Frayle Delgado trae el pensamiento pacifista de Erasmo a la actualidad, en la que estamos presenciando una situación con cierta semejanza.
Hoy quiero mencionar el libro Dulce Bellum inexpertis (La guerra es dulce para quienes no la han experimentado) de Erasmo de Rotterdam, salido este año de los talleres de la también salmantina Imprenta Kadmos, y cuya traducción y notas preliminares realizó el escritor y latinista Luis Frayle Delgado en el año 2007. Hace poco en este medio realicé algunos comentarios sobre el mismo, ya que tuve el privilegio de tener entre mis manos las galeradas. En el estudio preliminar comenta Frayle que Dulce Bellum se publicó en 1515, año que forma parte del lustro en el que aparecen las obras más relevantes de Erasmo, entre ellas Querela pacis (Lamento de la paz), precisamente uno de los primeros libros traducidos al castellano y cuya doctrina llegó a los lectores españoles en la traducción que hizo el canónigo de Sevilla Diego López de Cortesana, en 1520.
Frayle Delgado trae el pensamiento pacifista de Erasmo a la actualidad, en la que estamos presenciando una situación con cierta semejanza. Me refiero a la persecución que vienen padeciendo los cristianos en países donde impera el Islam. Según la Lista Mundial de la Persecución, un estudio desarrollado por la organización cristiana Puertas Abiertas, se estima que son 50 países donde los cristianos se ven sometidos a mayor presión, siendo los primeros lugares para Corea del Norte, Irak, Eritrea, Afganistán o Siria. Y acabamos de estremecernos e indignarnos ante la matanza perpetrada en Pakistán contra la minoría cristiana, como se informó en diversos medios, entre ellos, Protestante Digital. Es inconcebible que en pleno siglo XXI todavía asistamos a la persecución de las personas a causa de su fe en Cristo.
El autor también afirma que Erasmo se encontró en un mundo en crisis y en transformación, que por lo tanto no debía quedar al margen de sus reflexiones personales; uniéndose así a ese pensamiento de renovación cultural y espiritual que se va dando en Europa. Y que "Erasmo toma posiciones ante el deterioro de la vida de los cristianos de su tiempo, cuando la práctica de los fieles peca de exteriorismo, de fórmulas vacías de contenido y de ausencia de seguimiento real de la doctrina evangélica. En su afán de reforma propugna una renovación del cristianismo desde las convicciones llevadas hasta sus últimas consecuencias".
Es una época de retroceso del cristianismo que se muestra en la vida pública, marcada por las disputas teológicas, luchas entre cristianos. Lo que conducirá a la guerra en Europa entre naciones con la misma fe. Esta desunión debilita el tener una respuesta fuerte ante la invasión por parte del Imperio Turco. Erasmo se convierte en un luchador incansable contra la guerra y un activo defensor de la paz.
Y un defensor de la vida, podemos afirmar; de la vida en todos sus aspectos, en la que tienen cabida todos los seres humanos, que no existen por mero accidente y que merecen tener una oportunidad.
Del estudio introductorio de Frayle se percibe que la estancia de Erasmo en Italia entre los años 1506 y 1509 fue de gran relevancia para su pacifismo, ya que conoció directamente a los papas, príncipes de los Estados pontificios, y también, claro, la vida clerical y divertida de Roma. Y que el papado se involucraba no solo en los conflictos con los turcos sino en los que tenían entre sí los estados cristianos de Europa. En este marco temporal de esta visita a Italia se dice que se edita Dulce Bellum, en la que el tema central es la guerra contra el Imperio Otomano. Pero se percibe su pensamiento radical en contra de las guerras entre los cristianos, que no hacen más que debilitarlos. A ello ya había dedicado su Querela pacis, Lamento de la paz.
Dice el traductor que la tesis que defiende Erasmo en su libro, se basa en que la cruzada contra los turcos es improcedente, por inútil y contraproducente, puesto que de lo que se trata o debe tratarse es de la propagación del Evangelio de Cristo; y en ese sentido la cruzada guerrera no conduce a ningún fin, sino todo lo contrario, ya que si los turcos conquistados se hacen cristianos a la fuerza, serán falsos y malos cristianos. Así que la fórmula acertada es la propagación de la fe a través de la palabra y del ejemplo de los cristianos.
Cito un fragmento impactante del libro: "¿Dónde han quedado tanto signos de la perfecta concordia, dónde tan innumerables declaraciones de paz? Cristo llamó su mandamiento a uno solo: el de la caridad; ¿pero hay algo más contrario a la caridad que la guerra? Él saluda a los suyos con el feliz augurio de la paz; no deja a sus discípulos otra cosa que la paz...". En el apartado titulado las "Enseñanzas de Cristo" dice: "Examina toda su doctrina, nada encontrarás nunca que no respire paz, que no suene a amistad, que no tenga sabor de caridad. Y porque entendía que la paz no podía permanecer de otra manera si no era por el aborrecimiento más profundo de las cosas por las que este mundo se despedaza, mandó que de él aprendiéramos a ser benignos. Llamó bienaventurados a aquellos que menospreciaran las riquezas y a su hija la soberbia, puesto que a estos los llama pobres de espíritu; llama bienaventurados a los que desprecian los placeres de este mundo, de los que dice "son los que lloran", aquellos que sufrieran ser despojados de sus posesiones sabiendo que esto de aquí no es otra cosa que un destierro, que la verdadera patria, la verdadera posesión de los piadosos está en el cielo [...]".
En uno de los apartados titulado "Los desastres de la guerra" dice: "[...] Las familias están afligidas por el miedo y el luto, y todo se llena de quejas y lamentos... Se debilitan las habilidades de los artesanos, mientras los pobres pasan hambre o acuden a malas artes para poder comer... Callan las leyes, los estudios humanísticos son ridiculizados y no hay lugar para la justicia... Es escarnecida la religión y no hay en absoluto alguna diferencia entre lo profano y lo sagrado. La juventud se corrompe con todo género de vicios. Los ancianos entristecidos reniegan de su vejez... Quizá pudieran tolerarse las guerras si solamente nos trajeran calamidades y no nos hicieran también malvados e impíos... demasiado ¡ay!, demasiado mal había ya, pues constantemente, quieras o no, los mortales, ya de suyo abrumados de calamidades, son atormentados, triturados, engullidos. [...]".
Bellamente se cuentan las terribles consecuencias y costes de la guerra, pareciera que oyes los lamentos de los profetas del Antiguo Testamento.
Destaca que la guerra es ocasión para los tiranos: "Hay quienes promueven la guerra no por otra causa, sino porque por esta vía ejercen la tiranía más fácilmente sobre los suyos; pues en tiempos de paz la autoridad del senado, la dignidad de los magistrados, el vigor de las leyes impiden que el Príncipe pueda hacer lo que le apetezca. Pero una vez declarada la guerra, todo en absoluto se rige por el capricho de unos pocos...".
"[...] Pero después que Cristo mandó envainar la espada no es lícito a los cristianos luchar a no ser aquel hermosísimo combate contra los terribles enemigos de la Iglesia: el ansia de dinero, la ira, la ambición, el miedo a la muerte. Estos son nuestros filisteos, nuestros nabucodonosores; estos los madianitas y los amonitas a los que no nos conviene darles ninguna tregua... Si no los sometemos, nadie podrá tener verdadera paz ni consigo mismo ni con otro; sólo esta guerra engendra la verdadera paz [...]".
Es una obra que merece ser leída en estos tiempos que precisan de cordura y reflexión. Allende y aquende, ya que incluso en los países considerados como más civilizados, ser cristiano también conlleva cierta desventaja a la hora de vivir la fe con total libertad, de difundirla al mismo nivel de los que publicitan la Coca-cola o un desodorante.
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