Dos siglos atrás Spurgeon predicó a personas conformadas por el sistema mundano. En todas las edades pululan los que se niegan a ser transformados por la renovación del entendimiento.
La serie ‘El Pensamiento Cristiano’ lleva publicados con éste, veintisiete (27) artículos basados en diecinueve (19) autores de libros escritos a lo largo de varios siglos.
Estos son testimonios de la ayuda recibida en mi formación al leer esos libros; de ninguna manera, intento realizar una crítica literaria.
A cambio, recibo comentarios que me hacen reflexionar sobre lo difícil que es saber qué y cómo piensa una persona, aún teniendo un trato asiduo con ella.
Llama la atención, entonces, que haya opiniones tan livianas sobre una frase o tema, y se abran juicios sobre autores como si se tuviese la capacidad -solo divina- de conocer la mente y corazón de los demás.
En la primera parte Carlos Spurgeon nos alertaba sobre esa nefasta tendencia que padecemos los pecadores por encerrarnos en nuestra propia opinión (1). Leamos cómo sigue este sermón del ‘Príncipe de los predicadores’ (2):
El segundo punto es: hay vida en Cristo.
En Cristo Jesús hay vida pues Él dice: "Y no queréis venir a mí para que tengáis vida." (3)
Aparte de Jesús no hay vida en Dios Padre para un pecador; no hay vida en Dios Espíritu Santo para un pecador. La vida de un pecador está en Cristo. Si piensas que en el Padre puedes encontrar la vida aparte del Hijo, aunque Él ame a Sus elegidos, y decrete que vivirán, no es así; la vida está solamente en el Hijo. Si tomas a Dios el Espíritu Santo aparte de Jesucristo, a pesar de que es el Espíritu quien nos da vida espiritual, sin embargo la vida está en Cristo, la vida está en el Hijo. Ni nos atreveríamos ni podríamos pedir la vida espiritual a Dios el Padre o a Dios el Espíritu Santo. Lo primero que se nos ordena hacer cuando Dios nos saca de Egipto es comer la Pascua. Eso es lo primero. El primer medio por el que recibimos la vida es comiendo la carne y la sangre del Hijo de Dios; viviendo en Él, confiando en Él, creyendo en Su gracia y Su poder.
Veremos que hay tres tipos de vida en Cristo, de la misma manera que hay tres tipos de muerte.
Así como todos los hombres tuvieron una sentencia de condenación dictada contra ellos en el momento que Adán pecó, especialmente en el momento de su propia primera trasgresión, así también, yo, si soy un creyente, y tú, si confías en Cristo, hemos recibido una sentencia legal absolutoria, dictada a nuestro favor por medio de la obra de Jesucristo (4).
¡Oh, pecador condenado! Tú puedes estar aquí hoy como un prisionero condenado a muerte; pero antes de que pase este día, tú puedes estar tan libre de culpa como los ángeles del cielo. Hay vida legal en Cristo, y, ¡bendito sea Dios! algunos de nosotros la tenemos. Sabemos que nuestros pecados son perdonados porque Cristo sufrió el castigo merecido por esos pecados; sabemos que nosotros mismos no podremos ser castigados, pues Cristo sufrió en lugar nuestro. La Pascua ha sido sacrificada por nosotros; el dintel y los postes de la puerta han sido rociados y el ángel exterminador no puede tocarnos jamás (5). Para nosotros no hay infierno, aunque esté ardiendo con terribles llamas; nosotros nunca iremos allí: Jesucristo murió por nosotros, en nuestro lugar.
¿Qué importa que haya instrumentos de horribles torturas? ¿Qué importa si hay una sentencia que produce ecos horribles de sonidos atronadores?
¡Sin embargo, ni los tormentos, ni la cárcel, ni el trueno, son para nosotros! En Cristo Jesús hemos sido liberados.
"Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu." (6)
¡Pecador! ¿Estás tú, legalmente condenado hoy? ¿Sientes que es así? Entonces déjame decirte que la fe en Cristo te hará saber que has sido absuelto legalmente. Amados hermanos, no es una fantasía que estamos condenados por nuestros pecados, es una realidad. Tampoco es una fantasía que hemos sido absueltos, es una realidad. Si un hombre va a morir en la horca, pero recibiera un perdón de última hora, sentiría que es una grandiosa realidad. Diría: "he sido perdonado completamente, ya no pueden condenarme otra vez." Así me siento yo.
"Libre de pecado ahora, camino en libertad, la sangre del Salvador es mi completo perdón,
a sus amados pies me arrojo para rendirle homenaje, siendo un pecador redimido." (7)
Hermanos, hemos ganado una vida legal en Cristo, y no podemos perder esa vida legal. La sentencia fue dictada en contra nuestra una vez: pero ahora ha sido anulada. Está escrito: "ahora, pues, ninguna condenación hay" y esa anulación es tan válida para mí dentro de cincuenta años, como lo es ahora. No importa cuántos años vivamos, siempre estará escrito: "Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús."
Como el hombre está muerto espiritualmente, Dios tiene una vida espiritual para él, pues no hay ninguna necesidad que no pueda ser suplida por Jesús; no hay ningún vacío en el corazón que Cristo no pueda llenar; no hay ningún lugar solitario que Él no pueda poblar; no hay ningún desierto que Él no pueda hacer florecer como una rosa.
¡Oh, ustedes pecadores que están muertos! que están muertos espiritualmente, hay vida en Cristo Jesús, pues hemos visto ¡sí! estos ojos lo han visto, que los muertos reviven; hemos conocido al hombre cuya alma estaba totalmente corrompida, pero que por el poder de Dios ha buscado la justicia; hemos conocido al hombre cuya visión era completamente carnal, cuya lujuria lo dominaba plenamente, cuyas pasiones eran muy poderosas, pero que, de pronto, por un irresistible poder del cielo, se ha consagrado a Cristo, y se ha convertido en un hijo de Dios.
Sabemos que hay vida en Cristo Jesús de un orden espiritual; sí, y más aún, nosotros mismos, en nuestras propias personas, hemos sentido esa vida espiritual. Recordamos muy bien cuando estábamos en la casa de oración, tan muertos como el propio asiento en el que estábamos sentados. Habíamos escuchado durante mucho, mucho tiempo el sonido del Evangelio, sin que surtiera ningún efecto, cuando de pronto, como si nuestros oídos fuesen abiertos por los dedos de algún ángel poderoso, un sonido penetró en nuestro corazón. Creímos escuchar a Jesús que decía: "El que tenga oídos para oír, oiga." (8) Una mano irresistible apretó nuestro corazón hasta arrancarle una oración. Nunca antes habíamos orado así. Clamamos:
"¡Oh Dios!, ten misericordia de mí, pecador." (9)
¿Acaso algunos de nosotros no hemos sentido una mano que nos apretaba como si hubiésemos sido sorprendidos en un vicio, y nuestras almas derramaban gotas de angustia? Ese dolor era el signo de una nueva vida. Cuando una persona se está ahogando no siente tanto dolor como cuando logra sobrevivir y está en proceso de recuperación.
¡Oh!, recordamos esos dolores, esos gemidos, esa lucha encarnizada que nuestra alma experimentaba cuando vino a Cristo. ¡Ah!, podemos recordar cuando recibimos nuestra vida espiritual tan fácilmente como puede hacerlo un hombre que ha resucitado de su sepulcro. Podemos suponer que Lázaro recordaba su resurrección, aunque no recordara todas las circunstancias que la rodearon. Así nosotros también, aunque hayamos olvidado mucho, ciertamente recordamos cuando nos entregamos a Cristo. Podemos decir a cada pecador, sin importar cuán muerto esté, que hay vida en Cristo Jesús, aunque esté podrido y lleno de corrupción en su tumba. El mismo que levantó a Lázaro nos ha levantado a nosotros; y Él puede decir, aún a ti pecador: "¡Lázaro!, ven fuera." (10)
¡Oh!, y si la muerte eterna es terrible, la vida eterna es bendita; pues Él ha dicho:
"Y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor (…) Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria (…) Yo les doy vida eterna; y no perecerán para siempre." (11)
Entonces, cualquier arminiano que quiera predicar acerca de ese texto nunca podría decir toda la verdad sin retorcerla de una manera muy misteriosa. Se trata de la vida eterna: no de una vida que se pueda perder, sino de la vida eterna. Si perdí mi vida en Adán, la recobré en Cristo; si me perdí a mí mismo eternamente, me he encontrado a mí mismo en Jesucristo.
¡Vida eterna! ¡Oh pensamiento bendito! Nuestros ojos brillan de gozo y nuestras almas se encienden en un éxtasis al pensar que tenemos vida eterna.
¡Estrellas, apáguense!, dejen que Dios ponga Su dedo sobre ustedes: pero mi alma vivirá en el gozo y la bienaventuranza. ¡Oh sol, oscurece tu ojo!, mi ojo verá "al Rey en su hermosura" mientras que tu ojo no hará sonreír más a la verde tierra. ¡Y tú, oh luna, enrojece de sangre! (12) Pero mi sangre nunca dejará de ser; este espíritu vivirá cuando tú hayas dejado de existir.
¡Y tú, grandioso mundo!, tú puedes desaparecer por completo tal como la espuma desaparece sobre la ola que la transporta; sin embargo, yo tengo vida eterna. ¡Oh tiempo!, tú puedes ver a las gigantes montañas morir y esconderse en sus tumbas; puedes ver a las estrellas como higos maduros caer del árbol, pero nunca, nunca, verás morir mi espíritu.
El tercer punto es: la vida eterna se da a todo el que la busca.
Nunca hubo nadie que haya venido a Cristo buscando la vida eterna, la vida legal, la vida espiritual, que no la haya recibido tan pronto como vino. Tomemos uno o dos textos:
"por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios." (13)
Todo hombre que venga a Cristo encontrará que Cristo puede salvarle: no solamente puede salvarlo un poco, liberarlo de un pequeño pecado, librarlo de un pequeño juicio, llevarlo por un trecho para luego soltarlo: sino que puede salvarlo completamente de todo pecado, protegerlo durante todo el juicio, hasta las mayores profundidades de sus aflicciones, durante toda su existencia.
Cristo le dice a todo el que viene a Él: "Ven, pobre pecador, no necesitas preguntar si tengo poder para salvar. Yo no te voy a preguntar qué tan hundido estás en el pecado. Yo puedo salvarte plenamente." Y no hay nadie en la tierra que pueda traspasar ese "plenamente."
Ahora, otro texto: "Al que a mí viene no lo echo fuera." (14)
Noten que las promesas son casi siempre para los que vienen. Todo aquel que venga encontrará abierta la puerta de la casa de Cristo, y la puerta de Su corazón también. Todo aquel que venga (lo digo en el sentido más amplio) encontrará que Cristo tiene misericordia de él.
La cosa más absurda del mundo es querer tener un Evangelio más amplio que el que está contenido en la Escritura. Yo predico que todo hombre que cree será salvo: que todo hombre que viene hallará misericordia.
La gente me pregunta: "Pero supongamos que un hombre que no es elegido viene, ¿será salvo?" Tú estás suponiendo una cosa sin sentido y no te la voy a responder. Si un hombre no es elegido, nunca vendrá. Cuando en efecto viene, esa es la mejor prueba de su elección.
Alguien dice: "Supongamos que alguien viene a Cristo sin ser llamado por el Espíritu." Detente, hermano mío, esa no es una suposición válida, pues algo así no puede suceder; dices eso sólo para enredarme, y no lo vas a lograr. Yo afirmo que todo aquel que viene a Cristo será salvo. Puedo decir eso como calvinista o como híper-calvinista, tan sencillamente como tú.
Yo no tengo un Evangelio más limitado que el tuyo; mi único Evangelio está colocado sobre un cimiento sólido:
Todo aquel que venga será salvo porque “ninguno puede venir a mí si el Padre que me envió no le trajere." (15)
"Pero," objeta alguien, "supongamos que todo el mundo quisiera venir, ¿los recibiría Cristo a todos?" Ciertamente sí, si vinieran todos; pero no quieren venir. Les digo que a todos los que vengan, ay, aun si fueran tan malos como los diablos, Cristo los recibirá; si todo tipo de pecado y de suciedad fluyera de sus corazones como de un sumidero común utilizado por todo el mundo, Cristo los recibirá.
Otro dice: "Quiero saber acerca del resto de la gente. ¿Puedo salir y decirles: Jesucristo murió por cada uno de ustedes? ¿Puedo decir: hay justicia para cada uno de ustedes, hay vida para cada uno de ustedes?" No; no puedes. Puedes decir: hay vida para todo el que viene.
Pero si tú dices que hay vida para alguno de esos que no creen, estarías diciendo una mentira muy peligrosa. Si les dices que Jesucristo fue castigado por sus pecados, y sin embargo se pierden, estarías diciendo una vil falsedad. Pensar que Dios pudo castigar a Cristo y luego castigarlos a ellos: ¡sorprende que te atrevas a tan descarada mentira!
¡Largo de aquí con ese evangelio que no tiene sentido! Dios nos da un Evangelio seguro y sólido, construido sobre un pacto sellado con hechos y bien ordenado en sus relaciones, sobre eternos propósitos y cumplimientos seguros.
En la última entrega cerraremos esta miniserie con Charles Spurgeon con el último punto de su memorable prédica: ‘Por su propia naturaleza ningún hombre vendrá a Cristo’.
Hasta entonces si el Señor lo permite.
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Notas
Ilustración: Tomada de contralaapostasia.com
01, http://protestantedigital.com/magacin/39764/El_libre_albedrio_un_esclavo
02. Sermón predicado el domingo 2 de diciembre de 1855 por Charles Haddon Spurgeon, en la Capilla New Park Street, Southwark, Londres.
03. Juan 5:40.
04. Colosenses 2:13-15.
05. Éxodo 12.
06. Romanos 8:1.
07. Posiblemente, traducción libre de un párrafo de un himno de época.
08. Mateo 11:15 y otras numerosas referencias en todo el NT.
09. Esta expresión se repite 23 veces en la Biblia.
10. Juan 11:43.
11. Combinación de textos: Juan 12:26; 17:24; 10:28.
12. Hechos 2:20.
13. Hebreos 7:25.
14. Juan 6:37.
15. Juan 6:44, 65.
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