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Protestante Digital

 
El Pensamiento Cristiano XVII
 

El dios que sigue fracasando

La necesidad de auto justificarse hace del pecador un esclavo de la soberbia. Quien rechaza la idea de arrepentirse ignora que sin arrepentimiento no hay perdón para el pecador. 

AGENTES DE CAMBIO AUTOR Óscar Margenet 12 DE JUNIO DE 2016 10:20 h

En el estudio bíblico al que asisto venimos analizando la doctrina bíblica del pecado. Ayer analizamos esa moda de explicar siempre por qué la culpa de todo lo malo la tienen los demás. Se llega aún al extremo de responsabilizar a Dios o al diablo por los males de este mundo. Coincidíamos en que no reconocer que somos parte del problema nos impide resolverlo.



A pocos días de unas elecciones españolas en las que cada cual miente a su manera con tal de llevar agua a su molino, un amigo politólogo acaba de renunciar al partido en el que militaba con una entrega caracterizada por su honestidad intelectual. Me conmovió leer el telegrama de renuncia que compartió públicamente(1) y que revela hasta qué punto la soberbia ha transformado a la clase política en una caterva de insoportables ambiciosos. A nadie debe servir de consuelo que en todas partes se cuezan habas a la hora de celebrarse elecciones; si no, baste con leer lo que pasa en EE.UU. en las primarias partidarias.



En el libro que estamos analizando en esta serie queda demostrado este principio: El Bien Común nunca se alcanza con ideologías o creencias basadas en la soberbia del poder.



 



La propaganda de Estado



Niall Binns cita a Richard Crossman: "la mejor manera de hacer propaganda es que no parezca que se está haciendo propaganda." (2)   El papel de los agentes esta dounidenses fue el de traducir y publicar los distintos artículos de ‘The God that Failed’ en una revista alemana, Der Monat, financiada con "fondos reservados" del Plan Marshall y luego por la CIA 3. Distribuido en toda Europa, y sobre todo en Alemania, por las agencias gubernamentales estadounidenses, el libro fue, según Saunders, "más un producto de los servicios de inteligencia que de la inteligencia de sus autores". 



La importancia de la guerra española en los testimonios del libro es comprensible. Fue el primer conflicto internacional contra el fascismo pero, en palabras de François Furet, "las democracias del Oeste no acu dieron a esta cita, mientras que la Unión Soviética acudió con hombres, armas y aparatosos toques de clarín". En efecto, el antifascismo comunista –ante la pasividad de Francia y el Reino Unido– "forja a la vez su historia y su leyenda" en España. (4) 



En 1950, después del triunfo contra el fascismo, Occidente se enfrentaba a una opinión pública mareada no sólo por los virajes de Stalin –del antifascismo prodemocrático de 1934 al pacto Molotov-Ribbentrop contra las democracias en 1939, al antifascis mo otra vez en 1941, y últimamente, a partir de 1946, hacia un recrudecido anti capitalismo–, sino también por los esfuerzos sucesivos de Occidente por vituperar al Satanás soviético (1939-1941) o por festejar y legitimar al benigno Uncle Joe (1941-1945). Se trataba ahora, otra vez, de denigrar al comunismo y a la vez de desarticular cualquier recuerdo de la guerra civil española como una guerra romántica, idealista, antifascista y "de poetas". 



Arthur Koestler, André Gide, Stephen Spender y Louis Fischer formaban parte de los muchos escritores europeos y norteamericanos que habían viajado a España como miembros o simpatizantes del Partido pero que se convirtieron en anticomunistas a raíz de lo que vieron en la guerra o de la "traición" estalinista de 1939. 



Me refiero, por supuesto, a André Malraux, distanciado del Partido después del pacto con Hitler, a John Dos Passos – que huyó de España, emocional y literariamente derrotado–, a Ernest He mingway –recriminado por el anticomunismo de ¿Por quién doblan las campanas? por el escritor y ex-brigadista Alvah Bessie–, a George Orwell, desde luego, a W.H. Auden –que se escondió en un enigmático silencio y apartamiento del comunismo después de su poema "Spain"–, y a dos ex-comunistas, antiguos comisarios políticos en las Brigadas Internaciona les, cuyas novelas sobre la guerra son paradigmas del lenguaje y del clima religiosos que tanto se destacan en El dios que fracasó: el alemán Gustav Regler, autor de The Great Crusade (1940), y el inglés Humphrey Slater, cuyo libro The Heretics (1946) presenta un paralelismo explícito entre la persecución comunista de los anarquistas y el POUM y la Inquisición de la Edad Media en Aviñón. 



 



Octavio Paz 



Para la mayoría de los escritores europeos y norteamericanos que ce lebraban la lucha antifascista y frente popularista de 1936, el comunismo había traicionado sus esperanzas: las esperanzas de una izquierda de raíz liberal. Con las múltiples atrocidades cometidos en nombre de la Revolución, el comunismo había mostrado ser, para ellos, El Dios que Fracasó. 



Otra, sin embargo, es la imagen que la mayoría de los intelectuales his panoamericanos conservaba de la guerra; escritores como Pablo Neruda, Raúl González Tuñón, Nicolás Guillén y Alejo Carpentier encontraron en la capacidad de organización de los comunistas en España un modelo de lucha –el único modelo de lucha– para sus propios países. Hay, sin embargo, dos grandes excepciones. 



El hispanoamericano que con más derechos podría pertenecer a "la banda de The God that Failed", el que encarnó su anticomunismo en libro tras libro hasta el final de su vida, en un eterno retorno a la temática de la revolución y sus fracasos, es, por supuesto, Octavio Paz. 



En 1950, Paz estaba ya lejos del filo comunismo que dio pie, en 1936, a poemas como el exaltado "¡No pasarán!" – que no pasaría la criba que hizo, posteriormen te, de los escritos de su juventud –, a sus declaraciones en España respecto al "vivo y hermoso ejemplo de los trabajadores soviéticos" (5), y a su participación en la prensa comunista de México. Habían sucedido, desde en tonces, el pacto entre Stalin y Hitler, el asesinato de Trotski en México, una violenta confrontación con Neruda y una dolorosa ruptura con el Partido. En 1945, Paz se instaló en París, y dentro del mundo dividido de la cultura francesa, se alineó con los surrealistas, recuperando su amistad mexicana con Benjamín Péret –quien luchó en la guerra civil con el POUM y en la columna de Durruti– y entrando en estrecha relación con André Breton, que había sido anti estalinista desde finales de los años veinte y que seguía preconizando un credo libertario en oposición frontal al ex-surrealista Louis Aragon, atrincherado todavía en su comunismo y amigo, además, horror de horrores, de Neruda. 



Paz rescató del surrealismo la visión sagrada del mundo, la noción bre toniana de la unidad de los contrarios y la experiencia de la otredad a través del amor, la libertad, la revolución y la poesía, y es en este contexto que hay que leer los memorables párrafos que cierran el primer capítulo de su libro El laberinto de la soledad, publicado por primera vez en México en 1950 (mientras Paz seguía viviendo en París). Después de hablar de los distintos tipos de soledad enajenada que caracterizaban, respectivamente, a los mexicanos y a los estadounidenses, Paz afirma que en España tuvo "la revelación de ‘otro hombre’ y de otra clase de soledad: ni cerrada ni maquinal, sino abierta a la trascendencia", una especie de "desesperación esperanzada, algo muy concreto y al mismo tiempo muy universal" que encontraba en los rostros "obtusos y obstinados, brutales y groseros" del pueblo español.



Continúa: 



“Mi testimonio puede ser tachado de ilusorio. Considero inútil detenerme en esa objeción: esa evidencia ya forma parte de mi ser. Pensé entonces –y lo sigo pensando– que en aquellos hombres amanecía ‘otro hombre’. El sueño español –no por español, sino por universal y, al mismo tiempo, por concreto, porque era un sueño de carne y hueso y ojos atónitos– fue luego roto y manchado. Y los rostros que vi han vuelto a ser lo que eran antes de que se apoderase de ellos aquella alborozada seguridad (¿en qué: en la vida o en la muerte?): rostros de gente humilde y ruda. Pero su re cuerdo no me abandona. Quien ha visto la Esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre todos los hombres. Y sueña que un día va a encontrarla de nuevo, no sabe dónde, acaso entre los suyos. En cada hombre late la posibilidad de ser o, más exactamente, de volver a ser, otro hombre” 



El mito de la guerra civil permanece intacto en Paz. Ese descubrimiento de la "otredad", del paraíso y de una pureza ahora perdidos o traicio nados, se encarna en un lugar (la Utopía existió, era un sueño de "carne y hueso", en España), y en esa palabra con mayúscula, la Esperanza, consa grada en el contexto de la guerra por André Malraux. Esta esperanza se proyecta hacia el futuro y por todo el planeta: es universal, intemporal, y cualquiera que la haya sentido la buscará sin cansar. Y si "en cada hombre late la posibilidad de ser o, más exactamente, de volver a ser, otro hombre", el privilegio de haber estado en España durante la guerra civil es el de ha ber podido tomar conciencia de esa posibilidad, de haber encontrado un sentido para la vida y un motor de búsqueda para orientar el futuro. 



Arthur Koestler, en El Dios que fracasó, escribió sobre la imposibilidad de recrear el pasado de uno mismo con un mínimo de objetividad: 



"Normalmente nuestra memoria romantiza el pasado. Pero después de re nunciar a una creencia o de ser traicionado por un amigo, el mecanismo contrario entra en acción. A la luz de los conocimientos posteriores, la ex periencia original pierde su inocencia, se mancha y se pudre en la memoria." (6) Evidentemente, esa inocencia permanecía intacta en Paz, por mucho que el sueño español hubiese sido luego "roto y mancha do", por mucho que la razón tachara su testimonio de "ilusorio". Koestler perdió la "fe" comunista después del pacto Molotov-Ribbentrop; la "fe" de Paz, en cambio, simplemente se desplazó. La inocencia que celebra es la misma que está en la raíz de su surrealismo y de su utopismo revolucionario; es la misma, como aclararía el año siguiente, que mostraba el bando doblemente perdedor de la guerra: el de los anarquistas y el POUM. 



En efecto, Paz vuelve a esta visión de la guerra en su "Aniversario español", leído en París –al lado de Albert Camus– en un acto celebrado el 19 de julio de 1951, es decir, en el quinceavo aniversario no del levantamiento militar sino de la resistencia popular que inicialmente derrotó el golpe de estado. La mitificación del pueblo español se celebra ahora en un aluvión de metáforas: "El 19 de julio de 1936 el pueblo español apareció en la historia como una milagrosa explosión de salud. La imagen no podía ser más pura: el pueblo en armas y todavía sin uniforme". 



Era como "la súbita irrupción de la primavera en el desierto" o "como la mar cha triunfal del incendio". Las palabras, "gangrenadas desde hace siglos, volvieron a brillar, intactas, duras, sin dobleces. Los viejos vocablos –bien y mal, justo e injusto, traición y lealtad– habían arrojado al fin sus disfraces históricos". 



Paz y sus compañeros de universidad en México sentían en las llamas españolas un signo: "el hombre tomaba posesión de su herencia. El hombre empezaba a reconquistar al hombre". Ahora bien, esta resistencia popular, de incontenible espontaneidad, se contraponía a la actitud de los jefes, los sindicatos y los partidos. "Toda dirección tiende fatalmente a corromperse", afirma Paz, y la experiencia soviética muestra cómo los estados mayores de la Revolución se convierten en "orgullosas, cerradas burocracias" y cómo "la nueva casta de los jefes es tan funesta como la de los príncipes"



El año anterior, en El laberinto de la soledad, Paz había insistido en que la Esperanza no abandona a los que la han vivido; ahora, en términos más concretos, sitúa la única esperanza de resistencia al totalitarismo, y a la corrupción de la revolución, en "la inter vención directa y diaria del pueblo (…) Toda concepción mecanicista y utilitaria –así se ampare en la llamada ‘edificación socialista’– tiende a degradar al hombre. Frente a esos poderes nosotros afirmamos la espon taneidad creadora y revolucionaria de los pueblos y el valor de cada cultu ra nacional. Y volvemos los ojos hacia el 19 de julio de 1936. Allí empezó algo que no morirá". 



En ese sentido, la visión de Paz está lejos de los testimonios de El Dios que fracasó, aunque se acercaría más tarde a esa "banda", como se puede ver en los retoques que va introduciendo, en sus últimos años, a la narración de su experiencia de la guerra, haciendo hincapié ahora, con una serie de anécdotas tan sabrosas como desoladoras, en la hipocresía, la mezquindad y la cobardía presentes (en él, también) durante el Congreso de Escrito res Antifascistas, que se convertirían en hitos esenciales de su "itinerario" ideológico. En palabras de Koestler: la experiencia original había perdido su inocencia, se había manchado y se pudría en la memoria. 



Finalizo esta serie como modesta contribución a esclarecer algo de lo mucho que yace detrás del proceso eleccionario español. Quiera Dios compadecerse de los pueblos que sufren las consecuencias de haberse apartado de Sus caminos para seguir tras los cantos de sirena de los partidócratas. 



Disfrazados ora de ‘demócratas’, ora de ‘republicanos’, confesos defensores de la verdad con la que mienten; ora  ‘evangélicos’, ora ‘garantistas’ predican sus sermones desde inexistentes ‘derechas’ e ‘izquierdas’ prometiendo oasis en el desierto que terminan siendo espejismos de su insaciable ambición personal. 



El Señor nos libre de ser mercancía devaluada en manos de estos avaros. (7)



 



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Notas



01.  Dirigido al líder del PP Balear dice: “Estimado Presidente Miquel Vidal, Te ruego que me des de baja del Partido. Motivos: Me he esforzado en contribuir a centrar el Partido. Hacerlo liberal y demócrata y pegado a los intereses de la gente. Federalista y de un centro derecha avanzado. No creo que el PP pueda refundarse y desprenderse del conservadurismo doctrinario. Si cambias, puede contar conmigo. Suerte y un abrazo, Xavier Cassanyes.” Leer más en: https://xaviercassanyes.com/



02.  Del libro de Frances Stonor Saunders ‘La CÍA y la guerra fría cultu ral’, página 13.



03.  Ibíd. 99.



04.  François Furet (1995). ‘El pasado de una ilusión’. México: Fondo de Cul tura Económica, página 286.



05. Octavio Paz, todas citas de sus libros: (1937). "A la juventud española", en El Mono Azul, nº 32, 9 de septiembre, 1. (1979). "Aniversario español", en El ogro filantrópico. Barcelona: Seix Barral, 203-207.  (1987). "El lugar de la prueba (Valencia 1937-1987)", 94-106. (1990). Libertad bajo palabra. Madrid: Cátedra. (1994). "Itinerario", en Itinerario, Barcelona: Seix Barral, 41-143. (2001). El laberinto de la soledad. Madrid: Cátedra, 6ª ed. (2001ª). Sueño en libertad: escritos políticos. Madrid: Seix Barral.



06.  "La ironía, el enfado y la vergüenza no dejaban de invadir lo que escribía; las pasiones de esa época parecen transformadas en perversiones, la certidumbre interior en el universo cerrado de un drogadicto; la sombra del alambre de púas atraviesa el condenado campo de recreo de la memoria. Los que fueron atrapados por la gran ilusión de nuestro tiempo y han sobrevivido a sus excesos morales e intelectuales, o bien se entregan a una nueva adicción del género contrario o bien están condenados a pagar con una resaca para toda la vida". Richard H. Crossman, (2001) The God that Failed. Nueva York, Columbia University Press, páginas 55 y 56.



07.  2ª Pedro 2:3.



 


 

 


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