El Creador da los hijos a los padres como una materia plástica que puede ser moldeada para bien o para mal.
No hay delincuentes juveniles; más bien hay padres delincuentes. Y curiosamente en este quinto mes del año, Mayo, y en las horas de un 5 de Mayo, cuando escribo “Desde el Corazón” me viene a la mente el quinto mandamiento de la Ley de Dios “honra a tu padre y a tu madre” y en este mes de Mayo, en más de 87 Países desde Anguilla hasta Zimbabwe se celebra el “Día de la Madre” y también recordatorios como “Día Internacional de la Partera”, según el UNFPA y en Japón se celebra el “Día de los Niños” pero el mandamiento de Dios, apenas se cita hoy –incluso en las Iglesias- como medio de restaurar la paz doméstica.
Cuando la fiesta, la celebración comercial, obnubiliza la disciplina del hogar, rara vez se rectifica el daño causado. Quien educa a los hijos sin simpatía con los sentimientos cristianos, arrastra la probabilidad de que acaben convirtiéndose en descreídos, cuando no rufianes y fanáticos.
“Desde el Corazón” sé que los efectos de la conducta de los hijos en los padres difieren. Las madres sufren más por lo malo de sus hijos que los padres gozan de lo bueno que sus descendientes tienen.
El deber de los padres “patrones” con los hijos consiste en gobernarlos, evitando tanto una severidad exasperante como una indulgencia excesiva. El Creador da los hijos a los padres como una materia plástica que puede ser moldeada para bien o para mal. Si el Creador coloca un valioso diamante en manos de una pareja normal de padres y les dice que inscriban en él una frase que haya de ser leída en el día del Juicio, para que indique cuáles fueron sus pensamientos y sus ideales ¿qué es lo que habrá quedado grabado? ¡cuánta cautela han de tener esos seres en la elección de la sentencia! y, sin embargo, por el ejemplo que los padres den a sus hijos también serán juzgados en el día del Juicio. Esta tremenda responsabilidad no significa que los padres, cuando sus hijos yerren, deban desatar su ira, porque la ira conduce al desaliento. ¡Nunca la letra con sangre entró!; los padres desempeñan en el hogar el lugar de Dios. Si actúan sin ser ejemplares primeramente, como tiranos, desenvolverán inconscientemente sentimientos antirreligiosos en sus vástagos. A los hijos les gusta verse aprobados, motivados y pueden fácilmente precipitarse en la desesperación cuando son reprendidos en exceso por faltas triviales. Mal se inculca a los hijos el amor, la clemencia y la dignidad de vivir en los valores de Dios si los representantes del Señor en la casa actúan sin esas virtudes.
Ser padres, es el mejor oficio del mundo. Todos sabemos que no tiene jornadas laborales de ocho horas, que se debe rendir 365 días al año, y que no se pueden reclamar días de excedencia. Que no conocemos de Universidad que doctore en “Padres de Excelencia”, aunque sí conocemos que el mejor manual: la Revelación de Dios, creador del ser humano, existe pero se desconoce, y que para conseguir una Maestría en esta ciencia, debemos aprender de los innumerables errores que cometemos y que la Luz de la Palabra Santa nos edifica. También sabemos que este oficio de ser padres exige hacer las cosas con tres pares de ojos, tratar de estar siempre de buen humor y a disposición de las demandas, casi sin tener tiempo libre. Que nos pide cantidad de calma, eficacia, constancia, paciencia, sabiduría, ser expertos negociadores, maestros de administración… y a todo esto y más, ser ejemplo en todo, aunque no conozcamos tan bien como los hijos el uso de iPad, iPhone, y todos los artilugios electrónicos.
Es interesante, cuando se ve un niño, calcular, según su conducta, la clase de hogar del que procede. Así como puede juzgarse la vitalidad de un árbol por el fruto que produce, también puede decirse cuál es el carácter de los padres por el comportamiento de sus hijos.
La tendencia presente es descargar la responsabilidad en la Escuela, no confinar casi nada en el papel cultural y cultual de la Iglesia. Pero recuérdese que la educación no influye más en el niño que el aire, el sol y el ambiente. Una semilla crecerá mejor en un suelo y clima que en otro, ¿es que acaso no ha olvidado el mundo, que el Creador ordenó que la formación empezara con los padres, en la casa?; pero la clase de árbol que crezca depende en mucho de la clase de simiente plantada. Cabe también preguntarse si la educación afecta sólo a la mente o también a la voluntad y al espíritu. El conocimiento es de la mente; el carácter pertenece a la voluntad, pero sin descuidar la hermana pequeña de la sabiduría, la “inteligencia” el intus legere el leer desde dentro, desde la riqueza del ser interior o espiritual. Introducir conocimiento en la mente de un niño, sin disciplinar su voluntad y espíritu para el bien, es como ponerle un fusil en las manos. Sin educarle la mente a un niño, será un diablillo estúpido. Educándosela, pero sin amor al bien y la virtud, un niño se convertirá en un demonio inteligente. Sí, convencido estoy que ser padres es el mejor y necesario oficio del mundo.
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