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Cultivemos un corazón de contentamiento

Hemos sido enseñados a adquirir, consumir, potenciar, y ampliar. En dicho contexto, el concepto de “suficiente” es raro. Nadie le hace publicidad a las virtudes del contentamiento.

INTIMIDAD CON DIOS AUTOR Fernando Plou 03 DE ABRIL DE 2016 10:20 h

Es fácil criticar a los que recaudan fondos con fines religiosos. Piden que se le dé dinero a Dios, pero que los cheques sean a nombre de ellos mismos. 



No obstante, también es fácil olvidar que Jesús habló más acerca del dinero que del cielo. Sin embargo, jamás he oído a alguien sugerir que Jesús “estaba metido en el asunto por el dinero”. 



En este extracto del libro True North (El Verdadero Norte), el pastor Gary Inrig ofrece una brújula para nuestras almas. Él expresa, en nombre de nuestro Señor, que un corazón generoso no tiene tanto que ver con el dinero como con encontrar el gozo y el contentamiento de Aquel que nos ha hecho para Sí. 



 



Límites de carga



Samuel Plimsoll era un hombre con una preocupación. Involucrado en el comercio del carbón en la Inglaterra del siglo XIX, tomó conciencia de los terribles peligros que los marineros enfrentaban.



Cada año, cientos de hombres de mar perdían sus vidas en barcos que iban peligrosamente sobrecargados. Los inescrupulosos dueños de las embarcaciones, siempre en búsqueda de mayores ganancias, estaban más que dispuestos a arriesgar las vidas de los demás. Barcos cargados casi hasta la línea de cubierta zarpaban, solo para irse a pique en el mar, una noticia que los dueños recibían con placer, ya que se habían preocupado de hacer aún mayores ganancias provenientes del seguro. En 1873, el número de barcos hundidos alcanzó la pasmosa cantidad de 411, haciendo que el mar fuera la tumba de cientos de hombres. Para empeorar aún más las cosas, si un hombre se enrolaba para un viaje, no podía volverse atrás, sin importar cuán inseguro él consideraba que fuera el barco. La ley apoyaba firmemente a los dueños de los barcos y desertar era un delito, sin importar cuán peligrosa fuera la embarcación. A comienzos de la década de 1870, uno de cada tres prisioneros en el suroeste de Inglaterra era un marinero que se había negado a navegar en lo que habían llegado a conocerse como los «barcos ataúdes». 



Este problema se convirtió en la misión de Plimsoll. Su idea era sencilla. Cada barco necesitaba una línea de carga que indicara cuándo estaba sobrecargado. Con eso en mente, Plimsoll se postuló al Parlamento en 1868, fue elegido y, de inmediato, comenzó una intensa campaña para salvar las vidas de los marineros británicos. Dio apasionados discursos en la Cámara de los Comunes y escribió un libro que conmocionó al público por la manera en que expuso las condiciones bajo las que se desarrollaba esta situación. Gradualmente se ganó opinión del público y avergonzó al gobierno que consiguió que se tomaran medidas al respecto. En 1875, se aprobó el Proyecto de Ley para Embarcaciones No Aptas para la Navegación, y, al año siguiente fue aprobado un proyecto de ley escrito por Plimsoll, el cual requería de una línea de carga. Pero, bajo la presión de los intereses creados, el Parlamento cedió. Permitió que los dueños de los barcos determinaran colocar la línea donde desearan hacerlo. 



Plimsoll siguió luchando otros 14 años hasta que se aprobaron leyes que aseguraron la colocación de la línea a un nivel que garantizaba la seguridad del barco. Con el tiempo, esta línea de carga se convirtió en la norma internacional. Hoy, en cada puerto del mundo se ven los resultados de la obra de Plimsoll, que llevaron a que se le llamara “el Amigo del Marinero”. En el casco de todo barco de carga, se ve la línea Plimsoll, indicando la máxima profundidad en la que un navío puede cargarse de manera segura y legal. 



La vida sería mucho más fácil si hubiera una marca Plimsoll para las personas. Navegar por la vida requiere de protección. Así que, vamos a estudiar algunos aspectos importantes de profunda comprensión bíblica en cuanto a límites de carga.  



No llegaremos a salvo a nuestro destino a menos que entendamos la línea Plimsoll de Dios. En 1999, en el apogeo de la fiebre por las compañías con base en Internet, la revista Fast Company (La Compañía Rápida) trató, en términos seculares, el asunto de los límites de carga: 




El punto en plena actualidad hoy es una pregunta que está en el aire en las salas

de los directorios de las compañías, en los cócteles, en las reuniones de Ofertas Públicas Iniciales (para ventas de acciones comunes de diversas organizaciones), y hasta en la mesa de la cocina: ¿Cuánto es suficiente? ¿Cuánto dinero - para compensarnos por nuestro trabajo? ¿Cuánto tiempo - para dedicarle a nuestra familia? ¿Cuánta gloria pública - para satisfacer nuestro ego? ¿Cuánta oportunidad para la reflexión privada - para profundizar nuestro entendimiento? ¿Cuántas cosas son suficientes para nosotros? Y, sin importar cuántas cosas tengamos, ¿cómo encontramos -y definimos- la satisfacción? (julio/agosto, 1999, p. 110).




Esas son preguntas perspicaces, en especial para un seguidor de Cristo preocupado por vivir en base a los valores del Reino. En una sociedad que está cimentada sobre el consumismo crónico y convulsivo, ¿cómo establecemos los límites de carga? Dos veces se nos dice en el Nuevo Testamento que la codicia, o la avaricia, es idolatría (Efesios 5:5; Colosenses 3:5). El contentamiento y la avaricia son dos aspectos que se encuentran entre los que nos causan mayor presión al enfrentarlos, cuando buscamos navegar por nuestra cultura. Las palabras de Pablo en 1 Timoteo 6:3-16 tienen especial relevancia:




Si alguno enseña una doctrina diferente y no se conforma a las sanas palabras, [...], está envanecido y nada entiende, sino que tiene un interés morboso en discusiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, y constantes rencillas entre hombres de mente depravada, que están privados de la verdad, que suponen que la piedad es un medio de ganancia. Pero la piedad, en efecto, es un medio de gran ganancia cuando va acompañada de contentamiento. Porque nada hemos traído al mundo, así que nada podemos sacar de él. Y si tenemos qué comer y con qué cubrirnos, con eso estaremos contentos. Pero los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo [...] que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores. Pero tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la perseverancia y la amabilidad. Pelea la buena batalla de la fe; echa mano de la vida eterna a la cual fuiste llamado, […] Te mando delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, […], la cual manifestará a su debido tiempo el bienaventurado y único Soberano, el Rey de reyes y Señor de señores; el único que tiene inmortalidad y habita en luz inaccesible; a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A Él sea la honra y el dominio eterno. Amén. 




Se cuenta la historia de una niña cuyo padre vivía quejándose. Una noche, sentados a la mesa a la hora de la cena, ella anunció orgullosa: “¡Yo sé lo que les gusta a todos en nuestra familia!” No necesitó que la convencieran para que revelara la información que tenía: “A Johnny le gustan las hamburguesas; a Janie le encanta el helado; a Jimmy le fascina la pizza; y a mami le gusta el pollo”.



Su padre esperó su turno, pero ella no dio ninguna información al respecto. “Bueno, ¿y qué dices acerca de mí? -preguntó- “¿Qué le gusta a papi?” Con la inocencia y dolorosa perspicacia propias de la niñez, la pequeña contestó: “Papi, ¡a ti te gusta todo lo que no tenemos!”.



Un observador describe nuestra sociedad como “inextinguiblemente descontenta”. Hemos sido enseñados -por los persuasores invisibles de nuestra sociedad- para adquirir, consumir, potenciar, y ampliar. En dicho contexto, el concepto de “suficiente” es raro. Nadie le hace publicidad a las virtudes del contentamiento. Pero el Espíritu Santo usa justamente esa palabra para poner su dedo sobre uno de los problemas más significativos y sensibles en nuestras vidas.  



En el pasaje de Timoteo, tres ideas nos hacen ver la necesidad de una línea Plimsoll en nuestras vidas si queremos navegar con éxito en una cultura materialista. Esas ideas giran alrededor de las palabras avaricia, contentamiento y carácter.



 



(Continuaremos en próximos artículos.)



 



(Artículos extraídos y adaptados del librito Cultivemos un corazón de contentamiento, escrito por Gary Inrig y publicado por Ministerios Nuestro Pan Diario en su serie Tiempo de Buscar. Puedes encontrar este y otros libritos sobre diferentes temas en: http://nuestropandiario.org/2009/09/serie-tiempo-de-buscar/



El link para la descarga de este librito en concreto es: http://d38mwqd0l2astu.cloudfront.net/files/2011/01/V3270_Contentamiento.pdf?7489a8



Si deseas más información, puedes escribirnos a [email protected].


 

 


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