo, muy pocos predicadores religiosos creen en verdad completamente en la doctrina de la caída, o bien creen que cuando Adán cayó se fracturó su dedo meñique, y no se rompió el cuello arruinando así a toda su raza.
Pues bien, amados hermanos, la caída destruyó al hombre enteramente. No dejó de afectar ni una sola potencia; todos fueron hechos pedazos, fueron contaminados y envilecidos; como si en un grandioso templo, los pilares todavía están allí, partes de la nave, alguna pilastra y una que otra columna todavía permanecen allí; pero, aunque algunos elementos todavía retienen su forma y su posición, todo está destruido.
La conciencia del hombre algunas veces retiene mucho de su sensibilidad, pero eso no significa que no esté caída. La voluntad tampoco se escapó. Y aunque el alma humana es el ‘Alcalde’, como John Bunyan (10) la llama, el señor Alcalde se ha descarriado. El señor ‘Obstinado’ ha estado continuamente haciendo lo malo.
La naturaleza caída de ustedes no funciona; su voluntad, entre otras cosas, se ha apartado claramente de Dios. Pero les diré la mejor prueba de ello; es el grandioso hecho que nunca han conocido en la vida a un cristiano que les haya dicho que vino a Cristo sin que mencionara que Cristo vino primero a él. Me atrevería a decir que ustedes han oído muchos buenos sermones arminianos (11), pero nunca han oído una oración arminiana, pues cuando los santos oran, son una misma cosa en palabra, obra y mente. Un arminiano puesto de rodillas oraría desesperadamente igual que un calvinista.
No puede orar sobre el libre albedrío: no tiene sentido; solo podemos imaginar esa oración:
"Señor, te doy gracias porque no soy como esos pobres calvinistas presumidos. Señor, yo nací con un glorioso libre albedrío; yo nací con el poder de ir a ti por mi propia voluntad; yo he aprovechado mi gracia. Si todos hubieran hecho lo mismo con su propia gracia como lo he hecho yo, todos podrían haber sido salvos. Señor, yo sé que Tú no puedes forzarnos a querer si nosotros mismos no lo queremos.
Tú das la gracia a todo mundo; algunos no la utilizan, pero yo sí .Hay muchos que irán al infierno a pesar de haber sido comprados con la sangre de Cristo al igual que yo; a ellos les fue dado el Espíritu Santo también; tuvieron una muy buena oportunidad, y fueron tan bendecidos como lo he sido yo. No fue tu gracia lo que hizo la diferencia; acepto que sirvió de mucho, pero fui yo el que hizo la diferencia; yo hice buen uso de lo que me fue dado, en cambio otros no lo hicieron así; esa es la diferencia principal entre ellos y yo."
Esa falsa oración es solo diabólica, pues nadie más que Satanás podría orar así.
¡Ah!, pero cuando están predicando y hablando cuidadosamente, pueden entrometer la doctrina errónea. Es cuando se trata de orar que la verdad salta, no pueden evitarlo. Si un hombre habla muy despacio, puede hacerlo muy bien; pero cuando se pone a hablar rápido, el viejo acento de su terruño, donde nació, se revela. Les pregunto otra vez, ¿han conocido alguna vez a algún cristiano que haya dicho: "Yo vine a Cristo sin el poder del Espíritu."? Si en efecto alguna vez han conocido a un hombre así, no deben dudar en responderle:
"Muy estimado, yo verdaderamente lo creo, pero también creo que saliste también sin el poder del Espíritu, y que no sabes nada acerca del tema del poder del Espíritu, y que estás en hiel de amargura y en prisión de maldad." ¿Acaso escucho a algún cristiano diciendo: "Yo busqué a Jesús antes que Él me buscara a mí."? No, amados hermanos; cada uno de nosotros debe poner su mano en su corazón y decir:
"La gracia enseñó a orar a mi alma,
Y también hizo que mis ojos derramaran lágrimas;
Es la gracia la que me ha guardado siempre,
Y nunca me abandonará."
¿Hay aquí alguien, alguien solitario, hombre o mujer, joven o viejo, que pueda decir: "Yo busqué a Dios antes que Él me buscara a mí.”? No; y aun tú que eres un poco arminiano vas a cantar:
"¡Oh, sí!, verdaderamente amo a Jesús,
Sólo porque Él me amó primero."
Y ahora os pregunto:
¿Acaso no nos damos cuenta, aun después de haber venido a Cristo, que nuestra alma no es libre, sino que es guardada por Cristo?
¿Acaso no nos damos cuenta, aun ahora, que el querer no está presente en nosotros?
Hay una ley en nuestros miembros, que está en guerra contra la ley de nuestras mentes (12). Entonces, si quienes están vivos espiritualmente sienten que su voluntad es contraria a Dios, ¿qué diremos del hombre que está "muerto en delitos y pecados"? (13) Sería una cosa maravillosamente absurda poner ambos al mismo nivel; y sería aun más absurdo poner al que está muerto antes del que está vivo. No; el texto es verdadero, la experiencia lo ha grabado en nuestros corazones. "Y no queréis venir a mí para que tengáis vida."
Razones por las que los hombres no quieren venir a Cristo.
Primera: ningún hombre por naturaleza considera que necesita a Cristo. Por naturaleza el hombre considera que no necesita a Cristo; considera que está vestido con sus ropas de justicia propia, que está bien vestido, que no está desnudo, que no necesita que la sangre de Cristo lo lave, que no esté rojo ni negro, y que no necesite que ninguna gracia lo purifique. Ningún hombre se da cuenta de su necesidad hasta que Dios no se la muestre; y hasta que el Espíritu Santo no le haya mostrado la necesidad que tiene de perdón, ningún hombre buscará el perdón. Puedo predicar a Cristo para siempre, pero a menos que sientan que necesitan a Cristo, jamás vendrán a Él. Puede ser que un doctor tenga un consultorio muy bueno, y una farmacia bien surtida, pero nadie comprará sus medicinas a menos que sientan la necesidad de comprarlas.
Segunda: a los hombres no les gusta la manera en que Cristo los salva. Alguien dice: "No me gusta porque Él me hace santo; si Él me ha salvado no puedo beber o jurar." Otro afirma: "Requiere de mí que sea tan preciso y puritano, y a mí me gusta tener mayor libertad." A otro no le gusta porque es tan humillante; no le gusta porque la "puerta del cielo" no es lo suficientemente alta para pasar por ella con la cabeza erguida, y a él no le gusta tener que inclinarse. Esa es la razón principal por la que no quieren venir a Cristo, porque no pueden ir a Él con las cabezas erguidas; pues Cristo los hace inclinarse cuando vienen. A otro no le gusta que sea un asunto de la gracia desde el principio hasta el final. "¡Oh!" dice: "si yo pudiera llevarme algo del honor." Pero cuando se entera que es todo de Cristo o nada de Cristo, un Cristo completo o sin Cristo, dice: "no voy a ir," y gira sobre sus talones y se va.
¡Ah!, pecadores orgullosos, ustedes no quieren venir a Cristo. ¡Ah!, pecadores ignorantes, ustedes no quieren venir a Cristo, porque no saben nada acerca de Él.
Tercera: los hombres desconocen el valor real de Jesucristo. Si lo conocieran, querrían venir a Él. ¿Por qué ningún navegante fue a América antes de Cristóbal Colón? Porque no creían que existiera. Colón tenía fe, y por tanto él sí fue. El que tiene fe en Cristo viene a Él. Pero ustedes no conocen a Jesús; muchos de ustedes nunca han visto su hermosísimo rostro; nunca han visto cuán valiosa es su sangre para un pecador, cuán grande es su expiación; y que Sus méritos son absolutamente suficientes. Por tanto "no queréis venir a Él."
Y ¡oh!, queridos lectores, mi última consideración es muy solemne. He predicado que ustedes no quieren venir. Pero algunos dirán: "si no vienen es su pecado." ASÍ ES. Ustedes no quieren venir, pero entonces esa voluntad de no venir es una voluntad pecaminosa. Algunos piensan que estamos tratando de poner "colchones de plumas" a la conciencia cuando predicamos esta doctrina, pero no hacemos eso. Nosotros no afirmamos que es parte de la naturaleza original del hombre, sino que decimos que pertenece a su naturaleza caída. Es el pecado el que te ha sumido en esta condición de no querer venir. Si no hubieras caído, querrías venir a Cristo en el momento en que te es predicado; pero no vienes por tus pecados y crímenes. La gente se excusa a sí misma porque tiene un corazón malo. Esa es la excusa más débil del mundo. ¿Acaso el robo y el hurto no vienen de un corazón malo? Supongan que un ladrón le dice a un juez: "No pude evitarlo, tenía un mal corazón." ¿Qué diría el juez? "¡Bandido!, si tu corazón es malo, voy a darte una mayor sentencia, pues tú eres ciertamente un villano. Tu excusa no sirve para nada." El Todopoderoso "se reirá de ellos, se burlará de todas las naciones." (14) Nosotros no predicamos esta doctrina para excusarlos a ustedes, sino para que se humillen. La posesión de una mala naturaleza es tanto mi culpa como mi terrible calamidad.
Es un pecado que siempre será achacado a los hombres. Cuando no quieren venir a Cristo es el pecado lo que los aleja. Quien no predica eso, me temo que no es fiel a Dios ni a su conciencia. Vayan a casa, entonces, con este pensamiento; "soy por naturaleza tan perverso que no quiero venir a Cristo, y esa perversidad impía de mi naturaleza es mi pecado. Merezco ir al infierno por eso." Y si ese pensamiento no te humilla, a pesar de que el Espíritu lo está usando, ninguna otra cosa podrá hacerlo. Este día no he ensalzado la naturaleza humana, sino que la he humillado. Que Dios nos humille a todos. Amén.
Notas
Ilustraciones: Capilla New Park Street, Londres., en la que se predicó este sermón el domingo 2 de Diciembre de 1855 por Charles Haddon Spurgeon.
01. Juan 6:37.
02. Demóstenes (384 a.C - 322 a.C) fue uno de los oradores más relevantes de la historia y un importante político ateniense. Marco Tulio Cicerón (106 a.C – 43 a.C) fue un jurista, político, filósofo, escritor, y orador romano. Es considerado uno de los más grandes retóricos y estilistas de la prosa en latín de la República romana. Wikipedia.
03. Juan 6:44, 65.
04. Lucas 14:16-24.
05. Ibíd. 23.
06. Mateo 21:33-41.
07. Ibíd. 37.
08. Ibíd. 38.
09. Citado en 01.
10. John Bunyan (1628 – 1688) fue un escritor y predicador cristiano inglés, famoso por su novela ‘El progreso del peregrino’, el libro más leído después de la Biblia.
11. Los arminianos siguen las enseñanzas de Jacobus Arminius (1560–1609) teólogo protestante holandés que desarrolló el ‘anti calvinismo’ al que adhieren las iglesias que creen en el libre albedrío del pecador, en contraposición a la doctrina de la predestinación; es decir: que la salvación eterna no depende de Dios, sino del pecador; éste decide si ‘acepta’ a Cristo y persevera en la fe hasta el final de su vida.
12. Romanos 7:23.
13. Efesios 2:1.
14. Salmos 2:4.
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